Alfredo Guevara: “Fidel nunca ha estado solo”
13 Agosto 2010
Alfredo Guevara. Foto: Liborio Noval
El invierno de 1945 fue una época traumática para la política internacional. Había concluido la Segunda Guerra Mundial, y en agosto de ese año, dos bombas atómicas habían arrasado con las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki. Mientras esto acontecía del otro lado del mundo, en la Universidad de La Habana, dos jóvenes se conocían por vez primera. Uno había matriculado Filosofía y Letras, el otro Derecho. Eran Alfredo Guevara y Fidel Castro. Guevara, uno de los intelectuales más lúcidos de nuestro país es uno de los pocos que conoce detalles de las andanzas de aquel estudiante de leyes por el Patio de los Laureles, la Plaza Cadenas, y su inmediata inserción en la política universitaria y nacional de los años 40.
A sus 84 años de edad, Alfredo Guevara preside la Fundación del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano. Para contar lo que puede decir de aquellos años en que Fidel emergía como figura política, me invitó a su despacho en una casona de El Vedado, allá por las calles 2 y 19. La cita fue fijada para el mediodía del 12 de julio de 2010. Cuando el reloj marcaba la hora doce, este periodista y dos buenos amigos del Secretariado Nacional de la FEU, organización que apuesta por el rescate de su memoria histórica, llegamos a los jardines de la mansión, donde aguardaba por nosotros el fotógrafo Liborio Noval.
Ya en el segundo piso, vimos a Alfredo. Estaba sentado frente a una mesa rectangular, donde perfilaba las letras de varios documentos. Esperamos. Después nos invitó a su despacho, un lugar que invita a revelar secretos y recordar sucesos acontecidos hace más de seis décadas.
Unos días antes del encuentro, Alfredo por mediación del profesor universitario y ayudante personal Julio César Guanche, solicitó el cuestionario de la entrevista. Les confieso que esa petición no fue de mi agrado, pero por tratarse de Guevara accedí.
Alfredo comenzó el diálogo diciendo que las preguntas estaban “complicaditas” pero iba a responderlas todas. Y así lo hizo. En más de una ocasión me solicitó que detuviera la grabación, solo así respondió cuestiones comprometedoras.
Aunque no parezca cierto, Alfredo me confesó que no soporta reunirse con viejos porque « siempre hablan de los mismo. Ellos nos son capaces de salirse del pasado”.
Sin más, ante ustedes esta conversación con un joven del ayer, que aún conserva las emociones de sus 19 años:
“A inicio de la década del 40, yo era anarquista militante. Integraba una organización que se llamaba Alianza Revolucionaria, donde los únicos blancos éramos Lionel Soto y yo. Todos los demás eran negros estibadores del puerto. ¡Qué diferencia entre los dos jovenzuelos de familias bien plantadas con todo aquello! Era tremendo el contraste. Teníamos ideas fuertes sobre el anarquismo, estábamos influenciados por los republicanos españoles que emigraron por la Guerra Civil. Estoy hablando de los años 40. Las cosas no son en blanco y negro. Recuerden que teníamos 19, 20 o 21años.
“La vez primera que Fidel me habló de tomar el poder fue en 1947. Entonces, Fidel no era marxista, sino un hombre que estaba por la justicia a toda costa y tenía conciencia antiimperialista. Yo me involucré en esas aventuras porque era un muchacho. Éramos una partida de locos, que hacíamos cualquier cosa.
“Para ese entonces yo era una mezcla de joven marxista con ortodoxo”.
¿Cómo conoce usted a Fidel?
Cuando conocí a Fidel teníamos 19 años. Llegó a la Universidad proveniente de una escuela religiosa y los jóvenes de izquierda nos preguntábamos «quién es ese».
A mí me pasó lo más descabellado del mundo con Fidel.
Entré a la Universidad con la idea preconcebida de llegar a la dirección de la FEU. Un día llegó un joven, desconocido para mí, a la Escuela de Filosofía y me dice: «Hay un muchacho en Derecho que debes conocer». Estaba en primer año, eran apenas mis primeros días de estudiante, yo aún era nadie en la Universidad.
No soy religioso pero como mi amigo-hermano Monseñor Carlos Manuel de Céspedes me digo con asombro que los milagros existen puesto que sé del Milagro. Con el tiempo he pensado que aquel joven me fue enviado por un arcángel pues su rostro se ha desdibujado en la memoria. Fui a la Escuela de Derecho y vi a Fidel. De primera, no me le presenté. Fidel era un muchachón impresionante; un volcán, que agitaba a un grupo de estudiantes. En ese momento pensé que era un peligro.
