Hace más de 10 años, antes del 11-S, Goldman Sachs predecía que los países del BRIC (Brasil, Rusia, India, China) alcanzarían a las 10 mayores economías mundiales, pero no hasta 2040. Pasó una década y la economía china ya ocupa solita el número dos, Brasil es número siete, India 10, e incluso Rusia va llegando cerca. En paridad de poder de compras, o PPP en inglés, las cosas se ven aún mejores. Desde ese punto de vista, China está en segundo lugar, India es ahora cuarta, Rusia sexta y Brasil séptimo.
No es sorprendente que Jim O’Neill, quien acuñó el neologismo BRIC y es ahora presidente de Goldman Sachs Asset Management, haya estado subrayando que “el mundo ya no depende del liderazgo de EE.UU. y Europa”. Después de todo, desde 2007, la economía de China ha crecido un 45%, la economía estadounidense menos de 1%, cifras suficientemente asombrosas como para hacer que cualquiera retire sus predicciones.
La ansiedad y el desconcierto estadounidense alcanzaron nuevas alturas cuando las últimas proyecciones del Fondo Monetario Internacional (FMI) indicaron que, por lo menos según ciertas mediciones, la economía china sobrepasaría a EE.UU. en 2016. (Hasta hace poco Goldman Sachs apuntaba a 2050 para ese cambio del primer lugar.)
Dentro de los próximos 30 años, los máximos cinco serán probablemente, según Goldman Sachs, China, EE.UU., India, Brasil y México. ¿Europa occidental? ¡Adiós!
Un sistema despojado de su esencia
Cada vez más expertos están de acuerdo en que Asia es ahora el ejemplo para el mundo, incluso mientras pone al desnudo vacíos manifiestos en la narrativa de la civilización de Occidente. Pero hablar de “la decadencia de Occidente” es una propuesta inconcebible. Una referencia histórica es el ensayo de Oswald Spengler de 1918 con ese título. Spengler, un hombre de su época, pensó que la humanidad funcionaba por medio de sistemas culturales únicos, y que las ideas occidentales no serían pertinentes o transferibles a otras regiones del planeta. (Id con ese cuento a los jóvenes egipcios de la Plaza Tahrir.)
Spengler capturó el Zeitgeist [espíritu del tiempo] de otro tiempo dominado por Occidente. Veía las culturas como organismos que viven y mueren, cada una con su alma insustituible. El Este u Oriente era “mágico” mientras Occidente era “faustiano”. Misántropo reaccionario, estaba convencido de que Occidente ya había alcanzado el estatus supremo disponible de una civilización democrática, y por ello estaba destinado a constatar la “decadencia” de su título.
Si piensas que esto suena como precursor del “choque de civilizaciones” de Huntington, te pueden perdonar, porque fue exactamente eso.
Hablando de choques de civilizaciones, ¿notó alguien ese “maybe” [tal vez] en un reciente artículo de portada de Time que retomaba temas "spenglerianos" y llevaba el título “La decadencia y caída de Europa (y Tal vez de Occidente)”? En nuestro momento neo-spengleriano, “Occidente” es seguramente EE.UU., ¿y cómo podía equivocarse hasta tal punto esa revista? ¿Tal vez?
Después de todo, una Europa que ahora está en una profunda crisis financiera estará “en decadencia” mientras siga inextricablemente entrelazada con "Occidente" y se siga ajustando a éste, es decir, Washington, incluso mientras presencia el ascenso económico simultáneo de lo que a veces se llama burlonamente “el Sur”.
Hay que pensar en el actual momento capitalista global no como un “choque”, sino como un “cobro de civilizaciones”.
Si Washington está ahora conmocionado y va con el piloto automático es en parte porque, históricamente hablando, su momento como “única superpotencia” del globo o incluso “híper-potencia” apenas duró los tristemente célebres 15 minutos de fama de Andy Warhol, desde la caída del Muro de Berlín y el colapso de la Unión Soviética al 11-S y la doctrina de George W Bush. El nuevo siglo estadounidense fue rápidamente estrangulado en tres etapas llenas de arrogancia 11-S (reacción); la invasión de Iraq (guerra preventiva); y la catástrofe de 2008 en Wall Street (capitalismo de casino).
