viernes, 24 de septiembre de 2010

Celia un huracàn militante. Por Nestor Kohan

Sent: Wednesday, September 10, 2008 4:11 PM

Subject: Celia un huracàn militante. Por Nestor Kohan

 

Celia era màs que un huracàn, era un torbellino de ìdeas revolucionarias acordes a los tiempos que se viven. Hay una parte del texto donde el autor describe sobre Celia: Sòlo los mediocres necesitan aferrarse a la formas porque carecen de contenido"....... Yo añadarìa "porque carecen de ideologìa y determinaciòn propia"

Muy bueno el artìculo, recomiendo leerlo porque identifica a Celia Martha tal cual fue ella.

Gracias Chàvez por acordarte de Celia, su hemano y el Dr Hart  ahorita, que te estoy escuchando por la tele.

Saludos Felicia


Celia, un huracán militante

Por Néstor Kohan

Es una pérdida enorme. Nos parece mentira. Celia Hart Santamaría acaba
de fallecer junto con su hermano Abel en un accidente automovilístico
en La Habana. Nos enteramos anoche. Pablo Kilberg, incansable amigo de
la revolución cubana y de Celia (que son lo mismo), nos llamó y nos
dio la triste noticia. ¡Justo ahora, cuando ella hacía más falta que
nunca! Mucha impotencia. Una sensación muy fea en la boca, en la
garganta, en el estómago.

Todo el mundo la presenta como "la hija de". No está mal. Su mamá fue
Haydeé Santamaría Cuadrado [ 1922-1980] , militante revolucionaria,
emblema y símbolo de la revolución cubana, compañera de Fidel Castro
desde los primeros días, asaltante del cuartel Moncada, fundadora de
Casa de las Américas. Su papá, Armando Hart Dávalos [1930-] ,
dirigente histórico de la revolución cubana, fundador del Movimiento
26 de julio también junto a Fidel, ministro de educación de la
revolución e inspirador de su célebre campaña de alfabetización.
Además de sus padres, Celia contaba entre sus familiares con Abel
Santamaría Cuadrado [1927-1953], colaborador político de Fidel desde
antes del golpe de estado de Batista, luego asaltante del cuartel
Moncada, capturado vivo, torturado y asesinado por la dictadura de
Batista.

Pero Celia era mucho más que "la hija de" o la "sobrina de". Tuvo,
tiene y tendrá una luz y un brillo propio. ¿A quien le cabe duda?

Trabé relación con Celia a través de su padre. Fue Armando quien más
nos insistió con la necesidad de conocer a Celia. Había entre ambos,
padre e hija, una relación muy fuerte, afectiva y emotiva pero también
intelectual y política. Todo escritor, cuando escribe, tiene en mente
un diálogo con alguien. Me animo a decir que Armando era uno de los
interlocutores imaginarios de Celia, al igual que Fidel Castro.
Siempre tenía en mente sus opiniones, en un diálogo real o imaginario.
Cada vez que Celia me escribía, confesaba: " me imagino lo que estará
pensando mi padre " o " lo que debe pensar Fidel de esto que estoy
diciendo ", " estoy segura que a Fidel le debe encantar ".

Llegué a Celia por intermedio de Armando. Hace más de una década, en
medio del desierto moral e intelectual de los años '90, durante el
reinado feroz e implacable del neoliberalismo en todo el mundo,
Armando Hart nos escribió después de leer un trabajo sobre Marx y el
tercer mundo publicado en la revista Casa de las Américas.
Entusiasmado como un chico, nos envió una conferencia suya sobre el
Manifiesto comunista . Al intercambio de cartas y trabajos siguió el
encuentro personal, gracias al amigo y compañero Fernando Martínez
Heredia, igualmente guevarista como padre e hija.

  El vínculo con Armando se estrechó. Él nos prologó un libro sobre el
marxismo latinoamericano que lamentablemente hasta ahora no se publicó
en Cuba (aunque ya estaba diagramado y listo). Tuve a su vez el honor
de prologarle un libro suyo sobre Marx, Engels y la condición humana .
Luego, en una de sus visitas a la Argentina, Armando Hart vino como
expositor a la Cátedra Che Guevara. En esas conversaciones con el
padre, además de Martí, Ingenieros, la Reforma Universitaria, Mella,
Guiteras y Fidel, de Marx y Engels, del Che y Freud, siempre salía el
tema de su hija Celia. Era recurrente. Armando le tenía una admiración
que jamás ocultó. Nos decía, una y otra vez: " Celia es como Haydeé
[la mamá de Celia] , pero ahora en tiempos del posmodernismo" .

