jueves, 3 de abril de 2008

Padre, esposo, compañero, Argentina montonero, intelectual izquierdista, anarquista, guerrillero, cordobés, argentino, mártir, universitario


Estimado esto que vas a leer lo reenvío la Mamá de quien firma esta carta.

no son los valores que predominan lamentablemente: solidaridad, etc, etc...bueno, comparto esto que leí y me emocionó mucho hoy. abrazo

A mis hijos:

Les escribo esta carta por temor a no poder explicarles nunca lo que pasó conmigo, porque los dejé cuando todavía me necesitaban mucho y porque no aparecí a verlos nunca más.

Aunque sé perfectamente que la Mamá les habrá ido explicando la verdad, prefiero dejarles mis propias palabras para el caso de que yo muera antes de que ustedes lleguen a la edad de entender bien las cosas.

No sé si algo habrá cambiado en nuestra patria cuando ustedes lean esto. No puedo saber si el ciclo de la lucha revolucionaria que estamos viviendo ahora culminará con un salto adelante en el proceso de liberación, o si seremos transitoriamente derrotados y los explotadores seguirán aún en el poder para esa época.

Si las cosas han cambiado, ustedes necesitarán hacer un esfuerzo para entenderme, porque yo quiero hablarles de la injusticia y de la impotencia, de una realidad de dolor y sufrimiento colectivo que ustedes no habrán vivido en carne propia. Y ésa es la realidad que nos impulsa irrenunciablemente a hacer lo que hacemos.

Si las cosas no han cambiado, y el país sigue en manos de los miserables explotadores y asesinos que hoy tienen el poder, les será aún más difícil comprender lo que quiero decirles, porque ustedes estarán viviendo en un mundo deformado, en una escenografía preparada para engañar, para confundir, para robotizar a la gente.

Para descubrir la realidad ustedes deberán hacer un esfuerzo, desconfiar de las "evidencias" y de los "hechos naturales" que les rodean por los cuatro costados, mirar detrás del telón, descubir los verdaderos hilos que gobiernan a los hombres. Cuando empiecen a descubrir ese mundo que hay detrás de la superficie de las cosas, comenzarán a convertirse en verdaderos hombres, es decir en revolucionarios.

Descubrir el dolor ajeno y sentirlo como propio, es el primer paso para convertirse en revolucionario; desconfiar de las apariencias y buscar tenazmente la verdad, el segundo paso; vencer al miedo, el tercer paso.

Yo recuerdo exactamente cuando comencé a convertirme en un revolucionario.

Fue un día de invierno muy frío, en que un compañero de la escuela primaria se cayó casi congelado en la puerta del edificio donde estaban las aulas. Yo tendría 8 ó 9 años. Vi que ese chico tenía solo el guardapolvo escolar encima de una camisa rotosa. De pronto sentí que una profunda vergüenza por mis ropas abrigadas, por mis zapatos y medias de lana. Sentí como si yo le hubiese quitado la ropa a ese chico. Su frío fue para mí un sufrimiento concreto. Sus manos y su cara morada y sus articulaciones rígidas me espantaron como la misma muerte.

"Todos somos iguales para la Ley", decía la maestra. Recuerdo que por esa fecha me empezó a parecer estúpido ser iguales para la ley, y no estar igualmente abrigados para aguantar el frío que era un problema mucho más inmediato y concreto.

"Los Argentinos somos ricos, porque la Argentina es un país riquísimo" decía la maestra y citaba largas listas de producción de trigo, carne, azúcar y ventajosas ubicaciones en los ranking de producción en los países del mundo. Sin embargo yo conocía compañeros que no comían nada antes de caminar los cinco kilómetros que los separaban de la escuela, y que aguantaban el hambre hasta la tarde con una batata asada que les daban sus padres al salir de su casa.

Esos padres trabajaban cultivando enormes trigales y cuidando centenares de vacas y no tenían más que una batata para darles a sus hijos. La riqueza estaba allí, sin ninguna duda, pero los que la creaban con su trabajo no eran tan ricos como lo decía la maestra.

Desde que empecé a ver estas cosas me hice desconfiado ante los que nos decían los "grandes". El abuelo y la abuela, siempre fomentaron esa desconfianza y nos enseñaron a todos los hermanos a buscar la verdad en la discusión y en los libros.

