lunes, 3 de mayo de 2010

Prima Noctis Padre Grassi venta de inodoros en La Habana

En Buenos Aires, Argentina ocurrió lo mismo cuando el gobierno peronista entregó casitas a los obreros pobres, muchos vendieron los inodoros.  Vean la frase “nadie puede martillar sin machucarse alguna vez los dedos”.  toto

 

En nombre de La Polilla
Domingo, 15 de Noviembre de 2009

                                    El  famoso  lavado  de  cerebro      II  parte 

Por Salvador E. Morales Pérez *

ain_juan-pablo-carreras-acto-gibara-26-7-09.JPGLas revoluciones destruyen y crean. Una primera fase es abatir lo viejo, la siguiente es construir opciones y patrones sustitutivos. La resistencia a lo nuevo es normal. Sin embargo, existen matices diferenciales entre unos pueblos y otros. Sociedades conservadoras poco permeables a la innovación y otras más receptivas, incluso muy abiertas a los vientos renovadores, vengan de adentro o de fuera. Quizás sea un rasgo de Cuba la disposición “novelera”.

La condición isleña –si aceptamos las disquisiciones geohistóricas de Fernand Braudel– puede ser un cauce propicio. En su multicitada obra “El Mediterráneo…” encabeza sus cavilaciones acerca de las islas con una interrogación: “¿Mundos aislados?” Dijo al respecto: “Todas esas islas, pequeñas o grandes cualquiera que sea su forma o situación, constituyen un medio humano coherente, en la medida en que pesan sobre ellas limitaciones análogas que los colocan a la par muy en retraso y muy adelantadas con relación a la historia general del mar; que las sitúan siempre, de modo brutal, en dos polos opuestos: el arcaísmo y la novedad”. El caso abordado fue el de Cerdeña. Europa.

El de Cuba, he pensado, estuvo matizado por otras consideraciones geo-históricas. La Habana, particularmente, tuvo desde su fundación como villa acceso al secreto de Alaminos: la corriente del Golfo. Gozó desde entonces de una condición  excepcional la corriente y ser llave del Golfo de México.

Punto privilegiado –de encuentro de la Flota-  vía hacia el cosmopolitismo, ancha puerta a la novedad. Posiblemente de ahí arranque cierta relación vivificadora, la apertura a todos los vientos, a las caras cambiantes de la moda, a los últimos gritos de tecnologías de punta, a papeles protagónicos en las relaciones internacionales. No dudo que islas situadas en activos circuitos mercantiles pongan en función vigorosos impulsos comunicacionales, vengan de raíz propia o sean alentados por intereses foráneos. En el caso específico de Cuba, se revelan dos vertientes en nuestra insularidad: apertura/comunicabilidad/interacción, por un lado y del otro, independencia/propio valer/capacidad sintetizadora. Dos elementos en constante interdependencia de creatividad y riesgo. Seguros de nuestras fronteras, muy “noveleros” [1].

Recuerdo un texto de Moreno Fraginals poco antes de marcharse definitivamente de Cuba, para andar una injusta y mal apreciada trashumancia. Decía que la Revolución había adquirido la mala manía de rebautizar. Se había olvidado del gran historiador que fue. Ese fenómeno no sólo es privativo de las revoluciones, aunque estas pueden llevarlo a grados delirantes, siempre es resultado de la eterna sustitución de lo viejo por lo nuevo. Los conquistadores europeos impusieron nominaciones diferentes a cuanta población se toparon frente a la espada y la cruz. Miremos que la Revolución francesa pretendió  denominaciones atrevidas a los meses del año cristiano. De esa marea renovadora emergieron nacimientos y defunciones. Cuba se conformó con añadirles apellidos:

1959 dio el comienzo: Año de la liberación. A ella siguieron otras manifestaciones de variado peso social.

