Un médico, vendedor ambulante....en Guayaquil /EN LA VIDA NO SE PUEDE AHORRAR POESÍA
Queridos y queridas: Les adjunto dos trazados cortitos, sencillos, profundos,
hermosos. En el primero, publicado en el Diario Público El Telégrafo, Ramiro
Diez nos narra una historia real que sucedió en Guayaquil, Ecuador,
protagonizada por el Ché. En el segundo, Alexis Ponce nos transmite su sentir
sobre el escrito de Ramiro.
Francisco Jaramillo V. jaramillo.francisco@gmail.com
DIARIO PÚBLICO EL TELÉGRAFO 3.07.2014 Historias de la vida y del ajedrez
Un médico, vendedor ambulante por Ramiro Díez
A doña Matilde la enterraron la semana pasada en Guayaquil. Con ella terminó un pedacito de historia que hay que contar. Era una abuela que parecía de más de 100 años. Sin embargo, su rostro surcado por los recuerdos se iluminaba cuando hablaba de una lejana noche en su Guayaquil de pasillos melancólicos y calores insufribles. Julio, su nieto, me contó que en su ataúd barato pusieron una foto descolorida, razón de su sonrisa.
Ella abrazaba la foto y en la foto alguien la abrazaba. Hace más de 20 años, ella misma me contó la historia de aquel retrato: En la década del 50, en Guayaquil, un muchacho de sonrisa luminosa y acento argentino, que vivía en un cuartito vecino, vendía hilos, agujas y lápices de colores en los buses y en lo que hoy es el malecón. Era un ganapán, un 7 oficios, vendedor ambulante. Una noche de intensa lluvia tocó a la puerta de su casa. Eran las 23:00.
– Me contó el zapatero, que su mamá está enferma. Déjeme ayudarla – dijo el joven.
Doña Matilde, de 20 años, fue reticente. Un vendedor ambulante, ¿qué podría contra los escalofríos y la fiebre de su madre? Antes de que pudiera decir algo, el muchacho ya había cruzado la puerta y miraba el cuarto que alumbraba una vela.
– Soy médico – afirmó, y entró.
– ¿Tú crees que mi mamá…?– empezó a decir doña Matilde, pero cambió el estilo de la pregunta. – ¿Usted cree, doctor, que mi mamá…? –. No terminó la frase.
– Ya vengo. Manténgala hidratada. Déle alguna bebida tibia. Espéreme, que regreso enseguida – dijo el hombre. Y sin importar la lluvia apocalíptica corrió a buscar una farmacia. Regresó una hora después, bañado en lluvia y sudor, con los medicamentos y permaneció junto a la paciente hasta el amanecer.
En su cuartucho del barrio Las Peñas donde siempre vivió, doña Matilde lo recordaba como el médico que había salvado a su madre y deseaba, en medio de su pobreza, que el mundo tuviera más hombres como ese muchacho de mirada generosa. Por eso, años después, cuando ese médico llamado Ernesto Guevara fue noticia en Bolivia, doña Matilde supo que a ella le habían arrancado un pedazo del corazón. Y que debería irse de este mundo abrazando la foto donde él la abrazaba.
En ajedrez, como en la vida, no se puede ahorrar poesía....
De: Alexis Ponce <alexisponce.b@gmail.com>
Fecha: 3 de julio de 2014, 12:47
Asunto: carta a Ramiro Díez / "EN LA VIDA NO SE PUEDE AHORRAR POESÍA"
Para: unahistoria@paraisempre.com
... Una increíble y bella historia, muy bien contada, Ramiro...
la comparto, de inmediato, a mis amigas y compañeros en Cuba; y -sobre todo- a mi querido Viejo, pues sé que tu narración también lo conmoverá.
También la difundiré este instante y con emoción, a mis amigos y amigas en América Latina, especialmente de Argentina, Bolivia y Guayaquil.
Un amigo (a lo Miguel Hernández) que siempre me será dolor, Patricio Ycaza, mi hermano de luchas en el MIR, y que en sus últimos años estuvo obsesionado acumulando toda huella de la presencia del "trotamundos" en Guayaquil; de vivir estaría muy interesado de conversar contigo esa historia que tan bien narras.
posdata de memoria: en 1998, a 20 años de La Higuera, a sugerencia de Patricio Ycaza Cortés, militante heterodoxo y culto, escribí para su libro (póstumo) un texto llamado "Carta de despedida".... allí mencioné algo que, al leer desbocadamente tu afortunada y poética historia, conecté con el recuerdo de aquel "vendedor ambulante" latinoamericano al que tanto quisimos (y queremos):
"Usted alquiló un modesta habitación en el barrio "Las Peñas", en el puerto de Guayaquil, durante su segundo viaje por el continente, en 1953. Quienes le conocieron, recuerdan que usted se ganaba la vida dibujando siluetas, negros perfiles de los rostros de los transeúntes, a quienes abordaba en las calles para dibujarles al paso y ganarse unas "ayoras" para sobrevivir. Entonces era el recién graduado médico, Dr. Ernesto Guevara de la Serna... Faltaba poco para que naciera el Che".
con mi cariño "pródigo y recalcitrante" para ti, Ramiro. (viene siendo hora de platicar otra vez, a la generosa compañía de un vino, tus buenos amigos y tanta conversación intensa)
de nuevo, gracias por conmoverme en este mediodía. alexis
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"No vivas para que tu presencia se note, sino para que tu ausencia se sienta"
Bob Marley.
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