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CUBA Y SU HISTORIA.- La sagrada independencia.- Curas mambises
René González Barrios
A inicios de 1869 fuerzas del Ejército Libertador en la provincia de Las
Villas, irrumpieron en el poblado de Yaguaramas, jurisdicción de Cienfuegos,
y lo ocuparon. La acción tuvo significativa repercusión. Más que por el
resultado victorioso de las armas cubanas, las autoridades coloniales se
encolerizaron ante el hecho de que el párroco de la iglesia de Nuestra
Señora del Rosario de Yaguaramas, padre Francisco Esquembre y Guzmán,
bendijera la bandera cubana enarbolada por los libertadores y la causa de la
independencia. En alentadoras palabras, convidó a los patriotas a no
claudicar en el empeño.
Para evitar la reacción del cuerpo de voluntarios dispuesto a lincharlo, sus
superiores decidieron trasladar a Esquembre a la parroquia de Nuestra Señora
de la Merced, en Quiebra Hacha, Pinar del Río. El 24 de abril tomó posesión
del puesto. Dos días después era conducido prisionero a La Habana, donde
guardó prisión por algo más de un año. Trasladado a la cárcel de Cienfuegos,
fue sometido a Consejo de Guerra verbal y condenado a la pena de muerte por
el delito de infidencia. El 30 de abril fue ejecutado. Momentos antes del
fusilamiento, reiteró a sus verdugos: "...Pido al cielo la bendición para
Cuba y su bandera." El periódico Diario Cubano, publicado en Nueva York,
dedicaría a los pocos días, una hermosa crónica al insigne patriota:
"...Era una de esas almas para quienes la vida tiene poesía y
encanto en todas las edades; que saben sufrir un día un gran dolor, pero que
jamás sienten secarse el manantial de ilusiones de que el destino las ha
llenado; que se apasionan por todas las ideas grandes y elevadas; que creen
en la virtud de los hombres y en la santidad de los principios, y que antes
de sacrificar uno solo de estos, prefiere perderlo todo, empezando por su
existencia..."[1]
Pero no fue Esquembre el único sacerdote que en la Guerra Grande se
identificara con la causa de la independencia. Aunque la jerarquía de la
iglesia católica apoyó mayoritariamente a la metrópoli española, los
principales jefes de la insurrección no incentivaron sentimientos
antirreligiosos en el pueblo. De hecho, el Padre de la Patria, Carlos Manuel
de Céspedes, el 6 de noviembre de 1868, apenas comenzada la guerra, firmó en
Bayamo sendos decretos disponiendo, en uno, la concurrencia de todas las
tropas acantonadas en la ciudad a la ceremonia de bendición de la bandera, y
en otro, ordenando la obligatoriedad de la asistencia a misas, los domingos,
de todas las tropas, exceptuando las que se encontrasen de guardia o en
puestos militares de importancia.
No es tampoco casual que una de las primeras acciones victoriosas del
Ejército Libertador fuese la ocupación por el brigadier Félix Figueredo,en
diciembre de 1868, de la villa del Cobre, santuario de la Virgen de la
Caridad, y la presencia en el poblado ocupado del propio Carlos Manuel de
Céspedes.
No son pocos los ejemplos de sacerdotes patriotas. El Padre Jerónimo
Izaguirre que oficiaba en la parroquia de Barrancas, recibió en su templo a
las tropas de Céspedes tras el ataque a Yara y bendijo por vez primera vez
la bandera enarbolada en nombre de la libertad. Ya en Bayamo, frente a la
Iglesia Mayor, los padresDiego José Batista y Juan Luís Soleilac bendijeron
nuevamente la bandera y cantaron un Te Deum en honor a los insurgentes.
En octubre de 1871, el gobierno colonial decretaba el embargo de todos sus
bienes al presbítero Eusebio Bejarano y Ruiz, cura párroco de la iglesia de
San Juan de los Remedios, por entonces en el extranjero debido a la
persecución de las autoridades coloniales por su contribución a la causa de
la libertad. El 8 de enero de 1873, un Consejo de Guerra condenaba a
deportación de la isla, por el delito de infidencia, al presbítero Adolfo
del Castillo. Al año siguiente, en el mes de febrero, la columna del coronel
español Federico Esponda y Morell en operaciones llevadas a cabo en el
Departamento Oriental, capturó en plena manigua al padre Basilio Castro,
acompañado de cuatro combatientes, diecisiete mujeres y siete niños.
En la manigua vivió los diez años de la primera guerra el padre Braulio
Cástulo de los Dolores Odio Pécora, natural de Santiago de Cuba, quien
llevara a los campos de Cuba Libre las misas, los sacramentos, bautizos,
bodas y su inconmensurable apoyo espiritual. Había partido a la manigua
acompañado del también sacerdote Julio Villasana Mas. Fue subordinado de los
generales Donato Mármol y Vicente García. Este último llegó a considerarlo
Capellán del Ejército Libertador. Presumía como arma de guerra, la cruz.
Siempre fiel al ideario independentista, al término de la guerra en 1898,
los mambises solicitaron al arzobispo de Santiago de Cuba, el nombramiento
de Odio como canónigo de la Santa Basílica Metropolitana de Santiago de
Cuba. Su sepelio en noviembre de 1908, conmovió a la sociedad santiaguera.
