La Habana 10 de abril de 2010
Teresa Melo • Santiago de Cuba
Estoy aquí como poeta santiaguera y cubana, pero no voy a leer un poema.
Siento que no me alcanzan hoy las palabras de ninguno de los poemas que he escrito y publicado, para decir lo que quiero. Es también por eso que me acompaña la fuente de mi poesía de vida: mi hija Daniela. A ustedes, gente mía, dedico estas palabras breves que no son un poema; a ustedes, y a Daniela, como si ella fuera ahora, y lo es, todos los niños de Cuba.
También me he leído lo que se escribe de Cuba en estos días: los que la conocen y la defienden, los que quieren desconocerla y la denigran. Cada vez que las leo tengo presente que Cuba no es sólo la palabra del lugar en que nacimos. Yo soy Cuba, y ustedes, todos, somos Cuba. Estos muros cuya historia bien conocemos son Cuba, y esta tierra donde estamos, de la que son
dueños los niños que aquí estudian, son Cuba.
Así que yo no vivo, y ustedes no viven, en la imagen de Cuba de la CNN y de otros grandes medios de comunicación del mundo, porque ya sabemos que allí la realidad es distinta a la realidad, y que allí la imagen de las guerras se construye para que parezcan videojuegos, mientras en la realidad las guerras las pagan los niños que no podrán sonreír más a las mañanas del mundo. En aquella realidad, las bases militares son asépticos lugares donde ondea televisivamente la bandera norteamericana, cuando en la realidad son lugares exportadores de muerte en tierra ajena. Me reconozco en nuestra vida, hermosa y difícil, no en la imagen construida de Cuba.
Creo en el esplendente pensamiento de mi patria, traducido en poesía, alimentado por la esencial poesía que está detrás de las palabras del poema: sus materiales son la maravillosa gente, los árboles donde se abrazan los muchachos, las canciones del trovador, la esquina del barrio, la hora ruidosa en que los niños salen de las escuelas, el café de las mañanas, las bellas banderas, el color de las yagrumas, los corazones apretados por las imágenes de guerra en los noticieros, los libros en las montañas, una
escuela para un solo estudiante, el campo recién sembrado y oloroso, los colores del equipo de pelota, el sonido de la corneta china y los cuerpos rientes de la Isla.
Esa es la poesía que no saldrá nunca en las noticias de los enemigos de la belleza. Esa es la poesía que tenemos que seguir haciendo juntos.
Sé (sabemos) que una mentira repetida mil veces no se convierte en verdad, pero envenena criterios, distorsiona visiones y enrarece miradas. Así que también sé (sabemos) que tenemos que repetir una vez y otra vez nuestras verdades, contra el veneno, la distorsión y el enrarecimiento.
Creo, como escribió el poeta cubano José Lezama Lima, que nacer es aquí una fiesta innombrable. Ser parte de esa fiesta nos da el derecho a la luz y a la oscuridad, al sol y a sus manchas, al cielo azul y a la nube que es nuestra y que nos corresponde sólo a nosotros deshacer o convertir en lluvia.
Creo en la belleza de los colores de mi luz de patria. En el blanco de la paloma pintada por Pablo Picaso y la rosa franca de José Martí. En el blanco de las “almas de blanco” que entregan salud y sonrisa a los desvastados por sismos de la naturaleza y de las sociedades. En ese blanco creo, así que sé que ese símbolo es mío, es nuestro, es de Cuba.
Creo en la belleza de los gladiolos que nacen en mi tierra. Quienes ayer enarbolaron martillos creyendo destruir la música, quienes ayer destrozaron un pavorreal creyendo destruir el arte, quienes se hacen fotos junto a un torturado como trofeo, quienes creen en un Nobel de Paz con el uniforme de la guerra, no pueden enarbolar mis gladiolos. Ninguna flor crece abonada por el engaño, la manipulación, la hipocresía y el dinero. Así que este gladiolo y todas las flores que simbolizan la belleza, abonados por las manos que los siembran, son míos, son nuestros, son de Cuba.
Mientras recorremos los caminos de la Isla abiertos y ensanchados por las ganancias espirituales de los libros, otros pretenden fabricarse mártires con materiales en los que ninguna persona de bien puede creer.
Pensemos nosotros en un poeta que no está aquí hoy, porque fue traído a las antiguas mazmorras del lugar en que estamos, el 26 de julio de 1953. Era el adolescente Raúl Gómez García. Ese día tuvo tiempo de escribir una nota a su madre que decía: Caí preso, tu hijo. Nunca regresó a su madre. Fue despedazado a golpes, torturado, asesinado, porque creía en los sueños que nos sostienen hoy, porque creía en los gladiolos y en la rosa blanca. De esa materia es que nacen los mártires.
Viva la vida. Nuestra vida. Viva Cuba.
Santiago de Cuba, 9 de abril de 2010
Leídas por la escritora y poeta santiaguera Teresa Melo en la apertura del Concierto por la patria, el sábado 10 de abril de 2010, explanada de la Ciudad Escolar 26 de Julio, en la Ciudad Héroe de la República de Cuba.