Simón Rodríguez reprodujo en su obra “Sociedades americanas en 1828”, este supuesto episodio recogido durante su estadía en Francia:

“¿Quién vive? (pregunta el centinela, a un pasajero) y este le responde…
- El señor de San Lis

Centinela… Ya no hay señores… ¿Quién vive?
- Pasajero  …de San Lis

Centinela  …Ya no hay Dees… ¿Quién vive?
-Pasajero …San Lis

Centinela… Ya no hay Santos… ¿Quién vive?
-Pasajero …Lis

Centinela … Ya no hay Flores de Lis…¿Quién vive?
-Pasajero… pues… nadie

Centinela… pues… a la espada… por aquí no pasa nadie”.

En latín el dominador se llama vir y el dominado, homo. El tratamiento que da el dominado al dominador es el de Dóminus, señor.   El tratamiento de señor -como durante la Revolución francesa- fue erradicado, y sustituido en Cuba, indiscriminadamente, por el de compañero, compañera.

No el apelativo de camarada usado por los militantes comunistas, como remedo del “tovarisch” ruso/soviético, (que suena a compartir la recámara y la cama) sino compañero.   Aplicado hasta a quienes en verdad no eran compañeros de causa.    Los anti-revolucionarios reaccionaron con sorna, repelieron el neotratamiento igualitarista, argumentando sarcásticamente que compañeros eran los bueyes.    Se equivocaban estupendamente.    El término compañero proviene de los latines companio y panis, esto es comer el pan con otro.    El que comparte.    Pero también tiene su asociación significativa con el término companionis,  forma más antigua de compañero, que luego se resemantiza con la expresión compañones, es decir, en lenguaje rural, los testículos del toro, los cuales a su vez vinculan con el coraje, el valor, la firmeza.     Pues no estuvo mal el nuevo tratamiento interpersonal que de carambola compartían el pan y la valentía.

La abolición de fonemas de distinción y dominio es una regla.   Como excelencia, patrón, ama, ilustrísimo, y cualquier consideración que atribuya sumisión de un hombre a otro.   Fijémonos que en inglés Dios, es God, pero también Lord, igual se denominaban los grandes señores de la tierra, los usufructuarios de los manors, de la corvée, del derecho de prima noctis.

Indicios de mutaciones de mentalidad afloraban súbitamente. No siempre como un razonado examen sino como intuiciones relampagueantes. Con rapidez aprendimos a dejar de apreciar los problemas políticos con total pasividad. Reacciones multitudinarias unísonas –espontáneos plebiscitos públicos- rebasaban el borde emocional para expresar crecientes convicciones. Una que recuerdo con más nitidez fue aquella ocasión en qué Fidel Castro hablando en la terraza del antiguo Palacio presidencial de la calle Refugio mencionó las elecciones.  En las campañas respecto al proceso se insistía en su convocatoria al viejo estilo que habíamos conocido.   El libre juego de partidos de intereses sectoriales en competencia por un escaño legislativo.   En el momento que mencionó el sustantivo la reacción fue mágica; en pocos segundos estábamos coreando: “¿Elecciones? Para qué?”  El gesto de Fidel fue de sorpresa y se volteó hacia los acompañantes en la terraza como diciendo vean esto.   Rechazo total al parlamentarismo burgués.   Sin duda, aquella masa de pueblo allí reunida no era un masacote de gente fascinada por la palabra de tan carismático líder.   Estaban allí porque sentían que su presencia era un ejercicio plebiscitario permanente.

Entre el líder y la masa se realizaba un juego interactivo, en que uno y otro extremo de la ecuación se retroalimentaban. En aquella ocasión, este nexo fue decisivo para entender que la actividad política en toda su dinámica, no tenía que pasar necesariamente por las formalidades de una relación entre gobernados y gobernantes totalmente desacreditada e ineficiente a los ojos de la mayoría de la ciudadanía. No era gobernabilidad de la masa inquieta lo que se buscaba, sino cauce transformador a las inquietudes de las masas.

A partir de entonces la división entre cultura dominante y cultura dominada, entre alta cultura y cultura popular, entró en proceso de extinción. Obviamente, para quienes consideramos pertinente la noción de “larga duración” advertida por Braudel para ciertos fenómenos, y muy especialmente para aquellos vinculados a patrones mentales, esta extinción no vendría por decreto ni de la noche a la mañana. Una pertinaz lucha entre lo nuevo y lo viejo habría de desplegar sus baterías durante largo tiempo. Y no siempre lo viejo fue digno de extinción.

