Educación popular
Salieron los primeros egresados del programa educativo "Yo sí puedo"
Dejaron atrás las sombras del analfabetismo. Aprendieron a leer y escribir a través del novedoso método cubano, que este año comenzó a aplicarse en la Casa de la Amistad Argentino-Cubana.
Vivieron gran parte de sus vidas en la oscuridad de la ignorancia y ahora lograron hacerse de las primeras letras. Orgullosos de haber sido los tres primeros egresados del programa educativo cubano Yo sí puedo, recibieron a PUNTAL en sus casas para contar cómo con sus 52, 43 y 32 años aprendieron a leer y escribir.
"Yo sí puedo" se llama este programa de alfabetización que ahora se está implementando en Río Cuarto, en la Casa de la Amistad Argentino Cubana, inaugurada el año pasado, en la calle Mozart al 713, del IPV de Banda Norte. Son tres clases semanales de una hora.
Es un novedoso método de aprendizaje que combina números y letras. Y que ha permitido que 3,5 millones de personas en todo el mundo hayan aprendido a leer y escribir.
A través de 65 videoclases, el participante aprende, además, a comprender el contexto en el que vive. El sistema fue elaborado por el IPLAC (Instituto Pedagógico
Latinoamericano y Caribeño) radicado en Cuba. Y sólo requiere de un televisor y un dvd para desarrollar las clases. Las sesiones están dirigidas por un facilitador, persona que, de forma voluntaria, afianza los conocimientos que los alumnos reciben del video y realiza el seguimiento de cada uno de ellos.
"Nunca antes había puesto el nombre de mis chicos. Es muy triste"
María Evangelina Villarruel de Acevedo (52), vive en la calle Huarpes 2376 del Barrio Jardín Norte y, sentada bajo la sombra de un árbol en el patio de su humilde casa, muestra con orgullo el certificado que acaba de recibir, en el que consta que ya sabe leer y escribir.
"Yo no pude aprender de chica, me mandaron a la escuela, pero no pude, creía que la mente no me daba, pero no era así, porque ahora que soy grande pude. Nunca había visto como ahora las letras y los números, mire mi cuaderno…", muestra con suficiencia esta abuela de diez nietos y madre de cuatro hijos, mientras su sonrisa deja al desnudo las huellas de una vida difícil.
A pesar de que todos en la casa están sin trabajo, la mujer está contenta. Escoltada por el segundo de sus cuatro hijos, la nuera y una nietita de siete meses, María cuenta, ya sin vergüenza: "Yo no sabía leer, nada, nada. Lo único que sabía era armar los nombres míos con el apellido de soltera. Pero antes, ni eso, no podía firmar, así que ponía el dedo. Nunca antes había puesto el nombre de mis chicos. Es muy triste". Y rápido recobra el entusiasmo: "Le pienso escribir una carta para mi papá. Despacito, le voy a poner cómo aprendí. Va a ser la primera carta que le mande, nunca pude escribirle a mi viejo, ni tampoco a mis hermanos, por no saber. Mi papá sí sabe leer, pero mi mamá se murió sin aprender y yo no quería que a mí me pasara lo mismo".
Sabe que esta capacitación no la sacará de la pobreza que la atraviesa desde su infancia, pero igual está feliz. Y redobla la apuesta: "Yo quiero seguir estudiando. Y me gustaría que fuera con los videos, porque es más fácil y rápido".
Contó: "Siempre fui ama de casa, me casé a los 22 años. Mi marido tenía 35. Él sí sabe leer y escribir, es albañil, pero ahora está sin trabajo". Y agrega: "Mi hija más grande dejó en séptimo grado; el segundo, en quinto; la tercera no sabe leer, y el más chico, de 19 años, abandonó el tercer año del secundario".
Señaló: "Mis hijos me ayudan con los números, pero no quiero que me hagan los deberes. Yo ahora trato de enseñarles a mis nietos, porque no lo pude hacer con mis chicos, por no saber. Me pone muy contenta cuando me preguntan cuál es ese número o esa letra".
"Ahora sé contar hasta el 70 y las letras del abecedario. Por ahí me equivoco un poco, pero lo sé".
