lunes, 10 de mayo de 2010

La lucha de la SIP CONTRA la democracia

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Dibujo: Manuel Emiliano González  (Mordortoys)

 

Los amos de la Sociedad Interamericana de Prensa

 

 Normalmente, los grupos mediáticos hablan de la SIP

(Sociedad Interamericana de Prensa) como si

 fuera un organismo consultivo válido, una organización

 internacional como la ONU, la OEA o una ONG de derechos

 humanos que defiende la «libertad de prensa». Nada de eso.

 La SIP es un cartel de los grandes dueños de medios de

 comunicación del continente, un conglomerado de empresarios

 mediáticos que nació en el marco de la 2ª Guerra Mundial

 y se moldeó al calor de la Guerra Fría, para protagonizar

 una historia de defensa de intereses oligopólicos, alianza

 con los poderes imperiales y atentados contra la soberanía

 de los pueblos latinoamericanos.

 

 La acción de la SIP, en ese sentido, está debidamente

 documentada y se ha basado en el empleo de esquemas de

 desestabilización que, al resultar exitosos, han sido

 repetidos y son repetidos todavía hoy, en toda la región

 latinoamericana. En estas páginas reunimos algunos

 ejemplos, estudiados por periodistas latinoamericanos, de

 cómo este grupo de propietarios de los medios ha

 implementado una tradición de presión contra gobiernos

 democráticos, con resultados nefastos.

 

 Presentamos aquí los orígenes de la organización

 empresarial y su vinculación temprana con la Agencia

 Central de Inteligencia (CIA), así como casos puntuales de

 desarrollo de propaganda negra por parte de la SIP contra

 los gobiernos que han promovido la libertad y progreso de

 sus pueblos, en contraste con el silencio y la complicidad

 mostrados con regímenes dictatoriales de la región,

 disimulando incluso el encarcelamiento y asesinato de

 periodistas.

 

 En la última parte, intentamos exponer las manipulaciones

 que han permitido a la SIP no sólo continuar usurpando la

 representación del periodismo en la región, sino también

 abrogarse derechos que corresponden a las organizaciones

 sociales y no sólo a un puñado de poderosos propietarios

 de los medios. Para ello, hemos contado con la guía de

 dignos periodistas latinoamericanos que han luchado por

 rasgar las máscaras del poder mediático y han denunciado

 las perversiones de la actuación de la SIP, que han

 colocado a la gran prensa a espaldas de los pueblos.

 

 Esperamos que este sea un aporte, entre muchos otros, al

 desarrollo de la necesaria conciencia crítica en contra de

 las manipulaciones y desinformaciones de los amos de la

 prensa.

 

 La SIP y el panamericanismo

 imperial

 

 El germen de la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP) hay

 que buscarlo en el concepto del panamericanismo. Pero no en

 el panamericanismo bolivariano del Congreso Anfictiónico de

 Panamá, sino en el panamericanismo imperial.

 

 En la primera conferencia panamericana, celebrada en

 Estados Unidos (EEUU), en 1889, se moldeó un aparataje

 orientado a organizar reuniones de gobiernos, con la

 intención, según sus creadores, de incentivar la

 comunicación y la colaboración entre los países, en

 condiciones de igualdad. Sin embargo, estas reuniones

 respondían en realidad a la preocupación de Estados Unidos

 por delinear las manifestaciones de control imperial, en

 vinculación con las oligarquías locales.

 

 Este panamericanismo, de hecho, es entendido como una

 continuación de la famosa Doctrina Monroe de 1823, impuesta

 bajo el lema «América para los americanos», a través de

 la cual Estados Unidos declaraba que no permitiría a

 ninguna potencia no americana intervenir en el continente.

 

 Bajo tal signo ideológico, fueron celebradas estas

 conferencias en distintos países de la región y en 1923,

 en la Quinta Conferencia Panamericana, en Santiago de Chile,

 se planteó la necesidad de organizar una reunión sobre la

 prensa.

 

 Esa primera conferencia sobre la prensa se realizó

 finalmente en Washington, tres años después, y aun cuando

 los historiadores oficiales de la SIP insisten en señalar

 que se trataba de un congreso de periodistas, era

 esencialmente una reunión de empresarios. Así lo resalta

 el investigador Juan Gargurevich, en su libro A golpe de

 titular. CIA y periodismo en América Latina, cuando

 afirma que aquella era la primera vez que se reunían tantos

 propietarios de periódicos de América Latina. No está de

 más recordar que los temas tratados por las diferentes

 mesas (de la conferencia) no incluyeron los problemas de los

 periodistas mismos. A los norteamericanos les interesaban

 los dueños, no los empleados, escribe Gargurevich.

 

 Luego de esta conferencia inicial, se continúan efectuando

 reuniones en varios países, sin concretarse la creación de

 la organización, hasta que en 1943, en La Habana, tiene

 lugar la conferencia que funda la SIP.

 

 En ese momento gobierna en Cuba el famoso tirano Fulgencio

 Batista. El planeta estaba estremecido por la Segunda Guerra

 Mundial, y Estados Unidos y la Unión Soviética hacían

 sociedad para derrotar el fascismo. Este clima histórico,

 permeado por la existencia de un frente antifascista,

 permite que al fundarse la SIP se incluyan entre sus

 miembros, aunque de manera minoritaria, algunas

 publicaciones progresistas y de izquierda, entre ellas el

 órgano de prensa del Partido Comunista cubano, el diario

 Noticias de Hoy, fundado en 1938.

 

 Desde esa primera reunión de la SIP, las voces

 minoritarias progresistas intentan impulsar la unidad de los

 trabajadores de la prensa en la región y asumen el papel de

 denunciantes, en contra del papel jugado en América Latina

 por las grandes agencias de noticias, que actúan como

 reproductoras del mensaje imperial.

 

 Sin embargo, la historia cambia al finalizar la guerra. Ya

 en 1947 ha comenzado la Guerra Fría que enfrenta a los

 antiguos aliados -EEUU y Unión Soviética- se perfila el

 maccartismo en Estados Unidos y se crea en ese año la

 Agencia Central de Inteligencia (CIA), hecho que tendría un

 papel fundamental en lo que el periodista cubano Ernesto

 Vera llama el golpe CIA-SIP [1].

 

 Este golpe, que se consumó en el año 1950, fue promovido

 un año antes en Quito, en el V Congreso Interamericano de

 Prensa, por la delegación estadounidense, integrada por

 tres personajes claves: un representante del Departamento de

 Estado, Tom Wallace, y dos altos oficiales de la CIA, Joshua

 Powers y Jules Dubois. El trío era encabezado aparentemente

 por Wallace, pero en realidad el personaje central, como se

 demostraría luego, fue siempre Dubois, quien coordinó

 durante 15 años después la labor de la CIA-SIP en América

 Latina.