Mientras tanto, se puede argumentar que Europa todavía tiene sus oportunidades no occidentales, que, en los hechos, la periferia sueña cada vez más con subtítulos europeos, no estadounidenses. La Primavera Árabe, por ejemplo, fijó su atención en las democracias parlamentarias al estilo europeo, no en un sistema presidencial estadounidense. Además, por ansiosa que esté desde el punto de vista financiero, Europa sigue siendo el mayor mercado del mundo. En una serie de campos tecnológicos, rivaliza ahora o sobrepasa a EE.UU., mientras las regresivas monarquías del Golfo Pérsico se dan el lujo de comprar euros (y bienes raíces de primera en París y Londres) para diversificar sus portafolios.
Sin embargo, con “líderes” como el neo-napoleónico presidente Nicolas Sarkozy, el primer ministro David (de Arabia) Cameron, el primer ministro Silvio (“bunga bunga”) Berlusconi, y la canciller Angela (“Querida Prudencia”) Merkel, que en gran parte carecen de imaginación o de sobresaliente competencia, Europa ciertamente no necesita enemigos.
Decadencia o no, podría encontrar un nuevo período de vida marginando su atlantismo y apostando audazmente por un destino euro-asiático. Podría abrir sus sociedades, economías y culturas a China, India y Rusia, mientras empuja a Europa del sur a que se conecte de modo más profundo con una Turquía en ascenso, el resto de Medio Oriente, Latinoamérica y África (y tampoco por medio de más bombardeos “humanitarios” de la OTAN.
De otra manera, los hechos sobre el terreno indican algo que va mucho más allá de la decadencia de Occidente: es la decadencia de un sistema en Occidente que, en estos últimos años, está siendo despojado de su cruel esencia. El historiador Eric Hobsbawn capturó el estado de ánimo del momento cuando escribió en su libro Cómo cambiar el mundo que “el mundo transformado por el capitalismo” que Karl Marx describió en 1848 “en pasajes de oscura, lacónica elocuencia es de manera reconocible el mundo de principios del Siglo XXI”.
En un paisaje en el que la política se está reduciendo a un espejo (roto) que refleja las finanzas, y en el cual producir y ahorrar han sido suplantados por el consumo, salta a la vista algo sistémico. Como en la famosa línea del poeta William Butler Yeats: “El centro no se sostiene”, y tampoco lo hará.
Si Occidente deja de ser el centro, ¿qué fue exactamente lo que anduvo mal?
¿Estás conmigo o contra mí?
Vale la pena recordar que el capitalismo fue “civilizado” gracias a la incesante presión de valientes movimientos de la clase trabajadora y a la permanente amenaza de huelgas e incluso de revoluciones. La existencia del bloque soviético, un modelo alternativo de desarrollo económico (aunque deformado), también ayudó.
Para contrarrestar a la URSS, Washington y los grupos gobernantes de Europa tuvieron que comprar el apoyo de sus masas defendiendo lo que nadie se sonrojó al llamarlo “el modo de vida occidental”. Se forjó un complejo contrato social, que involucró concesiones del capital.
Ya no. No en Washington obviamente. Y cada vez más, tampoco en Europa. Ese sistema comenzó a deshacerse en cuanto –¡y hablen de triunfo ideológico total!– el neoliberalismo se convirtió en la única opción. De ahí partió una sola súper-autopista y barrió directamente a los sectores más frágiles de la clase media hacia un nuevo proletariado postindustrial, o simplemente a la condición de "inempleables".
Si el neoliberalismo es el vencedor por el momento, es porque no existe ningún modelo realista, alternativo de desarrollo, y a pesar de ello lo que ha logrado está cada vez más cuestionado. Mientras tanto, excepto en Medio Oriente, los progresistas en todo el mundo están paralizados, como si esperaran que el viejo orden se disuelva por sí solo. Por desgracia, la historia nos enseña que, en encrucijadas semejantes del pasado, es probable que se encuentren las uvas de la ira, la derecha al estilo populista, o cualquier otra cosa, o peor todavía, el fascismo total.
