viernes, 24 de septiembre de 2010

Fidel Castro y su Victoria Estratégica (Cap VIII) Museo Che Guevara Chaubloqueo Toto

 

La victoria estratégica - Fidel Castro Ruz

Grave amenaza por el Sur

(Capítulo 8)

El 16 de junio de 1958, el puesto de mando de la zona de operaciones, en Bayamo, emitió la Orden Número 99, en la que disponía el movimiento de dos de las compañías del Batallón 18 en dirección a las cabezadas del río La Plata, en cumplimiento de la idea estratégica inicial del Plan F-F, que, como se recordará, consistía en enlazar esta fuerza con las que penetraran hacia ese mismo punto desde el Norte (mapa p. 488). En este caso se trataría del Batallón 11 de Sánchez Mosquera. De acuerdo con esta orden, el comandante Quevedo debería iniciar la operación con el suyo al amanecer del día 18, subiendo por el río Palma Mocha hasta el alto del mismo nombre, en el firme de la Maestra, para de allí tomar rumbo Oeste hacia la dirección indicada.

Como parte de la maniobra, debía localizar y capturar la cárcel de Puerto Malanga, descrita con bastante exactitud en el documento como una casa recién construida y otra en forma de L invertida, ubicadas en el nacimiento de uno de los brazos del río La Plata, en el lugar conocido por los bajos de Jiménez. Una vez tomado este campamento, el jefe del batallón debía incorporar a los guardias prisioneros a su unidad y mantenerse operando en toda la zona desde Jigüe y El Naranjal hasta el firme de la Maestra. En realidad, los guardias presos eran muy pocos, capturados indistintamente, que en virtud de los datos que conocieron no convenía liberarlos en ese momento.

La tercera compañía se trasladaría por mar el día 20 a la desembocadura del río La Plata, donde establecería el punto de abastecimiento en la retaguardia del batallón. Con tal motivo, se cursaron el propio día 16 las órdenes pertinentes a la fragataMáximo Gómez para que continuara su patrullaje de la costa, resolviera el traslado de la compañía a La Plata y proporcionara el apoyo directo de ar-tillería que solicitara el jefe del batallón.

Al recibir esta orden, el comandante Quevedo, en consulta con sus prácticos, tomó una decisión que provocaría un cambio total de la situación operativa en el frente sur en los días siguientes y, de hecho, salvaría al batallón de caer en la trampa que con tanto cuidado le habíamos preparado y en la que pusimos tantas expectativas. Esta decisión, además, introdujo un nuevo elemento de amenaza muy grave en ese sector, que solo sería conjurada gracias a la actuación rápida y enérgica de Ramón Paz y sus hombres.

Por una parte, Quevedo debió concluir que la ruta ordenada por el puesto de mando, a lo largo del río Palma Mocha, era peligrosa y poco practicable. Con muy buen juicio, el jefe del batallón enemigo seguramente supuso que encontraría resistencia rebelde si intentaba subir por el río y, en efecto, allí era donde lo estaba esperando Paz. Pero, además, sus prácticos le debieron informar que, si uno de los objetivos era ocupar la cárcel rebelde, la ruta indicada desde Bayamo era muy engorrosa, pues, teniendo en cuenta el lugar donde se ubicaba esa instalación, la tropa se vería obligada a cambiar la dirección de su movimiento completamente hacia el Sur después de alcanzar las cabezadas de La Plata y, de hecho, bajar del firme de la Maestra. En cambio, debieron proponerle utilizar el trillo que subía al alto de La Caridad para caer después en El Naranjal, de donde podrían continuar subiendo por el río La Plata para pasar por la cárcel y seguir hacia el firme en una misma dirección de avance.

Al parecer, convencido por este argumento, el jefe del batallón optó por esta ruta, poco transitada y menos usual para los guardias. Se trató, sin duda, de una decisión astuta, pues lo lógico era pensar que el enemigo buscaría la relativa protección de la fragata a lo largo del camino de la costa, o bien subiría por el camino más trillado y, por tanto, más convencional del río. En la prác-tica, con esta decisión —aunque, lógicamente, Quevedo no lo sabía— la tropa enemiga cruzaría entre las dos posiciones rebeldes que lo esperaban y seguiría por un camino en el que, por la extrema improbabilidad de su utilización, no se había previsto preparar resistencia alguna. Se libraría así de un golpe demoledor si chocaba con cualquiera de las dos fuertes emboscadas que teníamos dispuestas.

En cumplimiento de la orden recibida, las Compañías Escuela de Cadetes y 103 del Batallón 18 iniciaron la marcha en dirección al río Palma Mocha al amanecer del día 18. Llevaron consigo las arrias de mulos con provisiones para 15 días de campaña. En Las Cuevas quedó la Compañía G-4, al mando del capitán José Sánchez González, unidad encargada de trasladarse por mar el día 20 a La Plata y establecer el punto de abastecimiento del batallón.

Avanzando muy lentamente, y con especiales precauciones, no fue sino en la tarde cuando las dos unidades enemigas llegaron al río. Habían tomado por el más alto de los dos caminos inferiores. Cruzaron junto a la escuadra de Teruel, quien había cumplido sus instrucciones y los dejó pasar sin molestarlos y sin descubrirse. Esa noche, los guardias establecieron su campamento en El Colmenar, a unos 200 metros apenas de la posición donde Paz los esperaba con los ojos bien abiertos y los nervios en tensión. Las tropas del Ejército durmieron mientras los hombres de Paz vigilaban, con la seguridad de que al día siguiente se entablaría el combate.