En nuestra casa se trataba de ser justos y racionales. Las tareas domésticas se compartían y los problemas cotidianos se resolvían discutiendo con pasión. La hora de comer era casi siempre una sesión de discusiones sobre cualquier tema, incluso la política.

Así fui aprendiendo a pensar y tomar posición ante cualquier problema y, desde los 14 años estuve siempre "metido en política", en agrupaciones estudiantiles secundarias y luego universitarias, fui liberal, anarquista y también intelectual izquierdista. Siempre anduve explorando, siempre buscando lo mejor y más eficaz manera de luchar al lado de los pobres y los explotados. Cuando conocí a la Mamá, yo era anarquista, cuando nos casamos ultra izquierdista intelectual. Entonces no podía prever que llegaría a ser guerrillero y que seria perseguido y debería dejarla sola.

Acababa de hacer el servicio militar obligatorio (donde practiqué paracaidismo para ver si era capaz de vencer el miedo). Todo lo militar me repugnaba (aunque la Revolución Cubana había refrescado la idea de que el arma se ennoblece cuando es un instrumento de liberación).

En la Universidad estudié lo mejor que pude, siempre preocupado por los problemas sociales y pensando que la educación era un importante instrumento para cambiar el país. Fui profesor y rector de un colegio secundario, donde aprendí que en el Sistema Capitalista la educación es un instrumento de distorsión de las conciencias, de adoctrinamiento sistemático de los niños y jóvenes para convertirlos en marionetas manejables por control remoto.

En ese trabajo aprendí muchas cosas más sobre los seres humanos, quise y respeté mucho a esos jóvenes y me sentí querido y respetado por ellos. Traté de ampliarles el margen de la libertad e impedir que los deformasen demasiado. Conocí gente decente y revolucionaria y también piltrafas humanas. A pesar de comprender qué poco era lo que estaba logrando, me mantuve allí hasta que los servicios de información intentaron secuestrarme para eliminarme como a otros compañeros que mataron en junio y julio de 1971.

Durante todos esos años yo había estado estudiando la teoría marxista. Comprendía que era un instrumento favorable para conocer el mundo y transformarlo, pero también comprendí que sólo se aprendía a usar ese instrumento ejercitándolo en la práctica, en la acción revolucionaria. Mi práctica de esos años, desde 1966, era integrando grupos de choque en la lucha contra la dictadura de Onganía. Lucha callejera y agitación masiva. Con otros cuatro compañeros era dirigente del Comando de Resistencia Santiago Pampillón.

Por esa época estábamos viviendo hermosamente con esa gran compañera que fue la Mamá y fueron naciendo ustedes. La mamá y yo trabajábamos mucho en escuelas y en la Universidad, compartimos nuestros avances y entendíamos el mundo de la misma manera.

Yo amaba nuestra casa. Nada me gustaba más que jugar con ustedes o hacer un asadito en el patio y regándolo con bastante vino, comerlo con ustedes, con los amigos, con los "tios", seleccionando los mejores bocaditos o para ustedes y tu "vieja".

Nada me gustaba más que darme importancia insinuándoles las primeras cosas sobre el mundo; nada me hacía más feliz que jugar con ustedes al salir a pasear con la "mamá", ir al cine, comer cualquier cosa por allí y volver a casa no muy tarde, vigilar que ustedes estuviesen bien tapados y darles el último beso, antes de irnos a la cama, todas esas cosas que son "normales" en la vida de un burgués me fueron pareciendo cada vez más hermosas y más valiosas, a medida que fui comprendiendo que no podríamos conservarlas y disfrutarlas sin hacernos cómplices de una enorme injusticia. Porque lo que nosotros teníamos, esas cosas tan elementales como la casa, la comida, la ropa, la salud, el amor, les estaban siendo negadas cada día a millones de seres humanos, a millones de argentinos, tan concretos y tan de carne y hueso como nosotros. Yo muchas veces los miraba jugar felices y confiados, y no podía dejar de pensar que otros niños tan reales como ustedes, aunque no me fueran tan inmediatos, que en esos mismos momentos estaban sufriendo grandes dolores, destruidos por el napalm o por las enfermedades, que más da. Nunca pude sacarme de la cabeza el convencimiento profundo de que la "realidad" no era eso que yo veía alrededor nuestro. Ësa era la excepción, una excepción edificada sobre el hambre y el sufrimiento de otros hombres. También se me hizo totalmente evidente que esos seres humanos eran despojados con violencia de todos sus derechos, que el último argumento de los explotadores es la fuerza y que contra ese argumento no caben discusiones ni razones.