Sobre este novedoso sistema de enseñanza-aprendizaje, María Villarruel dijo: "Son hermosos los videos. En la tele le dicen las palabras. Lo que más me costó fue leer, armar las palabras. Yo aprendí mucho gracias a mi compañera Belén -la facilitadora-, que es un pan de de Dios".
Y siguió: "Yo iba los lunes, los miércoles y los viernes, una hora por vez. Y se aprende de ver a la maestra que les enseña a los compañeros ahí mismo en el mismo video.
Belén escuchaba todo lo que decía la maestra, copiaba las cosas en el pizarrón y nosotros lo íbamos haciendo. Así fue cómo aprendí yo".
"Pensé que iban a decir 'esa vieja no sabe leer'"
Si bien María había escrito una carta para el segundo jefe de la embajada de Cuba en el país, Vladimir Mirabal Regueiro, que participó de la ceremonia en la que recibió el certificado del Yo sí puedo, no logró leerla en público, porque le ganó la timidez. "Yo aprendí a leer y escribir. Gracias por darnos esta esperanza de una vida mejor", puso en su misiva la humilde alfabetizada. Horas más tarde, le contó a PUNTAL: "Yo no me animé a leerla, porque me daba vergüenza tanta gente, pensé que iban a decir 'esa vieja no sabe leer'".
"Pero yo acá en mi casa leo. Me pongo a jugar con mis nietos y les enseño números, a escribir mamá y a conocer las letras. Cuando llego, me pongo a leer de nuevo los cuadernos. Me gusta mucho conocer las letras, cosa que antes no podía", concluyó.
"Al principio eran muy tímidos"
María Belén Gutiérrez (20) es la facilitadora de este grupo de adultos y dijo: "Estamos muy contentos, porque se graduaron estas tres primeras personas que no sabían leer ni escribir". Y agregó: "Al principio eran muy tímidos, pero después se fueron familiarizando. Se adaptaron a los videos y a la facilitadora. Y los resultados son muy buenos".
Carolina Fernández (30), una de las coordinadoras de la Casa Argentino Cubana, señaló: "Recién en diciembre tuvimos este espacio físico y pudimos arrancar con la alfabetización. Estamos felices de poder alcanzarles esta herramienta tan importante, que es la lectoescritura. Si no, ellos estarían aún más que excluidos".
Pablo Casero (30), vicepresidente de la Casa Argentino Cubana, eligió una anécdota para explicar este proceso. Dijo que una mujer que se alfabetizó a través del método
'Yo sí puedo', cuando empezó a deletrear descubrió la palabra pobres. "Ella se sorprendió y dijo 'ah, como nosotros'. Eso engloba todo lo que significa y se siente", dijo. Y agregó: "La gente comienza a comprender el mundo que habita y, a partir de ahí, puede llegar a transformarlo, desde su voluntad".
"Firmé cosas sin saber y algunos se aprovecharon para embromarme"
Hugo Rubén Gómez (43), vive en la calle López de Vega al 1574, del barrio Pueblo Nuevo. Es divorciado, tiene a su cargo a sus dos hijas de 15 y 17 años. Y, tres veces por semana, volaba de la bloquera en la que trabaja para ir a la Casa de la Amistad Argentino Cubana y participar del curso de alfabetización 'Yo sí puedo'. Así fue como en tres meses aprendió a leer y escribir.
"Yo era totalmente nulo, no sabía nada. Ni leer, ni escribir, ni matemática. Y ahora aprendí mucho, ya escribo y leo. Por ahí, me como alguna letra o me confundo si va con 'c' o 's' o con la 'v' o 'b'. Pero, por lo menos me hago entender. Estoy muy contento, porque me hacía falta esto. Antes tenía que andar preguntando lo que decía un papel, ahora ya no. Incluso, hasta empecé a mandar mensajes de texto con el celular", contó entusiasmado este hombre que dejó la máquina mezcladora cargada con cemento para contar su experiencia de aprendizaje, al tiempo que dijo que piensa encuadrar el certificado, que orgulloso apretaba entre sus manos.
