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The Neurotic Northamerican Presidential Security
Leonardo Boff
Theologian
Earthcharter Commission
Many of us have known what the ideology of national security meant under the Latin American military dictatorships. The security of the State was the highest priority. In fact, more than the security of the State itself, it was about the security of capital, so that it could continue its businesses and its logic of accumulation. Deep down, this ideology was premised on the supposition that every citizen is a subversive, actual or potential. Therefore, the citizen had to be watched and eventually jailed, interrogated, and, if he resisted, tortured, some times until death. This caused a rupture of the bonds of trust, without which society looses its meaning. Life went on under a heavy cloak of distrust and fear.
I say this because of the security apparatus that surrounded the visit to Brazil of the President of the United States, Barack Obama. There, one could plainly see that the ideology was not national, but presidential. There was no confidence in the ability of the Brazilian organisms to guarantee the president's security. He was accompanied by the entire security apparatus of the United States. There were immense helicopters, so huge that there were few places where they could land, armored limousines, over-dressed soldiers, with so many high-tech weapons that they looked more like killing machines than human beings. Sharp shooters were stationed on rooftops and other strategic locations, along with the intelligence personnel. Every corner that the «imperial court» would pass, and all the neighboring streets, houses and businesses, were monitored and searched. For security reasons, the public speech the president planned to give in the center of Rio de Janeiro, Cinelandia, was canceled. Those invited to hear his speech at the National Theater had to undergo a thorough search before passing.
What does such a scene reveal? That we live in a sick and inhumane world. Previously, we feared the forces of nature, before which we had little defense, and threatening demons, or vengeful gods. Today we are afraid of ourselves, of our weapons of mass destruction, and wars of overwhelming destruction, in which some of the super powers engage. We fear being assaulted in the street. We are afraid of going into the mountains where poor communities are located. We are even afraid that the street children could threaten us.
What is there that we do not fear?
The classics teach us that laws, the State, and public order exist primarily to liberate us from fear, and to enable us to coexist peacefully.
Formalizing these thoughts we can say, first, that fear is part of our existence. There are four fundamental fears: fear that we will be stripped of our individuality, and turned into dependents or mere numbers; fear that our relationships will be severed and we will be punished with solitude and isolation; the fear of changes that could affect our professions, health, and in the end, life itself; the fear of inevitable and definitive realities, such as death. The way we confront these existential fears marks our process of individuation. If we do so with courage, overcoming difficulties, we grow. If we flee, and try to avoid them, we end up debilitated, and even ashamed.
In spite of all our science, that creates the illusion of omnipotence, we have gone back to being afraid of the Earth and her forces. Who can control the collisions of the tectonic plates? Who can prevent an earthquake or stop a tsumani? We are nothing in the face of such uncontrollable energies, worsened by global warming.
Fear, then, is part of the human condition. It becomes a pathology and neurosis when we try to avoid it in a manner that transforms an entire social reality, and turns space into a sort of battleground, such as was mounted by the Northamerican security forces. A president visiting a country and her people should assume the risks that form part of life. Otherwise, the authorities of both sides had best gather on a ship on the high seas, safe from fear and from danger. The strategies of security only reveal the kind of world we live in: humans are afraid of other humans. We are captives of fear, and therefore, we are deprived of liberty, the happiness of living; and of welcoming a guest.
04-08-2011
Free translation from the Spanish sent by
Melina Alfaro, volar@fibertel.com.ar,
done at REFUGIO DEL RIO GRANDE, Texas, EE.UU.
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La neurótica seguridad presidencial norteamericana
2011-04-08
Muchos de nosotros hemos conocido lo que significó la ideología de la seguridad nacional bajo las dictaduras militares en América Latina. La seguridad del Estado era el valor primero. En realidad se trataba de la seguridad del capital para que éste continuase con sus negocios y con su lógica de acumulación, más que propiamente de la seguridad del Estado. Esta ideología, en el fondo, partía del supuesto de que todo ciudadano es un subversivo real o potencial. Por eso, debía ser vigilado y eventualmente preso, interrogado y, si se resistía, torturado, a veces hasta la muerte. De este modo, se rompían los lazos de confianza sin los cuales la sociedad pierde su sentido. Se vivía bajo un pesado manto de desconfianza y de miedo.