Pasan los días y sigo observándole y descubriendo rasgos. Parecía algo así como un justiciero pero no apreciaba en qué dirección. Después, le dije a mis compañeros que había surgido un muchacho en Derecho que iba a ser José Martí o lo peor de lo peor. Muchos le recordaron largo tiempo; algunos han desaparecido.
Fue pasando el tiempo y sucedió lo siguiente: Fidel comenzó a merodear la Escuela de Filosofía, se había enamorado de una chiquita, Mirtha Díaz-Balart que era realmente muy bella y dulcecita pero por debajo todo un carácter. En ese momento, yo estaba en campaña por las elecciones. Por suerte, Mirtha era de mi candidatura, y me dije: «Ahora voy a ganar yo, porque vas a caer en mis manos», pero, claro, a la larga fue al revés.
Ahí empezamos a tener más contactos. Recuerdo que yo estudiaba con Gladys Delgado, y comenzamos a fastidiarnos las dos parejas. Empezó una relación más frívola, pero también conflictual, porque yo había llegado con la idea de dominar la FEU y él también, y poco a poco fuimos aceptándonos.
Yo había creado el Comité 30 de septiembre en la Universidad, era como nuestro partido, y Fidel quiso entrar. Hubo personas del grupo que se opusieron. Al final, Fidel entró. Él formaba parte de cualquier cosa que significara combate. Era un justiciero tal y como sentí desde el principio.
Él era más y más. Tengo la convicción hoy, aunque no le he preguntado, que el quiso entrar al comité para probar que no estaba vinculado a ningún grupo de corte gangsteril y que jamás lo haría. Haydée (Díaz Ortega) seguramente recuerda aquellos días.
Alfredo, ¿llegó a sentirse Fidel solo en la Universidad?
Me has hecho reflexionar. La soledad es un concepto muy sutil, porque la soledad se puede dar en compañía. La verdad es que Fidel siempre estuvo rodeado de amigos, aunque no siempre una persona visiblemente rodeada se siente sola o acompañada. Eso lo sé muy bien. Tal vez estaba solo y solo se sentía pero acaso se sentía de modo más complejo: solo y acompañado
Fidel siempre fue Fidel. A veces se rodeó de personas que se consideraban sus amigos privilegiados, y sin embargo solo eran compañeros. Fidel, como el gran político que es, se ha servido de unos y otros, sin perder nunca su propia luz. No lo ha hecho por desprecio al otro sino por autonomía esencial.
En el curso de la vida he descubierto que parte de la depuración de los amigos no ha sido solo biológica, sino además política, porque muchas personas han desaparecido de la historia y de nuestras vidas, incluso muchos que acompañaron en aquellos primerísimos años a Fidel. Cuando llegó el momento decisivo algunos desertaron, no necesariamente hacia el enemigo, sino que no estuvieron a la altura de las circunstancias. En aquellos años siempre lo van a ver acompañado y seguido. Fidel era un líder nato, a veces era un volcán que se desencadenaba, otras más calmado pero en íntimo hervor.
Fidel era un solitario involuntario, porque tenía una dimensión muy superior a los que lo acompañaban en aquel momento. Cuando cobró forma la amistad con otros, ya no estaba solo, existía una comunión ideológica. Aquella comunión en aquellos primeros años de nuestras vidas no era muy extendida. Había personas que lo acompañaban a las emisoras de radio, iban detrás de él y sacaban la cabeza para que lo fotografiaran, pero realmente los amigos en un sentido más complejo, amigos que teníamos claro a donde íbamos, fuimos algunos. Hay alguien que está un poco olvidado, y que fue como un cemento uniéndonos: Baudilio Castellanos, Bilito, a quién no podemos olvidar nunca. Pero siempre también entre los iniciados sabíamos que él era algo más, mucho más.
¿Qué acciones desarrolló usted en la Universidad?
Cuento algo por vez primera. Cuando el aumento del pasaje de las guaguas, me encontraba al amanecer en la calle Infanta limpiándome los zapatos. Estaba conmigo Frank Gallard, estudiante santiaguero, alto y corpulento, y me dice que con protestas no se resolvía la situación.