De familia muy humilde, a Hugo le tocó trabajar desde niño y, por eso, no había podido aprender lo básico de la educación. Se crió en un campo de Santiago del Estero y perdió a su padre cuando tenía cuatro años. Sobre aquella abatida infancia, recordó:
"Cuando era chico fui un poco a la escuela, pero tuve que dejar, porque el colegio quedaba a 25 kilómetros. Cuando había problemas con los animales o si llovía, no se podía. Había que levantarse a las 4 de la mañana para poder ir a la escuela, si de viaje teníamos más de tres horas. Nosotros somos nueve hermanos y sólo dos pudimos aprender algo. Todo fue muy difícil, porque mi mamá se quedó sola con todos los animales para atender y los chicos para criar".
En cuanto a los motivos por los que decidió volver a las aulas, dijo: "Yo siempre trabajé por tanto y muchas veces me pagaron de menos. Y ésa es la bronca que uno tiene. Por eso es que empecé con esto, para que nunca más nadie se abuse".
"Uno se desenvuelve, sin saber nada, pero no es fácil. He firmado cosas sin saber qué eran y eso me trajo problemas, porque algunos se aprovecharon para embromarme.
Por eso yo quería aprender, para que no vuelva a pasar", insistió. Y agregó: "Es muy útil saber. Cuando me separé, se me complicó mucho, porque no tenía quién me leyera las cosas, después me ayudaron mis hijas, que me llenaban los papeles".
"Era como andar con los ojos tapados"
Hugo no pudo participar del acto en el que le iban a entregar el certificado del 'Yo sí puedo', porque debió quedarse en la fábrica a terminar el trabajo. En su reemplazo fue Vanesa, una de sus hijas. "Tenía que regar, limpiar y acomodar todo. Y no pude llegar", contó después en su casa. Y en cuanto al aprendizaje, dijo: "Con los videos es más rápido. Para mí es más fácil ver las letras. Cada una tiene un número. Lo mismo que teníamos en el cuaderno que nos entregaron, lo ponían en la tele. Yo entendía rápido y me acordada de las cosas".
"Siempre tuve la intención de volver a la escuela, pero nunca me había animado. Y ahora empecé a estudiar, gracias a que me vinieron a invitar. Un día que yo estaba trabajando acá en mi casa, porque además del empleo que tengo yo también hago por mi cuenta paredones y calzas para pozos", indicó.
Y acotó: "Yo sé el abecedario y junto las letras para escribir, eso fue lo que más me costó. Antes decía las palabras sin saber cómo se escribían. Era como andar con los ojos tapados, no tenía idea. Ahora que sé me gusta más escribir que leer".
"Yo no sabía ni firmar"
Graciela Noemí Pérez (32) cuenta con satisfacción que aprendió a leer y escribir con el programa 'Yo sí puedo'. Vive en la calle Alcalufe 2206 del barrio Jardín Norte y tres veces por semana iba a la Casa de la Amistad Argentino Cubana, que queda a unas 15 cuadras de su casa, para esbozar sus primeras letras.
"Yo no sabía ni firmar. Como no conocía las letras, las dos veces que tuve que firmar, que fue cuando me enrolé y cuando me casé, me agarraron la mano y me ayudaron a dibujar mi nombre", dijo esta mujer, madre de un niño de dos años.
"Yo hice un esfuerzo, porque quería aprender. No tuve vergüenza de ir a estudiar, porque no importa la edad para poder hacerlo. Cuando uno va con muchas ganas de aprender, aprende", señaló. Y agregó: "Me encantaba que me dieran deberes para la casa. Los hacía a la tarde, cuando llegaba mi esposo. Él me ayudaba, mientras tomábamos unos mates", dijo, al tiempo que comentó: "Antes usaba el teléfono celular sólo para hablar, pero ahora ya estoy empezando a mandar mensajes de texto".
Ilusionada, remarcó: "Estoy muy contenta. Y, como todavía soy joven, quiero seguir estudiando. Me gustaría que me enseñen a sumar. Yo ya me aprendí los números hasta el cien, porque me los enseñó mi marido, que terminó el secundario. Pero, necesito sacar cuentas, porque a veces uno va a pagar y no tiene idea de lo que le cobran".