No creo que nadie odie la violencia más que yo, créanme, más ahora que me he visto obligado a ejercerla durante tanto tiempo y que he visto caer en la lucha a mis más queridos compañeros. Pero en el año 1966, cuando los militares tomaron directamente el poder en Argentina usando la fuerza como única justificación y sostén comprendí que estaban definitivamente cerradas todas las vías pacíficas.

Ninguna razón podía cuestionar eficazmente ese poder que negaba la razón con su sola existencia. Es que cuando caducan todos los subterfugios y todos los engaños poruqe el pueblo los ha conocido a todos, cuanto todas las trampas y mentiras han sido agotadas alora la verdad. Y la verdad del sistema capitalista es la violencia. La violencia es esencial a este sistema responsable del hambre, del dolor, de humillación de nuestro pueblo. Sólo la fuerza bruta lo sostiene.

Para terminar con esta violencia constitucional, con esa violencia estructural de esta sociedad, hay que terminar con el sistema que la necesita para subsistir. Para terminar con el sistema de la violencia que sólo se sustenta en la fuerza bruta, no hay más remedio, no hay otro camino, que la violencia revolucionaria. Hay que poner la fuerza al servicio de la razón, al servicio del hombre.

Mil veces había repudiado nuestro pueblo a quienes se aferraban al poder. Fue repudiado "instucionalmente" y desorganizadamente violento en otras ocasiones. Cuando el peronismo paraecía como una amenaza electoral, se lo proscribía. Cuando, por un descuido ganaba una elección, se la anulaba. El fraude, las trampas y las proscripciones se respaldaban sólo con las bayonetas y en los dólares de los grandes monopolios. Los golpes militares preventivos o punitivos tenían siempre el mismo objetivo; impedir que las mayorías peronistas llegaran al poder. Estos fueron algunos de los indicios que nos hicieron comprender la dimensión revolucionaria del peronismo y de Perón, cuya lúcida política era el mayor dolor de cabeza de los militares en el poder. Pero siempre les quedaba el recurso decisivo: la fuerza.

Esa fuerza les daba impunidad total. Pisoteaban al pueblo con insolencia y prepotencia. Reprimían, torturaban y encarcelaban sin tener que rendir cuentas a nadie.

Como ellos son casi bestias, siempre piensan que el miedo paralizará a sus adversarios. Saben que son más fuertes con un pueblo desorganizado y desarmado. Como los perros cuando muestran sus dientes para disuadir a sus enemigos, ellos exhiben sus entorchados ante el pueblo y reclaman disciplina y obediencia a quienes les dan de comer. Aducen que defienden el "orden". El pueblo sabe que defienden su Orden, el orden que consagra la injusticia, el hambre y el dolor de los pobres como "fenómenos naturales de toda sociedad".

En 1966 empecé a ejercitar la "acción directa", formas muy primitivas de la violencia revolucionaria. Hasta entonces lo más violento que había hecho era participar en algunas manifestaciones o tomas de edificios públicos y había recibido algunos palos policíales intrascendentes. Pero desde 1966 hasta 1969, hicimos una experiencia de acción agitativa y de choque en las luchas callejeras de los estudiantes y obreros cordobeses.

Aprendimos a organizarnos y a organizar a otros, a elegir objetivos vulnerables y golpear en el momento oportuno para desencadenar las acciones masivas. Este ciclo culminó con la insurrección de Mayo de 1969. Allí tocamos un límite y comprendimos que la insurrección, el levantamiento espontáneo o pobremente preparado, de nada servía contra un enemigo poderoso, inescrupuloso y multifacético como el nuestro.

Sólo la larga preparación, sólo la larga experiencia de lucha sintetizada y asimilada por sólidas organizaciones populares podrían generar condiciones para enfrentamientos más serios.

Por esa época nosotros vivíamos ya en la vieja casa de San Fernando. Ustedes se acordarán de esa casa, de la perra Trilce, de los muchos "Tíos" que venían a casa (el Errante, el Gallego, la Bruja, el Monstruo, el Caballo Loco, y tantos otros, que cada vez usaban menos sus nombres verdaderos) y de los otros "Tíos" que comenzaron a venir después (José, Juanchi, el Flaco, Eduardo).