A las 11:00 de la mañana del día 19, Quevedo reinició la marcha y realizó entonces el movimiento que tomó por sorpresa a Paz, Cuevas y los demás jefes rebeldes. En lugar de continuar río arriba o río abajo, cruzó y comenzó a subir por el camino de La Caridad, con lo que dejó a un lado y otro las dos fuertes emboscadas. La amenaza planteada por esta maniobra era gravísima: si la tropa enemiga lograba coronar el alto de La Caridad, no tendría dificultad alguna para bajar del otro lado hasta el río La Plata, a la altura de El Naranjal, lo cual hubiese significado para el enemigo salir por la retaguardia de las fuerzas rebeldes estacionadas en la playa de La Plata y ocupar una posición en la profundidad del territorio rebelde.

En cuanto Paz se percató de la maniobra realizada por el enemigo, hizo una rápida evaluación del peligro planteado y decidió correctamente que era necesario tratar de interceptar a los guardias antes de que alcanzaran el alto. La única solución era lanzar a sus combatientes a toda carrera loma arriba y a monte traviesa, a lo largo de una ruta aproximadamente paralela a la del enemigo, en una feroz prueba de resistencia física. La orden fue que los de más fortaleza llegaran antes que los guardias a algún punto del camino donde se pudiera preparar una emboscada, y comenzaran a combatir en cuanto hicieran contacto con el enemigo, mientras iba llegando el resto del pelotón. No había tiempo ni posibilidad de planificar nada más, ni siquiera de informarme lo que ocurría ni de avisar a Cuevas y a Teruel.

Esta presencia de ánimo, esta energía y decisión de Paz, y la disciplina, el arrojo y la combatividad de sus hombres, salvó la situación sumamente peligrosa producida. A toda velocidad, en una agotadora ascensión rompiendo monte, por un trayecto más largo y más pendiente, el propio Paz, Ango Sotomayor —su segundo al mando—, Hugo del Río y otros cinco o seis combatientes lograron salirles adelante a los guardias y ocupar una primera posición en un recodo pedregoso del camino, a unos 200 metros del alto. Apenas dos horas después de la orden de Paz, el pelotón completo estaba reunido de nuevo, y la emboscada comenzaba a ser debidamente preparada.

El enemigo, mientras tanto, había llegado a las casas de La Caridad poco después del mediodía. Los combatientes del pelotón de Cuevas que permanecieron allí custodiando las mochilas, intercambiaron algunos disparos con la vanguardia enemiga y se retiraron monte arriba. La impedimenta rebelde fue ocupada por los guardias. Saquearon las mochilas, ocuparon los abastecimientos y dieron candela a todo lo demás. Sin embargo, esa tarde no avanzaron más y establecieron su campamento allí, lo cual permitió a Paz preparar con más calma su emboscada durante toda la noche.

La ocupación de las mochilas del pelotón de Cuevas fue algo que ocurrió muy pocas veces a una tropa rebelde durante toda la guerra. Semanas más tarde, en Jigüe, a algunos de los guardias capturados allí se les ocuparon uniformes y otros efectos pertenecientes a los integrantes de este pelotón rebelde.

Mientras tanto, Cuevas, en la playa, conoció del movimiento enemigo, de la destrucción de su cocina y la ocupación de las mochilas de sus hombres, por las noticias que le llevó, en el acto, algún enlace campesino. Envió de inmediato un mensaje a Pedro Miret, quien me lo trasmitió a las 2:00 de la tarde. Yo lo recibí esa misma noche, y la noticia se sumó al resto de los hechos desfavorables ocurridos durante todo el día. Recuérdese, en efecto, que este mismo "Día-D" el enemigo, además de penetrar desde el Sur hasta La Caridad, inició con éxito su avance hacia las Vegas de Jibacoa en el frente noroccidental, y por el nordeste logró llegar a Santo Domingo.

Como era lógico, Pedro Miret tuvo muy poca información de lo ocurrido, y su primer mensaje era bastante preocupante. En la nota recibida de Cuevas, este decía, naturalmente alarmado, que los guardias iban en dirección al río La Plata y que no tenía noticias de Paz. "Parece que los guardias se están moviendo hacia el Naranjal", me escribió a su vez Miret: "Ya pasaron el río de Palma Mocha y siguieron por la Caridad. No sé qué ha pasado con Paz".

Pedrito sugería en su mensaje retirar a Cuevas de la posición que ocupaba en Palma Mocha y ubicarlo en el camino que subía por el río La Plata desde la costa, encima del campo de aviación en la boca de Manacas, para cubrir, además, un camino que bajaba hacia allí del alto de La Caridad. Proponía también acelerar el traslado de su gente hacia Purialón, e informaba que iba a situar algún personal río arriba para evitar una sorpresa por la retaguardia. Todas estas medidas parecían acertadas, aunque, en realidad, la decisión más precisa habría sido cubrir con la tropa rebelde de la desembocadura de La Plata los dos caminos que bajaban del alto de La Caridad a El Naranjal, y desde este punto hasta el río, y ordenar a Cuevas o a las unidades rebeldes situadas al Oeste que ocuparan la posición en la playa y la desembocadura del río.