"Ahora, escribo y leo. Y cada vez lo hago más rápido"
Sobre los tropiezos que tuvo en su infancia para estudiar, Graciela comentó: "Mi mamá nos dejó de mandar a la escuela por la mala situación en que vivíamos, fue justo cuando se enfermó mi papá. Y, después ya no pude volver. Se nos hacía difícil poder comprar los útiles y las zapatillas".
"Estoy chocha con lo que me enseñaron. Empecé a ir porque vinieron y me invitaron.
No sabía cómo me iba a ir, pero la verdad es que me gustó mucho. Belén, la facilitadora, tiene mucha paciencia para enseñar, incluso después de la clase se quedaba explicándonos", indicó. Y agregó: "Lo que más me gustó es haber podido conocer todas las letras. Por ahí, me equivoco, pero me defiendo. Ahora, escribo y leo.
Y cada vez lo hago más rápido".
Verborrágica, siguió: "La primera carta se la escribí a mi marido y a mi hijo. Después, hice otra para mi mamá. Todos estaban recontentos, no podían creer que hubiera podido aprender tanto en tan poco tiempo. A mi mamá se la leí yo, porque no ve muy bien y se puso muy alegre. Tanto mi mamá como mi esposo siempre me alentaron para que siguiera y me cuidaban el nene, para que no tuviera que faltar a las clases".
Esta mujer cree que ya se maneja mejor. Dijo: "Recién ahora veo cómo se llaman las calles. Yo antes iba al centro y no sabía ni por dónde andaba, porque no podía leer los carteles".
Asegura que recién ahora supo lo que era disfrutar de la enseñanza. Y lo trató de ilustrar: "La hora de clase se me pasaba volando. Cuando empezaba, me olvidaba de todo. Me ponía en eso nada más".
"Le voy a empezar a enseñar a mi nene, que el año que viene va a empezar la salita de cuatro. Quiero que él aprenda, porque es muy feo andar por la vida sin saber leer.
Sobre todo, uno que es pobre, más necesita saber", apuntó.
"Siempre tuve la ilusión de ir a aprender, pero recién ahora lo pude hacer. Quiero seguir estudiando. Necesito que sea así, porque no puedo ir a una escuela, donde son muchas horas y yo tengo que atender a mi hijo. Igual, con lo que aprendí, ya cambió muchísimo todo", concluyó.
"Yo sí puedo" se llama este programa de alfabetización que ahora se está implementando en Río Cuarto, en la Casa de la Amistad Argentino Cubana, inaugurada el año pasado, en la calle Mozart al 713, del IPV de Banda Norte. Son tres clases semanales de una hora.
Es un novedoso método de aprendizaje que combina números y letras. Y que ha permitido que 3,5 millones de personas en todo el mundo hayan aprendido a leer y escribir.
A través de 65 videoclases, el participante aprende, además, a comprender el contexto en el que vive. El sistema fue elaborado por el IPLAC (Instituto Pedagógico
Latinoamericano y Caribeño) radicado en Cuba. Y sólo requiere de un televisor y un dvd para desarrollar las clases. Las sesiones están dirigidas por un facilitador, persona que, de forma voluntaria, afianza los conocimientos que los alumnos reciben del video y realiza el seguimiento de cada uno de ellos.
"Nunca antes había puesto el nombre de mis chicos. Es muy triste"
María Evangelina Villarruel de Acevedo (52), vive en la calle Huarpes 2376 del Barrio Jardín Norte y, sentada bajo la sombra de un árbol en el patio de su humilde casa, muestra con orgullo el certificado que acaba de recibir, en el que consta que ya sabe leer y escribir.
"Yo no pude aprender de chica, me mandaron a la escuela, pero no pude, creía que la mente no me daba, pero no era así, porque ahora que soy grande pude. Nunca había visto como ahora las letras y los números, mire mi cuaderno…", muestra con suficiencia esta abuela de diez nietos y madre de cuatro hijos, mientras su sonrisa deja al desnudo las huellas de una vida difícil.
