sábado, 13 de marzo de 2010

RV: RV: Fw: LA PRESIDENTA SEXY (Absolutamente Imperdible!)

                                La  Presidenta  sexy
                                                                                          por  JUAN CARLOS VOLNOVICH

 (Psicoanalista)
  
En el momento de jurar como Presidenta de los argentinos, Cristina anticipó que, seguramente, a ella le iba a resultar más trabajosa su función por el hecho de ser mujer. No pudo avizorar, entonces, hasta qué punto la presidencia iba a convertirse en una misión imposible. No sólo por su condición de mujer, No por victimizarse detrás de una identidad devaluada, sino por ser mujer a su manera.

Mujer sin atenuantes que ejerce sin atenuantes el Poder.  Hay en eso algo más que una cuestión de estilo. “Mujer sexy en el máximo poder de la Nación” es un problema de estructura. Y tal pareciera ser que esa característica despierta un plus de odio. Se vuelve insoportable. De modo tal que esa ira visceral no se explica sólo como reacción a una política equivocada o respuesta indignada por la desilusión o la defraudación, no se agota en las razones.

Lo insoportable se funda en la evidencia de una mujer sexuada que ejerce el Poder sin disimulo: que no apela a los  estereotipos maternales que pudieran dulcificar su gestión.

En ella, ese amor hacia los hijos no se vuelve virtud pública. Cristina renuncia a una abnegación que bien  pudiera aligerarla y, así, tomar distancia de un modelo Bachelet o de un modelo Ángela Merkel, tan protectoras,  ellas; tan maternales, tan trajecito sastre, tan antídoto contra la lujuria. Lejos de instalarse en el camino de una  reina madre, de una reina virgen, elude ese otro prejuicio patriarcal que supone a las mujeres tontas pero sabias para  la intriga y, sobre todo, expertas en el usufructo vicario del poder masculino. No es una Isabelita, ni tampoco una Evita, gorrión del General, que vive sólo para él y por  él y que, llegado el caso, renuncia a los honores pero no a su puesto de lucha.

Cristina no es una Hillary Clinton frustrada en el momento de dar el gran salto. Tampoco una Margaret Tatcher o una Golda Meier virilizadas por la función y administrando el  poder de la misma manera que pudiera hacerlo un hombre.

Cristina es una mujer sexualmente atractiva, que tiene  hijos y tiene marido. (No un príncipe consorte ni un padrino protector). Y, además, ejerce el Poder Supremo de  la Nación y no elude, no seduce, no apela a las “malas  artes” femeninas, no se refugia detrás de los varones  poderosos y, para colmo, levanta el dedo como Lenin.

Ella  ejerce el Poder y nos hace saber en cada momento quién es  la que manda mientras genera como respuesta ese interrogante
airado de “¿Pero quién se cree que es?” Y no se trata  de una creencia ni de un problema ontológico. Ella no es  pero sabe muy bien que está en el ejercicio de la  Presidencia de la Nación y… nos lo recuerda.

De modo tal que  no son los enemigos los que cuentan. Después de todo  ¿qué político no tiene enemigos, adversarios,  contrincantes? Pero esa ira irracional que le hace perder la  compostura a la gente “bien”, ese exceso de  indignación, ese “no me la banco”, “no lo soporto”, “la detesto”, viene de otra parte.

Ese plus de odio  habita en aquellos que se sienten agraviados, testigos  involuntarios de valores mancillados.
Son las consecuencias, inevitables, de una estructura  patriarcal resentida en sus cimientos cuando una mujer sexy, no madre, no puta, no macho, nada tonta, se ubica en la  punta de una pirámide jerárquica.-
  

 05/03/10