Despacho Nro 563 - 20 de febrero de 2012
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Piel de oveja - Por Luis Bruschtein
En noviembre del año pasado, Página/12 publicó la denuncia sobre las presuntas actividades de espionaje que habría realizado Gendarmería. Los demás medios prácticamente no le dieron importancia al tema. Ahora Clarín, La Nación, TN y Radio Mitre lo han convertido repentinamente en un best seller. Página/12 viene publicando artículos sobre las protestas contra la minera de Bajo La Alumbrera desde principios del año 2000 sin que ninguno de los grandes medios le llevara el apunte al tema. Ahora, los grandes medios se han convertido en los campeones del ambientalismo.
Los grandes medios apoyaron la guerra de Malvinas durante la dictadura y ahora se han convertido en críticos de la estrategia diplomática y pacífica del kirchnerismo. Corriéndolo por izquierda, son tan pacifistas que, para varios de sus columnistas, la “dialéctica verbal” es equivalente a la “dialéctica de las armas”, porque “la violencia de las palabras” llevaría en su seno la violencia en general.
Los grandes medios reclaman una lectura ingenua de la realidad; los periodistas que se proclaman independientes se irritan cuando el público deja de ser ingenuo y se propone una lectura política de lo que ellos escriben. No quieren que su independencia sea puesta en tela de juicio y por lo tanto reclaman esa “ingenuidad” a sus lectores, lo que implica, además, que les cedan a ellos toda la inteligencia. Es como si dijeran: “el que necesita ser inteligente soy yo, no vos, porque el actor de esta película soy yo y vos sos pasivo y consumidor, porque sos espectador”. La mirada ingenua que reclaman es lo mismo que pedir un cheque en blanco. Nadie tiene ese derecho. Pero ellos la reclaman porque esa mirada ingenua es la única que puede tolerar, por ejemplo, esos cambios tan drásticos de las líneas editoriales sin que les generen alguna duda.
En España, arrastrado por poderosos factores de presión de los grupos conservadores, del Partido Popular y del ala más derechista del socialismo, se está produciendo un retroceso fuerte en relación con el enfoque sobre los derechos humanos. La reacción más furibunda se produjo cuando se abrió la posibilidad de investigar los crímenes de la dictadura franquista. En ese punto decidieron cortar por lo sano, pusieron en el banquillo de los acusados al juez Baltasar Garzón y lo expulsaron de la función judicial.
En ese contexto español aparece en la revista española Cambio 16 una entrevista a Videla, que había sido también enjuiciado –en función de los principios de la justicia universal vigente para delitos de lesa humanidad– por el mismo juez (Garzón) que había intentado enjuiciar los delitos de lesa humanidad de Franco. En el contexto de esa publicación, en la entrevista Videla ocupa simbólicamente el lugar del “generalísimo”, o por lo menos el intento de que así lo sea de manera subliminal para el público español. El periodista es absolutamente concesivo. Es más, por las preguntas que formula, pareciera que él mismo está sugiriendo las respuestas. El discurso que redondea Videla es que hubo una guerra, que la intervención militar fue reclamada por sectores de la civilidad, desarrolla la lógica de la existencia de víctimas necesarias producidas por el enfrentamiento bélico y reconoce algunos errores de tipo político, como el de no haber dejado el poder antes del ’83.
Para los españoles, que no tienen tanto conocimiento de lo que pasó en Argentina, ese discurso se traduce en términos locales. Es el generalísimo Francisco Franco hablando de que hubo una guerra y, como en toda guerra, hubo víctimas, y que las cifras de desaparecidos y demás son exageradas por los interesados. La justificación de Videla es la justificación de Franco, en un momento en que están fusilando judicialmente al juez que trató de enjuiciar a los dos dictadores.