 

 Este trío plantea en Quito que la próxima reunión de la

 SIP tenga lugar en Estados Unidos, ya que los anteriores

 encuentros habían tenido como sede capitales

 latinoamericanas: México, La Habana, Caracas, Bogotá y

 Quito. Un grupo de latinoamericanos, entre ellos el

 periodista peruano Genaro Carnero Checa, se levantó contra

 la idea de escoger a Estados Unidos como país sede,

 asegurando que la discriminació n racial y política en ese

 país no permitía que existieran las garantías necesarias

 para celebrar allí un Congreso.

 

 La delegación norteamericana, luego de aceptar que la

 discriminación en su país era bochornosa, se comprometió

 a brindar las seguridades para la participación de todos

 los delegados, con independencia de sus ideas políticas.

 Finalmente, la propuesta se impuso y se aprobó que la

 reunión del año siguiente se realizara en Nueva York.

 

 Al regresar a Estados Unidos, Wallace entregó un informe

 al Departamento de Estado, titulado Background of

 previous Interamerican Press Meeting, en el cual queda

 al descubierto la maniobra. En ese documento, Wallace

 resaltaba que en la reunión de Quito habían alcanzado el

 éxito en los dos objetivos planteados por la delegación

 norteamericana: trabajar por una nueva constitución de la

 organización original y procurar que la próxima reunión

 se hiciera en suelo estadounidense bajo los auspicios

 privados de las publicaciones de Estados Unidos:

 

 «Tuvimos éxito en ambos propósitos sin tener que

 provocar la creación cismática de otra organización y

 dejar de esa manera en descubierto que la prensa de Estados

 Unidos había tenido que provocarla por no poder controlar

 la organización», explicaba Wallace a sus jefes, en el

 informe citado por Gargurevich. De esta manera, había

 comenzado a gestarse el secuestro de la organización.

 

 Las historias del tesorero

 

 Según la historia oficial de la SIP, 1950 fue el año más

 importante para la organización. Fue precisamente en ese

 año cuando se refundó la SIP y quedó conformada tal y

 como la conocemos ahora, sin la participación de las pocas

 publicaciones progresistas que inicialmente habían sido

 incluidas en la Sociedad. A partir de ese año, se hacen

 claros los objetivos que la CIA conferirá al funcionamiento

 de la SIP en América Latina.

 

 Pese a las garantías ofrecidas en Quito, los

 representantes de los órganos de prensa progresistas no

 fueron invitados a la reunión de ese VI Congreso

 Interamericano de Prensa. A algunos se les negó la visa de

 entrada a Estados Unidos bajo la acusación de ser

 comunistas. Cuando se quejaron ante los organizadores,

 Wallace les ignoró, indicándoles que la visa había sido

 negada por el gobierno y por lo tanto debían quejarse al

 gobierno.

 

 Hubo incluso quienes llegaron hasta el aeropuerto de

 Idlewild, sólo para ser detenidos y devueltos por las

 autoridades de Estados Unidos, previo interrogatorio del

 FBI. Tal fue el caso del cubano Carlos Rafael Rodríguez,

 quien representaba al periódico Noticias de Hoy,

 pero era además el tesorero de la SIP, reelecto por tercera

 vez consecutiva, y por esta misma condición viajaba con

 pasaporte especial.

 

 En una narración sobre este suceso, titulada «Crónica de

 una New York entrevista», Rodríguez cuenta cómo fue

 retenido en Ellis Island, tildado de peligroso por su

 ideología, considerado inadmisible en Estados Unidos,

 ignorado por la comisión organizadora del congreso y

 depositado por el FBI en una aerolínea venezolana que lo

 devolvería a Cuba. En esa crónica, Rodríguez describía

 con detalles las razones por las cuales a los gestores de la

 nueva SIP no les interesaba su presencia:

 

 «¿Por qué se me excluyó del Congreso?

 

 »Se sabía muy bien que yo iba a New York a denunciar

 todos los casos de violación de la libertad de prensa en

 América. Los organizadores norteamericanos, obrando al

 dictado de Washington, querían condenar sólo a un grupo,

 cargando la mano a aquellos gobiernos que no tienen el

 beneplácito del State Departament. Para mí Videla es igual

 a Perón, y la Junta Militar Venezolana no es menos culpable

 que Prío.

 

 »En segundo término se temía -y hacían bien en temerlo-

 que yo utilizara la tribuna del Congreso para protestar

 contra la vergonzosa intromisión del embajador de Estados

 Unidos en México, Mr. Thurton, en la libertad de prensa

 mexicana, a la que pretendió dictar una política de

 sometimiento a los intereses de Washington.

 

 »Estos hechos han sido denunciados por el ilustre

 periodista don Martín Luis Guzmán y por más de sesenta

 escritores mexicanos.

 

 »Por último no se quería que yo pusiera de nuevo en

 debate la tesis mantenida en Quito: la libertad de prensa en

 Estados Unidos no es más que formal. En el fondo la prensa

 norteamericana es un instrumento monopolista de las grandes

 empresas. Estas son las conclusiones a que arribó desde

 1947 una comisión de expertos nombrada por la Universidad

 de Chicago, y pagada por el ultraconservador Henry R. Luce,

 de la revista Time, y por la Enciclopedia Británica.

 Cuando dije estas cosas en Quito, Mr. Tom Wallace -que

 presidió el Congreso de New York- me contestó airado que

 quienes tal cosa decían eran un manojo de tontos. De esa

 manera calificaba nada menos que a Robert Hutchins,

 canciller de la Universidad de Chicago; a Archibald Mc.

 Leish, subsecretario de Estado; al profesor de Economía en

 Columbia, John M. Clark; al profesor Arthur M. Schlesinger,

 de Harvard, y a otros conocidos intelectuales yanquis. Pero,

 como le repliqué a Mr. Wallace: puede pensarse que los

 investigadores universitarios son tontos; sin embargo,

 aunque sabemos que en el Senado de Estados Unidos hay una

 buena dosis de tontos, no son tantos como para formar

 mayoría. Y fue la mayoría la que en el informe de la Small

 Plants Comité, corroboró las ideas de que son verdaderos

 monopolios los que rigen la prensa americana.

 

 »Para impedir que se plantearan estas cosas se me retuvo

 en Ellis Island. Pero además, los organizadores yanquis

 tenían un propósito adicional. Pensaban dar -y dieron- un

 golpe de estado. Reformaron los Estatutos de la SIP de modo

 ilegal. Establecieron -arbitrariamente- el voto por

 publicaciones dando una artificial mayoría norteamericana.

 Arrebataron a Cuba la sede permanente de la Sociedad para

 radicarla en New York. Han destruido, en resumen, la

 Sociedad Interamericana de Prensa como entidad

 independiente, transformándola en un simple aparato

 político al servicio de los objetivos internacionales de

 Estados Unidos. Para hacer esto les estorbaba la presencia

 de algunos delegados. Yo les resultaba especialmente

 indeseable. (Rodríguez, 1950).»