Pero no solo en la isla los párrocos cubanos trabajaban por la
independencia. En abril de 1896, el sacerdote Ricardo T. Arteaga, era
propuesto por los emigrados cubanos en Venezuela Agente General de la
Revolución en dicho país. Convencido patriota, no aceptó el puesto por
considerar que era más útil trabajando anónimamente como dueño del más
grande y lujoso hotel de La Guaira, puerto de entrada a Caracas, desde donde
podía obtener fondos para la causa cubana y brindar otros servicios.
Destacan en la gesta del 95 dos presbíteros por su activa participación en
la guerra de independencia: el chileno Ricardo Elizari López, y el habanero
Guillermo González Arocha, natural del poblado de Regla. Elizari, sacerdote
católico, apostólico y romano, era natural de Santiago de Chile y había
arribado a la ciudad de Santiago de Cuba en noviembre de 1894. Poco tiempo
después mereció ser nombrado cura párroco de la Villa del Cobre y Capellán
de la Virgen de la Caridad. Su prédica se hizo famosa y pronto fue conocido
entre los feligreses como "El padre chileno."
A principios de la guerra, por medio del repique de las campanas de la
iglesia del Cobre, avisaba a las fuerzas insurrectas la entrada y salida de
las fuerzas españolas a la ciudad de Santiago de Cuba. Su prédica popular
fue acompañada por la acusación del alto clero, sobre supuesta falsificación
de documentos eclesiásticos. En abril de 1897, marchó a la manigua.
Su hoja de servicios en el Ejército Libertador lo acreditaba como Licenciado
en Derecho e hijo de Serafín y Ciriaca. Ingresó en el Ejército Libertador el
7 de abril de 1897 en el 1er Cuerpo, 2da División, 1ra Brigada, Regimiento
de Infantería Baconao como Auditor de Guerra. Fue ascendido a capitán el 12
de diciembre de 1897 y a comandante el 21 de diciembre de ese mismo año.
Monseñor Guillermo González Arocha oficiaba en la diócesis del poblado de
Artemisa, Pinar del Río, desde el año 1893. Allí se vinculó con la patriota
Magdalena Peñarredonda, Delegada de la Revolución en Vuelta Abajo, y
responsable de las redes de inteligencia y aseguramiento del general Antonio
Maceo en el Sexto Cuerpo, y de sus sustitutos los mayores generales Juan
Rius Rivera, puertorriqueño, y Pedro Díaz Molina.
Con el seudónimo de Virgilius para los servicios secretos mambises, Arocha
continuó el trabajo desplegado por Peñarredonda cuando esta fue hecha
prisionera. Ante la sospecha de ser descubierto, cambió su seudo por el de
Favio Rey, con el que trabajó hasta concluida la guerra. Mucho sufrió el
prelado cuando el régimen colonial fusiló a su ayudante el joven de
dieciséis años Manuel Valdés, quien lo auxiliaba en el traslado de
correspondencia entre los jefes libertadores. Hasta minutos antes de su
ejecución, Arocha lo acompañó brindándole aliento. El joven revolucionario
no lo delató. Nunca supo España que el hombre que le había entregado la
comprometedora correspondencia que lo condenaba a morir, era el párroco que
con la cruz en la mano alentaba afligido al acusado, hasta el pie del
sepulcro.
Parejo a su actividad conspirativa, el padre Arocha estableció en Artemisa
en 1896, un asilo para niños huérfanos. Terminada la guerra fundaría en el
cafetal La Matilde, un hospital militar para miembros del Ejército
Libertador. Después crearía una escuela para niños sordos mudos y con
retraso mental. Fue un gran benefactor. En 1920 el Ayuntamiento de Artemisa
lo nombró hijo adoptivo. El primero de abril de 1939, a la edad de 70 años,
falleció en La Habana. Una compañía de artillería y una banda militar,
acompañaron sus restos a la necrópolis de Colón. Se le rindieron honores de
capitán del Ejército Libertador.
Artemisa decidió entonces rendir a su amado sacerdote un modesto homenaje.
En el parque, junto a la iglesia, se le erigió un busto. El orador de la
ocasión, recogió emocionado el sentir de aquel pueblo:
"... En su vida, el Padre Arocha tuvo en una mano el cáliz y la
hostia para celebrar el sacrificio de la misa; pero nadie negará que en la
otra mano tuvo el cáliz del patriotismo y también la hostia de la
independencia, pues Cuba debe mucho a aquel sacerdote que tanto laboró por
las libertades de su patria. Pues todos sabemos que el no tuvo más que dos
amores: la iglesia y su patria,su patria y la iglesia. Y parodiando el caso
del Generalísimo Máximo Gómez en la Asamblea del Cerro, de todos conocido,
os digo en este memorable día para este pueblo, donde fue tanta la
participación de aquel virtuoso sacerdote en el desenvolvimiento progresivo
de este agregado social, que yo también reto, al que quiera escribir la
historia de Artemisa, sin hacer uso del nombre esclarecido de Monseñor
Guillermo González Arocha."[2]
ENVIADO POR ARQUIMEDES
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