"La muchacha de la guerrilla. Por Roberto Orihuela (escritor y director teatral)"
"Aquí se queda la clara,
la entrañable transparencia
de tu querida presencia,
Comandante Che Guevara."
La ciudad guarda sus recuerdos. Las piedras de los antiguos muros atesoran aún el condensado vibrar de las voces de los vítores, del latir apresurado de los corazones, del llanto del niño asustado, del saludo de acera a acera, del común grito de ¡ Viva la Revolución ! ¡ Viva Fidel ¡ Viva Cuba !
También los hombres guardan sus recuerdos; en la memoria de los libros, en las cartas, en los documentos y en las fotos. Decenas de fotografías hemos tenido que estudiar en estos últimos tiempos. El proyecto de trabajo es complejo y agotador: reconstruir la presencia iconográfica del Comandante Ernesto Che Guevara en nuestra provincia. Desde su llegada al Escambray en el mes de octubre de 1958, hasta su último gesto de despedida a finales de 1964. Fotos de la guerra, de la victoria, de la nueva vida; y entre tantos testimonios gráficos comienzan a repetirse algunos de los rostros que acompañarán con más asiduidad al Comandante en sus visitas a la provincia; los rostros de los escoltas: Alberto, Argudín y Harry; de José Hermidas y de Edison Velásquez, entonces delegados del Ministerio de Industrias; de Lolita Rosell, combatiente de la clandestinidad; de Ernestina, la enfermera de la Columna 8; de Aleida March.
Existe una serie de fotografías, tomadas por el entonces corresponsal del periódico Revolución, Mario Ferrer, en diciembre de 1959, apenas a un año de la acción liberadora. Fotos en las que aparece el pueblo mezclado con entusiasmo entre el verde olivo e los uniformes guerrilleros y el azul, el rojo y el blanco: colores de la Patria. Recorren la calles de Santa Clara entre el jolgorio, los claxons y las consignas revolucionarias.
Desde una de las aceras una mujer parece señalar al centro de la foto y decir: ¡Ahí va el Che!... ¡Comandante, Comandante! Y el Che sonríe, escoltado entre dos mujeres; Ernestina, de profesión enfermera y con vocación de libertadora; paloma, golpe de viento fresco, manantial que consuela y alienta al herido y al que dejó su vida a cambio de una sonrisa de la Patria. A su derecha, Aleida March, la muchacha que se incorporó a la guerrilla en el mes de noviembre de 1958, la combatiente de la clandestinidad, la inseparable ayudante del Comandante Guevara; alerta, atenta, eficiente. Colaboradora en la faena diaria, amiga, mujer. La cima a donde levantar vuelo para ir a repletar su alma de ternura.
Ambas mujeres son dos alas para el guerrero, de aquel guerrero victorioso que al decir de José Martí se remonta al cielo para envainar su espada en el Sol. No hay hombre que ascienda sin la ayuda de la mujer. La mujer es ala.
Aleida salta de una a otra foto. En ocasiones aparece junto al Che, en otras —las más— al margen, fuera de foco, confundida entre la muchedumbre, siempre atenta. "Mi intervención no tiene ninguna importancia...hubo otros mucho más importantes que yo...yo era una combatiente más". Confesó Aleida a un amigo periodista mexicano.
De aquellos días en el Escambray cuenta Alberto Castellanos, combatiente de la Columna 8 y luego chofer de Guevara: "Cuando llegamos al Escambray, Aleida March con otros compañeros fue hasta el campamento El Pedrero. Ese día yo no estaba, pero al regresar vi a aquella muchacha tan bonita y vistosa, que enseguida pregunté quién era, me dijeron que era una combatiente revolucionaria, muy valiente, que estaba luchando en la clandestinidad en la provincia de Las Villas, pero que le avisaron de que la Policía había registrado su casa y que la estaban buscando, que por eso la dirección del Movimiento le ordenó que permaneciera en el Escambray."