Por las noticias que trajo el mensajero portador de la nota, me percaté enseguida de lo ocurrido: el enemigo eludió la trampa que le teníamos preparada y se escurrió entre las dos emboscadas. Lo que más me preocupaba era no haber recibido noticias de Paz, y que las fuerzas de Quevedo no estuviesen ni siquiera localizadas con exactitud.

La situación era extremadamente peligrosa. Hasta ese momento mi atención había estado concentrada en conjurar el peligro más inmediato que planteaba la penetración de Sánchez Mosquera en Santo Domingo, y seguir con inquietud los acontecimientos en el frente de las Vegas de Jibacoa. Ahora todo eso debía pasar a un segundo plano ante la urgencia de tomar las disposiciones necesarias en el frente sur. Y, en situación tan difícil, contaba en La Plata, por toda reserva, con el fusil y las minas que ya mencioné.

Pero aun en estas complejas circunstancias, no podía perderse la cabeza. Lo más urgente era ubicar la fuerza enemiga y la posición de Paz, y así lo primero que hice fue despachar un mensajero con la misión de que localizara a Paz y le llevara nuevas instrucciones. En el caso de Cuevas, era obvio que si los guardias lograban coronar el alto de La Caridad, el mantenimiento de su posición dejaba de tener sentido. Por el mensaje que Cuevas le había enviado a Pedrito, se sabía que aún estaba posicionado en la desembocadura del río Palma Mocha. Por otra parte, la presencia de Cuevas en la zona de Santo Domingo era importante para reforzar ese otro frente tan peligroso. De hecho, antes de conocer todos estos acontecimientos en el Sur, yo le había solicitado a Paz que me enviara con urgencia la escuadra de Cuevas, con la intención de utilizarla en Santo Domingo, donde estaba en ese momento la amenaza principal.

Igualmente, si la información recibida resultaba cierta, las fuerzas de Pedro Miret tenían que replegarse de inmediato hacia El Naranjal, no solo para evitar que quedaran del otro lado del enemigo, sino además para organizar una defensa más concentrada del territorio de La Plata. En el mismo sentido, las líneas defensivas del sector más occidental —El Macho, El Macío, La Habanita, Cienaguilla, Cayo Espino— debían ser replegadas también. Las de la costa ya no tenía sentido mantenerlas con el enemigo posicionado en el curso superior del río La Plata.

En este mismo sentido, mi segunda preocupación en ese momento era la necesidad urgente de reconcentrar las defensas en torno a las instalaciones de La Plata. Recuérdese el mensaje que le envié al Che la noche del 19, citado en un capítulo anterior, en el que lo puse al tanto de la situación, del peligro que representaba la presencia de una tropa enemiga no localizada, y del riesgo de perder el territorio y toda la infraestructura que habíamos logrado crear con tanto sacrificio —el hospital, la planta de radio, los almacenes de víveres y parque, los talleres, en fin, todo—, y le reiteré: "El problema esencial es que no tenemos hombres suficientes para defender una zona tan amplia. Debemos intentar la defensa reconcentrándonos antes de lanzarnos de nuevo a la acción irregular".

Siempre quedaba la alternativa de la guerra irregular con la fuerza multiplicada varias veces y mejores armas, pero sería muy alto el costo de arriesgar el tiempo histórico de la Revolución y el de perder las instalaciones creadas.

Estaba decidido —y así se lo hacía saber al Che— a mantener sin variación alguna la estrategia que estábamos siguiendo mientras quedara una esperanza de conservar en nuestras manos el territorio de La Plata.

En ese mismo mensaje comunicaba al Che que debía concentrar el personal de Crescencio en el sector occidental del territorio más amenazado. Este redespliegue significaría el abandono de la costa al oeste de La Magdalena y de toda la zona de La Habanita, pero permitiría consolidar la defensa del sector occidental a partir de Minas de Frío.

La infiltración del enemigo planteaba una situación que no admitía alternativa: la fuerza rebelde en la boca de La Plata quedaría prácticamente en la retaguardia enemiga. Sobre la base de las informaciones recibidas hasta ese momento, la retirada de esa fuerza era imperativa, y así se lo hice saber a Pedro Miret en un mensaje en el que trataba de infundirle un poco del optimismo, que yo estaba tratando de conservar, a despecho de los acontecimientos: "La situación es difícil pero hay que conjurarla". La realidad es que en ese momento no parecían quedar muchas opciones viables. Sin embargo, una vez más quedaría demostrado que, tanto en una guerra como la que desarrollábamos, como en cualquier lucha, aun la situación al parecer más desesperada puede tener una salida si se conserva la serenidad y no se pierde la voluntad de pelear.

En La Caridad, esa noche, todo permaneció estable. Los guardias acamparon en la casa del campesino Graciliano Hierrezuelo y en otra más cerca del alto, a menos de 600 metros de la emboscada de Paz. Pero todavía yo no sabía nada de esto. Entre la incertidumbre de lo que estaba ocurriendo en el Sur, la preocupación por la presencia de la tropa enemiga llegada a Santo Domingo, y la irritación por lo que consideraba una actuación muy deficiente de los combatientes que defendían el frente de las Vegas, no sería exagerado decir que esa fue una de las peores noches de todas las que pasé en la guerra.

