jueves, 31 de marzo de 2011

De la Rioja a Sierra Chica Abu Graib Perez Bataglia Mario Marquez Capitanes Maggi y Goenaga, Marcó, Britos Vilches Ledesma Chiarello Moliné madres

           " La memoria es un pájaro de fuego
             que ejerce un oficio luminoso:
             es la clara pasión de contramuerte."

                             Hamlet Lima Quintana
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 Amigas, amigos,

  Hubo un tiempo en Argentina en el que  había que guardar la memoria
en papeles, y los papeles en cajones, en huecos  Como si de un Lázaro
que esperara el dia, también cachos de memoria se escondieron bajo
tierra, en patios traseros, en terrenos baldíos o en las orillas de un
arroyo. También hubo memorias golondrina, que viajaron muchos
kilómetros y que pudieron recuperarse y expandirse lejos de la
opresión y el terror de la dictadura militar que se instauró el aciago
24 de marzo de 1976.

  Precisamente esa madrugada, soldados, policías y paramilitares
comenzaron en todo el pais una planificada ola de detenciones de
ciudadanos sospechosos de ser  "subversivos". o "agitadores", o
simplemente potenciales enemigos del régimen de facto. Era el primer
acto formal del terrorismo de estado, que ya se ensayaba desde hacía
meses en el país con la actuación más o menos encubierta de los mismos
protagonistas, que bajo las siglas de "Triple A" ( Alianza
Anticomunista Argentina ) o simplemente como grupos operativos
emboscaban, secuestraban, asesinaban o torturaban.

   Esa madrugada, en la provincia norteña de La Rioja, uno de esos
grupos, - en este caso perteneciente al Ejército -  detenía al
periodista Mario Paoletti, quien desde 1970 se había sumado a su
hermano Tito en aquella memorable gesta periodística que convirtió al
diario local  "El Independiente" en una cooperativa de sus
trabajadores, ( redactores, gráficos y administrativos ) y con una
línea editorial comprometida con  las causas populares, defensora del
patrimonio y la soberanía nacional, y verdaderamente independiente de
todos los factores de poder.

. Tras cuatro años de encarcelamiento Mario Paoletti  recuperó la
libertad, saliendo hacia Canadá como refugiado político. Ese mismo año
1980, redactó un testimonio de su paso por distintas prisiones, las
humillaciones, torturas y las complicidades judiciales o eclesiásticas
que fueron parte del andamiaje de la dictadura. Con precisión
descriptiva, apuntes literarios, y una dosis de humor negro, el
testimonio de Mario mantiene toda la fuerza de su denuncia ante
Naciones Unidas.   

Un cordial saludo. Carlos, SERPAL Servicio de Prensa Alternativa.
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Tiempo de desprecio.

      Testimonio de Mario Paoletti ante Naciones Unidas.

    El 25 de mayo de 1980, a poco más de un mes de su llegada a España
bajo la condición de refugiado político, Mario Paoletti redactó y
entregó un informe sobre la represión en su país a la Comisión
Argentina por los Derechos Humanos, de la que formaban parte también
su hermano Alipio y Julio Cortázar, entre otros, para ser presentado
ante la comisión de las Naciones Unidas en Ginebra. Su testimonio
tiene el atractivo adicional de haber sido redactado de primera mano y
"en caliente", sin las distancias -para bien o para mal- que suele
aportar la perspectiva histórica. Un texto imperdible.

DataRioja es el único medio local que tuvo acceso al informe que el
periodista y escritor argentino Mario Paoletti redactó para la
Comisión Argentina por los Derechos Humanos que luego presentó ante la
comisión respectiva de Naciones Unidas en Ginebra. En la semana de la
Memoria y a 35 años del último Golpe de Estado que vivió el país, esta
revista lo comparte con sus lectores.

Si bien este documento fue publicado en la revista Cuadernos
Hispanoamericanos - "1993, La cultura argentina, de la dictadura a la
democracia", este material no se encontraba disponible en la web hasta
hoy.

Paoletti (Buenos Aires, nació en 1940, reside actualmente en Toledo,
donde dirige el Centro de Estudios Internacionales de la Fundación
Ortega y Gasset)  es uno de los pocos escritores sobrevivientes de las
cárceles de la "Dictadura de Videla". Su testimonio, que aquí
reproducimos, tiene el atractivo adicional de haber sido redactado de
primera mano y "en caliente", sin las distancias- para bien o para
mal- que suele aportar la perspectiva histórica.