 

 En efecto, antes de la conferencia del año 50, los

 estatutos de la SIP estipulaban que cada país tenía un

 voto dentro de la Sociedad, independientemente de la

 cantidad de órganos de prensa afiliados. El cambio de

 estatutos permitió tumbar el esquema un país, un voto y

 sustituirlo por cada publicación, un voto.

 

 En un intento por maquillar este golpe, la historia oficial

 de la SIP señala que hasta ese año, las conferencias de la

 organización se celebraban bajo los auspicios del gobierno

 del país anfitrión, con lo cual las delegaciones se

 limitaban a sentarse y a votar por países, y los miembros

 no siempre eran periodistas. De acuerdo con el lenguaje

 oficial, fue entonces, para evitar estos patrocinios y

 hacerse independientes, cuando se tomó la decisión de

 modificar los estatutos. Sin embargo, lo cierto es que en

 términos prácticos Estados Unidos pasó de un voto a 424 y

 se alzó con la mayoría [2]. Es de suponer que estos 424

 votos componen el pequeño grupo de editores y directores de

 periódicos estadounidenses que se habían sumado a la SIP

 en 1946, de acuerdo con los historiadores oficiales de la

 patronal.

 

 Por eso Vera, en una entrevista ofrecida recientemente

 insiste en que, desde 1950 hasta nuestros días, hay una

 libertad de prensa secuestrada por el poder del dinero, de

 los recursos, y lógicamente sobre la base de una estrategia

 imperial: «Por eso digo que hay una mentira organizada y

 hay una verdad dispersa. Hay una mentira organizada, porque

 hay una estrategia imperialista y no hay una verdad

 organizada porque no tenemos todavía una estrategia

 antiimperialista. Eso funciona milimétricamente» .

 

 Voces dignas contra la SIP

 

 El golpe CIA-SIP generó malestar en Latinoamérica.

 Mientras la SIP repetía que representaba a los periodistas,

 cada vez se hacía más evidente el perfil de la

 organización, integrada por los grandes medios impresos

 conservadores de la región -marcadamente

 proestadounidenses- y guiada por intereses imperialistas y

 empresariales, pero no periodísticos.

 

 Este malestar incubado en América Latina se puso de

 manifiesto en la conferencia siguiente, celebrada en 1951 en

 Montevideo, Uruguay, donde representaciones del país

 anfitrión, Brasil, Chile, Perú y Argentina proclamaron su

 abandono de la SIP y suscribieron el Acta de Montevideo, en

 la que denunciaban que los propietarios de los medios se

 habían abrogado la función de determinar donde había o no

 libertad de prensa, cuando los que tienen derecho a ello,

 además de la sociedad, son los periodistas.

 

 Tras manifestarse en contra de este secuestro, el Acta de

 Montevideo indicaba que era preciso el nacimiento de una

 organización que agrupara verdaderamente a las asociaciones

 de periodistas, a fin de evitar que sus funciones siguieran

 siendo usurpadas por los dueños de los grandes medios [3].

 

 En su libro Breve historia de la SIP [4], el

 periodista Gregorio Selser registra entre las voces que se

 alzaron contra la SIP en 1951 al escritor y periodista

 venezolano Miguel Otero Silva, propietario de El

 Nacional de Caracas. En esa ocasión, Otero Silva

 reclamó que el cambio de estatutos aprobado en Nueva York

 violaba las normas más fundamentales de la organización,

 «dándole el carácter que ahora tiene: una entidad

 exclusivamente patronal de intercambio comercial,

 estrictamente controlada por los vendedores de papel, las

 agencias noticiosas y los buscadores de avisos que residen

 en Estados Unidos. Nada más inoportuno en ese ambiente que

 un periodista».

 

 Otero Silva denunció además como tendencioso un informe

 de la SIP en el cual, mientras se le dedicaba 80 o 90 por

 ciento de su contenido a relatar minuciosamente los

 atropellos cometidos por Perón contra la libertad de

 expresión, se tendía un piadoso y cómplice manto sobre

 las dictaduras latinoamericanas.

 

 En ese mismo informe, continuaba Otero Silva, aparecía el

 tirano nicaragüense Anastasio Somoza como un ángel tutelar

 de la libertad de pensamiento y se colocaban como arquetipos

 de la democracia al chileno González Videla y a los

 dictadores bolivianos. Mientras tanto, daba vergüenza ver

 en aquella asamblea de Montevideo a los esbirros

 intelectuales de Rafael Leónidas Trujillo bramando en la

 tribuna para decir que Perón era un tirano y que en su

 país, en cambio, se disfrutaba de una absoluta libertad de

 pensar, afirmaba indignado el escritor venezolano.

 

 En este libro de Selser, citado por el periodista José

 Steinsleger, aparece otro testimonio de denuncia contra la

 SIP, proveniente de sus propias filas. De acuerdo con

 Selser, en 1958 uno de los ex presidentes de la SIP, el

 mexicano Miguel Lanz Duret (1909-1959), director de El

 Universal, renunció a la organización cuando supo que

 la SIP había solicitado su inscripción como corporación,

 dando como sede la ciudad de Dover, en Estados Unidos. Con

 esta acción, para Lanz Duret, la SIP iría a depender, a

 todos los efectos jurídicos y legales, de las leyes

 norteamericanas, desmintiendo así su supuesta independencia

 y desvirtuando en los hechos la recomendable

 extraterritorialida d que le confería, por ejemplo, una sede

 anual móvil, distinto de la norteamericana.

 

 Más recientemente, en el año 2000, una posición similar

 tuvo que ser adoptada por el diario uruguayo La

 República y la revista Posdata, los cuales

 hicieron pública su renuncia a la organización empresarial

 al enterarse de que el antiguo director de prensa de la

 dictadura militar en ese país (1973-1985), Danilo Arbilla,

 había sido nombrado presidente de la SIP.

 

 La carta de renuncia a la SIP, firmada por el director de

 La República, Federico Fasano Mertens, y fechada el

 24 de octubre de 2000, reprochaba que la designación de

 Arbilla como presidente de una entidad que tenía entre sus

 principales objetivos declarados defender la libertad de

 prensa, constituía un insulto a la conciencia democrática

 de los pueblos americanos. «Su designación al frente del

 organismo que pretende velar por la libertad de prensa

 equivale a poner al zorro a cuidar el gallinero. Por todo lo

 antes dicho, el diario La República tiene el alto

 honor de renunciar, formal y públicamente, como miembro de

 esta Sociedad mientras el impostor continúe a su frente»,

 concluía la misiva.

 

 Mis amigos, los dictadores

 

 Como dice el periodista cubano Ernesto Vera, el terrorismo

 mediático tiene muchas manifestaciones. Aunque la mayoría

 de las veces se manifiesta en la acción de la SIP y sus

 afiliados, en no pocas ocasiones se manifiesta en la

 omisión. Los silencios de la SIP son igual de elocuentes,

 sobre todo cuando cubren sus alianzas con regímenes

 dictatoriales.