La primera vez que la vi, Celia no comenzó hablando de la revolución
latinoamericana, de Fidel, del Che o de Lenin, Trotsky y los
bolcheviques. ¡No! Cuando todavía no habíamos abierto la boca, las
primeras palabras que nos dijo, con una sonrisa amplia de oreja a
oreja, fueron: " Estoy muy celosa de tu relación con mi padre" . Así
era ella, tremendamente irónica y tierna al mismo tiempo,
profundamente humana, muy querible por sobre todas las cosas. La
antítesis viviente del "aparato" impersonal que transforma la política
de los revolucionarios en algo desalmado, frío, administrativo,
burocrático. Repleta de afecto, de ternura, de humanismo, podíamos
discutir sobre cualquier problema de la coyuntura latinoamericana, de
Chávez, del futuro de Cuba, de los gusanos de Miami o de lo que sea, y
en la mitad, siempre, invariablemente, intercalaba una broma, un
chiste, una ironía o una alusión inesperada a un amor suyo, amigo mío.
Celia hablaba, intervenía y escribía desacralizando, rompiendo los
moldes y las consignas efectistas de volante, desoxidando las formas
pétreas de los discursos acartonados y mustios de la izquierda
tradicional. Era un torbellino de ideas. Hablaba a una velocidad
increíble, a veces difícil de seguir. Generaba mucho entusiasmo en los
jóvenes. Lo he comprobado en Cuba y también en Argentina. (hace muy
poco tiempo, hermanos chilenos me decían que pensaban invitarla al
país trasandino).

En estos años conversamos sobre muchas cosas, sobre acuerdos mutuos y
también sobre matices diversos. Cuando la discusión se ponía fuerte,
Celia me disparaba con una sonrisa: " Bueno, tú sabes que yo soy
física de profesión ". Y ahí afloraba la risa. Nos aflojábamos y
entonces seguíamos.

Celia jugó un papel enorme en la batalla de las ideas de los últimos
tiempos, dentro y fuera de Cuba. A mi modesto entender, la palabra de
Celia Hart fue muy útil y muy eficaz. Sirvió, como decimos en
Argentina, para "abrir cabezas", es decir, para hacer pensar. ¡Celia
ayudó a pensar! Provocó a las distintas tribus de la izquierda
latinoamericana obligándolos a escucharse mutuamente (una tarea nada
fácil, por cierto).

A los comunistas tradicionales, formados en el mundo cultural de la
Unión Soviética, los empujó contra la pared y los obligó a abandonar
los prejuicios infundados y a leer, por fin, al "innombrable" y
"demoníaco" León Trotsky, tantas veces borrado de fotos y de historias
por la censura y también por la autocensura de varias generaciones
educadas en el stalinismo. Aunque sea para discutirle, tuvieron que
ponerse a leer a Trotsky. Alguno que otro reaccionó con encono, pero
la mayoría adoptó otra actitud más suave y racional, tomó como un
desafío el planteo de Celia y a partir de allí hubo que volver a
pensar y repensar viejos dogmas, hoy apolillados y completamente
ineficaces. ¿Quién podía acusar a Celia de desconocer el mundo
cultural y político del Este europeo, afín a la URSS, aquel que se
cayó con el muro de Berlín, si ella había vivido años y había
estudiado física, precisamente, en la República Democrática Alemana
(RDA)? ¿Quién podía acusar a Celia de ser "contrarrevolucionaria",
"quinta columna" o vaya uno a saber qué, si ella amaba —no sólo
admiraba sino que amaba— a Fidel Castro?

A los trotskistas, latinoamericanos pero también europeos, Celia los
increpó y les habló de Fidel y del Che sin pelos en la lengua, con
argumentos políticamente rigurosos y también con amor. Les dijo, una y
otra vez, que el internacionalismo no se declama en panfletos y
revistas universitarias o en la retórica de salón, que la revolución
cubana envió casi medio millón de combatientes internacionalistas a
Angola y a toda América Latina. Celia los obligó a reclamar por la
libertad de los cinco revolucionarios cubanos encarcelados en EEUU.
Los interpeló, cada vez que pudo, para que abandonen fórmulas
cristalizadas y puedan mirar con otros ojos, no tan prejuiciosos, a
Cuba y a su revolución.

En el caso del maoísmo, algunos de sus dirigentes estaban muy enojados
con Celia por sus críticas a Stalin (figura también cuestionada, dicho
sea de paso, por Armando Hart Dávalos en un trabajo suyo donde comenta
la famosa biografía de Isaac Deutscher, autor que le dio a leer a su
hija desde muy joven). En la Habana, al secretario general de un
partido maoísta argentino le presentamos a Celia para que conversara
personalmente con ella y pudiera de esa forma comprender quien era y
cómo pensaba, más allá de sus artículos, tal vez de esa manera se
romperían algunos prejuicios.