A eso de las 10:00 de la mañana del día 20 fue cuando recibí el mensaje de Paz en el que me informaba de la emboscada tendida cerca del alto de La Caridad. La noticia me tranquilizó un poco, pero mantuve mi decisión de mandar a retirar a Pedro Miret de la desembocadura de La Plata. Por otra parte, me fui dando cuenta de que si los guardias lograban alcanzar El Naranjal no era tan grave la situación, pues sería muy difícil que pudieran continuar avanzando o siquiera salir de ese lugar.

En La Caridad, el enemigo comenzó a avanzar poco después del amanecer del día 20, y alrededor de las 9:00 de la mañana hizo contacto con la emboscada de Paz. En el fuerte tiroteo que se produjo, los guardias utilizaron todo lo que tenían, pero tras media hora de combate el enemigo se replegó a su punto de partida. Durante todo el resto de la mañana los morteros se mantuvieron disparando contra la sólida posición rebelde.

En esa ocasión, un morterazo hirió gravemente a dos combatientes rebeldes: Fernando Martínez y su hijo Albio, recién incorporados a la tropa. El primero moriría allí mismo, mientras que el segundo sería trasladado hasta el hospital de Martínez Páez, en Camaroncito, cerca de La Plata, pero todos los esfuerzos por salvarlo resultaron inútiles.

Poco después del mediodía recibí la información de Paz acerca de este primer combate y del rechazo del enemigo. La acción decidida de Paz aclaró considerablemente la situación. Ahora lo que importaba, ante todo, era impedir que los guardias siguieran avanzando en la dirección que habían tomado. Partiendo de la premisa de que Paz mantendría su posición y lograría rechazar definitivamente al enemigo, a Quevedo le quedarían dos opciones para tratar de cumplir la misión encomendada: la primera sería continuar en busca del alto de Palma Mocha, o sea, proseguir en la dirección originalmente prevista en la orden de operaciones; la segunda, retroceder hasta la costa, reembarcar y volver a desembarcar en otro punto, que por toda lógica no podía ser más que la playa de La Plata. Como es natural, yo no sabía en ese momento que Quevedo había de-sestimado la ruta indicada desde el puesto de mando de Bayamo, lo cual hubiese sido un elemento adicional a favor de la segunda variante. Pero, no obstante, poniéndome en su lugar, había llegado a la conclusión de que lo más viable era intentar un nuevo desembarco.

En vista de este análisis, después de recibir el primer mensaje de Paz, mandé a Miret a reforzar con 10 hombres bien armados la posición de este en La Caridad, y que con el resto de su personal regresara río abajo lo más cerca posible de la playa y continuara fortificando el camino del río La Plata. Mi intención era crear de nuevo las condiciones para resistir palmo a palmo el avance enemigo que, con seguridad, se produciría a lo largo de ese río.

A Paz le contesté:

No sabes el valor que tiene en estos instantes haber rechazado a los guardias por ese camino. Te felicito por el acierto y por la acción a lo igual q. a los bravos compañeros que están contigo. Esto nos permite mejorar una situación q. parecía difícil si los guardias hubieran llegado a Naranjal.

Realmente, la actuación de Paz y de sus hombres fue excepcional durante todos estos días. Con su rápida y decidida respuesta a la sorpresiva maniobra enemiga, Paz demostró sus extraordinarias condiciones como táctico, como jefe y como combatiente. En ese mismo mensaje le informé del refuerzo que estaba orientando enviarle y de otra escuadra de ocho hombres que despaché a reforzar la posición de Roberto Elías en el camino del alto de Palma Mocha.

Mientras tanto, después del mediodía, los guardias realizaron un nuevo intento de romper la defensa de Paz y sus combatientes en el alto de La Caridad. Se produjo otro intenso combate, en el que esta vez el enemigo actuó con mayor habilidad y trató de flanquear las posiciones rebeldes. Sin embargo, de nuevo la aguerrida tropa de Ramón Paz, inspirada por el éxito de la acción de la mañana y por el aliento que recibió de su jefe, contuvo el avance y rechazó a la fuerza enemiga, mucho más numerosa, mejor armada y provista de abundante parque. En esta segunda acción, los guardias sufrieron varias bajas entre muertos y heridos, y ningún rebelde fue siquiera herido. Una vez más se demostraba que una moral invicta y una voluntad decidida convertían a nuestra guerrilla en una fuerza prácticamente invencible y capaz de mantener una posición bien escogida y preparada.

Ese mismo día comenzó a cumplirse la otra parte del plan original del mando enemigo, es decir, el desembarco previsto en la playa de La Plata de la Compañía G-4 del Batallón 18, la que debía servir de apoyo logístico a las otras dos, cuya misión era penetrar en profundidad en el territorio rebelde.

La desembocadura del río La Plata era uno de los lugares fortalecidos de manera especial a lo largo de toda la costa, pues siempre tuve la certeza de que en algún momento el enemigo lo utilizaría, por su posición en la misma base del eje principal de su más probable dirección de ataque y por sus privilegiadas condiciones topográficas para establecer un campamento de retaguardia con todas las ventajas, como cabeza de playa de su ofensiva desde el Sur. Por esa razón, el grupo rebelde desplegado allí era relativamente numeroso, con amplias posibilidades de preparar buenas trincheras y reforzado, además, con una de nuestras dos armas pesadas: la ametralladora calibre 50 que manejaba Braulio Curuneaux. La posición, como se recordará, estaba a cargo de Pedro Miret, auxiliado por René Rodríguez y Dunney Pérez Álamo.