Particularmente en una nación tan novelera en sus virtudes de permeabilidad. Por entonces no advertíamos los peligros de la porosidad en materia de asimilación cultural. Tampoco veíamos con prudencia las ventajas de cierto conservatismo, que no conservadurismo, que se asocia con posicionamientos políticos retrógrados.    No obstante, había mucho que abatir y novedades que generar de la herencia dejada por el antiguo régimen. La juventud está siempre dispuesta a tomar la escoba y barrer sin detenerse mucho a mirar. Especialmente a los convencionalismos sociales más discriminativos, hirientes y vejatorios. Lo que más velaba este sismo interior en desarrollo era la confrontación política.  

La ampliación de nuestras perspectivas no sólo pasaba por la adopción de la alta cultura por las clases subalternas, transitaba también por la comprensión de la sociedad entera de la significación de los aportes culturales de los sectores sociales marginados y dominados.  Aceptar un bembé sin arrugar el ceño y pensar que éstas eran cosas de un estadio histórico superable mediante la civilización y la cientifización y empezar a hacerle un ladito respetuoso en el panteón a los santos, a los de la Regla de Ocha, Xangó, Obatalá, Ochún y todos aquellos personajes que nos enseñaron a desdeñar y anatematizar en el catecismo cristiano.      

No sólo debemos observar los cambios de mentalidad en la mayoría integrada a las actividades revolucionarias, tanto intelectuales como prácticas. El impacto alcanzó a los opositores con iguales intensidades. Pongo por caso paradigmático mi tío Orestes, tan simpático y tan querido por todos en la familia. A los cuarenta y tantos años no estaba  bautizado y en razón de su temor al proceso puso la cabeza para el agua bendita. Empezó a ir, como otros tantos que raras veces habían pisado una iglesia, a las misas dominicales de los templos de la 5ª.  Avenida, en Miramar, la barriada de los ricos. Se llenaban. No por fe religiosa, sino por expresar públicamente el rechazo. Lo cual no excluye conversiones verdaderas.

Es muy triste observar desde nuestra ventajosa visión actual cómo tantos compatriotas, sin ninguna complicidad con la dictadura ni con los gobiernos anteriores, se alinearon contra una mutación que se emprendía para el bien de todos. Lo más penoso no es que se apropiaran fanáticamente del “american dream” y se transustanciaran con el “american way of life”, atropellando buena parte de su cubanía. Lo doloroso fue la identificación plena con el enemigo. Cómo ocurre un fenómeno de tan aberrante naturaleza es un misterio. La explicación parece perderse por las oscuridades de la psique. Las floraciones de odio ciego no permiten la más lógica conjetura de lo que pasa por esas mentes ofuscadas por la frustración. Por más prosperidad que les haya bañado se antojan vidas rotas por el drama de la historia. La mentalidad contrarrevolucionaria, desplegada ahora en Venezuela con análoga virulencia, es un hoyo negro de complejidades.

No hubo expresión cultural que no fuera puesta en tela de juicio, desde el papel del folklore de origen africano hasta la cinematografía puesta en pantalla. Repeliendo con vigor cuanto nos oliera a cultura de conquista, a penetración deculturadora, a manipulación ideológica “made in USA”.

El cambio, o mejor dicho, los cambios de mentalidad en las diversas escalas, honduras y ritmos en que estos se verificaron en los albores de la revolución cubana fueron decisivos.  Decisivos y contundentes, aunque no deben descartarse las supervivencias de algunos trasfondos perceptivos hasta en aquellos individuos en que las novedades ideoculturales alcanzaron mayor penetrabilidad. Una tradición de pensamiento de larga data bajo los esquemas hispano cristianos no se elimina así como así. Son esos esquemas de larga duración sobre los cuales pontificó con notable acierto Braudel. No obstante, en el momento crucial, prevaleció la conciencia adquirida por las mayorías comprometidas con los cambios.