Con todos estos "Tíos" nos fuimos incorporando a una nueva forma de lucha: la guerrilla urbana. Varios de ellos murieron ya en la lucha (combatiendo o masacrados por los asesinos del régimen), otros fueron torturados y están prisioneros, otros seguimos "sueltos" y con las armas en la mano.

Desde 1969 comencé a comprender que no podría conciliar mi vida con ustedes por un lado, con la lucha clandestina por otro.
Pero pude conciliarla, a duras penas, hasta mediados de 1971.

Estos fueron dos años muy hermosos y muy duros para mí y también para la Mamá, que compartía conmigo algunos secretos y todas las preocupaciones. Comprendíamos cuáles eran los desenlaces posibles.
Nos queríamos y nos respetábamos mucho. Los dos éramos revolucionarios, pero sabíamos que ella no podría seguirme en la forma de lucha que yo había elegido. Ella tuvo siempre una imposibilidad constitucional para ejercer la violencia. Su militancia política era revolucionaria como la mía, pero sus medios y sus instrumentos eran otros, más limitados y menos eficaces. Ella fue una gran compañera para mí y una magnífica Mamá para ustedes. Por aquella época tratábamos de discutir y decidir fríamente lo que deberíamos hacer si yo moría o desaparecía en la clandestinidad. Con mucho dolor tomamos las decisiones más sensatas por anticipado. Cuando las cosas se precipitaron ya todo estaba resuelto. Ambos cumplimos lo establecido.

Estos últimos años previos a mi desaparición fueron muy difíciles. La militancia clandestina y la vida legal se iban haciendo cada vez más contradictorios. yo tenía cada vez menos tiempo para estar con ustedes y con la Mamá. Aprendí a apreciar cada minto con ustedes como si fuese el último. Mi mayor alegría era abrazarlos. Echármelos encima, jugar con ustedes y enseñarles las primeras cosas sobre el mundo.
Seguro que no se acordarán de ese tiempo, pero yo tengo vuestra imagen tan presente como si no hubieran pasado los meses.

Recuerdo los primeros pasos del nene. Su manera de autosancionarte encerrándote en tu pieza cuando hacías alguna travesura (yo te había disciplinado bastante), y recuerdo claramente las últimas semanas (ya en la casa de Barrio Jardín), cuando empezaste también a ejercer la violencia, destrozando un enorme vidrio de la puerta con una maza de madera que te acababan de regalar; cuando te enseñé a evitar el contacto con la estufa, haciendo que la fueras a tocando a medida que se fuera calentando. Cuando aprendiste lo que era el calor en la piel, dabas un rodeo que te mantenía a no menos de dos metros de la estufa.

Flaquita, vos recordarás mi cara, con seguridad, me gustaría saber que no te has olvidado de mi aspecto. Sé que no tienes fotos mías en casa, porque yo mismo hice destruir todas las existentes. Como esa medida ya no tiene objeto, porque la policía tiene fotos nuevitas, trataré de mandarte alguna para que sepas siempre qué tipo de papá tuviste.

Ya sé, flaquita, cuanto te dolió mi desaparición. Sufriste mucho y sin entender porqué. que es la peor forma de sufrir. Yo sé que el papá es una cosa fundamental a los cinco años. Tu dolor me torturó siempre. Cada vez que te pienso preguntando por mí en esos primeros meses siento un vacía y un desgarramiento terrible. El mismo que sentí aquella primera noche que no pude volver a casa y comprendí que nunca más podría volver.

Desde entonces cada vez que paso cerca de donde ustedes viven, me desespero entre el deseo de verlos y abrazarlos y el temor de ponerlos en peligro.

Recurdo cuando ibamos al parque juntos (¡cómo les gustaba salir conmigo!), o cuando yo aparecía en el Colegio y me ostentabas con orgullo ante tus compañeros del jardín. yo también te mostraba orgulloso porque simpre me pareciste muy hermosa y muy inteligente. Me gustaba mucho tu desconfianza, tu racionalidad y tu capacidad crítica. Espero sigas igual en eso porque es esencial para ser una buena revolucionaria.

Desde que me separé de ustedes estuve simpre luchando en la clandestinidad, siempre con las armas puestas, y muchas veces con la policía y los servicios de informaciones pisándome los talones. Siempre obsesionado por la necesidad de golpear al enemigo y de extender la guerra.