Insistimos. La gran virtud de Celia ha consistido en que sus
intervenciones, no siempre planificadas ni calculadas con serenidad
(lo cual le generó no pocas angustias y dolores de cabeza cuando la
prensa burguesa intentaba manipularla o tergiversarla), obligaron a la
izquierda a pensar. ¡A pensar! Esa actividad no siempre practicada
cuando la pretendida "ortodoxia" del marxismo (sea cual fuera la
familia ideológica en cuestión, se pertenezca al guetto que se
pertenezca) se transforma en un salvoconducto para rumiar y repetir
frases hechas, sin reflexión propia ni pensamiento crítico.

En el mundo cultural de las izquierdas Celia era mirada como una "rara
avis". ¿Fidelista trotskista? ¿Crítica de la burocracia y el mercado y
defensora a muerte de la revolución cubana? ¿Guevarista encendida que
no acepta participar de homenajes oficiales e institucionales al Che?
¿Cómo es eso? ¡Qué me lo expliquen!... habrá pensado más de uno.

Lo que sucede es que las masacres y los genocidios militares de
América Latina, perpetrados bajo mandato del imperialismo
norteamericano, no sólo quemaron cuerpos y desaparecieron personas.
También quemaron libros y pretendieron desaparecer pensamientos.

La propuesta iconoclasta y, en un punto, ecuménica, de Celia no partía
de cero ni era producto de una nueva fórmula alquimista. Era un punto
de llegada. Antes que ella lo propagandizara con su prosa tan
personal, donde el brillo literario no era indiferente a la danza de
las musas, otros compañeros habían intentado conjugar esa síntesis de
tradiciones culturales y políticas diversas.

Por ejemplo, Michael Löwy, en su libro El pensamiento del Che Guevara
de 1970 (ediciones varias), había intentado reivindicar al Che en su
integridad —no sólo como guerrillero heroico sino también como
pensador marxista de alto vuelo—, defender la revolución cubana y
promover el guevarismo sin dejar de inspirarse en León Trotsky, en
Rosa Luxemburg, en el joven György Lukács. Muy cerca de Löwy, el
compañero Carlos Rossi [seudónimo] escribió dos años después, en 1972,
La revolución permanente en América Latina (se puede consultar en
http://amauta.lahaine.org ). Allí Rossi analizaba toda la historia
contemporánea de nuestra América desde las teorías del desarrollo
desigual y combinado y la revolución permanente, mientras hacía suya
la estrategia de lucha armada a escala continental de la revolución
cubana y el guevarismo. Dos antecedentes inequívocos de las propuestas
y los ensayos políticos de Celia.

Cuando Celia nos pidió el año pasado, en junio del 2007, que
presentáramos en Argentina su libro Apuntes revolucionarios. Cuba,
Venezuela y el socialismo internacional ([Buenos Aires, Fundación
Federico Engels, 2007], colección de artículos suyos de internet, en
gran parte publicados por nuestro común amigo y compañero Luciano
Alzaga, quien mucho contribuyó a difundir el pensamiento de Celia y a
hacerla conocida fuera de Cuba) se lo dijimos públicamente. Allí
recordamos esos dos trabajos "olvidados", previos al libro de Celia y
precursores con treinta años de distancia del de ella. Lejos de
cualquier petulancia o autosuficiencia, tan común entre algunos gurúes
de la izquierda académica, ella ni se ofendió ni se enojó. No
pretendía descubrir por enésima vez la pólvora. Con humildad extrema,
casi exagerada, Celia respondió que ella se consideraba una "recién
llegada" al mundo de la teoría política y social y reconocía que sus
planteos hetorodoxos (se los mire por donde se los mire) no nacían de
la nada, sino que prolongaban una tradición previa.

¡Esa era Celia! Ese gesto la pintaba de cuerpo entero. No necesitaba
vanagloriarse de nada. Sencillamente porque tenía mucho para decir.
Sólo los mediocres necesitan aferrarse a las formas, porque carecen de
contenido propio. Esa noche, en la presentación de su libro, casi
doscientos jóvenes desbordaron el lugar. Celia terminó hablando
encaramada a una mesa, rodeada de un mar de militantes de diversas
tribus de izquierda (no sólo argentina, hasta sandinistas había y
Celia discutió con ellos, sin dejar de reivindicar la revolución de
1979). Ella sola logró reunir las diversas capillas de nuestra
dividida izquierda, luego de años y años de hegemonía populista,
reformista y posmoderna.

