jueves, 5 de agosto de 2010

Pergamino Impunidad para funcionario 007 "se busca Argentina humana pero no derecha

Donde el estado de derecho no llegó

 

por  Ricardo Ragendorfer      rragendorfer@miradasalsur.com

 

Pergamino es un paradigma de la impunidad. Como en otros puntos del país, hubo cómplices civiles de la dictadura. Tal es el caso del médico Jorge Ramella, que tiene prisión preventiva pero sigue atendiendo pacientes.

 

Dicen que el intendente de la ciudad de Pergamino, Héctor Cachi Gutiérrez, tenía una pequeña debilidad: las niñas púberes. Ello malogró en las elecciones legislativas de 2009 su candidatura a diputado nacional por el cobismo, luego de que la religiosa Marta Pelloni lo acusara de proteger la trata de personas en un prostíbulo de aquella zona, además de intimar allí con menores en situación de esclavitud.

 

Sin embargo, el polémico funcionario estaría ahora alejado de la pedofilia gracias al amor que le dispensa su nueva pareja, la señora Mariana Ramella.    Ella es hija del prestigioso médico Jorge Eduardo Ramella, principal accionista de la Clínica Pergamino y uno de los personajes más influyentes de dicha comunidad.

 

El problema es que el doctor está procesado con prisión preventiva por un delito de lesa humanidad cometido durante la dictadura. Pero bajo el amparo de su yerno, circula por las calles de esa ciudad como si las leyes de la democracia no existieran para él.

 


El 11 de febrero de 1977, María Delia Leiva fue secuestrada por un grupo de tareas en la localidad de San Martín; ella estaba con su pequeño hijo, Gabriel Matías Cevasco, de apenas tres meses, fruto de su unión con Enrique Cevasco.

 

Cuatro semanas después, en Pergamino, una mujer policía entregó el niño al matrimonio formado por Roberto Duarte y Margarita Fernández, quienes –a sabiendas de su orígen– lo anotaron como propio; para ello contaron con la inestimable colaboración del doctor Ramella, quien –también a sabiendas de su orígen– suscribió un certificado de nacimiento apócrifo fechado el 13 de febrero de aquel año a nombre de Ramiro Hernán Duarte.

 

Con tal identidad –y la consiguiente nebulosa sobre su pasado– transcurrió durante 26 años la vida de Gabriel. Hasta que, sacudido por un presentimiento, acudió a las Abuelas de Plaza de Mayo; ellas lo acercaron a la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi), en donde pidió los estudios del Banco de Datos Genéticos.   El 20 de octubre de 2002, aquel bebé convertido en botín de guerra durante la larga noche de la última dictadura se convirtió en el nieto recuperado número 70.    Ello también fue el punto de partida de una compleja causa judicial que tendría al doctor Ramella como uno de sus más conspicuos protagonistas.

 


El 10 de abril de 2010, la Sala II de la Cámara Federal de San Martín ratificó su prisión preventiva, aunque con el beneficio del arresto domiciliario.


Sin embargo, los medios de esa ciudad no mencionaron el asunto, tal vez en razón de la jugosa pauta publicitaria que la Clínica Pergamino les otorga. En cambio, uno de éstos –el diario local La Opinión– efectuó el 21 de julio pasado una amplia cobertura sobre la inauguración de un servicio de hemodinamia en ese sanatorio, destacando la presencia del mismísimo doctor Ramella, quien, además –según el sitio web de la clínica–, atiende allí a sus pacientes todos los martes y jueves.


Tales publicaciones prueban de modo palmario la sistemática violación por parte de Ramella de su arresto domiciliario.
   Y su complemento: la tolerancia de las autoridades policiales, las cuales, según parece, no desean entrar en conflicto con el poderoso yerno del encausado, quien a todas luces sería el garante de su impunidad.


Lo cierto es que el doctor Ramella encarna un paradigma muy particular de la complicidad civil durante los años de plomo: pese a que él no perteneció de modo orgánico a la estructura represiva del Estado, sí cometió en su nombre un delito aberrante.
   Y su anclaje en el presente no es menos metafórico: tolerado por la mayoría silenciosa de una pequeña urbe en la que todos se conocen y con el sostén de un poder político cuya cabeza visible también ha rozado formas no menos aberrantes del delito, el ya anciano médico habita un territorio en el que la Justicia aún no llegó.