 

 En el año 2005, este denunciado ex presidente de la SIP,

 Danilo Arbilla, cargó contra el gobierno del entonces

 presidente Néstor Kirchner, a quien acusó de «manejar la

 publicidad de manera selectiva» y «tratar con

 desconsideración» a los medios de comunicación. Kirchner

 refrescó entonces el historial de Arbilla y recordó

 además al subdirector del diario argentino La

 Nación, Claudio Escribano, su complacencia con las

 atrocidades cometidas en Argentina durante la dictadura

 militar en ese país.

 

 Esta vinculación de los dueños de la gran prensa con los

 regímenes dictatoriales latinoamericanos ha sido

 suficientemente documentada y citada en numerosas ocasiones,

 para demostrar que las preocupaciones de la SIP no se

 dirigen a la defensa de las libertades, sino a la

 preservación de intereses empresariales y oligárquicos.

 

 En el caso Arbilla, éste había sido jefe de prensa de la

 última dictadura militar en Uruguay, que torturó y

 asesinó a ciudadanos uruguayos. De acuerdo al diario

 uruguayo La República, Arbilla fue designado en el

 cargo por el presidente Juan María Bordaberry y continuó

 desempeñando esas funciones luego de que el mandatario

 eliminara las instituciones republicanas contando con el

 respaldo militar, e incluso después de instaurada

 plenamente la dictadura.

 

 Así, el diario recuerda que Arbilla fue cómplice del

 decreto presidencial del 27 de junio de 1973 que prohibía

 expresamente la divulgación por la prensa de todo tipo de

 información que "directa o indirectamente mencione o

 se refiera a lo dispuesto por el presente decreto

 atribuyendo propósitos dictatoriales al Poder Ejecutivo, o

 pueda perturbar la tranquilidad y el orden públicos";

 durante su gestión entre 1973 y 1976, se clausuraron 173

 medios de comunicación -14 de estas clausuras fueron

 definitivas- y se intervino la Asociación de la Prensa

 Uruguaya (APU), la organización sindical de los

 periodistas. También fue desaparecido el subdirector del

 semanario Marcha, Julio Castro, y fueron encarcelados

 y torturados decenas de periodistas.

 

 Un personaje parecido, el dominicano Germán Ornés, era el

 presidente de la Comisión de Libertad de Prensa de la SIP

 que dirigía cartas preocupadas al presidente chileno

 Salvador Allende por falsas violaciones a la libertad de

 prensa. Este mismo Ornés fue señalado por investigadores

 de distintas nacionalidades de haber actuado como adulador

 del dictador de República Dominicana, Rafael Leonidas

 Trujillo.

 

 Otro ejemplo de la actuación de la SIP frente a las

 dictaduras lo encontramos en sus denuncias en el año 1974,

 cuando de acuerdo con la organización empresarial el peor

 enemigo de la libertad de prensa en el continente era el

 gobierno nacionalista peruano de Juan Velasco Alvarado,

 debido a las medidas de expropiación de la gran prensa.

 Mientras tanto, la brutal represión y el amordazamiento en

 las dictaduras de Chile, Argentina y Uruguay eran

 prácticamente ignorados por los amos de la prensa.

 

 Los golpes de la SIP

 

 En paralelo a su relación con gobiernos dictatoriales, la

 historia del cartel de la gran prensa americana registra un

 buen número de agresiones en contra de gobiernos

 constitucionalmente constituidos, en consonancia con los

 intereses imperialistas en la región. En este sentido,

 Gargurevich destaca la temprana conformación de un eje CIA,

 SIP y agencias de noticias, como parte de la estructura de

 dominación estadounidense, formando un poderoso aparato

 para los planes desestabilizadores en América Latina [5].

 

 Quizás el caso más emblemático de acción

 desestabilizadora de la SIP, haya sido el de su campaña de

 propaganda sucia contra el gobierno de Salvador Allende en

 Chile, derrocado en 1973 por la combinación de fuerzas

 reaccionarias chilenas y la CIA, a partir de la

 implementación de una fuerte guerra psicológica.

 

 El periodista chileno Hernán Uribe asegura que a lo largo

 de toda la historia de Chile, no hubo un período en el que

 reinara una libertad informativa de tal magnitud que incluso

 cayó en el libertinaje y en claras violaciones a la ética

 profesional, como en el período presidencial de Allende. El

 propio presidente Allende, en 1970, declaró a la agencia

 Prensa Latina que su gobierno estaría a favor de una

 irrestricta libertad de prensa, pero también propiciaría

 que todos los actores sociales y corrientes ideológicas

 tuvieran acceso a la opinión.

 

 «Actualmente, esos derechos están consagrados

 formalmente, pero su ejercicio en la práctica aparece

 restringido a sectores minoritarios que tienen una

 situación prominente desde el punto de vista financiero»,

 señalaba Allende, según un recuento hecho por el también

 periodista Ernesto Carmona. Sus palabras, obviamente, no

 podían gustar a los magnates mediáticos. Menos cuando

 Allende apuntaba hacia un tema central, al indicar que los

 medios en los regímenes capitalistas se convierten no en

 instrumentos de información, sino en instrumentos de

 desinformación de los intereses populares.

 

 Guiados por la CIA, los medios opositores chilenos, con el

 diario El Mercurio a la cabeza, no podían responder

 a la petición de Allende de informar en forma objetiva y

 mantener con hidalguía sus puntos de vista. Por el

 contrario, se dedicaron a difundir falsedades y a intentar

 dar una imagen de persecución a la prensa, echándole leña

 al fuego en el que cocinarían la dictadura pinochetista. De

 allí que Allende reclamara, el 12 de febrero de 1973: «Nos

 hemos visto obligados a señalar la falta de autoridad moral

 y el interés tergiversado de aquellos que se cobijan en la

 Sociedad Interamericana de Prensa. No nos inquieta la

 crítica. No sólo la aceptamos, sino que la reclamamos».

 

 Uribe resalta también que fue la CIA la encargada de

 manejar a la gran prensa chilena y a los afiliados de la SIP

 en una campaña de propaganda negra contra Allende, hecho

 corroborado por papeles desclasificados en Estados Unidos.

 En este marco, el diario El Mercurio, propiedad de

 Agustín Edwards, quien fungía como vicepresidente de la

 SIP, recibió los dólares suficientes para su campaña

 contra Allende, y llegó incluso a dejar de circular durante

 un día, alegando amenazas, «con el objetivo de armar un

 escándalo desinformativo que clamara `por el cierre' de

 El Mercurio».

 

 De acuerdo con el periodista chileno, las falacias fueron

 tales que la campaña denunciaba que se agrediría a la

 prensa cortándole el suministro de papel, cuando en

 realidad el gobierno no tenía relación en el negocio del

 papel, pues el productor monopólico de ese elemento era una

 empresa privada.

