jueves, 20 de octubre de 2011

Santiago del Estero hoy es posible Musa Azar Eduardo Luis Duhalde

Otro Mundo es Posible.

 

Como todos los domingos, me dispongo a leer Página/12 mientras tomo unos mates. Veo el título de tapa: “El fin de la edad media”. Y la foto de él: “el doctor“, el “caudillo”, el “conductor y guía” de las vidas de los santiagueños, el guardián de la moral pública (es curioso como los inmorales suelen adoptar esta actitud!), por tantos y desgraciados años. Con los oscuros anteojos que caracterizaron a los represores. No podía ser de otro modo.

No puedo evitar que mi vida vuelva atrás mediante los recuerdos; así está sucediendo desde que vi al Secretario de Derechos Humanos, Eduardo Luis Duhalde, en Crónica TV, anunciar que se había presentado una denuncia contra Musa Azar, en el Juzgado Federal de Santiago del Estero y para ello había utilizado varias denuncias contra él, hechas en la CONADEP. Para ejemplificar, eligió tres nombres de entre los denunciantes y entre ellos, escuché el mío. Así me encontré de golpe, sin pensarlo y sin decidirlo, sumergido en el pasado y en la historia. Después del impacto, pensé que estaba teniendo el privilegio de actuar como un instrumento de justicia, aunque sea pequeño, insignificante casi, después de tantos años de impunidad. La historia me estaba dando ese privilegio por esa denuncia hecha casi 20 años atrás, cuando todavía no sabía -ni esperaba- que Alfonsín y su gobierno traicionarían nuestras esperanzas de justicia, después de habernos dado un hecho histórico, como lo fue el juicio a las juntas de la dictadura militar.

Me vi otra vez, ese 14 de febrero de 1975, “levantado” en la calle, a las 7,30 de la mañana, por dos esbirros policiales, uno de ellos el hoy nombrado junto a Musa Azar, Juan Carlos Bustamante, con una pistola en la cintura, bajo la campera celeste que lo cubría, a pesar del calor. Gracias a mis tironeos para evitar el secuestro, pude dar mi nombre y un teléfono para que un comerciante que salió a la vereda, alertado por los forcejeos, avisara a mi familia. Gracias al aviso de esa persona, me salvé de la tortura -porque fui el último detenido de esa tanda y porque las torturas ya eran de conocimiento público- pero no de seis años de cárcel.

Pero no es de la cárcel de lo que quiero hablar; no es lo que me mueve a escribir. De lo que quiero hablar es de nuestros sueños de entonces, de lo que sentíamos que podíamos lograr. Los jóvenes de entonces, los santiagueños entre ellos, creíamos -como hoy los “antiglobalizadores”- que otro mundo es posible. Y nos jugamos con fuerza por ese otro mundo, nos metimos con todo en ese juego, sin especular, sin medir las fuerzas de los que no querían “otro mundo”, ni las consecuencias de enfrentarlos.

A pesar de que, desde 1974, ya circulaban por las calles de Santiago autos misteriosos, con tipos armados y las Tres A ya enviaban amenazas a amigos y conocidos, nunca imaginamos semejante carnicería. La crueldad nos sorprendió tanto como parece sorprender hoy a la sociedad, o al menos a una parte de ella. Pero -pienso ahora- nuestro deseo de cambio debió haber sido grande, debió haber tenido mucha fuerza, para suscitar semejante respuesta. 

Tuvimos que dejar atrás muchas cosas de nuestras vidas porque nos vimos sin libertad, a disposición del PEN. Sumergidos en la noche negra y sangrienta de la dictadura Y después, con la familia destruida; sin trabajo; sin carrera, expulsados de una Universidad Nacional que habíamos contribuido a obtener para Santiago; sin amigos casi. Señalados socialmente. Y conviviendo con el miedo que dejó tanto horror. Y después, falsamente libres, viviendo a tientas en una democracia débil que nos trajo la larga, oscura -y también destructiva- noche del discurso único neoliberal, llegado con el menemismo.

Mucho me alegra ahora constatar que todavía y a pesar de todo, conservamos nuestros sueños de “otro mundo es posible”; un mundo de justicia para todos y por igual, entre otras cualidades. Lo siento así cuando veo a gran parte de mi pueblo (No “la gente”... ¡El Pueblo!) de Santiago del Estero, a mis ex compañeros de cautiverio, a algunos de mis amigos, desafiar al aparato represivo de “el caudillo” -golpeado pero aún tratando de resistir- buscando, otra vez, ese “otro mundo posible”, que sí es posible construir.

Me alegra que Cristina Torres haya sido designada Delegada de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación. Me alegra que Luis Santucho haya sido designado Delegado de la Secretaría de Justicia de la Nación. Me alegra que los corruptos sean, cada vez más, empujados fuera del poder.

Otro mundo es posible. También para Santiago del Estero.

 

Osvaldo Corvalán.

Ex preso político del juarismo y la dictadura militar.

22 de enero de 2004.