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Cuba en San Salvador palabras embajador libertad a los cinco
PALABRAS DEL EMBAJADOR DE CUBA EN LA CELEBRACIÓN ECUMÉNICA PARA PEDIR LA LIBERACIÓN DE LOS CINCO LUCHADORES ANTITERRORISTAS CUBANOS
Parroquia María Madre de los Pobres, Comunidad La Chacra, San Jacinto, San Salvador, 5 de marzo de 2012
Hermanas y Hermanos salvadoreños; compatriotas cubanos también presentes.
No hay que proclamar mas fe que la del amor para reunirse hoy en esta celebración ecuménica, en una de las comunidades más pobres y sufridas del Gran San Salvador para confirmar aquello que proclaman los cristianos y que también defendemos los revolucionarios, con independencia de cuál sea nuestro altar: el amor todo lo puede.
Por amor a un sueño de país, con todos y para el bien de todos, los cubanos hemos resistido y sobrevivido a medio siglo de guerra económica, comercial y financiera. Si esa guerra no existiera, como suelen repetir hasta las náuseas algunos plumíferos, Cuba se abriría paso en el mundo salvaje de nuestros días con todo su genio e ingenio: todo sería diferente, por más que insistan en negarlo.
Pero la guerra existe; en las últimas tres semanas perdimos los recursos que permitirían financiar los más de 500 km que restan para concluir la construcción de la económicamente estratégica autopista nacional. En los últimos tres días perdimos los ingresos que nos habrían permitido adquirir todos los útiles del actual curso escolar. Entre el día de ayer y el de hoy, dejamos de ingresar el dinero que nos permitiría comprar 139 ómnibus articulados que harían más eficaz al transporte de pasajeros que tanto se critica como ejemplo, dicen, del fracaso. En las últimas doce horas perdimos los recursos con los que pensábamos comprar toda la insulina que demandarían este año los pacientes diabéticos. Hace cinco horas se nos negaron los ingresos para comprar dializadores para todos los enfermos renales de Cuba. Tan solo dos horas atrás se perdieron los dólares con los que compraríamos las máquinas braille de todos los ciegos cubanos. Y si ese bloqueo genocida no existiera, en los cinco minutos que llevo hablando, mi país, comerciando en condiciones normales, habría podido disponer de los recursos para proveer a uno de sus hijos de una vivienda decorosa.
Son apenas ejemplos. ¿Cómo medir el sufrimiento? ¿Cómo calcular las muertes porque la medicina no llegó a tiempo al país, o no nos permitieron comprar un catéter, o nos prohibieron comprar la válvula del respirador artificial de neonatología?
Esa es una guerra, la que, como dice el manifiesto Mallory, del gobierno de los Estados Unidos, debe prontamente por cualquier medio concebible… debilitar la vida económica de Cuba… negarle dinero y suministros…, para disminuir los salarios reales y monetarios a fin de causar hambre, enfermedades desesperación y el derrocamiento del gobierno.
Pero hay otra guerra que todos los días nos la recuerdan los 5577 cubanos que han sido sus víctimas más directas –ya sean muertos o heridos. Es la suma de las agresiones armadas, terroristas, biológicas, radiofónicas, psicológicas que los gobiernos de Estados Unidos han sostenido por más de 50 años contra mi Patria.
Ustedes, hermanas y hermanos salvadoreños, que saben como pocos el significado de una guerra y el valor de la paz, entenderán mejor que muchos otros pueblos la justeza de nuestros reclamos, alentados, además, por la indignación y vergüenza que con frecuencia refieren, porque gobernantes y políticos de este país hayan acogido, financiado y protegido en el pasado a uno de los más agresivos terroristas de este hemisferio y a su red de conspiradores.
Así como algunos de ustedes, en un acto de amor y fe, nos ayudaron a tenerlos bajo control y saber sus planes, asimismo cinco hermanos míos partieron hace años hacia la Florida, donde los terroristas viven protegidos por su Imperio.
Mi gobierno compartió con aquel otro los datos esenciales, frutos de nuestro amor por la vida, que permitirían prevenir los actos terroristas que entonces se fraguaban, y con ellos, salvar de la muerte no solo a cubanos inocentes, sino a estadounidenses y centroamericanos que nada tenían que ver con esa guerra.
Mis hermanos fueron detenidos, juzgados y condenados a penas abominables por un jurado venal, bajo presiones mafiosas y con prensa pagada que les hizo los favores, a pesar de que el Gobierno había retirado los cargos y que había negado el acceso las evidencias que los exculpaban. Desde entonces, el odio y la injusticia no tienen freno.
Desde hace 13 años el silencio y el odio se han impuesto sobre el amor y la verdad. Qué tienen que ver esos sentimientos con lo que aseguran el escudo imperial y sus billetes: “En Dios confiamos”.
Les aseguro que no es el Dios de la vida del cual se ha hablado hoy aquí, porque si así fuera, ellos estarían libres o, cuando menos, no los habrían torturado física y psicológicamente, no les habrían negado a dos de ellos las visitas de sus esposas; no le prohibirían al que fue liberado reunirse con su familia en Cuba y menos le negarían, siquiera por elementales razones humanitarias, abrazar a un hermano que ha sido su abogado defensor primero y que ahora libra la batalla final contra un terrible cáncer.
Por eso, vale aquí, bajo los ruegos que ustedes han hecho hoy, invocar la necesidad de que se hagan realidad las palabras de San Juan: que el mundo conozca la verdad, para que ellos: René, Antonio, Gerardo, Fernando y Ramón, puedan, al fin, ser libres.
Por eso vale invocar también la idea inmensa del amor de José Martí, que es con todos y para el bien de todos, para que del amor salga la fuerza con la que se los arranquemos al imperio y a las mafias cubanoamericanas de la Florida.
Para que Gerardo y René abracen y besen a sus esposas Adriana y Olguita, a las que hace casi tres lustros no ven. Para que Fernando le cante a Rosa Aurora y Ramón retoce con sus hijas. Para que Antonio siga bordando con su sensibilidad infinita el amor a la Patria que los sostiene y nos inspira, el mismo amor que hoy le es negado a René para abrazar por última vez a su hermano Roberto, y que Antonio acaba de resumir en estos versos:
Amar los días
de sol y tierra.
Amar los tiempos
que se recuerdan.
Amar las casas
nuevas y viejas.
Amar la luz
y las tinieblas.
Amar los trillos,
las carreteras.
Amar el valle
como a la sierra.
Amar las olas
sobre la arena.
Amar el mar
y las riberas.
Amar los patios,
las azoteas.
Amar la noche
y las cigüeñas.
Amar la luna
y las estrellas.
Amar la lluvia,
la blanca niebla.
Amar la nieve,
la primavera.
Amar las flores
y las abejas.
Amar el brillo
de las botellas.
Amar el ruido
en las escuelas.
Amar la prosa
y los poemas.
Amar la arista
de las sorpresas.
Amar los sueños
que nos desvelan.
Amar lo justo
y la certeza.
Amar el mundo
que nos contempla.
Amar la patria
y la bandera.
Amar la gente
que ama y que crea.
Amar la paz,
nunca la guerra.
«Amar la vida
luchar por ella».
Muchas gracias