A pesar de que todos en la casa están sin trabajo, la mujer está contenta. Escoltada por el segundo de sus cuatro hijos, la nuera y una nietita de siete meses, María cuenta, ya sin vergüenza: "Yo no sabía leer, nada, nada. Lo único que sabía era armar los nombres míos con el apellido de soltera. Pero antes, ni eso, no podía firmar, así que ponía el dedo. Nunca antes había puesto el nombre de mis chicos. Es muy triste". Y rápido recobra el entusiasmo: "Le pienso escribir una carta para mi papá. Despacito, le voy a poner cómo aprendí. Va a ser la primera carta que le mande, nunca pude escribirle a mi viejo, ni tampoco a mis hermanos, por no saber. Mi papá sí sabe leer, pero mi mamá se murió sin aprender y yo no quería que a mí me pasara lo mismo".
Sabe que esta capacitación no la sacará de la pobreza que la atraviesa desde su infancia, pero igual está feliz. Y redobla la apuesta: "Yo quiero seguir estudiando. Y me gustaría que fuera con los videos, porque es más fácil y rápido".
Contó: "Siempre fui ama de casa, me casé a los 22 años. Mi marido tenía 35. Él sí sabe leer y escribir, es albañil, pero ahora está sin trabajo". Y agrega: "Mi hija más grande dejó en séptimo grado; el segundo, en quinto; la tercera no sabe leer, y el más chico, de 19 años, abandonó el tercer año del secundario".
Señaló: "Mis hijos me ayudan con los números, pero no quiero que me hagan los deberes. Yo ahora trato de enseñarles a mis nietos, porque no lo pude hacer con mis chicos, por no saber. Me pone muy contenta cuando me preguntan cuál es ese número o esa letra".
"Ahora sé contar hasta el 70 y las letras del abecedario. Por ahí me equivoco un poco, pero lo sé".
Sobre este novedoso sistema de enseñanza-aprendizaje, María Villarruel dijo: "Son hermosos los videos. En la tele le dicen las palabras. Lo que más me costó fue leer, armar las palabras. Yo aprendí mucho gracias a mi compañera Belén -la facilitadora-, que es un pan de de Dios".
Y siguió: "Yo iba los lunes, los miércoles y los viernes, una hora por vez. Y se aprende de ver a la maestra que les enseña a los compañeros ahí mismo en el mismo video.
Belén escuchaba todo lo que decía la maestra, copiaba las cosas en el pizarrón y nosotros lo íbamos haciendo. Así fue cómo aprendí yo".
"Pensé que iban a decir 'esa vieja no sabe leer'"
Si bien María había escrito una carta para el segundo jefe de la embajada de Cuba en el país, Vladimir Mirabal Regueiro, que participó de la ceremonia en la que recibió el certificado del Yo sí puedo, no logró leerla en público, porque le ganó la timidez. "Yo aprendí a leer y escribir. Gracias por darnos esta esperanza de una vida mejor", puso en su misiva la humilde alfabetizada. Horas más tarde, le contó a PUNTAL: "Yo no me animé a leerla, porque me daba vergüenza tanta gente, pensé que iban a decir 'esa vieja no sabe leer'".
"Pero yo acá en mi casa leo. Me pongo a jugar con mis nietos y les enseño números, a escribir mamá y a conocer las letras. Cuando llego, me pongo a leer de nuevo los cuadernos. Me gusta mucho conocer las letras, cosa que antes no podía", concluyó.
"Al principio eran muy tímidos"
María Belén Gutiérrez (20) es la facilitadora de este grupo de adultos y dijo: "Estamos muy contentos, porque se graduaron estas tres primeras personas que no sabían leer ni escribir". Y agregó: "Al principio eran muy tímidos, pero después se fueron familiarizando. Se adaptaron a los videos y a la facilitadora. Y los resultados son muy buenos".
Carolina Fernández (30), una de las coordinadoras de la Casa Argentino Cubana, señaló: "Recién en diciembre tuvimos este espacio físico y pudimos arrancar con la alfabetización. Estamos felices de poder alcanzarles esta herramienta tan importante, que es la lectoescritura. Si no, ellos estarían aún más que excluidos".