Por pura inspiración tomé un palito que estaba al pie del sillón de limpia botas, y le digo que me acompañe; él se inventó igual patraña. Nos metemos en una guagua y le puse el palito envuelto en un pañuelo al chofer en la cabeza y le dije que nos llevara a la Universidad o disparaba. Cuando nos vieron entrar con aquella guagua secuestrada, los estudiantes fueron a asaltar otras y trajeron como diez. Ese fue el truco utilizado esa vez. Inicialmente no teníamos armas y cada quien inventó su fórmula en esa y otras ocasiones. Prefiero quedarme en esta anécdota y volver a Fidel.
¿Cómo se enrolan ustedes en los sucesos del Bogotazo?
Al grupo más activo de la FEU de la época se acercó un senador peronista de apellido Molinari. Este senador era el jefe de relaciones exteriores del parlamento argentino. Él se hospedaba en el Hotel Nacional y nos buscó para plantearnos que Juan Domingo Perón financiaba la organización de un Congreso estudiantil contra el coloniaje que se debía a realizar en Bogotá, Colombia al mismo tiempo que el de la Unión Panamericana.
Los argentinos querían obtener un pronunciamiento contra la ocupación de las Islas Malvinas y Belice, colonias británicas en América.
Le tomamos la palabra a Molinari y nos lanzamos a preparar el Congreso. Dentro de todo esto estaba el estudiante Santiago Touriño, quien era como el embajador de Perón en la Universidad de La Habana. Él era el verdadero contacto de Perón, pero Molinari se percató que con quien debía tratar era con Fidel y conmigo.
Fidel salió a movilizar estudiantes y recorrió varios países latinoamericanos. Desde Panamá nos escribió a Mario García Inchaústegui y a mí una carta que, de ser recuperada sería como un Manifiesto por la liberación de América Latina; la conservó Mario, quien murió en un accidente aéreo y su hijo y yo la hemos buscado infructuosamente. Nos pusimos de acuerdo para darle «la mala» a Perón desbordando los objetivos del congreso. En Bogotá nos dividimos en la Conferencia y planteamos el repudio a la ocupación de la base norteamericana en la bahía de Guantánamo, lo del Canal de Panamá, la situación de Belice y Las Malvinas, y el derecho irrenunciable de Puerto Rico a su independencia.
En ese momento los peronistas cogieron miedo, porque mientras se desarrollaba el Congreso estudiantil, se efectuaba también en Bogotá la reunión de la Unión Panamericana y la delegación norteamericana era dirigida por el General Marshall. Además la bandera de Jorge Eliécer Gaitán [joven líder de izquierda colombiano] eran de color rojo. Apenas una hora después de la muerte de Gaitán ya estaba levantada la ciudad. La ciudad insurrecta entre minutos y horas y una subterránea confrontación social que así se hizo visible y dura es la imagen que tocó ver al general Marshall; era un mar de banderas rojas. En la noche la ciudad estaba incendiada.
Después del Bogotazo todo fue más claro. Aquella experiencia era también una lección sobre la fragilidad del Poder de los Estados. Fidel confirmó que sin el poder no se podía hacer una revolución. La idea estaba ya en la naturaleza de su pensamiento pero quedaría confirmada. Esa experiencia fue decisiva. Nosotros, quiero decir aquella generación, estábamos en formación. Eran años de mucho entusiasmo. Se decía que el mundo iba a ser mejor, el socialismo era posible, no éramos los únicos que creíamos eso. Vivíamos en el mundo de la esperanza.
¿Cómo se reencuentra con Fidel después del Bogotazo?
Fidel es muy duro y muy tierno. Se desesperó a buscarme y me encontró. Tenía más iniciativa que yo, era un hombre de mucha acción. Yo era un jovenzuelo que estaba decidido a todo, pero al mismo tiempo era ingenuo. Hoy a los 84 años, no me calificaría de ingenuo, pero algo de ello me queda. En esa época era una mezcla de diablillo y de ingenuidad total.
¿Cómo logran salir de Colombia?
Salimos de Bogotá porque nos hicimos pasar por actores de teatro. Vinimos en un avión sin asientos. Sentados en el suelo Fidel me dijo que regresaría a Birán para estudiar las asignaturas que le faltaban. Además, me dijo que estudiaría marxismo.
¿Qué fue lo que sucedió con la campana de La Demajagua?
