jueves, 21 de agosto de 2008

Villa Miseria argentina Villa Cartón Escuela Latinoamericana de Medicina en Cuba llega con su mano amorosa a curar cartoneros enfermos solidariamente











LA ELAM O EL DON DE LA UBICUIDAD
por Roberto Molina


Las casuchas donde vivían, bajo un elevado de una autopista capitalina fueron
pasto de las llamas en febrero del 2007- un fuego plantado, afirman- y sobrevivieron
milagrosamente, con lo que tenían puesto.

Eran unas 350 familias, todas "cartoneras" (recogen de la basura de esta
imponente urbe el cartón y otros desechos reciclables que astutos negociantes
les compran a bajísimos precios). Totalmente desamparadas, con el agua y
la luz que instalaron clandestinamente.

Sus reclamos ante las autoridades urbanas fueron en vano: no les permitieron
rehacer allí sus maltratadas vidas- se rumora que ciertos poderes están
interesados en el área- y los instalaron en la periferia, donde no llegan
los ojos de las clases pudientes y los turistas.

Fueron a parar a improvisadas carpas dispuestas en un descampado, donde
los fuertes vientos derribaron una y se llevaron la vida de Norma Franco,
27 años, quien dejó un bebé de ocho meses.

La tragedia rompió la inercia y el conformismo ante las promesa electorales,
se renovaron las protestas por el abandono oficial y ante la fuerza del
movimiento, cerca de la Autopista 7, las autoridades porteñas construyeron
unos galpones unos al lado de otro, separados sólo por canaletas para escurrir
las aguas.

Cuando uno se aproxima al lugar tiene la impresión de que se trata de construcciones
sólidas, con blancas y lisas paredes.

Pero al llegar percibe que son de cartón madera y tejas de fibrocemento,
con divisiones interiores para cada familia- las más numerosas tienen dos
cuartos y una minúscula cocina, con frágiles literas y delgadas colchonetas-,
sin agua corriente ni iluminación adecuada.

Empero, el nombre de Villa Cartón para este asentamiento (in)humano no proviene
del material del que está construído, sino de la decisión de sus habitantes
lo bautizaron así para destacar la fuente de su sustento y lo prefirieron
al oficial de Villa A-7 (por la autopista que cruza casi encima de sus cabezas,
aquí también).

Los mayores soportan como pueden los embates de este invierno, que si bien
no ha sido crudo, resulta difícil de enfrentar en aquella llanura cuando
soplan los vientos del sur, sin calefacción ni agua caliente.

Pero para los niños, casi 800, es verdaderamente terrible: todos padecen
bronquiolitis, están generalizadas la broncoespasmosis y otras afecciones
respiratorias, así como diarreas y varias enfermedades fácilmente prevenibles,
pero sin médicos no se podía hacer mucho.

Y es ahí donde entra en escena la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM)
de La Habana, a pesar de los miles de kilómetros de distancia.

Susana Rodríguez, una maestra de la escuela a la que asistía un hijo de
Susana Quiroga, una cartonera de la Villa, se comunicó para saber la suerte
del adolescente en el nuevo entorno, pero la preocupación de la madre estaba
en la falta de servicios de salud para los chicos.

La pedagoga, quien había conocido de la labor voluntaria de un grupo de
graduados de la ELAM en un barrio marginal, bajo la iniciativa de Propuesta
Tatu, se encargó de establecer la conexión de su tocaya con los noveles
galenos, quienes recién comenzaban su vida profesional oficial al recibir
la validación del título tras años de ingentes gestiones.

La consagración a la obra de salvar vidas, adquirida con creces en la institución
cubana al servicio de los jóvenes sin recursos de América Latina y el mundo,
se impuso de nuevo a los rigores del servicio.

Carla Straforini, Laura Fainland, Valeria Aguirre, Cristian Pertod y Miguel
Chiavidoni despiertan la admiración en el hospital donde laboran por su
compromiso y entrega.

Pero además, después de la jornada laboral, continúan su programa de más
de un año, cuando aún no podían ejercer formalmente, de atención primaria
en cinco barrios paupérrimos.

Por eso no dudaron ni un momento en acudir al llamado de Susana madre desde
Villa Cartón, se hicieron cargo de la salita ambulatoria abandonada por
dos galenos contratados por el gobierno porteño, la acondicionaron y pintaron
con la ayuda de los habitantes y allí atienden.

Allí atienden ya, una vez por semana y luego de su jornada de trabajo y
hasta revisar al último paciente, a toda la grey infantil y a las embarazadas,
ya tienen más de 500 historias registradas y con seguimiento, además de
un cuadro de los principales males de la villa.

La tarea cuenta con el apoyo de la enfermera Miriam Peloc, quien después
de 17 años trabajando en un hospital debió abandonarlo por un cáncer, se
mudó a esta comunidad y es el hada protectora de los niños cuando no están
los médicos, cuya presencia califica de un milagro para la salvación de
esta gente abandonada y marginada por la sociedad.

A ellos se unió la psicóloga social Marcia Mancebo, 26 años, quien sigue
los programas de drogodependencia, sexualidad, prevención de violencia familiar,
consejos sobre el VIH/SIDA y otras acciones para coadyuvar a mejorar la
calidad de vida, tan depauperada allí.

Una visita a la salita- ahora blanquísima, con paredes decoradas e instalaciones
sanitarias funcionando (sala de inyecciones, oxigeno y curaciones)- es una
experiencia inolvidable: además de mejorar la salud, los graduados de la
ELAM alivian los males de la miseria y el alma.

Debido a la gestión personal y de sus familias para procurar donaciones
de laboratorios y fábricas entregan gratuitamente no sólo medicamentos,
sino zapatos, medias, alguna ropa y hasta juguetes.

Muchos de los habitantes de Villa Cartón no saben leer ni escribir y quizás
tampoco dónde queda Cuba, pero por la curiosidad ante la presencia de esos
salvadores de bata blanca- caídos del cielo, dicen- aprendieron que se formaron
en una escuela llamada ELAM, muy lejos de Buenos Aires, y que son diferentes
a quienes los abandonaron hace ya muchos meses.

El resto de la historia sobre esos largos tentáculos afectivos que tienen
cabeza y corazón en La Habana lo conocerán seguramente después.


Ese es el espíritu de una revolucion, que ha sido y será ejemplo... por eso nos temen tanto los señores imperialistas

Fuente: Prensa Latina
(Papo)

Lic. Rosa C. Báez

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