viernes, 19 de febrero de 2010

Quebrada de Humahuaca analfabetismo quebrado por Cuba

Maimará en dos tiempos        por Ana María Radaelli

18 Febrero 2010

El famoso Cerro de los Siete Colores en la Quebrada de Humahuaca.

En el año 2005, tras un viaje por el noroeste argentino, con el corazón lacerado y una pena grande incrustada hasta en los huesos, escribí una crónica para Juventud Rebelde de la cual hoy, por razones que pronto comprenderá el lector, extraigo estas líneas:

“Quebrada de Humahuaca. Cerca de Purmamarca, pueblo de la tierra virgen, un grupo de chicos desarrapados asedia a los turistas venidos a contemplar, maravillados, el famoso Cerro de los Siete Colores, pintarrajeado a mano, se diría, laja a laja, veta a veta, línea a línea, con el amarillo del azufre, el verde del cobre, el rojo del hierro… (Turistas que ignoran, quizá, la existencia de una epidemia letal que avanza con desenfreno corroyendo la cordillera andina de norte a sur, plaga que cambia de nombre según el sitio donde se aposenta y arraiga, pero siempre instaurando, tras el latrocinio, un reinado perdurable de destrucción, miseria y muerte, y que puede llamarse Barrick Gold Corporation o Meridian Gold Inc o Minera Alumbrera Limited o Río Tinto Limited o Tenke Mining Corporation o…).

“Caminando sobre el oro y la plata, amén de otros codiciados minerales, los chicos no mendigan monedas, tampoco chicles o caramelos. Piden lápices, los más osados, bolígrafos. Estúpidamente, sin pararme a pensar, pregunto a uno que reclama, con angustiosa insistencia, un bolígrafo, por favor: ¿En qué grado estás? ¿Cómo se llama tu escuela? Abochornado, el niño baja la cabecita de pelo hirsuto y sin brillo. Ellos no van a la escuela, dice con voz apenas audible, como revelando una fechoría inconfesable, la madre de uno de los demandantes, una mujer flaca y desdentada, seguramente joven, mirada triste de vieja triste.

“Me maldigo. Por supuesto que en la Puna no abundan las escuelas, y subo al ómnibus avergonzada, martillándome en la cabeza el pedido de esas criaturas, lápices, ni siquiera de colores, sólo lápices, lápices-de-para-escribir. O bolígrafos. Lo máximo.

“El escándalo se repite a pocos kilómetros de allí, en Maimará, sitio donde caen las estrellas, caserío incrustado en las escarpadas faldas cordilleranas, azul profundo y verde esmeralda, oro intenso moteado de rojo y malva, también el marrón y el gris y el blanco… Dos indiecitas, de unos cinco y diez años, calculo rápidamente, se nos acercan. No piden nada. Ofrecen: ¿Quieren que les cantemos una coplita? Y la cantan, con sus vocecitas afiladas por el hambre y el frío. Y yo pienso en mis nietas, Verónica y Lorena, allá en la Isla, al abrigo de todas las intemperies… Entonces sí, al terminar, las niñas piden una moneda. O un caramelito. O un pedacito de pan, ¿sí?, ¿por favor? Siento que el corazón se me estruja, tan grande es la pena, tan indecibles la vergüenza y la bronca. Quiero saber cómo se llaman. Y creo soñar y tengo que pellizcarse, y no, no estoy soñando: Yo soy Verónica, dice la mayor, y ella es Lorena, mi hermanita… ¿Podrá alguien creerme esta historia? Les tiro fotos, quiero que mis nietas conozcan a sus hermanitas de Maimará.”

Aquella crónica amarga terminaba, después de recorrer otros sitios del desamparo y la miseria sin nombre, con estas palabras:

“Por ahora, lo que quisiera es apagar esas voces, olvidarlas, pero no puedo, y tengo que hacer una nota. Tantos años de experiencia de poco y nada me sirven, y es que no sé cómo escribirla. ¿Por dónde empezar? ¿Por los chicos cordilleranos de Abra Pampa, 81 % de ellos envenenados con plomo gracias a los buenos oficios de la Metal Huasi, fundidora que hace veinte años dejó de funcionar, pero no de matar, tan brutal es la contaminación, o tal vez por los que a diario enferman, cianuro y arsénico mediante, gracias a la generosidad de las rutilantes transnacionales mineras que los riegan a menos llenas? ¿Por los chicos del nordeste expulsados de sus bosques y sus tierras, o por los “pibes banderas”, que con su cuerpito marcan el área a fumigar para que la soja crezca hermosa, fuerte, libre de plagas, mientras ellos, también fumigados, se pudren de úlceras y de cáncer made in Monsanto? ¿Por los niños mapuches, originarios de una tierra vendida y rematada a los mejores postores, es decir, a las trasnacionales mineras, mientras ellos y sus familias van siendo arrinconados en las inhóspitas laderas cordilleranas donde no crecen ni los espinos? Y qué decir de los niños de la calle, esos que arrastran su miseria de pies descalzos y estómago vacío, con un frío que raja las piedras, en el corazón mismo de la gran ciudad centelleante de luces de neón…

“¿Cómo entonces escribir? Escribiría chorreando lágrimas, escurriendo sangre. Me acuerdo entonces del poeta riojano Ariel Ferraro, querido Ariel, y repito para mis adentros, a falta de poder gritarlos, aquellos versos suyos.

“Luciérnagas del mundo, uníos:
“Para que la noche ciega de los hombres
“Tenga sólo tropiezos de ternura.”

Hoy me tropecé con la ternura.

Una vez más, Cuba venía al encuentro de la esperanza.

Un artículo de Cubadebate, originado en una noticia difundida por Prensa Latina, me trae una alegría tan conmovedora, tan hecha para hacerme tambalear entre la risa y el llanto, que no puedo escapar a la tentación de reproducirla en grandes caracteres, esos que se usan en Internet cuando uno tiene ganas de gritar y entonces.

Erradican analfabetismo municipios argentinos con programa cubano Yo sí puedo

La aplicación del programa cubano de alfabetización Yo, sí puedo permitió hasta la fecha declarar libres de analfabetismo a cuatro municipios argentinos. Maimará, una localidad enclavada en el centro de la Quebrada de Humahuaca, en la noroccidental provincia de Jujuy, acaba de alcanzar esa condición con la graduación de 30 personas de entre 28 y 70 años de edad. Con esta cifra suman 242 los alfabetizados en Maimará…

¿Quien dijo que se puede tirar en pozo ciego nuestros anhelos más firmes, nuestras convicciones más intactas? En Maimará, sitio donde caen las estrellas, Cuba ha encendido un nuevo lucero en aquel cielo que sigue jugando a arreboles cuando el día se levanta espejeando de fulgores toda la Quebrada de Humahuaca, cerro arriba, esperanza arriba.