Sin embargo, parece ser que la situación de las posiciones rebeldes en la desembocadura del río había comenzado a deteriorarse en los días inmediatamente anteriores al desembarco enemigo. La inactividad y la tensión de los tantos días pasados en espera de este desembarco, las difíciles condiciones de suministro y la consiguiente hambre de la tropa, la falta de una disciplina lo suficientemente estricta como para evitar la aparición de algunas manifestaciones de desorganización y pequeñas rencillas entre los distintos grupos a los que les había tocado convivir durante un tiempo prolongado, provocaron un cierto grado de relajamiento. A estos factores habría que añadir la indecisión manifestada en ese frente en los primeros momentos posteriores a la maniobra de Quevedo en dirección a La Caridad, y la poca agilidad demostrada en el cumplimiento de las sucesivas órdenes que recibían. Téngase en cuenta la extrema fluidez de la situación en las últimas 24 horas antes del desembarco, durante las cuales Pedrito recibió instrucciones mías de replegarse hacia el interior en el momento en que la situación de Paz era aún incierta, para luego recibir la orden de ocupar de nuevo posiciones lo más cerca posible de la playa cuando yo pensaba que ya se habían replegado. Sin embargo, en la práctica, la situación operativa cambiaba constantemente y mis órdenes se solapaban sobre las anteriores sin haber sido cumplidas.

Todo esto contribuyó, al parecer, a crear cierta confusión. El hecho es que, cuando los guardias se acercaron a la costa e iniciaron la preparación del desembarco, apenas se les dispararon unos cuantos tiros. Hay que imaginar el daño que hubiera podido hacer un grupo de rebeldes bien atrincherados, disparando a mansalva sobre los guardias en la maniobra de desembarco, con el apoyo nada menos que de una ametralladora 50 en manos de nuestro mejor artillero. Posiblemente, el desembarco se hubiese llevado a cabo de todas maneras, pero el enemigo hubiese sufrido un buen número de bajas. Y no es ilógico suponer que, ante una resistencia organizada y efectiva, el jefe de la compañía habría desistido. Hubiese sido una tremenda victoria que, junto con la de Paz en La Caridad, habría compensado con creces el pobre desempeño rebelde ese mismo día en el frente de las Vegas de Jibacoa.

Pedrito me mandó primero un escueto mensaje donde decía que los guardias habían desembarcado, que Álamo hizo resistencia y se retiró como se le había dicho, y que toda la tropa estaba ya camino de Purialón.

Me extrañó mucho en esa nota la información de que el enemigo no le había dado tiempo a nada y que la gente de Álamo estaba dispersa, lo cual indicaba una retirada desorganizada.

Más tarde, recibí un segundo reporte un poco más amplio, por el que me di cuenta de que las cosas no habían salido como debían. Sin embargo, la evaluación de Pedrito de lo ocurrido y de la conducta de los hombres de Álamo, era positiva. Por ese segundo mensaje me enteré también de que al producirse el desembarco ya René Rodríguez estaba camino de Jigüe con parte del personal de la playa, lo cual podía haber contribuido a que ocurriera tan deslucida función en la playa de La Plata.

Tanta insistencia en ocupar posiciones a lo largo del curso inferior del río, en la boca de Manacas, Purialón o Jigüe, me hacía pensar que Pedrito no había comprendido bien el sentido de mis reiteradas prevenciones acerca del curso de acción que debía seguir en caso de que los guardias forzaran la línea de Paz en La Caridad y lograran penetrar hasta El Naranjal. En ese caso, no tendría sentido alguno mantener una tropa más abajo de este punto, máxime después de producirse el desembarco en la playa. Por eso le reiteré, en la tarde del día 20, después de haber recibido sus dos mensajes sobre lo ocurrido en la desembocadura del río, que si el enemigo entraba en El Naranjal tenía que trasladarse con todo el personal hacia arriba. Y, sobre todo, le insistí en que hiciera contacto lo antes posible con Paz para que coordinara su actuación con él. En medio de los peligros de una situación a cada momento cambiante, me tranquilizaba constatar que Paz sabía tomar decisiones acertadas de acuerdo con las circunstancias. Por otra parte, la reunión de las dos fuerzas era necesaria para el plan que había comenzado a madurar en mi mente.

A estas alturas, como dije antes, ya había dejado de preocuparme demasiado la posibilidad de penetración de los guardias hasta El Naranjal. Me percataba cada vez más de que, con una resistencia adecuada, era prácticamente imposible que una columna enemiga pudiera seguir avanzando más allá. Esa noche ya había iniciado los preparativos para crear una resistencia, comenzando por colocar minas, que ocultas tras un matorral, ramas u hojas, podían desbaratar cualquier vanguardia enemiga que se aventurara más allá de El Naranjal. Estaba casi seguro de nuestra capacidad de paralizar a los guardias en esa dirección. El lugar, además, se prestaba no solo para contener a esa tropa, sino también, para su posible captura.