 

 En la investigación realizada por Gargurevich, se

 demuestra que esta campaña de desestabilización en el

 Chile de Allende incluía el deterioro de la imagen del

 gobierno de la Unidad Popular, tanto interna como

 externamente. Ese «frente externo» estaba conformado por

 los diarios miembros de la SIP. Las noticias eran redactadas

 por la CIA, difundidas por las grandes agencias de prensa y

 publicadas por los afiliados sipianos.

 

 La SIP llegó incluso a reunirse en Santiago de Chile en

 octubre de 1972, reunión a la cual Allende no se negó, a

 pesar de la oposición de diversos sectores chilenos,

 conocedores de las intenciones de la organización. Aquella

 reunión en la que de nuevo se «defendía la libertad de

 prensa» tuvo, por supuesto, una amplia repercusión

 mediática.

 

 El trabajo de la SIP y sus asociados en el derrocamiento

 del presidente guatemalteco Jacobo Arbenz, ocurrido en 1954,

 también ha sido develado por documentos de la CIA,

 desclasificados en 1999, y recogidos en el libro La CIA

 en Uruguay del historiador Roberto García [6].

 

 La investigación histórica hecha por García prueba que

 las prioridades propagandísticas establecidas por la CIA en

 contra de Arbenz eran de inmediato reflejadas por la prensa

 de derecha de Uruguay. Medios como El País y El

 Día publicaban editoriales sobre la «infiltración

 comunista» elaborados por la CIA, incluso con errores de

 traducción del inglés y descaradamente destacados por

 ambos periódicos con un solo día de diferencia.

 

 Las pruebas se encuentran en documentos como «CIA,

 Guatemala General Plan of Action» (Doc. Nº 135875, 12

 November 1953), que establece los contenidos esenciales del

 plan de desinformació n continental contra Arbenz; y «CIA,

 Hemisphere Support of PBsuccess» (Doc. Nº 913376, 16

 February 1954), que detalla los apoyos hemisféricos para el

 plan de desinformació n.

 

 Toda esta operación estaba coronada por la infaltable

 denuncia de la SIP sobre violación de la libertad de prensa

 en Guatemala. En su publicación oficial Press of the

 Americas (Num. 25, Vol. 1, marzo 1º de 1954), la SIP

 apoyaba sus preocupaciones en una conferencia de prensa

 ofrecida por Jules Dubois, presidente del Comité de

 Libertad de Prensa de la SIP, luego que el presidente Arbenz

 alertara que la prensa estaba fomentando una intervención

 extranjera en su país.

 

 De la misma manera, Gargurevich establece en su

 investigación los paralelismos entre la operación puesta

 en marcha para derrocar a Allende en Chile con la campaña

 que logró la derrota del primer ministro de Jamaica,

 Michael Manley, en las elecciones de octubre de 1980,

 acusadas de fraudulentas. Manley había sido señalado por

 Estados Unidos de inclinarse hacia el comunismo -con todo lo

 que eso significaba en el marco de la Guerra Fría-, tras

 establecer relaciones diplomáticas con Cuba, sumarse a los

 no alineados, elevar los impuestos a empresas

 transnacionales y declarar que su país se encaminaba hacia

 un socialismo democrático.

 

 En este caso, el papel que jugó El Mercurio en

 Chile fue adjudicado a The Daily Gleaner, que en 1979

 fue acusado por la Asociación de Prensa de Jamaica de

 asumir una conducta no profesional, y cuya feroz campaña

 contra el gobierno de Manley fue ampliamente reproducida por

 los diarios afiliados a la SIP.

 

 Es conocida también la vinculación CIA-gran prensa contra

 el gobierno sandinista en Nicaragua, denunciada en 1981 por

 los periodistas nicaragüenses; y en general contra los

 gobiernos nacionalistas, socialistas, progresistas en la

 región que tomen medidas que puedan afectar a los intereses

 de las oligarquías locales y de Estados Unidos.

 

 La propaganda negra continúa

 

 Luego de probar con éxito estos esquemas de propaganda

 negra contra gobiernos democráticos y populares, el eje

 CIA-SIP continúa aplicándolos en América Latina, siendo

 obvia su utilización en el caso de Cuba, Argentina, con la

 presidencia de Néstor Kirchner y Cristina Fernández de

 Kirchner; Bolivia, con el gobierno de Evo Morales; Ecuador,

 con el presidente Rafael Correa; y Venezuela, con la

 Revolución Bolivariana impulsada por el presidente Hugo

 Chávez.

 

 En el año 2005, el ex presidente de la SIP, Danilo

 Arbilla, denunciado por su vinculación con la dictadura

 uruguaya, cargó contra el gobierno del presidente Néstor

 Kirchner, al cual acusó de «manejar la publicidad de

 manera selectiva» y «tratar con desconsideración» a los

 medios de comunicación. La queja de Arbilla iba dirigida a

 la disposición del gobierno argentino de distribuir la

 publicidad oficial con criterio de equilibrio, entre los

 medios pequeños, medianos y grandes.

 

 Contra Evo Morales, en el año 2006, la SIP señaló que en

 Bolivia estaba en peligro la libertad de prensa ante el

 propósito de apoyar la formación de una red de medios

 comunitarias, a pesar de que estos medios constituyen una

 herramienta para la democratización de las comunicaciones,

 a través de la gestión de las propias comunidades.

 

 En cuanto al gobierno de Rafael Correa, el periodista

 ecuatoriano Alberto Maldonado ha denunciado que la SIP ubica

 al presidente Correa como «hostil a la prensa», sólo por

 sus expresiones para calificar a determinados medios y

 representantes de la prensa, frente a acusaciones y

 calificativos que estos han usado en su contra sin ninguna

 discreción.

 

 Sobre Venezuela, la SIP ha vertido numerosas acusaciones a

 lo largo del gobierno del presidente Hugo Chávez,

 reiterando el modelo de propaganda negra, según el cual

 estaría en peligro la libertad de expresión.

 

 En el caso de la aprobación de la Ley de Responsabilidad

 Social en Radio y Televisión -conocida como Ley Resorte- en

 el año 2004, la SIP, fiel a su precepto de que «la mejor

 ley de prensa es la que no existe», afirmó que esta

 legislación estimulaba la censura previa, cuando en

 realidad buscaba promover el derecho del pueblo a una

 información oportuna y veraz. Sin embargo, en abril de

 2002, la SIP avaló el golpe de Estado contra el gobierno

 legítimo de Venezuela y no se pronunció sobre el black

 out informativo de los canales privados el 13 de abril,

 ni sobre el cierre de Venezolana de Televisión durante el

 efímero gobierno de facto.