Eso fue idea de Fidel. Recuerdo que estaba almorzando con un periodista en una cafetería en L y 27, y llegó Fidel con Pedro Mirassu, presidente de la escuela de Farmacia. Fidel me saca del almuerzo y me plantea la idea de traer de Manzanillo la campana de Carlos Manuel de Céspedes.
Él iría a buscarla y yo me encargaría de reunir armas para su protección. La idea era traer la campana a La Habana. El recorrido sería (y fue) un acontecimiento patriótico que concluiría haciendo repicar la Campana en un acto celebrado en la Escalinata de la Universidad. Fidel arengaría a los presentes y tomaríamos el Palacio Presidencial, que no era otra cosa que tomar el poder.
Fidel logra traer la Campana en su recorrido triunfal pero todo el plan quedó frustrado cuando nos la roban con la complicidad de la Policía Universitaria y el gobierno de Grau. Supimos que la Campana estaba en casa de Tony Santiago, personaje muy ligado a Grau San Martín, rodeada de gente armada. En la cercanía se nos enfrentó un gánster de los más peligrosos, ametralladora en mano. Fidel se le enfrentó con violencia realmente riesgosa, y estábamos solos. Esa gente se apresuraron a trasladar la Campana al Palacio Presidencial.
Fidel no es el que ustedes conocen. Entonces era seguramente este pero también otro. Fidel era tan lúcido y razonable como capaz de audacias temerarias; no temía al riesgo y podía ser violento.
Un día se percató que era Jefe de Estado, y de buenas a primeras empezó a bajar la voz, a escuchar con calma, a evitar ciertos términos. Fue así en ejercicio de ese rasgo de voluntad, como dejó de fumar; lo decidió bien pensadamente, lo puso en práctica y no vaciló un minuto. Él tiene mucha voluntad, voluntad que impresiona y si no fuera por ello no se hubiera recuperado hoy.
Hay otra anécdota que muestra el temperamento de Fidel. Cuando subieron el precio del pasaje de las guaguas algunos dirigentes de la FEU se vendieron al gobierno por cuatro gomas para el carro o por 200 pesos. Miserables.
Estaban reunidos un día en la Asociación de Estudiantes de la Escuela de Ingeniería. Allí llegamos al anochecer Fidel y yo. Le digo que me dejara negociar, para actuar sin violencia. Me ripostó llamándome comemierda y etcétera, etcétera. Después de mucho insistir, aceptó que fuera a hablar con ellos y entré. Todo fue en vano. Fidel esperó a que salieran del local, y les acusó uno a uno de no tener vergüenza. Los puso nuevos a cada uno, con adjetivos y gestos que les amedrentaban.
Alfredo, ¿qué era la bombonera?
La casa donde vivían no pocas hijas de burgueses del interior del país que venían a estudiar a La Universidad de La Habana. Muchas estaban muy bonitas para decirlo del mejor modo y muy bien arregladitas. Burguesitas más que cuidadas por sus familias. Bombones. La propietaria de la mansión, responsable de cuidarlas, era un látigo. Nosotros merodeábamos por allí, pero sin éxito visible. Es así como debe quedar en la historia.
¿Y Fidel los tenía?
Él ha tenido mucho éxito en su vida, en ese y en todos los terrenos. Aquel Fidel (me limito a nuestros años juveniles) era candela. Y además codiciado. Las chicas de Filosofía lo comparaban con las estatuas de Fidias. Sobre los años posteriores ni hablo ni me toca hablar.
¿Cuál fue la relación de Fidel con la universidad después de graduado?
Fidel nunca ha perdido la relación con la Universidad. Después de la graduación vino el Golpe de Estado de 10 de marzo de 1952 y matriculamos Ciencias Sociales, para no distanciarnos de la Colina. En esa época creamos el Comité 10 de enero, y colocamos el busto de Mella, que días después la dictadura de Batista mancilló.
Fidel comenzó a conspirar casi enseguida. La inconformidad fue siempre su rasgo distintivo. En aquel espíritu comenzó a preparar el Moncada, el primer hito de la Revolución.
¿Por qué en esta fecha se ve más a Raúl en actividades universitarias, al menos en fotografías, que a Fidel?
Fidel en ese momento vivía con Mirtha y el niño, en un edificio frente a la Universidad. Un día fuimos a verlo para que encabezara varias actividades y después de toda la conversación dijo que sí, pero se perdió y regresó con una emisora de radio y con ideas insurreccionales. Es decir, con la convicción de que solo era posible derrotar la dictadura con las armas y con una idea más importante y decisiva: solo desde el Poder se hace posible una Revolución. Ya Fidel comenzaba a ser Fidel.