Lo que más me preocupaba esa noche era la situación de otra tropa enemiga que, según los informes recibidos durante el día, subía por el río Palma Mocha en dirección a El Jubal, donde de-bíamos tener la emboscada de Roberto Elías en la casa de Emilio Cabrera. Resultó que no existía esa pequeña fuerza allí, donde había dado instrucciones precisas de ubicarla, pero eso no lo supimos hasta el día siguiente. Esa noche me ocupé de pedirle a Paz un refuerzo para esa posición y de preparar varios exploradores que al amanecer debían partir hacia El Jubal a evaluar la situación sobre el terreno.

En cuanto a Paz, le ordené que se replegara con todos sus hombres hacia El Naranjal esa misma noche. Quizás esta orden le resultase sorpresiva, teniendo en cuenta que durante todo el día había estado combatiendo exitosamente para impedir precisamente que el enemigo pudiera cruzar de La Caridad hacia El Naranjal. Pero mi valoración era la siguiente: si los guardias habían logrado romper la resistencia de Paz, cosa que yo no sabía todavía, de todas maneras era necesario que se retirara más arriba de El Naranjal; pero si todavía mantenía su posición en La Caridad, entonces lo que había que hacer era precisamente dejarle expedito el camino de El Naranjal para invitarlos a seguir en esa dirección. Tan seguro estaba de que cae-rían en una ratonera que buscaba cómo librarles el camino de obstáculos.

También en esta ocasión, sin embargo, Paz demostró su perspicacia táctica. En el mensaje que me envió al día siguiente, me confirmaba el cumplimiento de la orden de trasladar sus posiciones a El Naranjal, y me decía:

Yo creo que obligando a los guardias a pelear en el terreno que a nosotros nos conviene, podemos no solo aguantarlos, sino hacerlos retroceder y derrotarlos.

Pienso poner 2 hombres a hostilizarlos por dondequiera que traten de llegar, pero lejos de la emboscada que les tenemos.

La nueva línea defensiva en El Naranjal estaba compuesta por el personal de Paz, el de Pedro Miret y la escuadra de la ametralladora calibre 50 manejada por Albio Ochoa y Fidel Vargas. Era una de las dos que llegaron desde Costa Rica en el avión en que viajó Miret. Paz dispuso la ubicación del personal de Álamo con la otra 50 —la de Curuneaux— sobre el camino nuevo, abierto de hecho por los rebeldes, que comunicaba Palma Mocha y los llanos del Infierno con la zona de Camaroncito, más arriba de El Naranjal. Esta posición cubría el posible acceso de una fuerza enemiga desde el curso superior del río Palma Mocha, en caso de que fuese cierta la información de que una tropa enemiga se movía río arriba, si era superada la emboscada de Roberto Elías a la altura de El Jubal. Con ello se evitaría que el enemigo apareciera por la retaguardia de la línea rebelde en El Naranjal.

Ese era uno de los puntos que más me preocupaba en ese sector a estas alturas de las disposiciones defensivas. Otros dos eran el camino que subía de la casa de Emilio Cabrera en El Jubal al firme de la Maestra y bajaba de allí a Santana, sobre el río Yara, más arriba de Santo Domingo, y el camino de a pie a lo largo del firme de la Maestra, hacia el Este, en dirección al alto de Joaquín y hacia el Oeste en dirección a Radio Rebelde y la Comandancia en La Plata. Estos accesos tenían significación a partir de la premisa que aún no habíamos desestimado de que existía una fuerza enemiga en el río Palma Mocha, cuyo destino evidente sería coronar el firme de la Maestra por el segundo de los caminos que acabo de mencionar, o el de Palma Mocha, por el camino nuevo, para caer después sobre el río La Plata.

La amenaza potencial de esta fuerza en Palma Mocha, adquiriría significación adicional en caso de que el enemigo intentase alcanzar el firme de la Maestra desde el Norte, bien mediante el avance ulterior de la tropa llegada a Santo Domingo o bien mediante el ingreso de una nueva fuerza procedente de El Cacao o de El Verraco que cruzara hacia los cabezos del río Yara por San Francisco o La Jeringa. La primera posibilidad parecía ya a la altura del día 21 bastante improbable, como resultado de las posiciones de contención colocadas alrededor de la fuerza enemiga en Santo Domingo. Pero quedaba latente la segunda variante que, por obvia, siempre fue tenida muy en cuenta por nosotros en la planificación. En este momento yo pensaba colocar en el alto de la Maestra, en el punto donde cruzaba el camino de Palma Mocha, a Cuevas y su gente, con lo cual quedaría garantizada la protección de esta vía en las dos direcciones.

En cuanto al acceso que brindaba el camino nuevo de Palma Mocha sobre la retaguardia rebelde en El Naranjal, la decisión de Paz de utilizar a la escuadra de Álamo era correcta. Sin embargo, el emplazamiento exacto de la emboscada podía ser revisado, para lo cual le mandé a decir a Paz que yo iría personalmente para ubicar e instruir a Álamo en la primera oportunidad que tuviese.