He recorrido todo el país haciendo la guerra. He vivido en muchas ciudades y casas. En cada mes de mi vida han ocurrido más cosas que en diez años de vida de un burgués. El constante peligro me ha enseñado a ver la vida, a apreciar el valor de cada instante, a mirar atentamente el mundo, a descubrirlo de nuevo con asombro y con alegría . La revolución nos convierte en niños.

Nada dignifica más al hombre que vencer al miedo, nada los enaltece más que la rebeldía ante la injusticia, nada lo bestializa y lo rebaja más que la sumisión ante el poderoso.

Cuando se vence el miedo y se entra en la lucha de una manera irreversible, todo se vuelve más claro, más sencillo, más limpio.

La práctica revolucionaria nos enseña, poco a poco, todo lo que hay que saber sobre los hombres y sobre las cosas. Y nos hace tomar también conciencia de todo lo que no sabemos todavía.

Desde que nos separamos en julio de 1971, hace más de un año, los he visto una sola vez, y aún no sé si fue correcto hacerlo. Hay un poco de peligro para ustedes y mucho para Mamá y para mí.

Ese día hablé un poco con la Mamá y me preocupó verla triste y sola. Ese día conversamos hastante y yo le conté que vivía con una compañera. Ahora quiero explicarles también eso, porque puede ser importante para ustedes.

La Mamá sabe que mientras vivimos juntos jamás me interesé pro otra mujer que no fuese ella. Ya les he dicho que ella fue una magnífica compalera y no tuve que hacer ningún esfuerzo para ser "Monogámico".

En los dos últimos años que compartimos, conocí a una compañera con la que trabajé tanto en el plano "legal" como en la acción política clandestina. A pesar de que llegamos a una relación muy profunda, a ninguno de los dos se nos ocurrió otro tipo de relación que la que derivaba de las actividades comunes. Luego vino mi clandestinización y, poco después, la de esa compañera. Fue un momento de ruptura definitiva con nuestra vida anterior, que decidimos unirnos para seguir la lucha juntos, como pareja.

Esa compañera fue luego detenida, ferozmente torturada y actualmente está presa. Su comportamiento revolucionario fue ejemplar. Yo sigo profundamente unido a ella y estoy seguro que ustedes comprenderán, lo mismo que la Mamá, que eso no disminuye en nada la significación que ustedes tres tienen para mí.

Bueno queridos hijos, ahora que les he dicho todo esto, me quedo más tranquilo y si me toca morir antes de haber vuelto a verlos, estén seguros que caeré con dignidad y que jamás tendrán que avergonzarse de mí.

Pienso hacerle llegar esta carta a la Mamá para que ella decida cuando pueden ustedes leerla. Ustedes la querrán mucho, seguramente porque ella se lo merece. Yo la quiero y la respeto mucho y siento todo el dolor que pude haberle causado. Yo sería muy feliz si supiera que ellá está compartiendo este tramo de su vida con un buen compañero. Y decir "buen compañero" es decir "compañero Revolucionario". Esto también sería muy bueno para ustedes (si no fuera revolucionario, no sería bueno para la Mamá ni para ustedes).

Un abrazo y muchos besos de un papá desconsolado que nos los olvida nunca, pero que no se arrepiente de lo que está haciendo...

Ya saben: LIBRES O MUERTOS, JAMAS ESCLAVOS...

Vuestro Papá
*************************************************************************************
Córdobés. Durante el Cordobazo fue integrante de los famosos "Comandos Pampillón". Fue uno de los fundadores de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Participó activamente en la campaña que llevó a Cámpora al gobierno en 1973 y, planteada la unificación de las fuerzas revolucionarias peronistas, se constituuó en un importante dirigente, integrándose luego a la dirección de Montoneros.

Luego del golpe de marzo del 76 y producida la salida del país de los más importantes integrantes de la organización, queda al frente de la Conducción Nacional montonera, coordinando la lucha y resistencia a la dictadura militar.

Una delación permite ubicarlo en su casa de Haedo, pcia. de Bs.As. Producido un tiroteo de una hora, que continúo más tarde, obligó a las fuerzas de seguridad solicitar una tanqueta fuertemente armada y un helicoptero artillado como apoyo. Incendiaron la vivienda y sus propios ocupantes hicieron detonar una bomba en su interior para destruir la documentación y no caer con vida.
Tenía 36 años.