Nosotros seguimos en las actividades en la Universidad. A partir del Moncada nos percatamos que la lucha no era solo dentro de los muros universitarios, y finalmente seguimos a Fidel en su concepción de la lucha armada. Tras el Moncada quedó claro que no había otro camino. Nacía el 26 de Julio.
Cuando llegó el triunfo, Fidel bajó de la Sierra y buscó a sus amigos de la Universidad como si el tiempo no hubiese pasado. A mí me llamó desde Matanzas y cuando nos reunimos, ya en La Habana, me encargó que preparara el Grupo de trabajo que debía redactar la Reforma Agraria y me subrayó que no quería que por el momento pensara yo en nada de cine. Pero ya ves, más tarde me encargó organizar lo que fue el ICAIC.
¿Cuándo usted deja de usar la pistola en la Universidad?
Cuando me voy de la Universidad. Yo tenía un libro grande, hueco por dentro y allí guardaba la pistola. A veces, en reuniones alzaba el libro y decía que el conocimiento estaba por encima de las pistolas. ¡Y no sabían que dentro estaba el arma! Sigo creyendo que es el saber lo más importante pero “por si acaso…”.
Decía usted en la entrevista que le concedió a Leandro Estupiñán que el peor enemigo de la Revolución era la ignorancia. ¿Cree usted que esta sea la única amenaza?
Compiten la burocracia y el inmovilismo. Ninguna revolución puede ser inmóvil. Por eso defiendo el principio de que hay que revolucionar la Revolución. La Revolución está revolucionada en un sentido, pero debe revolucionarse internamente de un modo más claro, urgente, intenso, calculado, prudente y audaz. Esta extraña combinación es posible.
Es preciso tener otra concepción de la dirección económica y de la distribución del poder, porque poder no es ordeno y mando, sino participación.
Yo sé que soy un privilegiado, porque siempre he podido decir y ser escuchado. Pero ese privilegio se construye. Hay que participar en todo, y ser ciudadano. Se ha perdido en parte el sentido de ser ciudadano. Sé que no depende solo de las personas; hay que estimular esta actitud y respetarla.
Si no actuamos en el presente, no hay futuro que valga la pena. Declaré en una reunión con los estudiantes de periodismo que si no lo hacemos rápido, nosotros que estamos a punto de desaparecer biológicamente -pronto no me podrás hacer otra entrevista-, y pasan unos años, esta generación se irá a bolina. Lo tendrían que hacer solos ustedes, y eso no sería bueno. Si desaparecemos sin cumplir la última tarea interna, sería un fracaso. La historia no se puede ver en blanco y negro. Olvidar el pasado es no entender el presente. Vivo el presente, pero pensando en el futuro. Y a su vez ese futuro sería como debe ser si esta generación, su dirección, da los primeros pasos para construirlo de modo tal que podamos usar la palabra en plural, futuros.
De usted se dice que es una personalidad sagrada de la Revolución.
Nada de eso, yo lo que soy es fidelista. Cuando no estoy de acuerdo, no me callo y expreso lo que siento. Ahora no puedo discutir con Fidel porque no lo veo, pero lo respeto y sigo desde lejos. Siempre que tuve la oportunidad le he dicho lo que pensaba, y, al mismo tiempo siempre respeté y respeto su decisión. Si se analiza lo que hablo y digo, apreciaréis que todo está dentro de la ortodoxia más herética. Muchas personas que invocan a Marx y a Lenin, tal vez nunca lo han leído. Soy hereje a fuer de ortodoxo. Cuando la ortodoxia se petrifica deja de serlo y la que lo es parece hereje.
¿Cree usted que sus recientes declaraciones preocupen a algunas personas de la alta política cubana?
Probablemente a algunos, pero seguro que ni a Fidel ni a Raúl. Soy fidelista y raulista en mi pensamiento, y no tengo miedo a hablar porque tengo mucha confianza en mis principios y convicciones y sé que no me equivoco y que, si lo hiciera bastaría con rectificar.
Citaré al Che sin exactitud, pero respetando lo esencial de su frase. Él decía: tomemos este camino si nos parece el justo, si lo descubrimos erróneo habrá que rectificarlo de inmediato. Es un principio ético. No puede haber vacilación cuando se trata de rectificar. O de actuar…