lunes, 25 de abril de 2011

Desorientación pascual homosexual Eduardo de la Serna

Desorientada  como  Macri  con  un  libro

 

Mirando al Papa dando respuestas a diferentes “preguntas difíciles” (algo que en principio celebro), me surge una pregunta. Especialmente a partir de su frase de que “no tenemos respuestas para el terremoto de Japón”. ¿Por qué la Iglesia pretende –o pretendiera- tener “todas las respuestas”?, o ¿por qué algunos pretenden que la Iglesia las tenga?

 

En lo personal, me alegra que la Iglesia no tenga todas las respuestas, y sería un buen “baño” de humildad saber que no las tiene, ¡y no pretender tenerlas! Es más, creo que la Iglesia crecería en humildad si aprendiera a buscar más preguntas.

 

Mirando desde adentro, pareciera que precisamente por no tener las respuestas y pretender tenerlas es que la Iglesia parece llena de miedos y desorientación frente al mundo contemporáneo. Y, precisamente por ese miedo, es que “muerde”. Se empiezan a fulminar castigos y “excomuniones” a diestra y siniestra ante todo lo que no se entiende. Y –precisamente por eso- se busca casi con desesperación que nada cambie; y –obviamente- a reforzar las alianzas más conservadoras buscando por todos los medios posibles evitar todo cambio que asusta.

 

Permítanme poner un ejemplo: creo que en toda América Latina el día que más gente participa de las celebraciones de Semana Santa es el Domingo de Ramos. Pues bien, ese día, ¿de qué habló en todas las misas la Iglesia Colombiana (al menos los que respondieron al pedido de la Conferencia Episcopal)?:

 

 ¡del rechazo a la adopción de hijos por parte de parejas homosexuales! No de Dios, no de Cristo, no del Reino, no de la muerte de Jesús por amor a la humanidad, no de la salvación universal que Jesús nos trae desde la cruz…

 

¡No! ¡Habló de los homosexuales! La Iglesia argentina no es diferente a esto, por cierto. Aunque este tema ya pasó un poco de moda y los cruzados recibieron el premio por sus luchas. Pero ante un mundo nuevo que se va gestando, la Iglesia parece cargada de miedos, se encuentra que no tiene respuestas, y entonces sólo puede pretender que nada cambie.

 

No ser levadura en la masa, no ser grano de mostaza, no sembrar en medio del campo (para usar metáforas de Jesús), sino ser “oposición”. Y esto vale para la Iglesia de Bolivia y Ecuador, de España y Argentina, de Colombia y Venezuela. Y mientras tanto, impermeables a la realidad, esta se cuela por todas partes. Y con esto, el miedo crece.

 

Creo que en esta Pascua la Iglesia haría bien en bañarse en humildad, dejar que se formulen todas las preguntas y no pretender tener respuestas, escuchar –a su vez- las respuestas que otros puedan dar (lo que no significa aceptar acríticamente todas ellas), y decir la única palabra para la que la Iglesia existe y la que el pueblo quizás esté esperando de nosotros: ¡Jesucristo!

 

Confiando en el Espíritu Santo, que es el único que conduce la Iglesia, el Pueblo de Dios – no sus jerarcas - irá haciendo su síntesis, siempre nueva; síntesis que será la vida con que la gracia de Dios conducirá a los suyos.   

 

Pero es muy difícil que esa síntesis surja de los miedos y de la desorientación frente al mundo; sólo surgirá una síntesis firme, con raíces bien hondas (es el sentido hebreo de la palabra “fe”) si hablamos de Jesús y del reino de Dios y confiamos que “ Dios dará el crecimiento ”.

 

Al fin y al cabo, que la Iglesia se sienta muy desorientada ante el mundo contemporáneo puede ser positivo si en lugar de miedos esto genera una mayor confianza en Dios que – estando nosotros a la intemperie - se ocupa de sus amigas y amigos, los seres humanos.

 

                                                                                                                                      Eduardo de la Serna