LOS ROSTROS DE LA IZQUIERDA
Jorge Gómez Barata
Publicación Original en MONCADA
La izquierda es la más entusiasta e imaginativa de las fuerzas políticas, la que más adjetivos colecciona, no se avergüenza de sus utopías y es precedida por su retorica; a veces desmesurada. Tal vez por eso recientemente un lector fraterno me confrontó ubicándome como parte de una "izquierda minimalista". Según él el realismo con que yo escribo, desmoviliza porque la gente necesita sueños. (SIC) Tal vez él cree que yo no los he tenido.
La ciencia es ruda, crudamente realista y sus conclusiones deterministas e indiscutibles, pueden ser o no aceptadas, aunque no torcidas, ni siquiera para adaptarlas a "realidades concretas". "…La humanidad se propone únicamente los objetivos que puede alcanzar…" y "…Ninguna sociedad desaparece antes de que se desarrollen todas las fuerzas productivas que caben dentro de ella…" Así dice Marx y así es. Es duro decirlo pero: se toma o se deja.
Afortunadamente se trata de un camino de doble vía y la lógica funciona también a la inversa. La cultura material y espiritual, incluyendo la cultura política es irreversible y nadie con ninguna cantidad de bombas atómicas puede enviar a la humanidad de regreso a la edad de piedra. La civilización puede ser destruida, pero no puede ser revertida. El tiempo es unidimensional: va del pasado al futuro. La buena noticia es que los cambios sociales, incluyendo los políticos, cuando son coherentes con las exigencias de la época, una vez consolidados son irreversibles.
Los analfabetos pueden y merecen ser alfabetizados pero los hombres y las mujeres instruidas y cultos, jamás podrán ser convertidos otra vez en ignorantes; un hombre o muchos pueden hoy ser privados de la libertad y obligados a trabajar a latigazos, sin que ello reviva la esclavitud que, en tanto que formación económica y social, pertenece al pasado.
Es probable que al margen de la feroz oposición de que fueron objetos, de los problemas prácticos, de los errores de gestión económica y política cometidos y de los déficit de democracia, libertades y derechos que particularmente en los 30 años de la era estalinista caracterizaron al socialismo real, su suerte se decidió porque fue un proyecto prematuro, resultante de coyunturas históricas singulares, asociadas a las dos guerras mundiales que permitieron conducir la historia por atajos. Ni la Rusia de 1917 como tampoco la Europa Oriental de 1945 estaban listas para transitar del capitalismo al socialismo. En ambos casos los defectos de origen fueron como un ancla. La desmesura del empeño figura entre las causas del desastre.
La experiencia histórica enseña que existen pronunciamientos políticos justos y atractivos que por la enormidad de sus fines son inviables, al menos en plazos razonables. Así ocurrió en el pasado con la propuesta de tomar el poder para construir conscientemente, a partir de un programa, una sociedad y un individuo enteramente nuevos y le ocurrirá a la idea de: "refundar la sociedad y el Estado". La idea no es mala excepto que su realización requiere de circunstancias históricas apropiadas, lo cual puede requerir décadas o siglos.
Eso sin contar que se necesitarían genios y líderes a la altura de los que en las eras preindustriales y en los siglos XVIII y XIX crearon las doctrinas humanistas y las filosofías sobre las que se basan las instituciones, el Estado y el Derecho contemporáneo. La idea de que cada país puede crear su propia democracia, sus propias nociones del Derecho y su propio sistema político es atomizadora, localista y francamente anticuada.
Aceptado que el marxismo constituye un método para entender la historia y la lógica del desarrollo social desde una perspectiva científica, es preciso asumir que se trata de procesos sometidos a leyes, que si bien actúan a través de la voluntad humana y son por tanto susceptibles de ser gobernadas y utilizadas, aceleradas o retrasadas, no pueden ser ignoradas ni sustituidas por sueños o elucubraciones; tampoco por actitudes reaccionarias o retardatarias. Las consignas políticas con las cuales se moviliza a las personas para las luchas políticas, no pueden ser metáforas.
El desarrollo económico y social, incluso cuando es resultado de procesos políticos revolucionarios que son legítimos y que incluso pueden ser tan avanzados que se distingan por una connotación anticapitalista, requiere de determinada gradualidad, de ciertos ritmos y de precedencias en las metas. Hay que realizar algunas transformaciones antes de proponerse otras porque unas son la base de las otras. Una construcción jamás comienza por el techo.
En las batallas políticas nacionales, que son la forma como discurren los procesos políticos actuales, en América Latina tiene lugar la confrontación entre las fuerzas conservadoras y retrogradas de las oligarquías con vanguardias políticas audaces y resueltas, que trabajan y luchan por acelerar los avances sociales y económicos en los marcos impuestos por las condiciones imperantes que, por cierto, ofrecen importantes espacios para realizar enormes transformaciones y avanzar durante generaciones.
En ese empeño, tal como ha ocurrido en Sudamérica y en otras partes del continente, se crean circunstancias y climas políticos globales que favorecen los procesos nacionales y permiten avances en materia de cooperación e integración económica e incluso de unidad política, cosa que a su vez actúa como elemento de cohesión sobre el continente, incluso más allá. Se trata de una dialéctica mediante la cual lo singular se convierte en general. Las ideas de MERCOSUR, ALBA, PETROCARIBE y UNASUR, entre otras, avanzan en esa dirección.
En esos ambientes cada país y cada vanguardia sintoniza sus aspiraciones con las del conjunto y asume la defensa de los intereses comunes con acentos propios. El discurso político de Brasil, que de alguna manera parece haber integrado a parte de su burguesía nativa al desarrollo nacional, se matiza respecto a las del movimiento encabezado por Chávez, que sólo encuentra hostilidad; tampoco la posición ante el FMI y el BM de los grande países puede ser imitada por las pequeñas economías centroamericanas.
Con sus propios enfoques, cada país teje sus alianzas y asume sus confrontaciones, particularmente con Estados Unidos. El hecho de que en las Cumbres de las Américas y en la OEA, el ALCA y el bloqueo a Cuba hayan significado límites respecto a los cuales todos los países han presentado un frente común, evidencia la cohesión política alcanzada; cosa también presente en la defensa del ultraje a la democracia en Honduras y la instalación de bases militares norteamericanas.
No creo que el realismo consustancial a una perspectiva histórica metodológicamente correcta sea paralizante, aunque si puede ser moderador y ello no es defecto sino virtud. El realismo sirve de base al optimismo histórico.
En términos estrictamente científicos, tal como lo concibió Carlos Marx, el socialismo no ha desaparecido porque no ha llegado; no pertenece al pasado sino al porvenir y cuando llegue, nos daremos cuenta porque no será menos sino más democrático y más justo que el capitalismo realmente existente.
La Habana, 9 de noviembre de 2010