Pablo Casero (30), vicepresidente de la Casa Argentino Cubana, eligió una anécdota para explicar este proceso. Dijo que una mujer que se alfabetizó a través del método
'Yo sí puedo', cuando empezó a deletrear descubrió la palabra pobres. "Ella se sorprendió y dijo 'ah, como nosotros'. Eso engloba todo lo que significa y se siente", dijo. Y agregó: "La gente comienza a comprender el mundo que habita y, a partir de ahí, puede llegar a transformarlo, desde su voluntad".
"Firmé cosas sin saber y algunos se aprovecharon para embromarme"
Hugo Rubén Gómez (43), vive en la calle López de Vega al 1574, del barrio Pueblo Nuevo. Es divorciado, tiene a su cargo a sus dos hijas de 15 y 17 años. Y, tres veces por semana, volaba de la bloquera en la que trabaja para ir a la Casa de la Amistad Argentino Cubana y participar del curso de alfabetización 'Yo sí puedo'. Así fue como en tres meses aprendió a leer y escribir.
"Yo era totalmente nulo, no sabía nada. Ni leer, ni escribir, ni matemática. Y ahora aprendí mucho, ya escribo y leo. Por ahí, me como alguna letra o me confundo si va con 'c' o 's' o con la 'v' o 'b'. Pero, por lo menos me hago entender. Estoy muy contento, porque me hacía falta esto. Antes tenía que andar preguntando lo que decía un papel, ahora ya no. Incluso, hasta empecé a mandar mensajes de texto con el celular", contó entusiasmado este hombre que dejó la máquina mezcladora cargada con cemento para contar su experiencia de aprendizaje, al tiempo que dijo que piensa encuadrar el certificado, que orgulloso apretaba entre sus manos.
De familia muy humilde, a Hugo le tocó trabajar desde niño y, por eso, no había podido aprender lo básico de la educación. Se crió en un campo de Santiago del Estero y perdió a su padre cuando tenía cuatro años. Sobre aquella abatida infancia, recordó:
"Cuando era chico fui un poco a la escuela, pero tuve que dejar, porque el colegio quedaba a 25 kilómetros. Cuando había problemas con los animales o si llovía, no se podía. Había que levantarse a las 4 de la mañana para poder ir a la escuela, si de viaje teníamos más de tres horas. Nosotros somos nueve hermanos y sólo dos pudimos aprender algo. Todo fue muy difícil, porque mi mamá se quedó sola con todos los animales para atender y los chicos para criar".
En cuanto a los motivos por los que decidió volver a las aulas, dijo: "Yo siempre trabajé por tanto y muchas veces me pagaron de menos. Y ésa es la bronca que uno tiene. Por eso es que empecé con esto, para que nunca más nadie se abuse".
"Uno se desenvuelve, sin saber nada, pero no es fácil. He firmado cosas sin saber qué eran y eso me trajo problemas, porque algunos se aprovecharon para embromarme.
Por eso yo quería aprender, para que no vuelva a pasar", insistió. Y agregó: "Es muy útil saber. Cuando me separé, se me complicó mucho, porque no tenía quién me leyera las cosas, después me ayudaron mis hijas, que me llenaban los papeles".
"Era como andar con los ojos tapados"
Hugo no pudo participar del acto en el que le iban a entregar el certificado del 'Yo sí puedo', porque debió quedarse en la fábrica a terminar el trabajo. En su reemplazo fue Vanesa, una de sus hijas. "Tenía que regar, limpiar y acomodar todo. Y no pude llegar", contó después en su casa. Y en cuanto al aprendizaje, dijo: "Con los videos es más rápido. Para mí es más fácil ver las letras. Cada una tiene un número. Lo mismo que teníamos en el cuaderno que nos entregaron, lo ponían en la tele. Yo entendía rápido y me acordada de las cosas".
"Siempre tuve la intención de volver a la escuela, pero nunca me había animado. Y ahora empecé a estudiar, gracias a que me vinieron a invitar. Un día que yo estaba trabajando acá en mi casa, porque además del empleo que tengo yo también hago por mi cuenta paredones y calzas para pozos", indicó.