Con estas medidas —además de la ubicación por el Che del personal de Raúl Podio, que había estado cuidando la playa de El Macho, en el alto de Cahuara con instrucciones de vigilar todo el firme al oeste del río La Plata hasta lo más cerca posible del mar, y del envío de una posta a cuidar un difícil camino de a pie que subía de frente desde Jigüe—, la disposición defensiva del sector sur quedaba asegurada. En el largo mensaje que envié a Paz al mediodía del sábado 21 de junio, detallaba todas estas posiciones y le incluía unas apreciaciones que es bueno citar ahora porque sirven de anticipo de lo que iba a ocurrir en las semanas siguientes:

Desde luego, que hay puntos por ahí, donde si los guardias se meten, lo mejor sería dejarlos, para acabar con ellos ya que los refuerzos podrían ser cortados por completo. Hay que esperar esa oportunidad, algunas de las cuales se han presentado ya, no pudiéndose aprovechar por falta de personal armado.

De ahora en adelante hay que matarles la vanguardia dondequiera que se presenten. La línea ahora, por la Maestra, desde el Frío, hasta el camino P [Palma] Mocha-Santo Domingo, estará muy difícil de atravesar. El martillazo grande debemos buscarlo por el Sur.

Si logramos llevar adelante estos planes, será una gran victoria, aparte de que podremos conservar la planta de radio y el territorio base de aprovisionamiento de armas.

Pero el día 21, la fuerza enemiga del comandante Quevedo, a la que se le dejó expedito el avance en dirección a El Naranjal, emprendió la retirada de La Caridad de regreso a su punto de partida en la costa. Al parecer, el jefe del Batallón 18 decidió que la resistencia ofrecida por los rebeldes a los dos intentos de alcanzar el firme de La Caridad era lo suficientemente bien organizada como para impedirle ese objetivo. El propio Quevedo escribió después que pesaron también en su decisión el hecho de que los mulos que transportaban la comida de la tropa se despeñaron y que, aun superando la dificultad de la emboscada rebelde: "no íbamos a tener caminos para continuar".

Como justamente evaluaba Paz en el mensaje en el que informó de estos acontecimientos en la tarde del día 21, "[¼ ] siempre que ellos traten de subir por un lado y se les haga retroceder es una victoria nuestra pues se les extravían los planes y ven que no es muy fácil cruzar por sobre no-sotros".

En definitiva, al día siguiente las dos compañías del Batallón 18 reembarcaron y descendieron por segunda vez, en esta ocasión en la desembocadura del río La Plata, donde había establecido campamento la Compañía G-4.

En la noche del 21 de junio informé a Paz que debía subordinar bajo su mando a todo el personal que operaba en el sector sur, decisión que comuniqué a Pedro Miret, René Rodríguez, Dunney Pérez Álamo, Raúl Podio y demás jefes de escuadras o grupos estacionados en diversas posiciones. De todos los cuadros con que contábamos en el sector sur, Ramón Paz era el que había demostrado no solo más capacidad como táctico y organizador, sino también mayor decisión y combatividad. Era, sin duda, el jefe idóneo para ese momento y ese lugar, donde ya cabía prever la posibilidad de dar un primer golpe contundente al enemigo.

Al día siguiente, domingo 22 de junio, bajé de La Plata hasta Puerto Malanga. Allí me esperaba Álamo para ir conmigo hasta la posición precisa en el firme de Palma Mocha donde yo consideraba que debía ubicarse. Aproveché el recorrido para conocer de manera directa mayores detalles acerca de lo ocurrido el día 20 en la playa de La Plata, ya que me parecía muy deficiente la actuación de nuestras fuerzas en oposición al desembarco enemigo e insatisfactorias las explicaciones dadas hasta ese momento. De ahí mi insistencia durante estos días en reivindicar aquella pobre actuación con una resistencia firme y efectiva al avance que seguramente emprenderían muy pronto los guardias por el camino del río La Plata. A eso me refería en el mensaje que le envié a Paz en la mañana del 24 de junio:

Sobre el aspecto táctico, te recomiendo que además de vigilar bien cualquier punto de entrada al Naranjo [El Naranjal] desde las lomas, insistas con Pedro [Miret] en la necesidad de defender el camino de la Playa para tratar de que el enemigo no llegue al Jigüe. Aquella gente, con minas solamente podría detener al Ejército en ese camino.

En ese mismo mensaje le comunicaba la decisión de trasladar para la zona de Santo Domingo a la escuadra de Roberto Elías y a la escuadra con la calibre 50 de Braulio Curuneaux, la primera, porque la posición que ocupaba en la zona de El Jubal perdía importancia tras la ubicación de Álamo en el camino nuevo de Palma Mocha y de Cuevas en el firme de la Maestra; y la segunda, porque no era imprescindible para la defensa del camino del río y, en cambio, podía desempeñar un papel significativo en el cerco que planeábamos hacerle a la tropa enemiga de Santo Domingo.

Esta ametralladora había participado la noche anterior en una incursión organizada por Pedrito y René contra el campamento enemigo en la de-sembocadura de La Plata, durante la cual se dispararon tres obuses de mortero, 70 tiros de calibre 50 y cierta cantidad de disparos de fusil, con efectos indeterminados. Tras la acción, el personal regresó a sus posiciones sobre el camino del río a la altura de la boca de Manacas, donde había sido preparada nuestra pista aérea.