Aleida March Torres estudió y se tituló en la Escuela Normal, es la menor de cinco hermanos. Siempre vivió en Céspesde no. 15, a unos metros del parque Leoncio Vidal, en Santa Clara. Perteneció al Movimiento 26 de Julio, y su mas trascendental acción se registró en 1958, tras los sucesos de la Huelga de Abril. Con varios compañeros del Movimiento, trabajó intensamente en el rescate, protección y traslado al macizo montañoso de los comandos participantes en la Huelga, al mando de Víctor Bordon, en Quemado de Güines, Santo Domingo y otras zonas villareñas.
Antes del noviembre, Aleida formó parte de una comisión de miembros de la red urbana del 26 de Julio, encabezada por Ruiz de Zárate (precisar quién es), para entregar a Guevara 50 mil pesos, en su campamento del Escambray.
Afirma Castellanos: "Aleida y el Che se enamoraron, digo esto, porque cuando la vi, le tiré un piropo y por la forma en que el Che me miró, me dije: Sal de ahí, Alberto, que nada tienes que hacer. Les digo una cosa, aparte de los méritos revolucionarios de los dos, Aleida era muy bonita e inteligente, y eso tiene que haberle impactado al Che, y él, además de su personalidad, era un tipo bien parecido, y eso también tiene que haberle gustado a ella.
"Eso que dicen que un rebelde el llevó una flores silvestre que el Che le mandó o que se sentaron al borde de un secadero de café a conversar y que había una luna muy hermosa, y que cantaban los grillos y las chicharras, o que en su agenda anotó como último punto: Esta noche voy a enamorar a Aleida, y que se lo mostró. De eso no sé nada ni escuché nada, él era un hombre muy parco, muy reservado, hablaba por de esas cosas y por lo tanto, eso fue un asunto entre ellos dos, que nadie sabe."
Desde Santa Clara, y allá en lontananza, está la presencia del lomerío de el Escambray, El Pedrero, Caballete de Casa, Gavilanes, Jibacoa. En el Escambray los grillos y las chicharras cantan junto a los secaderos de café, las mariposas florecen en los arroyos de aguas limpias y todos los días un hombre y una mujer se enamoran.
De aquellos días del Escambray recuerda Harry Villegas Tamayo, general de brigada y uno de los sobrevivientes de la guerrilla boliviana: "Con él hice la Invasión, la llegada al Escambray y la toma de Santa Clara. Fue en es período que conoció y se enamoró de Aleida March. Ese amor no surgió superficialmente como algunos piensan, no fue que se vieron y se enamoraron enseguida, no fue amor platónico o a primera vista, sino que surgió en el desarrollo de la lucha."
Desde los últimos días de diciembre de 1958, mi ciudad fue presencia cotidiana en la vida del Che. Santa Clara se hizo mujer y para él se llamó Aleida; ciudad, mujer y Comandante. "Un día viniendo de Las Villas el Che me dijo: 'Alberto, ¿vos creés que me puedo casar en tu casa'. Enseguida le respondí que sí." Cuenta Alberto Castellanos. Camilo organizó todo y les dijo a los invitados que ellos mismo tenían que llevar las cosas de comer y tomar, algunos, conociendo al Che, se lo creyeron, y Lidis, mi mujer, y yo nos salvamos porque después que se fueron los invitados, nos quedamos con todo los que sobró. Se necesitaban testigos para cada uno de los novios, yo estaba tomándome unos tragos cuando me dijeron: Alberto, Alberto, te están llamando. Era para firmar como testigo del Che. Tengo el honor de ser uno de sus testigos, junto al Ministro de las Fuerzas Armadas, General de Ejército Raúl Castro y el Comandante en Jefe, Fidel. Por Aleida no sé quiénes firmaron.
"La boda fue muy sencilla, estaban Fidel, Camilo, Celia, Efigenio, Eliseo de la Campa, que lo estaba enseñando a pilotear, Samuel Rodiles, Raúl, Vilma, Alberto Fernández Montes de Oca, su esposa, Lidis y yo, y algunos otros."
Mi ciudad es otra desde el día mismo del honor y el coraje, tierna ciudad , aguerrida ciudad. Ahí están las fotos, los rostros, los adoquines, los puentes con sus ríos, las verjas; en fin, ahí están la memoria: No hubo cuartel ni disposición militar, ni estrategia que contuviera la telúrica fuerza del entusiasmo. La libertad contagia. Santa Clara es la novia del Che. (18 de 0ctubre de 1997)