viernes, 4 de febrero de 2011

Felices

 

Felices

Por Carlos Polimeni

 

Diario Miradas al Sur

Año 3. Edición número 136. Domingo 26 de diciembre de 2010.

 

 

1. La primera vez que a Sofía le interesó la política tenía 9. Era 1998 y vio un afiche de Fernando de la Rúa pegado en una calle de San Telmo. Le preguntó a su padre quién era ese señor tan feo y su padre le contestó que era el que iba a ganar las elecciones del año siguiente, para convertirse en presidente.

 

A Sofía se le llenaron los ojos de sorpresa. “Pero..., ¿en la Argentina puede haber otro presidente que no sea Menem?”, preguntó, intentando asegurarse de que no estaban dándole una información equivocada. Los niños de los 90 habían conocido sólo un presidente y vivían en una era en que la política parecía una cosa sucia, desgastada, un asunto que daba bronca o impotencia.

 

De la Rúa le ganó las elecciones a Eduardo Duhalde al año siguiente, ya se sabe, pero Eduardo Duhalde estaba sentado en el sillón de presidente cuando el horrible 2001 se había transformado en 2002. Era una época rara: Lilita Carrió parecía progresista y citaba a los grandes pensadores de la historia, no a Magnetto.

 

Sofía creció con sus ojos enormes llenos de preguntas: el país no dejaba de ser casi nunca una caja de sorpresas, un rompecabezas que nunca termina de armarse, un mecano sin instrucciones, a veces, como diría Alfredo Zitarrosa, una novela canallesca escrita por un loco.

 

Hasta que un día de este siglo ciertas cosas empezaron a ponerse en un lugar del que no se retorna, tal vez cuando Néstor Kirchner mandó a descolgar la foto de Jorge Rafael Videla, quizá mucho más adelante, cuando la llamada crisis del campo, la Asignación Universal por Hijo o con la ley del medios, a lo mejor en un momento hoy impreciso.

 

El 28 de octubre de 2010, Sofía, a los 22 años, hizo nueve horas de cola para despedir el cuerpo sin vida de Néstor. Este mes, aunque ella aún no consiguió un ejemplar, apareció sin quererlo en una fotografía con que la revista Rolling Stone retrató el fenómeno de las nuevas generaciones de argentinos sumándose a la arena política, en una instantánea capturada en un acto en el Luna Park. Ahora sabe, al fin del tiempo, que hay presidentes de los que un argentino puede sentirse orgulloso.

 

2. Irene descubrió las masas el 9 de julio de 2003, en la Plaza de Mayo. Ese día actuaban en un escenario dando la espalda a la Casa Rosada dos artistas populares que durante muchos años habían sido perseguidos por el poder. Hacía frío. Estaba a un costado del escenario cuando León Gieco, que sucedía en el escenario a Víctor Heredia, cantó con la multitud, por enésima vez, Sólo le pido a Dios.

 

Irene coreó, con el rostro lleno de emoción, una verdad colectiva surgida de dolores profundos, que dice que la guerra “es un monstruo grande y pisa fuerte, toda la pobre inocencia de la gente”. Después aplaudió a rabiar, dando muchos golpecitos con las palmas de sus manitos, porque era la única de todas esas canciones largas que conocía, a sus seis años.

 

Ver a los músicos de cerca, escuchar el sonido potente de las guitarras, el bajo y la batería, observar esa marea de cabezas extendiéndose hasta el Cabildo de los libros de Historia, le resultó una experiencia impactante. Ahora le gustan más Andrés Calamaro y Kevin Johansen que Gieco y Heredia, y no puede creer que en el Colegio Nacional una agrupación de chicos radicales haya hecho campaña con el lema “Por un centro de estudiantes, no de militantes”.

 

No puede creerlo porque para muchos otros chicos en edad de secundaria la palabra militante cobró un sentido que había perdido hasta antes de ayer. Por eso veló las urnas cuando hace unas semanas La Jauretche ganó las elecciones en el Colegio Nacional Buenos Aires y se acostó cuando ya salía el sol, con la alegría del triunfo temblándole en la garganta.

 

Para muchos de sus amigos, que están despertando a la vida adulta, Argentina 2010, con todas sus contradicciones pero todos sus avances, con todo lo que falta, pero todo lo que se hizo, es un país donde vale la pena haber nacido, no una invitación a pensar que la salvación está en Miami, Roma o Barcelona.

 

3. Franco nació en 2000, en un mundo que se convulsionaría en breve por el atentado a las Torres Gemelas, en que viajar en avión equivaldría a ser sospechoso de algo. Era un bebito cuando la Alianza pensó que la solución a los problemas económicos era que fueran ministros de Economía Ricardo López Murphy o Domingo Cavallo.