 

 Por otra parte, el lazo de la patronal de la prensa con los

 intereses de Estados Unidos ha quedado de nuevo en

 evidencia, como lo destaca Steinsleger, cuando el 13 de

 octubre de 2003, la entonces consejera de seguridad

 nacional, Condoleezza Rice, ordenaba en teleconferencia a la

 Asamblea General de la SIP que apoyara al gobierno de

 Gonzalo Sánchez de Losada, cuya dimisión pedían los

 bolivianos luego de una intensa represión policial.

 

 La SIP defiende el viejo orden

 

 La Sociedad Interamericana de Prensa no sólo ha desatado

 campañas en contra de gobiernos legítimos, sino que ha

 tocado también a organizaciones internacionales del propio

 sistema de Naciones Unidas, que se han puesto al lado de los

 pueblos latinoamericanos en la lucha por la democratización

 de las comunicaciones. Así ocurrió en los años setenta

 contra la Organización de las Naciones Unidas para la

 Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), cuando ésta

 promovía el derecho de los Estados a establecer políticas

 comunicacionales.

 

 En esa década, los países no alineados iniciaron un ágil

 movimiento exigiendo la creación de un Nuevo Orden

 Económico Internacional (Noei) que superara las injusticias

 del orden que prevalecía hasta el momento. Aparejado a este

 Noei, el Movimiento de los No Alineados, en su Declaración

 de Argel de 1974, proclamó la necesidad de un Nuevo Orden

 Mundial de la Información y la Comunicación (Nomic), que

 contribuyera a la democratización de las comunicaciones,

 utilizando entre otras fórmulas, la definición de

 políticas nacionales de comunicación. Denunciaba el Noal

 al sistema informativo existente como un instrumento de

 dominación.

 

 La respuesta de Estados Unidos contra esta propuesta fue

 inmediata y constituyó una cerrada defensa a la doctrina

 del libre flujo de la información [7], en lo cual de nuevo

 la SIP actuó como su aliada. A esa doctrina, los países

 del llamado Tercer Mundo oponían la exigencia de un flujo

 equilibrado, a través de la reestructuración de los

 sistemas de información y comunicación, contra la

 unidireccionalidad de los mensajes y la concentración

 mediática.

 

 Las denuncias contra ese «libre flujo» encontraron una

 aliado en el informe «Un solo mundo, voces múltiples»,

 presentado en 1980, resultado del trabajo de una comisión

 nombrada por la Unesco y presidida por el Premio Lenin y

 Premio Nobel de la Paz, Sean MacBride. En ese documento,

 conocido como Informe McBride, se exponía el desequilibrio

 del flujo informativo y se planteaba la necesidad de mayor

 justicia en el intercambio de información, así como de

 menor dependencia en relación a las corrientes de

 comunicación.

 

 La SIP se convirtió en una de las más feroces voces

 opositoras al Nomic y a la implementación de políticas

 nacionales de comunicación (PNC), en una actitud

 reaccionaria de lucha contra cualquier posibilidad de

 democratización de la comunicación, que lógicamente

 atentaría contra los intereses de los poderosos grupos

 mediáticos.

 

 El argumento central que alzaron en su ofensiva contra el

 Nomic fue el más trillado de toda la época de la Guerra

 Fría: ese nuevo orden olía a conspiración comunista y

 estaba impulsado por la Unión Soviética.

 

 Para frenar cualquier acción gubernamental que favoreciera

 la democratización comunicacional, la SIP se unió a otra

 patronal regional, la Asociación Interamericana de

 Radiodifusión (AIR). Ambas atacaron además en otro frente,

 al descalificar la acción de la Unesco, organismo que bajo

 la conducción del senegalés Amadou M'Bow había

 decidido impulsar el Nomic, estableciendo el vínculo entre

 comunicación y desarrollo. El acoso contra la Unesco no

 cesó hasta que Estados Unidos e Inglaterra anunciaron su

 retiro del organismo, denunciando la politización de este

 foro; y se obtuvo el nombramiento del español Federico

 Mayor Zaragoza, una figura considerada mucho más dócil

 ante los intereses dominantes. De allí que el investigador

 venezolano Oswaldo Capriles concluyera:

 

 «El castigo sufrido por Unesco es una de las principales

 lecciones que pueden sacarse en cuanto a la terrible fuerza

 que las organizaciones de agencias y medios noticiosos

 occidentales, en especial estadounidenses, tienen, no

 solamente en cuanto a capacidad específica para influenciar

 opinión a través de la tergiversación de la información,

 sino en cuanto a la capacidad para presionar directamente

 los gobiernos y obtener resultados políticos de tal

 gravedad en la escena de los organismos del sistema

 internacional de las Naciones Unidas». (1996, p. 42)

 

 Los encargados de esta campaña fueron principalmente

 The New York Times, las agencias de noticias AP, UPI

 y AFP, y sobre todo la SIP y la AIR.

 

 La acción de la SIP fue particularmente fuerte en 1976 en

 contra de la Conferencia de San José de Costa Rica, donde

 los gobiernos latinoamericanos se reunieron para debatir

 sobre políticas nacionales de comunicación. La SIP, al no

 haber solicitado el estatus de observador en la Unesco, no

 fue invitada a la reunión; sin embargo, la patronal

 emprendió una campaña asegurando que al no invitarla se

 rehuía el debate y, en un golpe de efecto, anunció una

 reunión paralela en San José, «bajo la gritona dirección

 de un periodista dominicano, ex portavoz del fenecido

 dictador Trujillo», como señalaba Capriles.

 

 En un análisis detallado de la campaña de la SIP y la AIR

 contra la Unesco, Capriles indica que ambas patronales

 lograron inundar la prensa del mundo con una guerra de

 opinión en la cual se impuso la idea de la existencia de

 una «tesis Unesco», inspirada por la «extrema izquierda»

 y atentatoria contra la libertad de expresión.

 Adicionalmente, los ataques se concentraban contra aquellos

 países que apoyaban la conferencia, mientras que en los

 grandes diarios disminuían las noticias negativas sobre los

 países que se mostraban dispuestos a colaborar.

 

 Los comunicados emitidos por la Unesco no eran publicados

 por casi ningún periódico, mientras que cualquier

 documento emitido por el llamado Comité para la Defensa de

 la Libertad de Información, creado por la SIP y por el

 International Press Institute (IPI) como uno de sus frentes

 de batalla, era reproducido en todos los medios afiliados.

 La campaña de la SIP era repetida en Estados Unidos por los

 periódicos del grupo Hearts y el New York Times [8].

 Entretanto, desde El Noticiero de la SIP, se

 mezclaban hechos sin conexión, acusaciones de

 antisemitismo, denuncias de maniobras de la «aplanadora

 rusa-Tercer Mundo» para arremeter contra la Unesco.