“Occidente contra el resto” es una fórmula simplista que ni comienza a describir un mundo semejante. Hay que imaginar, en su lugar, un planeta en el cual “el resto” trata de ir más allá de Occidente de diversas maneras, pero que también ha absorbido ese Occidente de maneras más profundas de lo descriptible. Esa es la ironía, entonces: sí, Occidente “decaerá”, incluido Washington, y a pesar de ello dejará por doquier detrás de sí algo de su legado.
Perdonad, vuestro modelo apesta
Supón que eres un país en desarrollo, que hace compras en el supermercado del desarrollo. Miras hacia China y piensas que ves algo nuevo –un modelo de consenso que causa admiración por doquier– ¿o será así? Después de todo, es posible que la versión china de un auge económico sin libertad política no resulte ser un gran modelo a seguir para otros países.
De muchas maneras, podría ser más una especie de artefacto letal inaplicable, una bomba de racimo hecha de fragmentos del concepto occidental de modernidad casado con una fórmula de base leninista donde un solo partido controla lo personal, la propaganda, y –crucialmente- el Ejército Popular de Liberación.
Al mismo tiempo, es un sistema que evidentemente trata de demostrar que, incluso aunque Occidente unificó el mundo –del neocolonialismo a la globalización– eso no debe implicar que vaya a dirigir para siempre en términos materiales o intelectuales.
Por su parte, Europa pregona un modelo de integración supranacional como medio de solucionar problemas y conflictos de Medio Oriente a África. Pero cualquier consumidor puede ver ahora la evidencia de una Unión Europea al borde de la ruptura en medio de interminables riñas inter-europeas que incluyen revueltas nacionales contra el euro, descontento por el papel de la OTAN como Robocop global, y un estilo de continua arrogancia cultural europea que la incapacita para reconocer, por ejemplo, por qué el modelo chino tiene tanto éxito en África.
O digamos que nuestro consumidor mira hacia EE.UU., ya que ese país todavía es, después de todo, la economía número uno del mundo, su dólar es todavía la moneda de reserva del mundo, y sus fuerzas armadas siguen siendo número uno en poder destructivo y que todavía tiene efectivos militares repartidos por gran parte del globo.
Eso ciertamente parecería impresionante, si no fuera por el hecho de que Washington está visiblemente en decadencia, oscilando a diestro y siniestro entre un populismo poco convincente y una ortodoxia rancia, promocionando el capitalismo de casino en un callejón durante su tiempo libre. Es una gigantesca potencia envuelta en una parálisis política y económica a la vista de todo el mundo, y de modo no menos visible incapaz de encontrar una estrategia de salida.
Realmente, ¿le comprarías un modelo a alguno de ellos? De hecho, ¿hacia dónde vamos a mirar estos días en busca de modelos en un mundo en creciente confusión?
Uno de los motivos cruciales de la Primavera Árabe fueron los precios fuera de control de los alimentos, impulsados en gran parte por la especulación. Protestas y disturbios en Grecia, Italia, España, Grecia, Francia, Alemania, Austria y Turquía fueron consecuencias directas de la recesión global. En España, casi la mitad de los jóvenes de entre 16 y 29 años –una “generación perdida” superformada– está ahora sin trabajo, un récord europeo.
Podrá ser lo peor en Europa, pero en Gran Bretaña un 20% de los jóvenes entre 16 y 24 años carecen de empleo, aproximadamente el promedio del resto de la Unión Europea. En Londres, casi un 25% de las personas en edad de trabajar están desocupadas. En Francia, un 13,5% de la población es ahora oficialmente pobre, es decir, vive con menos de 1.300 dólares al mes.
Desde el punto de vista de muchos en Europa occidental, el Estado ya ha roto el contrato social. Los indignados de Madrid percibieron perfectamente el espíritu del momento: “No estamos contra el sistema, el sistema está contra nosotros”.
Esto aclara la esencia del abyecto fracaso del capitalismo neoliberal, como explicó David Harley en su último libro: The Enigma of Capital. Deja claro cómo una economía política de “desposeimiento masivo, de prácticas depredadoras hasta el punto del robo a plena luz del día, particularmente a los pobres y los vulnerables, a los poco sofisticados y a los que carecen de protección legal, se ha convertido en la orden del día”.
¿Salvará Asia al capitalismo global?
