De: Nuria Barbosa León [mailto:nuriab@enet.cu]
Enviado el: Jueves, 21 de Abril de 2011
Anónimo
Por Nuria Barbosa León, periodista de Radio Progreso y Radio Habana Cuba
El batallón de las milicias se recuperaba luego de los combates en Playa Girón en 1961, las tropas cubrían misiones de vigilancia y limpia de la zona para volver a la normalidad.
Quizás por curiosidad, era deseo de los jóvenes milicianos ir al lugar donde se encontraban prisioneros los más de mil mercenarios de la Brigada 2506 que desembarcaron por el Sur de Matanzas, a quienes se les llamaban Los Pintos por su ropa.
Entre un alambrado simple de un patio casero vagaban y al tenerlos cerca me vino a la mente un zoológico donde los animales esperan por su comida, temerosos ante las miradas expectantes.
Vestían uniformes deshechos, ya por roturas sufridas, el agua salada impregnada, los días a la intemperie, o abierto ante el calor. Sus rostros reflejaban miedo que se incrementaba al escuchar la palabra justicia.
Sus miradas demacradas destellaban una desmoralización total porque llegaron con la intención de desembarcar y ganar una guerra sin que el pueblo ofreciera resistencia y sucedió todo lo contrario.
Lo reconocí al instante: era el hijo de Don Manuel de Cárdenas, terrateniente de Agramante, pueblo de la provincia de Matanzas.
- Oscar - Le dije con toda seguridad y él sólo atinó a preguntar quién era yo.
Por supuesto que no me podía reconocer porque era de esos adolescentes que pedían trabajo a la entrada de su casa como jornalero para los picos de cosechas o para cualquier otra actividad.
Su madre, la Señora Rosa Díaz me empleó para servirle de mensajero y por tres pesos al mes debía hasta limpiar los pisos del lujoso caserón construido en medio de las innumerables fincas de la propiedad familiar.
La señora solía ser grosera porque el negarme a cumplir sus órdenes significaba que varios jóvenes estuvieran dispuestos a suplir mi lugar y yo perdería el sustento para aliviar el hambre de mis hermanos.
Al reconocer a Oscar entre Los Pintos, le brindé naranjas que guardaba en los bolsillos de mi pantalón de miliciano, su temor lo hizo dudar en tomarlas, pero su sentimiento egoísta lo llevó a deglutirla en breves minutos oculto de sus compañeros para no compartir su prenda.
En breves palabras le transmití confianza y que su vida no correría peligro, debía confiar en que la Revolución no se hizo para asesinar o torturar al enemigo sino para proporcionar mejor bienestar de vida a todo el pueblo.
No me entendió, su naturaleza de vida señorial, no podía aceptar una ideología basada en la igualdad y la solidaridad.
Asumí una actitud: Tomé el teléfono y hablé con su hermana Olga, le aseguré que Oscar estaba vivo y sin ninguna lesión en su cuerpo, la orienté en cómo podía visitarlo.
Para no alimentar el sentimiento de gratitud, simplemente, no mencioné mi nombre.