 

 Aunque una de las estrategias aplicadas por la SIP fue

 insistir en un supuesto complot contra la libertad de

 expresión orquestado por gobiernos de extrema derecha y de

 extrema izquierda, lo cierto es que como revela Capriles:

 

 

 «En los países de gobierno dictatorial

 existió de hecho un acuerdo tácito entre gobiernos y

 medios difusivos sobre la base de situaciones previas de

 entendimiento, lo que demuestra de paso que los medios

 comerciales no estaban exigiendo democracia o libertad, sino

 defendiendo privilegios oligopólicos para su actividad

 publicitaria, actividad que en cambio consideraban amenazada

 en aquellos países de régimen de democracia formal, por el

 hecho de ser en estos -o al menos en algunos de ellos- donde

 se había planteado el tema de las políticas de

 comunicación, como elemento necesario para un avance o

 perfeccionamiento de la democracia». (Capriles, 1996, p.

 57)

 

 Algunos de los acuerdos de esa reunión de Costa Rica

 consistían en crear una agencia latinoamericana y caribeña

 de noticias, establecer formas de cooperación para el

 desarrollo de las comunicaciones rurales, formar un consejo

 latinoamericano de comunicación social, exigir una

 circulación equilibrada de comunicación e información en

 el plano internacional y reconocer el derecho a la

 comunicación como derivado del derecho universal de

 expresión. Sin embargo, todos estos propósitos fueron

 abandonados por los gobiernos ante la fuerte presión

 mediática.

 

 Particularmente en Venezuela, la SIP encontró el apoyo de

 la patronal Fedecámaras, que el 3 de agosto lanzó una

 declaración en la cual hablaba sobre la necesidad de

 salvaguardar la libertad de expresión y alertaba contra el

 peligro totalitario.

 

 Desde entonces hasta ahora, la SIP se ha mantenido actuando

 contra los intentos de reivindicación del derecho a la

 comunicación y a la información veraz. Es por ello que a

 finales de los noventa, acusó al gobierno de Rafael Caldera

 de tener tentaciones totalitarias, buscando impedir que

 presentara su propuesta del derecho a la información veraz

 en la VII Cumbre Iberoamericana, reunida en la isla de

 Margarita, en 1997.

 

 En aquella cumbre, a pesar de la violenta oposición de la

 SIP, se aprobó por primera vez un párrafo que habla sobre

 garantizar el derecho a la información veraz, en el acuerdo

 38 de esa conferencia, que aún está vigente. Este

 principio encontró luego caminos más firmes en la

 Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, que

 consagra en el artículo 58 el derecho a la información

 oportuna, veraz e imparcial.

 

 El lenguaje de la SIP. ¿Libertad de prensa o libertad de

 empresa?

 

 En su lenguaje oficial, la SIP se esmera en utilizar

 conceptos que legitiman su comportamiento y la autoerigen en

 un referente a la hora de definir qué es la libertad de

 prensa y de decidir quién respeta esta libertad y quién

 no. No obstante, cuando hace esto, está incurriendo en la

 usurpación de un derecho colectivo de los pueblos y oculta

 en nombre de quiénes actúa verdaderamente esta

 organización patronal. Veamos algunos ejemplos:

 

 * La SIP se empeña en hablar como representante de los

 periodistas, pero como hemos visto, se trata de una

 organización empresarial que sólo representa a los dueños

 de los medios. Por lo tanto, no puede hablar en nombre del

 gremio periodístico, como lo han denunciado periodistas de

 todo el continente.

 

 * La SIP se abroga el derecho de decidir quién viola y

 quién respeta la libertad de expresión. Como advierte el

 periodista Ernesto Vera, la libertad de expresión es un

 derecho individual, del cual se deriva la libertad de

 prensa, pero en el tiempo de los medios masivos se convierte

 en un derecho colectivo. Es entonces un derecho de la

 sociedad y no de los dueños de la gran prensa. Dejarlo

 efectivamente en sus manos, es como si confiáramos que el

 derecho a la salud fuera defendido y definido sólo por las

 grandes clínicas privadas.

 

 Oswaldo Capriles, en su libro Poder político y

 comunicación, señala también que la SIP utiliza la

 libertad de prensa para presionar en la opinión pública.

 Al presentarse como los encargados de definir en cuáles

 países hay libertad de prensa y en cuáles no, consiguen

 mantener presionados a los gobiernos y presentarse ante la

 opinión pública con un valor que no tienen. Recuerda

 además que se nos oferta la concepción dominante de la

 libertad de expresión como un exclusivo privilegio de los

 dueños de los medios.

 

 En definitiva, ¿quién tiene derecho a la libertad de

 expresión, sino la sociedad? Es por eso que se denuncia con

 frecuencia la pretensión de la SIP de fusionar la libertad

 de prensa con la libertad de empresa, que no es más que la

 defensa de su capacidad de realizar negocios, tal y como lo

 expresa la Felap:

 

 

 «Siendo esta sociedad una agrupación nucleada

 con base en propietarios y editores de periódicos, la

 libertad de prensa que dice defender no puede ser otra que

 la libertad de empresa que necesitan sus miembros para

 participar en el comercio de la prensa y utilizar la noticia

 con una mercancía u objeto de consumo» (2006, p. 28).

 

 * La SIP pretende definir, sin la participación de otras

 instancias de la sociedad, qué es la libertad de

 expresión, un derecho que no les ha sido otorgado y del

 cual se han apropiado a partir de su poder económico. Esta

 pretensión de la SIP es muy clara en su Declaración de

 Chapultepec, en la cual se expresa una apología de un

 concepto de libertad de prensa que pretende una prerrogativa

 de los medios de difusión. La organización empresarial

 inició el proyecto de Chapultepec en 1994 y actualmente

 asegura que los diez puntos establecidos en la Declaración

 se han establecido como «el estándar reconocido mediante

 el cual el hemisferio mide la libertad de prensa y

 expresión». De hecho, aseguran que a partir de 1994, se ha

 tomado «un concepto abstracto», como el de libertad de

 expresión y se le ha dado una configuración que ha

 permitido que la gente ya no dé respuestas «confusas,

 esporádicas e incoherentes» cuando se le pregunta qué es

 libertad de expresión.

 

 * La SIP invariablemente se presenta como la defensora de

 la prensa independiente. Vistos los cuantiosos ejemplos de

 manipulación y desinformación, habría que preguntarse,

 ¿esa prensa es independiente de qué? Independiente de los

 intereses populares; dependiente de los dueños del dinero y

 del poder.

 

 * La SIP se opone duramente al concepto de información

 veraz, alegando que si lo aceptan tendrían que rendirles

 cuentas a los gobiernos, y que estos podrían censurar a la

 prensa al ser los que definan qué es la información veraz.

 Es esta una falsa dicotomía, porque es la sociedad la

 encargada de denunciar a los medios cuando mienten. El

 dilema no es SIP vs. Gobierno, sino SIP vs. Sociedad.