Mientras tanto, Pekín está demasiado ocupado volviendo a mezclar su destino como Reino del Medio global –desplegando ingenieros, arquitectos, y trabajadores de la infraestructura, del tipo que no bombardea, de Canadá a Brasil, de Cuba a Angola– como para ser distraído por afanes atlanticistas en MENA (es decir la región que incluye a Medio Oriente y el Norte de África).
Si Occidente tiene problemas, el capitalismo global ha recibido un respiro –cuán breve no lo sabemos– por la emergencia de una clase media asiática, no solo en China e India, sino también en Indonesia (240 millones de personas en un modo de auge) y Vietnam (85 millones). Nunca termino de maravillarme al comparar los milagros instantáneos y la burbuja inmobiliaria actual en Asia con mis primeras experiencias al vivir allí en 1994, cuando esos países todavía estaban en los años del “Tigre Asiático”, anteriores a la crisis financiera de 1997.
Solo en China, 300 millones de personas –“solo” un 23% de la población total– vive actualmente en áreas urbanas medianas o grandes y gozan de lo que siempre se llama “rentas disponibles”. Ellos, en los hechos, constituyen de por sí una nación, una economía que ya es dos tercios de la de Alemania.
El McKinsey Global Institute señala que la clase media china comprende ahora un 29% de los 190 millones de grupos familiares del Reino del Medio, y llegarán a un asombroso 75% de 372 millones de grupos familiares en 2025 (si, claro está, el experimento capitalista de China no ha caído a algún precipicio para entonces y su potencial burbuja inmobiliaria/financiera no se ha reventado y ahogado a la sociedad).
En India, con su población de 1.200 millones, ya hay, según McKinsey, 15 millones de grupos familiares con un ingreso anual de hasta 10.000 dólares; en cinco años, se proyecta que 40 millones de grupos familiares, o sea 200 millones de personas, estarán en ese grupo de ingresos. Y en India en 2011, como en China en 2001, el único camino va hacia arriba (de nuevo mientras ese respiro dure).
Los estadounidenses tal vez lo consideren irreal (o comiencen a hacer sus maletas de expatriados), pero una renta anual de menos de 10.000 dólares significa una vida confortable en China o Indonesia, mientras que en EE.UU., con un ingreso familiar mediano de unos 50.000 dólares, uno es prácticamente pobre.
Nomura Securities predice que en solo tres años, las ventas minoristas en China sobrepasarán las de EE.UU. y que, de esa manera, la clase media asiática ciertamente puede “salvar” por un tiempo al capitalismo global, pero a un precio tan elevado que la Madre Naturaleza está urdiendo una venganza catastrófica seria a través de lo que solía ser llamado cambio climático y que ahora es conocido de un modo más vívido como “tiempo extraño”.
De vuelta a EE.UU.
Mientras tanto, en EE.UU., el presidente Barack Obama, premio Nobel de la Paz, sigue insistiendo excepcionalmente en que vivimos en un planeta estadounidense. Si esa línea sigue resonando en el interior, sin embargo, es aún más difícil de ‘vender’ en un mundo en el cual el primer caza jet stealth (oculto) chino realiza un vuelo de prueba mientras el secretario de Defensa de EE.UU. visita China.
O cuando la agencia noticiosa Xinhua, haciéndose eco de su amo Pekín, se enfurece contra los políticos “irresponsables” de Washington que fueron las estrellas del reciente circo del techo de la deuda, y apunta a la fragilidad de un sistema “salvado” de la libre caída por la promesa de la Reserva Federal de hacer llover dinero gratuito sobre los bancos durante por lo menos dos años.
Tampoco muestra Washington algo que se parezca a ingenio en su enfrentamiento con la dirigencia de su mayor acreedor, que tiene 3,2 billones (millones de millones) de dólares de reservas en moneda estadounidense, un 40% del total global, y siempre se intriga ante la continua exportación letal de “democracia para tontos” de las costas estadounidenses a las zonas de guerra Af-Pak, Iraq, Libia y otros puntos álgidos en el Gran Medio Oriente. Pekín sabe perfectamente que cualquier otra turbulencia en el capitalismo global generada por EE.UU. podría reducir drásticamente sus exportaciones, llevar al colapso de su burbuja inmobiliaria y lanzar a las clases trabajadoras chinas a un modo revolucionario bastante duro.