El propio Löwy hace referencia a Celia en su última investigación
sobre el Che y el guevarismo actual. Cuando el investigador brasileño
nos envió los borradores de un capítulo de su libro para recibir
sugerencias y opiniones, le preguntamos: "¿No vas a incluir entre los
guevaristas actuales al Frente Patriótico Manuel Rodríguez (FPMR) de
Chile? ¿Y a Celia en Cuba?". Igualmente, con la misma humildad, el
historiador e investigador los incluye en la edición final. Sobre
ella, Löwy hace referencia allí a " los escritos fogosos de Celia Hart
" destacándolos entre las últimas expresiones del guevarismo
contemporáneo (Véase Michael Löwy y Olivier Besancenot: Che Guevara:
una braise qui brûle encore [Che Guevara una brasa que todavía quema]
París, Mille et une nuits, 2007. Capítulo "La herencia guevarista en
América Latina". p. 153). Cuando ese libro ganó la calle, sus dos
autores, inspirados en Trotsky pero también en el Che Guevara, fueron
acusados inmediatamente —como si fuera algo gravísimo— de
"guevaristas"...

Irrefrenable, repleta de entusiasmo militante, Celia escribía siempre
con urgencia. Mandaba a sus amigos sus textos pidiendo observaciones
de última hora, preguntaba en qué página de qué libro se encuentra tal
o cual cita y así discutíamos, con franqueza, con lealtad,
fraternalmente, sin dobles mensajes, sin calcular favores
institucionales o conveniencias mezquinas.

El último intercambio que tuvimos fue sobre una subvariante del
trotskismo argentino: el morenismo, corriente que la invitó por última
vez a nuestro país. Cuando nos pidió nuestra opinión, volvimos a
reiterarle lo que siempre le habíamos manifestado. Desde una posición
de respeto por la abnegación de una militancia muchas veces
sacrificada, considerábamos inocultable, y así se lo transmitimos a
ella, la enorme distancia que separaba en el morenismo una retórica
altisonante y una escritura encendida de una prolongada historia
mundana, terrenal, en gran medida reformista. Le proporcionamos
ejemplos concretos de la historia argentina que Celia no tenía porqué
conocer. Conductas no siempre dignas ni decorosas que, a nuestro modo
de ver, no derivaban de la "maldad" y menos de la "traición"
individual de tal o cual dirigente político —por lo general esforzados
y muy sacrificados— sino de una concepción y una estrategia política a
nuestro modo de ver errónea, muchas veces acríticamente institucional
y electoral.

A partir de este ejemplo puntual y de muchos otros interrogantes
compartidos durante años, con Celia conversamos sobre las polémicas
históricas que en su oportunidad enfrentaron a los partidarios de
Nahuel Moreno con los de Mario Roberto Santucho, asesinado por la
dictadura militar en 1976 (uno de los principales líderes del
guevarismo en Argentina y en el cono sur latinoamericano —donde
compartió trincheras y organizaciones con el chileno Miguel Enríquez,
el uruguayo Raúl Sendic y los hermanos bolivianos Inti y Coco Peredo).
Celia siempre me repetía la misma frase, me lo transmitió oralmente,
cara a cara, en más de una conversación, y también por escrito: " Tú
sabes, querido Néstor, que mi partido es el del Che Guevara y el de
Robi Santucho ". Nunca me lo dejó de repetir.

Celia tenía insistencias. Una de ellas era la necesidad de diálogo
real y unidad concreta entre las diversas izquierdas. No unidad con
fracciones del poder sino unidad de las izquierdas, donde las
diferencias no siempre son contradicciones antagónicas.

Por ejemplo, cuando en septiembre de 2007 el Colectivo Amauta y la
Cátedra Che Guevara organizaron un corte de avenidas (Callao y
Corrientes, en pleno centro porteño) y una clase pública en defensa de
los presos políticos, Celia no falló. Junto a mensajes recibidos de
todo el mundo, la extensa, emotiva y comprometida carta que Celia nos
envió por los presos representó con dignidad la voz cubana en esa
actividad unitaria, donde convergían corrientes muy diversas. Celia
actuaba eludiendo cualquier tentación de guiarse por la razón de
Estado. No tenía en mente ni priorizaba las relaciones diplomáticas
entre el Estado de su país y el gobierno de Kirchner, sino que estaba
más preocupada por la situación de los presos políticos argentinos
entonces en huelga de hambre. Era lo más lógico.