Y acotó: "Yo sé el abecedario y junto las letras para escribir, eso fue lo que más me costó. Antes decía las palabras sin saber cómo se escribían. Era como andar con los ojos tapados, no tenía idea. Ahora que sé me gusta más escribir que leer".
"Yo no sabía ni firmar"
Graciela Noemí Pérez (32) cuenta con satisfacción que aprendió a leer y escribir con el programa 'Yo sí puedo'. Vive en la calle Alcalufe 2206 del barrio Jardín Norte y tres veces por semana iba a la Casa de la Amistad Argentino Cubana, que queda a unas 15 cuadras de su casa, para esbozar sus primeras letras.
"Yo no sabía ni firmar. Como no conocía las letras, las dos veces que tuve que firmar, que fue cuando me enrolé y cuando me casé, me agarraron la mano y me ayudaron a dibujar mi nombre", dijo esta mujer, madre de un niño de dos años.
"Yo hice un esfuerzo, porque quería aprender. No tuve vergüenza de ir a estudiar, porque no importa la edad para poder hacerlo. Cuando uno va con muchas ganas de aprender, aprende", señaló. Y agregó: "Me encantaba que me dieran deberes para la casa. Los hacía a la tarde, cuando llegaba mi esposo. Él me ayudaba, mientras tomábamos unos mates", dijo, al tiempo que comentó: "Antes usaba el teléfono celular sólo para hablar, pero ahora ya estoy empezando a mandar mensajes de texto".
Ilusionada, remarcó: "Estoy muy contenta. Y, como todavía soy joven, quiero seguir estudiando. Me gustaría que me enseñen a sumar. Yo ya me aprendí los números hasta el cien, porque me los enseñó mi marido, que terminó el secundario. Pero, necesito sacar cuentas, porque a veces uno va a pagar y no tiene idea de lo que le cobran".
"Ahora, escribo y leo. Y cada vez lo hago más rápido"
Sobre los tropiezos que tuvo en su infancia para estudiar, Graciela comentó: "Mi mamá nos dejó de mandar a la escuela por la mala situación en que vivíamos, fue justo cuando se enfermó mi papá. Y, después ya no pude volver. Se nos hacía difícil poder comprar los útiles y las zapatillas".
"Estoy chocha con lo que me enseñaron. Empecé a ir porque vinieron y me invitaron.
No sabía cómo me iba a ir, pero la verdad es que me gustó mucho. Belén, la facilitadora, tiene mucha paciencia para enseñar, incluso después de la clase se quedaba explicándonos", indicó. Y agregó: "Lo que más me gustó es haber podido conocer todas las letras. Por ahí, me equivoco, pero me defiendo. Ahora, escribo y leo.
Y cada vez lo hago más rápido".
Verborrágica, siguió: "La primera carta se la escribí a mi marido y a mi hijo. Después, hice otra para mi mamá. Todos estaban recontentos, no podían creer que hubiera podido aprender tanto en tan poco tiempo. A mi mamá se la leí yo, porque no ve muy bien y se puso muy alegre. Tanto mi mamá como mi esposo siempre me alentaron para que siguiera y me cuidaban el nene, para que no tuviera que faltar a las clases".
Esta mujer cree que ya se maneja mejor. Dijo: "Recién ahora veo cómo se llaman las calles. Yo antes iba al centro y no sabía ni por dónde andaba, porque no podía leer los carteles".
Asegura que recién ahora supo lo que era disfrutar de la enseñanza. Y lo trató de ilustrar: "La hora de clase se me pasaba volando. Cuando empezaba, me olvidaba de todo. Me ponía en eso nada más".
"Le voy a empezar a enseñar a mi nene, que el año que viene va a empezar la salita de cuatro. Quiero que él aprenda, porque es muy feo andar por la vida sin saber leer.
Sobre todo, uno que es pobre, más necesita saber", apuntó.
"Siempre tuve la ilusión de ir a aprender, pero recién ahora lo pude hacer. Quiero seguir estudiando. Necesito que sea así, porque no puedo ir a una escuela, donde son muchas horas y yo tengo que atender a mi hijo. Igual, con lo que aprendí, ya cambió muchísimo todo", concluyó.