Testimonio. Carlos Agüero Por Aníbal Sicardi. Con 17 años Carlos era un pibe laburador de los duros. Trabajaba en el campo durante el día. A la noche iba a la escuela. Su tiempo lúdico era la pantalla visitando redes sociales. Los muchachos de la escuela le cuestionaban su identidad sexual. Decían que era homo. Va, un puto. María, su prima, compañera de banco en la escuela, era su confidente. Con ella podía llorar por la persecuta en la escuela y en el barrio. Los insultos lo afectaban al punto que se ponía a llorar a los gritos. Vivía en Chepes, a unos 240 kilómetros de La Rioja, al norte de Argentina. Aquel día decidió mostrar su coraje escondido en lo hondo de su vida. Habló con el pibe que se solazaba insultándolo. Le dijo por qué le habían puesto "putazo" en la foto de Facebook. ¿Por qué no me lo dicen en la cara? espetó con el miedo interno de que esa decisión terminara en una pelea. Era un flaquito que poco podía hacer en el cuerpo a cuerpo. Promediaba la mitad del curso escolar de esa noche. El otro pibe, líder del grupo que lo molestaba constantemente, lo insultó. En la clase Carlos se puso a llorar. La maestra se sintió molesta y lo mandó a la casa. Clásico, la victima victimizada. No quiso que María lo acompañase. Se fue solo. Al terminar la clase la prima lo fue a buscar. Intuyó donde estaría. Un galpón donde los jóvenes iban a escuchar música. Allí estaba Carlos, llorando. María aceptó la promesa de no decirle a nadie que lo encontró allí, pero le hizo prometer que volvería a la escuela con la frente en alto. Al día siguiente lo encontraron colgado de un árbol. Se había suicidado. Fue su salida de una situación sin salida. La escuela le dio la espalda. Tal vez no tiene herramientas para estas situaciones aunque, rápidamente, las autoridades locales se preocuparon para mantener en secreto lo que había ocurrido. No fueron originales al respecto. Otros casos, en otros lugares producía la misma reacción. El mandato del secreto se impone sobre los suicidios de los jóvenes. No hablar. Hasta se esgrime que el silencio debe ser lapidario para no promover a otros muchachos. Sin embargo los casos se repiten. Chepes tiene unos 10 mil habitantes. Pueblo chico. Puede presumirse que la presión es más grande. En otra ciudad, de unos 300 mil habitantes, entre 2010 y 2011 hubo una media docena de suicidios. De los conocidos. No se sabe de los tapados. En ninguno de esos casos se mencionó el tema sexual. En alguno el de la droga. Nada comprobado. Solo el comentario. Imposible reunir a los padres, madres y otras personas afectadas directamente para conversar sobre el tema. De eso no se habla, es la impronta. Carlos era un laburador. Estudioso. Segundo promedio en su clase. Otros no encontraban sitio en su familia y en la sociedad. Alguno parecía que sí. La gran mayoría colgados. De un árbol. Del techo de su dormitorio. En la pieza de su padre y madre. Las señales previas siempre son difusas. Puede existir o no lo que los mayores llaman problemas de conducta, pero parece no ser la tipología común en los jóvenes colgados. Más, hay casos como el de Carlos donde la familia parece no pesar en esa decisión. Si, tal vez, el miedo que tenía el joven para que sus padres no se enteraran de que lo llamaban puto. Un tema del que no hay que hablar. La tendencia del secreto. Hay que reconocer que el silencio no es salud. + (PE) Nota. Relato construido a partir del artículo de Flor Monfort, Sin lugar para los frágiles, en Página 12 del 14 de abril de 2011. PreNot 9513 110520 Agencia de Noticias Prensa Ecuménica 54 291 4526309. Belgrano 367. Cel. 2914191623 Bahía Blanca. Argentina. www.ecupres.com.ar asicardi@ecupres.com.ar |