Una experiencia impactante a este respecto, vivida muy de cerca por residir en el Casino Deportivo fue el del asentamiento en el colindante reparto Martí de antiguos habitantes de los barrios de indigentes habaneros. Había varios ejemplos de “llega y pon”, -casuchas construidas de desechos de cartón, tabla, zinc, barro y yaguas-; el más famoso y visible era el de Las Yaguas, abordado en los estudios antropológicos de Aida Alonso “Manuela la mexicana”, premio Casa de Las Américas, en 1968 y “Amparo, millo y azucenas” de Jorge Calderón González. También existían la Cueva del Humo, el Palo Cagao, La Timba… Eso es lo que los sociólogos han denominado marginalidad, la cual ha sido objeto de preocupados estudios en razón de su tendencia creciente en las sociedades modernas. Desde los estudios de César Lombroso hasta los de Eliseo Verón se ha buscado porfiadamente en sus entrañas.

La marginalidad se ha comparado con la mala vida. Obviamente, tiene sus patrones, sus códigos de conducta, hasta pudiera decirse que su filosofía. La sociedad cubana, aunque por motivaciones diversas, estaba sensibilizada con el problema. De manera que con la revolución se dispuso a proporcionarles vivienda digna.   Y fue así como vino a construirse una zona de casitas en donde reubicaron a un grupo grande. Cuál no sería nuestra sorpresa al conocer que a los pocos días, lavabos e inodoros habían sido arrancados y puestos en venta. Raulito Delgado, me dijo entonces:

“Nadie aprende a martillar sin machucarse los dedos”. “Hay que obligarlos a que aprendan a vivir bien”. En esos momentos no podíamos imaginar, que las grandes dificultades que nos deparaba nuestro atrevimiento transformador nos iban a impedir la solución definitiva de esta lacra social. Pero si estas supervivencias de una mentalidad marginal nos sorprendieron, más impactante aun era ver que al responder a las convocatorias en la Plaza de la Revolución, de esos mismos barrios, ¡salía una multitud detrás del tambor para concurrir a la concentración pública!.

Dentro de la categoría de grupos subalternos, criadas, prostitutas, choferes particulares y otros, comenzó a operarse una movilidad social ante diferentes perspectivas de vida -se contaba la anécdota de una señora acomodada que encuentra a su sirvienta de cajera en un banco-. La aceptación de elementos marginales forzaba una readecuación de la alteridad, incluso obligaba a reformulaciones de vida y pensamiento a quienes habían gozado de ciertos servicios, lo mismo de sirvientes que de rameras.

La reestructuración de nuestros patrones culturales comportó cierto grado de dramática resemantización de nuestros signos y símbolos patrios. Las representaciones enriquecieron contenidos y significados. Los rituales formales se eclipsaron para dar paso a estados de afectividad y conciencia nacional y social como no se veían desde la Revolución del 33. Conceptos como nación, patria, libertad, soberanía, independencia, adquirieron magnitudes insospechadas.

Para cientos de miles de jóvenes cubanos la alborada de 1959 nos hizo perder la ignorancia en materia de cultura política, dejamos de leer historietas cómicas o de guerra para casarnos con la buena literatura. Nuestro universo intelectual sufrió un vuelco extraordinario. Dejamos de ser entes pasivos para contraer responsabilidades de grueso calibre. Los resultados están a la vista, una islita de obstinados revolucionarios que ha sabido resistir los embates de una superpotencia. Una joven nación de gente preparada, inteligencia cultivada, con plena conciencia de sus sueños y valores y de su lugar en el concierto planetario no podía ser derrotada, no pudo ser humillada y sometida, aunque le haya costado, sangre, sudor y lágrimas.

*Instituto de Investigaciones Históricas, UMSNH
 
[1] novelero (a)  Que es aficionado a contar o conocer novedades, ficciones o cuentos; Que es inconstante en su conducta. [según el Pequeño Larousse digital]
Versátiles, fantasiosos. [N. del E.]

Foto AIN/Juan Pablo CARRERAS (acto Gibara 26 7 09)

Lic. Rosa Cristina Báez Valdés "La Polilla Cubana"

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José Martí

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