lunes, 12 de septiembre de 2011

Che Guevara niño en Caraguatay Misiones Argentina Juan Sasturain

Che, de chico

(Por Juan Sasturain) Se sabe que el Che es de Rosario; ahí nació el 14 de junio del '28. Pero mal que les pese a los rosarinos, fue un toque. Llegó en la panza de su madre embarazada poco antes, y en sus brazos se fue poco después. ¿De dónde venían y adónde iban tan apurados Celia de la Serna y Ernesto Guevara Lynch, joven pareja aventurera? Venían y se fueron, enseguida de parir, a la selva. Por barco, para más datos: se fueron a Caraguatay. "Caraguatay" suena ucrónicamente casi cubano. Suena como "Camagüey", por ejemplo. Sin embargo, Caraguatay –que quiere decir "agua dulce de ananá silvestre"– es puro topónimo guaraní y nombra una colonia del Alto Paraná, a medio camino entre Posadas y las Cataratas. Antes se llegaba sólo por el río; hoy se alcanza desde el sur por una Ruta 12 parejita y cambiante de palmeras, subidas y bajadas constantes, hasta el momento de girar a la izquierda hacia el Paraná, cambiar asfalto por tierra obviamente colorada.
La Colonia Caraguatay es hoy un municipio pero alguna vez fue un pedazo de selva virgen que alguien, la Colonizadora, comenzó, en la primera posguerra, a segmentar para su explotación. Cayeron suizos y alemanes vestidos de blanco y con sombrero de corcho en el "Iberá" –un lento vapor con ruedas de paleta que había acarreado ingleses por el Nilo– y también criollos como el ex estudiante de arquitectura de San Isidro y su joven esposa. No vivían más de cien personas en la colonia cuando en octubre de 1927 Guevara Lynch tomó posesión de sus 200 hectáreas, construyó la casa de madera con entrepiso sobre pilotes de material y –según cuenta en Mi hijo el Che– se dedicó él también a intentar la explotación del bosque natural y el cultivo de la yerba mate. No se quedaría mucho tiempo, sin embargo. Según algunos, se fueron con su bebé en el '30; según otros, estuvieron dos años más. La unidad de explotación siguió un tiempo hasta que la vendieron en 1940. Y de la casa original, o de la que se supone que lo fue, sólo quedan los pilotes. Pilotes con vista al río allá abajo, a la barranca y a la isla Caraguatay que está ahí nomás, entre el verde, río arriba. Y la permeable costa paraguaya a pocos golpes de remo.
Hay fotos de Ernestito. Son casi las primeras. Una, sostenido de las manos para dar los primeros pasos; alguna otra en la cruz del caballo, con su padre a la rienda. El texto evocativo lo recuerda dando pasos vacilantes, llevando el mate de mano en mano, yéndose de panza al suelo al tropezar entre risas. Poco más que eso.
Hace unos siete años, un poco más de la décima parte de aquella propiedad originaria se convirtió en el Parque Provincial Ernesto Guevara de la Serna. Dentro de él, en la zona más acotada de tres hectáreas, va tomando forma el Solar del Che. Ahí está lo que queda de la vivienda original y, como sede para las actividades del Solar, la casa que construyeron posteriores propietarios, reacondicionada, más las instalaciones complementarias. El recorrido turístico es breve y denso en sensaciones. Un sendero entre sombras húmedas y tupidas lleva al arroyo Salamanca –proveedor entonces de agua dulce, del baño fresco para todos– apenas a trescientos metros de la casa. El silencio equívoco poblado de rumores de agua y alternos cantos de pájaros es sobrecogedor. Por ahí anduvo el Che de chico; de muy chiquito lo bañaban en esas aguas, pisaba ese barro, oía esos ruiditos. Un ambiente natural no demasiado diferente –piensa uno, es inevitable– del que lo vio morir como hombre y como quien vuelve a casa, en La Higuera boliviana.
Inevitable, necesariamente, no todo es turismo y recuerdos de haber estado para llevarse a casa. El fin de semana pasado, precisamente, al cumplirse un año más de la muerte de Guevara, en este Solar del Che que lo recuerda y homenajea ya puesto a punto, hubo unas jornadas de pensamiento nacional y latinoamericano organizadas por las autoridades de Cultura de la provincia. Y todos se llevaron algo más que una foto con gorra y estrella famosa: la sensación, la certeza de que las cosas empiezan alguna vez en alguna parte. En este caso, precisamente ahí.
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