jueves, 10 de abril de 2008
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¡Guáimaro!
Por Carlos Rodríguez Almaguer
"Guáimaro libre nunca estuvo más hermosa
que en los días en que iba a entrar
en la gloria y en el sacrificio."
José Martí
El 10 de Abril
El mismo día de la proclamación del Partido Revolucionario Cubano en 1892, se publicaba en Patria, salido de la pluma de Martí, un estremecedor relato: El 10 de Abril.
Ningún cubano honrado, amante de la historia de esta isla infinita donde vimos la luz, dejará de sentir un vuelco en el corazón al presenciar las imágenes tremendas con que describe el Apóstol aquellos días de gloria en que nació para el concierto de los pueblos libres del brazo esforzado y la mente imaginativa de sus mejores hijos, la República de Cuba en Armas.
La entrada magnánima de Céspedes, el Padre de la Patria, junto a la comitiva de orientales en la que sobresalía, por la fuerza de su virtud y el amor a esta tierra, el inolvidable Francisco Vicente Aguilera; la llegada tempestuosa, como saliéndose del caballo, de Ignacio Agramonte, aquel "diamante con alma de beso", que para que no quedara duda sobre la pureza de su sentimiento, plasmó en la Constitución que redactó con sus manos el mínimo de la edad para el cargo de Presidente lejos de sus 27 años; el arribo calmado y altivo, como para que no se les viera la fatiga de su larga cabalgata bajo las balas enemigas, de los representantes de Las Villas…
Aquel fue día de prueba a la virtud cubana. Céspedes, el iniciador, cedió a los del Centro y Las Villas la bandera que tremoló en Yara y en Bayamo el primer día de la libertad, y ellos, agradecidos, pusieron en la Constitución que aquella bandera presidiría las sesiones de la Cámara, junto a la bandera nacional aprobada por todos, y quedaría para siempre como parte del tesoro de la República. Nadie regateó un elogio a la virtud ajena, que se exhibía como si fuera propia porque al cabo era también virtud cubana.
Allí vibró la voz de la mujer en la palabra enérgica y valiente de Ana Betancourt, exigiendo para las hijas de la patria el lugar que les corresponde en su defensa. Allí, de pie frente a la Cámara novicia y a los curiosos de toda condición que se apiñaban por las ventanas de la Casa de la Constitución, juró la Ley de la República el Presidente Carlos Manuel de Céspedes, decidido a "dar mil veces la vida en el sostenimiento de la República proclamada en Guáimaro."
Y sobrevino luego de aquellos días de júbilo el día del sacrificio. Para salvar del enemigo a la "ciudad sagrada" la envolvieron en llamas. Al monte se fueron los hijos del pueblo primado de la República. "Ardía, rugía, silbaba el fuego grande y puro; en la casa de la Constitución ardía más alto y bello".
Esos fueron nuestros "días de cuna". Treinta y tres años después, una mano extranjera hizo que junto a la bandera de Guáimaro ondeara la de los oportunistas que cuando pusieron los ojos en nuestra tierra no fue para ayudarla a ser libre, sino para esperar el momento propicio al arrebato y la rapiña.
Ha transcurrido más de un siglo desde aquella alevosa intervención con la que se inició el imperialismo moderno, y el amo de ese imperio continúa discursando cada 20 de mayo, para complacer a los celestinos a quienes mantienen con las migajas de su sangriento banquete. Alaban en la fiesta macabra a la triste parodia de república con que vistieron a Cuba para prostituirla a los ojos del mundo, y en cuyo período floreció en cada hito, de entre el fango neocolonial de sus instituciones, el nervio vivo de la virtud cubana en la voz y la obra de Julio Antonio Mella, Antonio Guiteras y Fidel Castro.
Esa es nuestra memoria, que no podrán borrarla los corifeos de la antiCuba, los que apuestan a la desmemoria de las generaciones nuevas para destruir, al fin, ese sagrario de utopías en que convirtieron a esta isla la realidad y decadencia de un mundo que va de más a menos y no podrá salvarse de su propio desastre sino por el esfuerzo urgente de los que aman y fundan.
Hoy es más visible acaso aquella verdad con que escribía Martí, otro 10 de abril pero de 1895, a Benjamín Guerra y Gonzalo de Quesada: "De pensamiento es la guerra mayor que se nos hace: ganémosela a pensamiento."
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Lic. Rosa C. Báez
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