viernes, 19 de febrero de 2010

Sacerdote asesinado en Argentina Carupá Tigre

Padre Pancho:  Asesinado  por  defender  a  pobres  y  obreros

18/2/2010

Tigre     

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La comunidad de Carupá recordó al padre Francisco Pancho Soares el sábado último, a 34 años de su asesinato, en su humilde casilla, por bandas de ultra derecha, semanas antes del golpe militar de 1976.    

 

Fue un ejemplo por su vida dedicada a los más pobres, sus propios votos de pobreza y su coraje para denunciar las injusticias sociales.   

 

El Obispo Jorge Casaretto ofició la misa en la Parroquia Nuestra Señora de Carupá, en Tigre, donde Pancho fue párroco cuando era una capillita.

 

En un rincón del templo se muestran a la comunidad los pocos objetos que tenía, entre ellos, una máquina de escribir.         

 

En una de las paredes de la oficina del equipo de Pastoral Social de la diócesis de San Isidro hay una foto del padre Francisco Soares, y una inscripción al pie dice: “Si el grano de trigo no muere no puede dar fruto”. Es un versículo de Juan (12.24), de la Biblia.

 

El padre Pancho, como lo conocían los vecinos, fue asesinado impunemente el 13 de febrero de 1976, de madrugada, en su casa al lado de la capilla Nuestra Señora de Carupá, por una banda de ultraderecha, que también mató a su hermano Arnoldo, minusválido.

 

Los diarios nacionales, como siempre “tan informados” de lo que les conviene, escribieron que iba en auto y que tenía filiación política.   Era falso.   Dan fe de estas falsedades Teresa, Haydee, Caco, Miguel Angel y tantos otros feligreses que lo conocieron bien.

 

Recuerdan los lugareños de más edad, que la capilla, cerca del cruce de Larralde y el Acceso Norte, era humilde y estaba en medio de los pobres más pobres. Nada de esto fue casual. Ni el crimen. Ni la desinformación. Ni la opción por los pobres de este cura.

 

Hace 34 años, el propio Monseñor Aguirre, obispo diocesano en esa época, en la misa de cuerpo presente por Pancho dijo: “Es imprescindible que se sepa y se publique que por sobre todas las cosas fue un sacerdote cabal que, como tal, sirvió a Cristo y a los pobres”.

 

El sábado último los vecinos y la comunidad lo recordaron con una misa, oficiada por el obispo Jorge Casaretto, en la actual parroquia.   Dónde estaba la capillita ahora está el patio del colegio parroquial y donde estaba la casita de Pancho, se levanta la guardería.

 

Una vida dedicada a los pobres

 

Soares fue párroco en Nuestra Señora de Carupá, en Tigre, desde octubre de 1966; pero desde antes (1963) lo conocían en las barriadas pobres de Villa Adalguiza, en San Fernando, y en Villa Barragán, en Tigre.

 

Nació el 27 de mayo de 1921.  Era brasileño nacionalizado argentino, tomó los hábitos en 1939 y fue ordenado sacerdote en 1945.   Cursó estudios superiores de filosofía y teología en Francia, dominaba el idioma, tenía condiciones de liderazgo.

 

Por su preparación, a fines de los 50, su orden, la de los Padres Asuncionistas, lo nombró superior de la basílica Nuestra Señora de Lourdes, en Chile, un santuario prominente, con 25.000 feligreses, escuelas, empleados, un sitio de gran desarrollo.

 

Pero el religioso eligió consagrar su sacerdocio a los más pobres, entonces dejó la orden y así, los caminos de la vida que escogió lo trajeron a la zona norte del conurbano.    Estos datos de su vida, los difundieron los propios feligreses, en una completa cronología.      

 

Los hechos

 

En el barrio de Carupá el cura predicaba la palabra pero también llevaba la vida como todos.   Organizó una fábrica de plantillas, luego fundó la Comunidad Juan XXIII, donde se fabricaban baldosas, y él mismo trabajó en los emprendimientos como un obrero más.

 

También traducía escritos del francés y llegó a emplearse en la contaduría de un supermercado de la zona para ganarse la vida con trabajo.    «Estaba siempre alegre y dispuesto, pero no se callaba ninguna injusticia», recuerda Teresa.

 

Teresa también recordó que en el verano de 1976 en la zona comenzaron a verse caras extrañas, a pié o en automóviles, que escudriñaban y acechaban la capilla y el barrio.  Para los vecinos y para el propio Pancho no pasaban inadvertidas.   

 

Pancho fue asesinado una semana después de que su voz de denuncia se escuchara en el entierro de tres delegados sindicales del astillero Astarsa, de Tigre, secuestrados y asesinados por reclamar mejoras en el ambiente laboral.

 

Cuenta el historiador Federico Lorenz en su investigación, Los zapatos de Carlito (editorial Norma 2007) que la represión ilegal a obreros de Astarsa y Mestrina, antes y al iniciarse la dictadura militar del 76 fue con la complicidad de la patronal y la burocracia sindical.

 

Pancho no calló lo que todos sabían y decían en voz baja.  Lo pagó con su vida. Como en otros tantos casos la impunidad aún no se saldó, pero la memoria sigue intacta.    De hecho, desde abril de 1998 la calle Catamarca mutó su nombre por el del cura.  

 

Memoria

 

El sábado último, 13 de febrero, ni la gran cantidad de mosquitos que invadió la zona, vecina a los pastizales que bordean al Acceso Norte, mermó la llegada de los vecinos a la misa para recordar a Pancho Soares, oficiada por el obispo Jorge Casaretto.

 

El obispo, que por los turbulentos años 70 era un joven ayudante de Monseñor Aguirre, recordó que Pancho «quiso compartir con los pobres su vida sacerdotal. Tuvo una vida contemplativa y Dios lo premió con lo más alto: la entrega de la propia vida».

 

Casaretto también recordó que Pancho y Monseñor Aguirre tenían largas conversaciones «a veces una hora, otras una hora y media» y éste siempre lo respaldó, un dato que no pasó por alto pues él era el encargado de organizar la agenda del recordado obispo.

 

Luego definió al cura Pancho como «un hombre de oración» que estuvo por completo «al servicio de los pobres» y que siempre tuvo claro que el cambio nunca tenía que ser por medio de la violencia.    

 

En el momento de las ofrendas los vecinos acercaron unas zapatillas, una baldosa y una estola para dar cuenta de compromiso vivencial, la fe y la coherencia de vida del sacerdote mártir.

 

En la puerta del templo una vecina y un vecino leyeron a dos voces una emotiva carta con testimonios y apreciaciones propios y de otros religiosos, que tiempo atrás recopiló el padre Osvaldo Graciani (fallecido tiempo atrás), el cura que lo sucedió tras el asesinato.

 

La cronología difundida por los vecinos relata: «según los que conocían a Pancho en su labor pastoral, su línea favorita de la Sagrada escritura fue: ‘Si el grano de trigo no muere no puede dar fruto’, el versículo bajo la foto en la Casa Pastoral.



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