 

 * La SIP siempre se ha manifestado en contra de las leyes

 de prensa, defendiendo en su lugar el concepto de

 autorregulación. Sin embargo, el hecho de que alguien tenga

 dinero para poseer un medio de prensa que alcanza a

 centenares de miles o millones de personas, no lo coloca

 sobre la sociedad o al margen de la sociedad; igual debe

 responder y asumir una responsabilidad ética y social; si

 no, estaríamos ante la paradoja de un poder

 antidemocrático que actúa como contralor de otro poder,

 este sí democráticamente constituido, sin tener que rendir

 cuentas y sin posibilidad de ser cambiado.

 

 Habría que recordar, como lo hace Vera, que la prensa se

 apoya para su existencia en preceptos constitucionales que

 no se compraron con dinero, sino con el sacrificio y la

 sangre de todos los que lucharon por tener independencia.

 

 Poderosos, pero no todopoderosos

 

 A pesar de este historial de alianzas imperialistas,

 manipulaciones y desinformación, en los últimos tiempos

 gobiernos progresistas, de izquierda o revolucionarios, han

 logrado obtener victorias en procesos electorales en

 América Latina, aun en contra de la voluntad y la posición

 de los grandes medios de prensa, lo cual representa una

 derrota para los poderosos de la SIP. Esto evidencia, sin

 duda, un crecimiento de la conciencia crítica de los

 pueblos, aun cuando las campañas de propaganda negra

 continúan haciendo daño e intentando doblar la voluntad

 popular de avanzar hacia la transformación de nuestras

 realidades.

 

 Una idea defendida por Ernesto Vera, luego de años en el

 ejercicio del periodismo, es que los dueños de los medios

 son poderosos, pero no todopoderosos. Y su punto débil

 radica precisamente en que su mensaje ofende la inteligencia

 humana y no se identifica con la realidad de la inmensa

 mayoría de los destinatarios. Es por ello que aun con menos

 recursos, tecnológicos y financieros, es preciso insistir

 en la tarea de desarrollar la conciencia crítica sobre lo

 que significan esos medios y sobre quiénes son sus dueños,

 y los dueños de esos dueños.

 

 

 

 [1] Las informaciones y reflexiones aportadas por el

 periodista cubano Ernesto Vera surgieron de una entrevista

 personal realizada para este trabajo. Vera es presidente

 honorario de la Federación Latinoamericana de Periodistas

 (FELAP) y profesor del Instituto Internacional de Periodismo

 José Martí.

 

 [2] En 1950, la SIP tenía un total de 778 miembros, 424

 eran estadounidenses, 314 eran latinoamericanos y 22

 canadienses y europeos.

 

 [3] Para dar respuesta a este llamado, pasarían 25 años,

 pues fue sólo en 1976 cuando se creó la Federación

 Latinoamericana de Periodistas (Felap), bajo el principio de

 apoyar siempre el derecho de los pueblos a la información

 veraz. Para fundar la Felap fue fundamental la acción del

 combatiente periodista peruano Genaro Carnero Checa, quien

 logró que el presidente de México para ese entonces, Luis

 Echeverría, le diera apoyo al nacimiento de la

 organización. Hoy en día, las acciones y declaraciones de

 la Felap continúan siendo silenciadas por los grandes

 medios.

 

 [4] Las citas sobre este libro de Selser están recogidas

 por el periodista José Steinsleger, en el artículo «SIP:

 Mordaza de libre presión», publicado por el diario

 mexicano La Jornada, el 15 de octubre de 2006. Sobre

 este tema de la SIP, Selser también es citado con

 frencuencia por Juan Gargurevich. Steinsleger anota que si

 la SIP fuese una entidad realmente comprometida con la

 libertad, la independencia y la democracia, el edificio que

 en Miami alberga su sede debería llamarse Gregorio Selser

 (1922-1991), en lugar de Jules Dubois.

 

 [5] El investigador venezolano Oswaldo Capriles, en un

 libro titulado Poder político y comunicación, puntualiza

 que sin duda las agencias de seguridad estadounidenses han

 estado involucradas en la conformación de la SIP, aunque

 los dueños de los medios no necesiten mucha presión para

 mantener posiciones coincidentes con el complejo

 industrial-político-militar estadounidense, dado su lugar

 dentro de las élites dominantes. De allí se explica la

 tendencia ultraconservadora que otorga a la SIP.

 

 [6] Las notas sobre el libro de García fueron publicadas

 en el diario uruguayo La República, el 20 de agosto

 de 2007, bajo el título «La CIA ordenaba; El País

 y la SIP ejecutaban». La reseña del diario recuerda que

 Arbenz encabezó el segundo gobierno de lo que se llamó la

 primavera democrática en Guatemala y fue derrocado el 27 de

 junio de 1954, por una invasión de un ejército libertador

 organizado, financiado y armado por EEUU. «La operación de

 la CIA para derrocar a Arbenz se denominó 'Sucess'

 y fue la primera que incluyó la implementación de un

 aparato de construcción de opinión a nivel continental

 según la definición propia de los EEUU. La operación fue

 autorizada por el presidente de EEUU, Dwigth Einshower e

 instrumentada por el entonces canciller John Foster Dulles,

 y su hermano Allen, director de la CIA. Los hermanos Dulles,

 eran accionistas de la United Fruit Company, propietaria de

 enormes latifundios y plantaciones en Guatemala, afectados

 por la Reforma Agraria emprendida por Arbenz para darles

 tierra a los miles de campesinos e indígenas privados de

 ella».

 

 [7] Ya en la Conferencia Interamericana de Chapultepec,

 realizada en 1945, Estados Unidos había impulsado la

 aprobación de una resolución relativa a la libre

 circulación de noticias. Como destaca el periodista

 venezolano Eleazar Díaz Rangel, en su libro La información

 internacional en América Latina, estas resoluciones podían

 ser inobjetables en la letra, pero en la práctica «sólo

 beneficiarían al único país en capacidad de hacer

 circular todo tipo de mensajes comunicacionales, consciente

 del poder de la información». Un año después, en 1946,

 el Departamento de Estado informaba que un subsecretario de

 Estado se ocuparía de los asuntos de comunicación, con la

 función expresa de romper las barreras que se oponían a la

 expansión de los medios estadounidenses en el planeta,

 asumiendo la libertad de prensa como parte de la política

 exterior estadounidense.

 

 [8] La reportera del New York Times, Deidre Carmody,

 sostenía los argumentos de la SIP y se quejaba de la

 imposibilidad de presentar los alegatos de la UNESCO

 afirmando que no había sido posible contactar a ninguno de

 sus funcionarios en la conferencia de Costa Rica, cuando

 luego quedó al descubierto que no sólo no estaba

 acreditada como corresponsal para el evento, sino que

 tampoco se encontraba en San José.

 

 Referencias

 

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 comunicación. Caracas: Universidad Central de

 Venezuela.

 

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 Fuente original: http://www.pcv- venezuela. org/index. php?option= com_content& task=view& d=5905&Itemid= 1