Más tarde, el Colectivo Amauta y la Cátedra Che Guevara lanzaron la
iniciativa de organizar un Seminario Guevarista Internacional para
junio de 2008. Celia nos volvió a escribir. Nos contó que la habían
invitado para inaugurar un monumento oficial al Che en la ciudad de
Rosario (Argentina), donde junto a sectores de izquierda también
concurrirían otros afines al gobierno de Kirchner y a corrientes de la
socialdemocracia local. Según ella nos dijo, no aceptó aquella
invitación. Nos aclaró que ella no buscaba lucirse haciendo "portación
de apellido prestigioso". Tampoco quería contactos oficiales del
gobierno argentino ni le interesaban. Optó por apoyar la iniciativa
del Seminario Guevarista Internacional pero con un planteo propio. Se
ofreció a participar personalmente (viaje que no se pudo concretar
pues los organizadores no oficiales no contaban con dinero para su
pasaje) y además prometió batallar por convencer a los numerosos
nucleamientos inspirados en el trotskismo para que apoyen la movida
que se hacía en defensa del Che y de la revolución cubana. Le
aclaramos que probablemente esas organizaciones no apoyarían, pero
ella insistió y trató de convencerlos. Así se lo hizo saber a varios
compañeros a quienes les envió cartas con sus reclamos. Delante de
varias organizaciones piqueteras leímos su adhesión al evento, con
gran entusiasmo.

¿Por qué Celia apoyó esta otra iniciativa? ¿Habrá sido por amistad
personal? Sinceramente no lo creo. Estoy seguro que también tenía
muchos amigos y admiradores en las filas afines al acto oficial.
Quizás nos equivoquemos, pero sospechamos que su intención apuntaba
siempre a sacar al Che del póster y la estatua, para recuperarlo como
quien fue realmente, alguien indomesticable, que no generaba suspiros
condescendientes o nostálgicos sino enojos, diatribas e incomodidades
en la sociedad oficial y en las corrientes reformistas que tanto lo
denostaron.

En la última conversación que mantuvimos antes de este desafortunado
accidente, Celia me llamó por teléfono desde Buenos Aires. Había
estado pocos días en Argentina. Cuando me dijo que no iba a poder
participar esta vez de la Cátedra Che Guevara la insulté
cariñosamente, dada la confianza mutua que teníamos. Pegó una
carcajada. Volvió a pedir disculpas y de ahí en más la conversación
derivó hacia los problemas de la política argentina y el debate
latinoamericano sobre la insurgencia colombiana y los ataques de
Uribe. Celia tampoco vaciló en ese tema. Empezó con el entusiasmo de
siempre a defender a los hermanos y hermanas de las FARC colombianas y
nos planteó su convencimiento de que hoy más que nunca la izquierda
latinoamericana en sus diferentes variantes y grupos debería apoyar a
la insurgencia. La interrumpimos recordándole que los teléfonos en
Argentina están intervenidos por la policía y no convenía discutir
sobre ese tema de esa manera. Se rió mucho cuando le dije que
recordara que no estaba en Cuba, y que era mejor que retomara las
prácticas de los tiempos en que su mamá y su papá tenían que cuidarse
de los cuerpos represivos y de inteligencia. Ese fue nuestro último
diálogo, hace apenas pocos días.

Así fue siempre Celia. Un tanque vietnamita ingresando en la embajada
yanqui, un tanque soviético tomando por asalto Berlín. ¡Imparable!
Nada la detenía. Un huracán de energía militante.

Nunca asumió ni le interesó una posición "decorativa". Podría haber
vivido cómoda, disfrutando, ajena a la política, de sus apellidos
prestigiosos. Esa opción no la sedujo en lo más mínimo. Es más, estoy
seguro que la despreciaba. Siempre su interés era militante, incluso
si eso le traía "problemas" por los líos en que se metía. Sus palabras
preferidas no eran "a ver cuando nos tomamos unos tragos" (aunque
también los hemos tomado) sino que priorizaba invariablemente el
debate político, las tareas, los desafíos militantes a escala
continental, sin perder el humanismo cotidiano.

Nada de nostalgia por el pasado, toda la voluntad puesta hacia
adelante. Quizás por eso Celia amaba tanto a Julio Antonio Mella,
quien alguna vez escribió "Todo tiempo futuro tiene que ser mejor".

Muy lejos geográficamente de Celia pero siempre muy cerca suyo en el
corazón y en los ideales, le enviamos un abrazo enorme a su papá
Armando Hart, a sus hijos, a toda su familia, a sus compañeros de Cuba
y de todo el mundo, que tanto la quisieron y la querrán.

¡Querida compañera Celia, hasta la victoria siempre!

Buenos Aires, 8 de septiembre de 2008



FUENTE: REBELIÓN (http://www.rebelion.org/noticia.php?id=72404 )