Digo todo esto a propósito del aparato de seguridad que rodeó la visita del Presidente de los Estados Unidos, Barack Obama, a Brasil. Ahí funcionó en pleno la ideología de la seguridad, no nacional, sino presidencial. No se tuvo confianza en la capacidad de los organismos brasileros para garantizar la seguridad del presidente. Le acompañó todo el aparato de seguridad estadounidense. Vinieron inmensos helicópteros de tamaño tan monstruoso que había pocos lugares donde podían aterrizar, limusinas blindadas, soldados revestidos con tantos aparatos tecnológicos que más parecían máquinas de matar que personas humanas. Tiradores especiales colocados en los tejados y en lugares estratégicos junto con el personal de inteligencia. Cada rincón por donde pasaría la «corte imperial», las calles vecinas, casas y comercios fueron vigilados y revisadas. Por razones de seguridad, fue cancelado el discurso que iba a dar al público en el centro de Río, en Cinelandia. Las personas invitadas a oír su discurso en el Teatro Nacional tuvieron que pasar antes por una minuciosa revisión.
¿Qué revela semejante escenario? Que estamos en un mundo enfermo e inhumano. Antes se tenía miedo de las fuerzas de la naturaleza, ante las cuales no teníamos mucha defensa, de demonios amenazadores o de dioses vengativos. Hoy tenemos miedo de nosotros mismos, de las armas de destrucción masiva, de las guerras de grandísima destrucción que algunos países centrales llevan a cabo. Tenemos miedo de los asaltos en la calle. Tenemos miedo de subir a los montes donde viven las comunidades pobres. Tenemos miedo hasta de los niños de la calle que nos pueden amenazar.
¿De qué no tenemos miedo?
Ya los clásicos enseñaban que las leyes, la organización del Estado y el orden público existen fundamentalmente para liberarnos del miedo y poder convivir pacíficamente.
Formalizando el pensamiento podemos, en primer lugar, decir que el miedo pertenece a nuestra existencia. Hay cuatro miedos fundamentales: el miedo a que nos quiten la individualidad y nos hagan dependientes o un mero número; el miedo a que nos corten las relaciones y nos castiguen a la soledad y al aislamiento; el miedo ante cambios que pueden afectar la profesión, la salud, y al límite, la propia vida; el miedo ante realidades inevitables y definitivas como la muerte. La forma como nos enfrentamos a estos miedos existenciales marca nuestro proceso de individuación. Si lo hacemos con valor, superando dificultades, crecemos. Si huimos y tratamos de evitarlos, acabamos debilitados y hasta avergonzados.
A pesar de toda nuestra ciencia que nos crea la ilusión de omnipotencia, volvemos a tener miedo de la Tierra y de sus fuerzas. ¿Quién controla el choque de las placas tectónicas? ¿Quién detiene un terremoto y frena un tsunami? No somos nada ante tales energías incontrolables, agravadas por el calentamiento global.
El miedo, pues, forma parte de nuestra condición humana. Se transforma en patología y neurosis cuando se busca evitarlo de tal forma que trastorna toda una realidad social y have del espacio una especie de campo de batalla, tal como fue montado por las fuerzas de seguridad estadounidenses. Si un presidente visita un país y a su pueblo, debe asumir los riesgos que forman parte de la vida. En caso contrario, las autoridades de ambos lados mejor harían reuniéndose en un barco en alta mar, a salvo de miedos y peligros. Las estrategias de seguridad solamente revelan en qué mundo vivimos: el ser humano tiene miedo de los otros seres humanos. Somos rehenes del miedo y, por eso, sin libertad y sin alegría de vivir yde recibir a un visitante.
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