jueves, 12 de agosto de 2010

Argentina cartonera Audi a kerosene Silvana Melo

 

Fotografías

 

Por Silvana Melo   

Lunes, 09 de Agosto de 2010 09:41

pobresninaa1(APe).- El más chiquito tiraba pero no le alcanzaban las fuerzas. La mejor de las cajas había quedado atrapada en su solapa bajo la rueda reluciente del Audi. Tiraba y tiraba pero las manos se soltaban como cuando se intenta retener un momento obstinado que se va, se va. El mayor fue más práctico: desgarró el retazo que sostenía la rueda contra el pavimento y se cargó el resto. Una caja espléndida de plasma que desarmó prolijamente y apiló sobre el carro. Acababa de llevarse las sobras que desecha un mundo que no es ni será jamás el suyo.

La noche se los tragó después, como una loba famélica, en la calle vacía y larga de la hora de la cena. Sin imaginar siquiera que así de chiquitos revelaron una foto impiadosa de la desigualdad.

Flacos de abrigo en el invierno del sur del mundo, no saben que alguna vez existió una sociedad igualitaria. Que fue en la América original, cuando los europeos todavía estaban en Europa. Después el horror del oro y la sangre cortó los cuerpos y los sueños en pedazos y la América reclusa conoció la tajante muralla entre ricos y pobres. Para todos los siglos.

Los dos, que llegarán en un par de horas a casa y posiblemente haya cama con panza vacía, saben que son parte del cartonerío sobreviviente de la Argentina injusta. O lo intuyen. Ni una mínima idea tienen de que el capitalismo sigue la lógica del escorpión. Por propia naturaleza nunca puede ser equitativo. El precio de la búsqueda voraz y salvaje de la ganancia tiene un costo arrasador: “el sacrificio del contenido humano más profundo de la sociedad”, como lo define Néstor Restivo.

La brecha entre los ingresos a los que puede acceder el 10 por ciento más pobre y el 10 por ciento más rico en el país donde brota el alimento fue de 16 en los años 60, de 18 en los 70, de 22 en los 80, de 25 a mediados de los 90, subió a más de 40 en 2002 y bajó a 25 en 2009. Hoy, como hace un cuarto de siglo, el 10 % más sumergido gana 25 veces menos que el 10 con más favores.

El pibe que fatiga la bici y el más chico, el que viaja sobre el carro poniéndoles el cuerpo a los cartones, no tienen idea de que alguna vez los días fueron un poco más justos. La peor tragedia por la que pasan es la naturalización de su descarte social. La resignación de que ésa será la vida y no hay otra posible. Como la de sus padres y la de sus hijos.

Entre 1973 y 1974 la participación de los trabajadores en el ingreso pasó del 33 por ciento al 42,5. La meta, entonces, era llegar al 50 de mitad de siglo, cuando el peronismo como movimiento social naciente y arrasador trajo con él una corriente inclusora como nunca antes en la historia de un siglo y pico del país. El objetivo estaba fijado para 1977. Sin embargo, el sueño débil y acorralado se quebró en pedazos y quedó bien en claro dónde está el poder. El 4 de junio de 1975 Celestino Rodrigo puso en marcha uno de los ajustes más brutales de la historia. Una bisagra. El primer paso para las políticas de obscena concentración y de exclusión masiva que agradecería la dictadura: sólo hubo que tomar las riendas del caballo ya al trote y hacerlo galopar a sangre y miseria. En los 90 el mismo movimiento popular profundizó hasta la asfixia el modelo que impuso en 1975, contra la corriente inclusiva que ese mismo movimiento popular multicéfalo e inexplicable dispuso en sus años de origen.

El que viaja en el carro se rasca la cabeza. No vio trabajar a su padre ni su padre a su abuelo. El que conduce sólo sabe que la vida es una pelea por la comida. Ni él mañana ni su padre hoy piensan en la cohesión social, en la lucha colectiva, en el botón que pueda volver a habilitar la capacidad de reconstrucción que debe existir en algún rincón de la maquinaria social.

Tanto se destruyó -ellos no lo saben-, tantos millones fueron desterrados de la vida buena, tanta sangre corrió. El más grande ató la bicicleta por el manubrio en el árbol de atrás. Su hermano lo siguió, como todas las noches. Se limpió los mocos con la manga del pulóver, sostenida entre la palma y todos los dedos menos el pulgar. La madre les abrió la puerta con cuidado, porque a veces se cae.

A veinte cuadras el Audi arrancó, silencioso e imperial. En la calle quedó, en absoluta soledad, un trozo de solapa de la caja de un televisor.

Fuentes de datos: Javier Lindeboim, El reparto de la torta -
Néstor Restivo, Raúl Dellatorre, El Rodrigazo, 30 años después -
Leonardo Gasparini, director del CEDLAS, en entrevista con Clarín.