El martes 24 de junio, las dos compañías del Batallón 18 que habían desembarcado primero en Las Cuevas y que, en definitiva, habían reembarcado en ese punto y desembarcado nuevamente en la playa de La Plata, el día 22, para unirse a la unidad ya estacionada allí, iniciaron su movimiento hacia el interior de nuestro territorio a lo largo del río La Plata, desde su desembocadura. Los guardias no encontraron resistencia hasta que llegaron a la boca de Manacas, donde poco después del mediodía chocaron con la emboscada rebelde. Ocurrió un breve combate con el sorprendente resultado de que nuestra fuerza se retiró hasta Jigüe y dejó libre el camino al enemigo, en flagrante desestimación de la consigna de defender el terreno palmo a palmo.

En el parte que me mandó ese mismo día Pedro Miret sobre esta acción refirió una improbable cantidad de 11 bajas fatales hechas al enemigo, y justificó la retirada con el argumento de que las posiciones rebeldes estaban a punto de ser copadas, lo cual tampoco parecía probable dadas las características del terreno en el lugar donde tenía efecto la escaramuza.

Puede comprenderse fácilmente la decepción que sentí al recibir las primeras informaciones sobre este hecho. De inmediato, antes de conocer el informe de Miret, despaché al amanecer del día 25 el siguiente mensaje a Paz, que cito en extenso porque me parece que explica con exactitud lo que hacía días estaba tratando insistentemente de llevar al ánimo de los capitanes rebeldes que actuaban en el sector:

Aunque no he recibido todavía el informe de Pedro [Miret], e ignoro el punto exacto donde va a situarse, me adelanto a exponerte, que no deben situarse en el mismo caserío de Jigüe, sino lo más abajo posible, para hacerles la resistencia en el río que es inexpugnable. Yo estoy seguro de que si defienden el río bien, ellos [los guardias] no pueden avanzar, y tendrán que intentar entonces avanzar por el firme donde está Podio, donde solo pueden usar mulos al principio y después seguir a pie por un trillo muy malo, o inventar otra ruta.

Pedrito debe buscar en el río una buena posición estratégica, de esas que están entre farallones y allí hacer buenas trincheras de piedra, poniéndole techo de doble hilera de troncos con piedras arriba, contra la que nada pueden los morteros, única arma con la que pueden intimidar un poco a los defensores. En los sitios donde sea posible las trincheras deben hacerse cavando en tierra porque siempre son mejores, pero siempre poniéndoles techo, como las que tenemos aquí [en la zona de La Plata y el firme de la Maestra].

Después de la primera línea, deben preparar otra y así sucesivamente.

Insisto en esto, porque sé que es el único método correcto de hacer la resistencia. Si la gente usara nada más que un poco la inteligencia yo te aseguro que sería suficiente. Desgraciadamente suele ocurrir así muy pocas veces.

Mi impresión es que esos guardias no pueden sentirse muy decididos a subir por ese río. Van a inventar alguna vuelta y se les puede hacer lo mismo que tú les hiciste en la Caridad.

El día 25 los guardias ocuparon Purialón sin encontrar resistencia. La línea rebelde permanecía detrás de Jigüe, con lo cual, de hecho, se dejaban libres más de tres kilómetros de río y de camino en los que había infinitas posibilidades de desgastar y, hasta quizás, detener el peligroso avance enemigo hacia el interior de nuestro territorio. La creciente insatisfacción que sentía por el desempeño de la defensa rebelde en la zona del río La Plata me hizo tomar la decisión ese mismo día de bajar hasta el frente a inspeccionar personalmente la situación. Como resultado de este recorrido, dispuse esa noche relevar a Pedrito y a René del mando del personal del río La Plata y designar en su lugar al segundo de Paz, Fernando Chávez, El Artista, a quien ascendí en ese momento al grado de teniente, y le ordené reorganizar la primera línea de defensa lo más abajo posible y cerca de Purialón. La escuadra de Podio en el firme de Cahuara quedaba también subordinada a Chávez; este, a su vez, lo estaba a Paz, quien seguía siendo el responsable de todo el sector.

Miret cumplió disciplinadamente, de inmediato, mi orden de trasladarse con el personal del mortero a la casa del Santaclarero en La Plata. René, en cambio, dilató la entrega de su fusil a Chávez y su subida a La Plata, como yo había dispuesto, por lo que dos días después ordené que se presentase o fuese conducido en calidad de preso a Puerto Malanga.

Al amanecer del 26 de junio, Chávez partió a asumir su mando y cumplir las instrucciones. Llevaba indicaciones precisas de preparar sucesivas emboscadas a lo largo del camino del río cada 500 ó 600 metros, tomando en cada caso las medidas convenientes para asegurar su retaguardia y garantizar su retirada y, si los guardias lo obligaban a retroceder hasta Jigüe, una vez llegado a ese punto, retirarse en dirección al alto de Cahuara y preparar una sólida línea de defensa en el firme. La intención de este último movimiento era doble: por una parte, tapar el acceso a la Maestra por esa vía y, por otra, poder utilizar a esa fuerza para atacar por la retaguardia a los soldados en caso de que prosiguieran su avance por el río La Plata en dirección a El Naranjal y chocaran allí con la emboscada de Paz.

Pero el enemigo no dio tiempo para poder ejecutar estas órdenes, pues también al amanecer del 26 las dos compañías al mando del comandante Quevedo reiniciaron la marcha río arriba, y en la tarde llegaron a Jigüe. Al alcanzar ese lugar, el enemigo había logrado situarse aproximadamente a mitad de camino desde la costa al alto de La Plata.

 

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