Esto significa –a pesar de recientes voces de la variedad Rick Perry/Michele Bachmann en EE.UU.– que no hay ninguna “maligna” conspiración china contra Washington u Occidente. De hecho, tras al salto de China más allá de Alemania como principal exportador del mundo y su denominación como fábrica del mundo, yace un cantidad significativa de producción que está controlada en realidad por compañías estadounidenses, europeas y japonesas.
De nuevo, decadencia de Occidente, sí, pero Occidente ya está tan profundamente involucrado en China que no va a desaparecer tan pronto. Quienquiera suba o baje, queda, desde ahora, solo un sistema de desarrollo de fuente única en el mundo, que se deshilacha en el Atlántico, y vive un auge en el Pacífico.
Si alguna esperanza de Washington sobre “cambios” en China constituye un espejismo, cuando tiene que ver con el monopolio global del capitalismo, ¿quién sabe cuál será finalmente la realidad?
Vuelta al páramo
Los "cocos" proverbiales de nuestro mundo –Osama bin Laden, Sadam Hussein, Muamar Gadafi, Mahmud Ahmadineyad (¡qué raro, todos musulmanes!)– tienen el propósito evidente de actuar como otros tantos mini agujeros negros que absorben todos nuestros temores. Pero no salvarán a Occidente de su decadencia, o a la única superpotencia del castigo merecido.
Paul Kennedy, de Yale, ese historiador de la decadencia, indudablemente nos recordaría que la historia barrerá con la hegemonía estadounidense con la misma seguridad que el otoño reemplaza al verano (con la seguridad con la que se barrió con el colonialismo europeo, a pesar de las guerras “humanitarias” de la OTAN).
Ya en 2002, en los preparativos para la invasión de Iraq, el experto en el sistema mundial Immanuel Wallerstein colocó el debate de esta manera en su libro La decadencia del poder estadounidense: La cuestión no es si EE.UU. está en decadencia, sino si encontrará un camino para caer airosamente, sin demasiado daño para sí mismo o el mundo. La respuesta desde entonces ha sido bastante clara: no.
¿Quién puede dudar de que, 10 años después de los ataques del 11-S, la gran historia global de 2011 haya sido la Primavera Árabe, que en sí es ciertamente una trama secundaria de la decadencia de Occidente? Mientras Occidente se revolcaba en un lodazal de miedo, islamofobia, crisis financiera y económica, e incluso, en Gran Bretaña, en disturbios y saqueos, desde el Norte de África a Medio Oriente, la gente arriesgó sus vidas para intentar la democracia occidental.
El sueño ha sido desbaratado, por lo menos en parte, gracias a que la medieval Casa de Saud y sus acólitos del Golfo Pérsico intervinieron groseramente, entrometiéndose con una implacable estrategia de contrarrevolución, mientras la OTAN ayudaba al cambiar la narrativa a una campaña de bombardeo “humanitario” con el fin de reafirmar la grandeza occidental.
Como dijo brutalmente el secretario general de la OTAN Anders Fogh Rasmussen: “Si no se es capaz de desplegar tropas más allá de las fronteras propias no se puede ejercer influencia en el campo internacional, y entonces esa brecha será colmada por potencias emergentes que no comparten necesariamente los mismos valores y pensamientos”.
Por lo tanto, resumamos la situación mientras 2011 se orienta hacia el invierno. En lo que respecta a MENA, el propósito de la OTAN es mantener a EE.UU. y a Europa dentro del juego, a los miembros del BRICS afuera, y a los “nativos” en sus sitios. Mientras tanto, en el mundo Atlántico, las clases medias apenas subsisten en silenciosa desesperación, incluso mientras, en el Pacífico, China está en auge, y globalmente todo el mundo retiene el aliento a la espera de que el próximo zapato económico caiga en Occidente (y luego el siguiente).
Es una lástima que no haya un TS Eliot para que describa este destartalado páramo medieval que se apodera del eje atlantista. Cuando el capitalismo entre a la unidad de cuidados intensivos, los que paguen la cuenta del hospital serán siempre los más vulnerables, y la cuenta se paga invariablemente con sangre.