martes, 8 de febrero de 2011

Alejandro Mayol Tercer Mundo de luto

 

Homenaje. Alejandro Mayol.

MURIÓ  ALEJANDRO  MAYOL,   EX CURA MIEMBRO DEL MOVIMIENTO DE SACERDOTES PARA EL TERCER MUNDO

Cerca del pueblo a través de la música

Por él hay que cantar aleluya.

Por Mario Wainfeld. (*)

Alejandro Mayol había nacido en el '32, lo recuerdo hoy porque acaba de morir. Integró el Movimiento de Sacerdotes para el Tercer Mundo (MSTM), fue amigo y compañero de viajes de Carlos Mugica. Como Mugica, fue popular en su época (los '60 y los '70) pero llegó por otros caminos. El MSTM era una revolución que abría ventanas, se proponía airear la Iglesia Católica con los vientos de apertura del Concilio Vaticano II. Curas de todo el mundo, muchos y vitales en la Argentina (aunque siempre minoría) bardearon por doquier para transmitir su mensaje religioso y político.

Alejandro eligió, en aquel tramo, tocar la viola, componer canciones sencillas pero no pavas ni inocentes de sentido, acercarse al pueblo a través de la música. "El padre Alejandro" salía por la prehistórica tevé de entonces, con varios hits de su cuño. "La Creación", también citada en la columna de Fortunato Mallimaci, fue seguramente el más sonado, con su estribillo "por eso hay que cantar Aleluya". Cantaba para divertir más que para entretener, para comunicar alegrando. Se hacía oír sin sermonear ni levantar el dedito.

Mayol y sus compañeros creían, soñaban e impulsaban en una peculiar versión del cristianismo que contaré a mi modo hereje, con mis propias palabras. No cantaba, si se me permite la transposición a otro poeta, "a ese Jesús del madero sino al que anduvo en la mar". No lo conmovían los purpurados sino el Cristo irredento y rebelde. No se prosternaba ante jerarquías facciosas e intolerantes, amaba al pueblo cristiano. Su imaginario hecho canción se tornaba rápidamente trinitario: ese pueblo cristiano era pueblo a secas y, en su versión local, pueblo peronista. El pueblo se entroncaba a la fiesta, a la alegría compartida, a la música. "Cuando se canta a coro se comulga", me explicó una vez (o creo que me explicó o pudo explicarme, tanto da) y le creí para siempre. En tal sentido comulgué a menudo.

Era versado y lector, de libros religiosos y de los otros. A veces explicaba sus afanes metiéndose con San Agustín en un debate que se podía comprender hasta un punto. Con las canciones o los espectáculos que armó todo era más manejable. Compuso, cantó, armó una (¿cómo llamarla?) operita criolla llamada La patriada que recorría en distintos géneros musicales argentinos nuestra historia.

Reunirse con Alejandro era una experiencia embriagadora. Podía serlo, eventualmente, en sentido estricto pero hablo en sentido figurado. Se sucedían las risas, las conversaciones a los gritos, las imitaciones de personajes famosos, se cantaba, inexorablemente y sin tapujos.

Dejó los hábitos, se casó, armó un familión. Se permitía casar gente de vez en cuando en el campo, alegaba con erudición que eso le estaba permitido. Si Dios existiera y fuera el buen Dios en el que Alejandro tenía fe, piensa este agnóstico, seguro que se lo hubiera habilitado.

Recuerdo cuando fuimos juntos a General Madariaga a ver la representación de una versión teatral-musical de La Pasión según San Juan (supongo...) que había escrito y compuesto. Los actores-intérpretes eran no profesionales, habitantes de la ciudad, más centenas que decenas. La obra conmovía, ponía la piel de gallina. Al volver, bien entrada la noche, Alejandro manejaba y nos explicaba a Beatriz (su esposa), a mi compañera y a mí el sentido litúrgico que tenía esa Pasión encarnada en gente de pueblo. Se ensimismaba tanto que producía el pequeño milagro de no encontrar la (amigable) salida del pueblo a la ruta. Dábamos vuelta como un trompo, él no se percataba de esos detalles.

Fue un creyente fervoroso y sincero. Su inteligencia se embellecía con un acelerado sentido del humor. Era optimista y alegre, contagiosamente. Un artista, un hombre de ideas, un militante nacional-popular, un tipo dulce y entrañable. Desconocedor (y suspicaz) acerca de otra existencia después de la vida, me duele su adiós. Sólo canto Aleluya por su mensaje, por su ejemplo, por la rebosante dicha de haberlo conocido.+ (PE/Página12).

(*) Mario Wainfeld, periodista. Su artículo fue publicado en Página 12 el 110204.

Ver PreNot 9340, 41, 42 del 110208

 PreNot 9339

110208 

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