El periodista que hizo la entrevista, Ricardo Angoso, se desgarra las vestiduras cuando se lo acusa de derechista o de favorecer a Videla. Asegura que es absolutamente independiente, que su trabajo es objetivo. Se indigna, es despectivo con quienes lo acusan. Pero Angoso es colaborador del Grupo de Estudios Estratégicos (GEES), un think tank ligado al conservador Partido Popular, dedicado al análisis de la seguridad internacional y la defensa. Un derechista que se dedica a esos temas es aún más derechista –y más peligroso–, porque por lo general son muy proclives a las operaciones de Inteligencia. Además, el hombre es un antikirchnerista confeso. En algunos de sus artículos ha calificado de “bufones” a Cristina y Néstor Kirchner.
En Argentina es imposible leer con ingenuidad esa entrevista tan concesiva a un dictador condenado por crímenes terribles de los que no se habla casi nada. Al hombre le importa un pepino Argentina, está pensando en España, en esa trampita de ósmosis entre las imágenes de Videla y Franco. De todas maneras, se monta sobre el latiguillo de la prensa independiente que aquí esconde al periodismo opositor, al igual que sucede en otros países latinoamericanos donde los grandes medios se convirtieron en los opositores más encarnizados a los gobiernos que aparecieron como reactivos al neoliberalismo.
El cuento de Angoso viene al caso porque es muy evidente. Reclama ingenuidad para usarla en su provecho. Pedirle a la gente que sea ingenua, o sea: “léanme como si fuera independiente”, es muy parecido al cuento del tío.
El tráfico clandestino de ideología es una regla bastante común en el periodismo, por lo cual no deja de ser un recurso de baja calidad. No hace falta reclamar ingenuidad sino que, por el contrario, se requiere desafiar a la inteligencia, la inteligencia propia y la del lector. Suele ser más complicado y menos efectista, pero ayuda a debatir ideas y a cumplir con el servicio al que finalmente todos estamos subordinados, que es el de informar y garantizar el derecho de los pueblos a estar informados.
No hacer ese tráfico clandestino sería que el señor Angoso se presentara como tal, como alguien que quiere justificar los delitos de lesa humanidad cometidos por Videla y Franco y que expone sus argumentos. Y lo mismo sucede con los ambientalistas repentinos y los repentinos denunciadores de excesos de los organismos de seguridad. O los repentinos ultrapacifistas antimalvineros.
Una cosa es preocuparse por el medio ambiente y denunciar posibles contaminaciones. Página/12, al que la prensa opositora califica de “oficialista”, lo hizo durante todos los gobiernos. Y otra cosa muy distinta es mutar de golpe a luchador ambientalista para oponerse al Gobierno. El ambientalismo termina siendo así nada más que una excusa muy berreta con recursos amarillistas. Se genera de esta manera una gritería demagógica apocalíptica poco sostenible en la polémica. Hay un ambientalismo propositivo y otro de tipo alarmista y conservador. Ese es otro debate.
Para no ir más lejos, el papel de los grandes medios en los asesinatos de Kosteki y Santillán todavía produce un sabor amargo. En ese contexto es difícil entender el escándalo que están generando con la denuncia por el supuesto espionaje de Gendarmería, una denuncia que, por otra parte, ya la había publicado meses antes el “oficialista” Página/12, sin que los grandes medios reprodujeran ni media palabra ni en la gráfica, ni en la radio, ni en la televisión.
Malvinas es otro tema interesante. Los grandes medios pasaron de apoyar la guerra durante la dictadura a respaldar la política menemista de “seducción” sin reclamos. Hubo otra posición que fue crítica a la guerra durante la dictadura, pero de respaldo a los reclamos argentinos de soberanía sobre las islas. Por un extraño silogismo transmediático resulta ahora que los que apoyaron la guerra están en contra de los que plantean el reclamo en forma pacífica. Pero no lo hacen porque están a favor de la guerra sino porque no están de acuerdo con que se haga el reclamo, el cual les parece violento per se.
Seguramente todas estas lecturas con tantas mutaciones e intentos de mimetismos tienen un hilo subterráneo que les da un significado más allá del estar en contra por estar en contra. Habrá coincidencias de intereses opuestos con otros que tienen un pensamiento genuino u otras explicaciones más complejas. Pero no deja de ser desconcertante.
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