 

El primero anunció de movida un recorte al presupuesto universitario y duró menos que un pelado en la nieve. El segundo era el ministro más emblemático de los años de Carlos Menem en el poder. E hizo en el siglo XXI lo mismo que la mayoría de los poderosos del siglo XX: operar de tal manera que los pobres fueran más pobres y los ricos más ricos. Todavía tomaba la mamadera –gritaba de noche “¡queeeero una leeeecheee!”– cuando a aquel genio del manejo de los números, el auténtico Hood Robin argentino, se le ocurrió el corralito.

 

Un día, preguntó si ese corralito también lo habían inventado para los chicos inquietos, como él. Vio a sus padres sudar la gota gorda para llegar a fin de mes y palpó en persona la angustia de los que se preguntan cuándo y cómo se llega a la estabilidad, a las promesas cumplidas. Un chico de salita de dos cuando Duhalde devaluó el peso, pero antes les avisó a los grandes capitales que pasaron sus ahorros a dólares mientras el resto caía en un abismo.

 

Este año, antes de viajar a Brasil para un casamiento, Franco se declaró en público “kirchnerista, chavista y lulista”, sin que nadie se lo pidiera. Tiene 10 años y tal vez no sea nada de eso, pero anda por la vida con la alegría del que no tiene vergüenza de decir lo que piensa. El día en que actuó de Cornelio Saavedra junto a sus compañeros de cuarto grado, toda la escuela cantó, para cerrar el acto, Inconsciente colectivo, de Charly García. Muchos padres tenían los ojos llenos de lágrimas.

 

4. Luca sólo ha vivido con los Kirchner como presidentes: nació en abril de 2004, en plenas ¿felices? Pascuas. Un sábado mientras veía por televisión La Momia 3 dijo que cree que es peronista, además de kirchnerista. No tiene, claro, la menor idea de quién fue Perón. Horas más tarde, después de preparar y cenar ensalada de palta con tomate, aseguró que lo de peronista era un chiste. Pero sí sabe de Macri: es “un pibe que dijo que iba a arreglar todas las calles pero todavía no arregló ninguna”. Y por su compañerito Lautaro, y a lo mejor también por Santino, se prendió este año en los recreos de la Escuela del Árbol al misterioso juego “TN miente”.

 

En un bar de Almagro preguntó hace poquito qué significa ser progresista, después de escuchar a su hermano plantear el mismo interrogante, aunque sacado de un libro de la saga de Narnia, que se ganó en un concurso en una presentación editorial. El progresismo es algo difícil de explicar, en la Argentina 2010. El peronismo también. Acaba de comprar una edición nueva de El Eternauta, porque tiene “muchos platos voladores y extraterrestres”. No sabe que nuestro único héroe en este lío anda disfrazado de Juan Salvo por las calles de la ciudad.

 

Luca es un chico feliz, en un momento apasionante de un país que va hacia algún lado. Tiene una camiseta de la selección argentina con el nombre del Pipita Higuaín, pasó a segundo grado, está fascinado porque empezó a leer diarios, y, sobre todo, toma una pócima muuuy poderosa que te convierte en más que fuerte, aunque el resto del mundo le diga “jugo de manzana”. Es el único de la familia que aún cree en Papá Noel y los Reyes Magos, y tiene todo el derecho del mundo. Les escribe cartas aunque ahora dude un poco, que dudar humano es.

 

5. Sofía, Irene, Franco y Luca son mis hijos. Esta semana, alentado por los menores, compré por primera vez en la vida un billete de lotería, esperando ganar, como todos, aunque no creo, ni creeré, en los que se salvan solos. Si gano, los llevaré a los cuatro a Costa Rica, a conocer el país en que está sepultado su abuelo Dante, al que sólo la mayor conoció, y apenas.

 

Su abuelo, mi padre, se fue un poco apurado de la Argentina, en 1976, y murió allí con apenas 56 años en 1993, en la mitad de su librería, que se llamaba Macondo. En el exilio prolongado hasta la muerte que él mismo eligió como su casa –pese a que luego de1983 hubiese podido volver–, la Argentina era muchas cosas, pero sobre todo la patria ausente, los sabores perdidos, los olores irrepetibles de la infancia, los amigos muertos, la música de la nostalgia y, una y otra vez, las broncas por la obediencia debida, el punto final, los indultos, la inflación exasperante, los malos gobiernos.

 

Si gano la lotería, si los llevo, me pararé frente a su tumba, con sus cuatro nietos argentinos y les diré en voz alta: “El soñó vivir en un país como aquel en que ustedes viven”. Es que en los últimos meses me he ido convenciendo de que mi padre era kirchnerista antes que el kirchnerismo existiera.

 

6. Felices Fiestas, a todos y todas.

 

 




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