martes, 13 de julio de 2010

Ojos que no ven corazón que no siente niños invisibles Alfredo Grande Pelota de Trapo

No hay secreto en tus ojos
08/07/10

Por Alfredo Grande

“aunque los ojos no ven, el corazón igual siente. Pero como no siente que siente, entonces se anima a sentirse contento, para lo cual hay que tener siempre la panza llena”
     (aforismo implicado)

 

"Nos va a llevar varios años conseguir que los chicos tengan ganas de vivir", dijo Gabriela Torres, una trabajadora social que asumirá como subsecretaria bonaerense de Atención a las Adicciones. Se refería así a niños y adolescentes que, sin horizontes, son consumidos por las drogas en el conurbano. Torres, que reemplazará a Edgardo Binstock, asegura que llega para profundizar la mirada social del problema de la drogadicción por sobre el mero abordaje desde la salud.

 

 "Es una fantasía pensar que si un chico deja de drogarse su vida va a mejorar; es necesario ver el asunto desde un concepto de salud social y ayudarlo a reconstruir redes y recuperar su imaginario de futuro", dijo Torres durante una entrevista concedida a La Nación. La secretaría cuenta con un presupuesto anual de $64 millones.

 

 De ella dependen 32 centros de rehabilitación y tratamiento. "Nunca alcanza [el dinero]. Pero no hay otra posibilidad que ponerse a trabajar porque el dinero solo no garantiza soluciones".

 

Sus dichos adquieren importancia, un día después de que se conociera un estudio de la Sedronar, que señala que sigue creciendo el uso de marihuana entre los alumnos secundarios. En 2009 fue del 8,4 por ciento. ¿Cuáles son los ejes de su gestión? El gran desafío en adicciones es el pase de la secretaría a Desarrollo Social; es un salto ideológico muy importante del Gobierno haber incluido [el trabajo sobre] adicciones en el área social, sacándolo de salud. Hace unos años hubiese sido cuestionado hablar de las adicciones como un problema social. Pablo Morosi Corresponsal en La Plata Diario La Nación - 27/06/10


(APe).- No me mires. Te lo pido porque de hacerlo, te darías cuenta que no puedo mirarte. Al menos, no todo el tiempo. Te miro de reojo, haciendo abuso de la amplitud de mi campo visual, tan útil para manejar en el tránsito organizado por semáforos psicóticos. Prefiero escucharte, aunque el entrecortado murmullo de tus palabras se pierda entre bocinazos y motores que rugen. No te miro apenas, y te escucho con dificultad.

 

Tendría que haber bajado la ventanilla de mi auto, pero debo admitir que eso me hace sentir inseguro. Y ya sabemos: la inseguridad es una sensación, así que debo respetar mis sensaciones. Quise ayudarte, pero me resisto a entregar monedas porque de vez en cuando viajo en colectivo, y necesito tener medios de pago. Y me quedé sin billetes de dos pesos, que es el máximo que puedo entregar por cada petición.

 

La mueca con la que te contesté, apenas fue un falso vínculo, una caricatura grotesca aún de la más elemental comunicación. Después de todo, es difícil mirar con ganas a quien no tiene ganas de vivir. ¿Quién, después de casi 30 años de democracia, les habrá robado el horizonte? Y sin horizonte, como enseñara Galeano, no hay utopía. Los hijos de la democracia que sin horizontes no tienen ganas de vivir, nos habla de una democracia que ha perdido sus horizontes.

 

Y que para dar cuenta de sus ganas de vivir necesita un Bicentenario o el triunfalismo de ser el nido venturoso de un campeón del mundo. Si pudiera mirarte a los ojos, quizá podrías ver reflejada mi diluida esperanza en el concepto de salud social. Y más diluida, en la idea de las redes y en el mesianismo de un futuro mejor. Porque después de todo, este presente es el futuro de algún pasado que fue presentado como presente venturoso.

 

Estos son los hijos no del 2001, sino de la democracia toda. Tampoco el 2001 fue una causa, sino uno de los tantos efectos. Tendría que mirarte, aunque sea fugazmente. Pero tu cara triste, de horizonte achatado, de respirar casi sin aire y de comer casi sin comida, me enfrenta al espejo infamante de la realidad que no miramos. Y me lamo las heridas del alma pensando que el dinero no garantiza las soluciones. ¿Y si fuera una mentira brutal?

 

Es un momento para pensar que el dinero y la felicidad tienen una relación de mucha intimidad. Casi promiscua. Los idealistas de la vida, que se parecen demasiado a los cómplices de la muerte, insisten en la vacuidad del dinero. Por cierto que el dinero en si mismo no hace nada, tampoco la felicidad. Pero de lo que se trata, es del dinero como el único recurso que en una economía capitalista permite sostener las necesidades básicas y no tan básicas satisfechas. Los sponsors oficiales de la selección, que solo sponsorean a ricos y famosos, lo tienen clarísimo.

 

Mientras insisto en no mirarte, me doy cuenta que de la felicidad puedo ocuparme cuando mis ingresos al menos equiparan mis egresos. Seguro que la historia no me absolverá, al menos que me absuelva la Afip. Si me animara a mirarte de frente, y además sostener un momento tu mirada, diría que el salto ideológico es dejar de pensar en el tema de las adicciones mezclando el placer con la necesidad. El consumo de marihuana está asociado al aumento del “área de confort” (expresión de las corporaciones) y del placer individual y grupal. Ni siquiera hablaría de adicción, apenas de preferencias del consumo. Jactancias de la clase media, para combatir el inocultable estupor de la manía de Internet. Pero en tu caso, que insistes en mirarme sin lograr que decida mirarte, no eres adicto para aumentar tu área de confort.


Consumes veneno como estrategia de supervivencia, de la misma manera que el sediento antes de enloquecer toma agua salada, o aguas contaminadas. Hay drogas y hay venenos que crean adicción. La merca, degradación de la cocaína medicinal “Merck”, con la que la mafia de Estados Unidos tuvo ganancias fabulosas, sin seguramente alcanzar la felicidad, degradó a la pasta base, que no es la pastera, aunque se le acerca.

 

El paco es veneno puro. Causa adicción pero colocar su consumo como problema adictivo encierra un formidable escotoma de clase. No se trata de adicción: apenas de una estrategia de supervivencia. Y colocar en un mismo plano el consumo indebido, ilegal, pero de todos modos consumo de sustancias, con la necesidad siempre insatisfecha de sobrevivir algunas horas más, es a esta altura de las circunstancias negligencia criminal.

 

El consumo de veneno como forma de enfrentar, claro que de la peor manera, la crueldad de la necesidad imperiosa (hambre, frío, desesperación), ni siquiera es una cuestión de salud social. Es una cuestión de enfermedad política y esa enfermedad es el capitalismo. ¿O acaso la minería a cielo abierto, la aberración del cianuro a cielo abierto, los millones de litros diarios de agua derramada, es un tema de salud social?

 

También es un tema del capitalismo serio, porque estos chicos a los que nadie puede mirar (es cierto, yo tampoco) no pueden ser recuperados por ninguna asignación universal. Ellos ya están fuera de todo universo, en un planeta propio en el cual nadie quiere permanecer más que el tiempo de la foto pre electoral. Busqué tu mirada, pero ya te habías ido. Quizá no deseaba descubrir que no hay secreto en tus ojos: estás solo, lo sabes, y lo que es peor, sabes que nosotros también lo sabemos.