Testimonio

Me llamo Mario Argentino Paoletti Moreno. Tengo 39 años, soy casado y
padre de tres hijos. Fui detenido en mi país, Argentina, el día del
golpe militar (24 de marzo de 1976) a las 4 de la mañana, mientras
dormía en mi casa, en La Rioja. Una patrulla del Batallón de
Ingenieros 141 llamó a la puerta. Mientras un suboficial me apuntaba
con su arma, su compañero me dijo que debía acompañarlos. Pregunté si
antes podía asearme. "No vale la pena - respondió el del arma - porque
esto es un asunto que no va a llevar más de 30 o 40 minutos".
Permanecí detenido durante cuatro años y diecinueve días.

El plan de quebrantamiento moral y físico de de todos quienes fuimos
detenidos comenzó a ejecutarse desde el primer día. En la cárcel de La
Rioja - donde fui llevado casi inmediatamente después de mi detención-
el régimen interno se fue endureciendo día a día. Primero se
eliminaron las visitas (sin excepciones incluidos los abogados), luego
se limitaron las cartas a una por semana y de una sola hoja, luego se
suspendió toda clase de recreos o paseos y al fin se prohibió el
contacto entre los prisioneros. Con la sola excepción de los minutos
utilizados para las necesidades más apremiantes, los presos debían
estar las 24 horas del día en sus celdas, individuales. Más adelante,
sin embargo, se les prohibió también estar de pie o sentados: era
preciso permanecer echados en el suelo, todo el tiempo, sin levantar
la cabeza por encima del medio metro. La nueva orden empezó a
aplicarse en invierno. Ese invierno nevó.

Simultáneamente, comenzaron los interrogatorios y las torturas. Al
principio el maltrato se limitó al encapuchamiento del interrogado,
con las manos atadas a la espalda, y a los golpes (puños, puntapiés,
garrotazos), pero luego se incorporaron instrumentos y sistemas más
sofisticados: la picana eléctrica, el submarino, la utilización de
largas ajugas (por lo menos en un caso, que yo sepa, se quebró dentro
del cuerpo del torturado), los simulacros de fusilamiento y, en
especial, todas las formas imaginables de humillación: por ejemplo,
mangos de escoba en el ano ("por maricón - solían decir Y si no eras,
desde ahora lo serás").

Los responsables de la cárcel de La Rioja fueron los coroneles Pérez
Bataglia y Mario Márquez, el capitán Maggi, el capitán Goenaga, el
teniente primero Marcó, el alférez de gendarmería Britos, el sargento
primero de gendarmería Vilches y los cabos primeros gendarmes Ledesma
y Chiarello.

Permanecí detenido en la cárcel de La Rioja entre marzo y octubre de
1976. A principios de octubre fui trasladado al penal de Sierra Chica,
en la provincia de Buenos Aires.

El traslado
Se nos embarcó en un avión Hércules C-130, con los ojos vendados y
esposados por parejas a una anilla de metal que había en el piso del
avión. Durante el vuelo las "azafatas" -suboficiales del Servicio
Penitenciario- golpeaban a mansalva a los presos con sus porras al
tiempo que los insultaban. Uno de los trasladados, el sacerdote
español Francisco Gutiérrez García, debió soportar un trato
especialmente vejatorio: se le leían pasajes de la Biblia alusivos a
la cólera de Dios y luego, al tiempo que lo molían a golpes, le
explicaban que "no te podes quejar, gallego, porque esto es lo que
manda tu Patrón". A otros compañeros, en cambio, se los golpeaba bajo
la acusación de supuestos -y a menudo fantásticos- delitos. La
pesadilla duró alrededor de dos horas de forma ininterrumpida con la
sola excepción de diez minutos de absoluta calma que inicialmente no
pudimos explicarnos. El misterio se reveló al día siguiente, ya
concluido el traslado: ese tiempo había sido ocupado en el robo de los
abrigos, zapatos y demás pertenencias de los presos.

En Sierra Chica
A la llegada a la cárcel de Sierra Chica continuaron los golpes y la
rapiña (ahora de parte de los receptores) que se concentró en las
alianzas matrimoniales que algunos detenidos conservaban. Hubo por lo
menos cinco casos de fractura o desgarramiento de dedos anulares de la
mano izquierda.

Una vez en el interior del penal, desnudos, fuimos conducidos a la
"revisión médica". Por razones que ignoro (pero que tiene que ver con
los cortocircuitos que a veces se producen en el Infierno) el penoso
estado de los prisioneros, caso por caso, fue asentado en el libro de
Enfermería. Los trasladados fuimos unos 400. La paliza de bienvenida
fue homérica. Un ejemplo para dibujarla: un compañero que tenía una
pierna ortopédica, y por lo tanto muy pocas posibilidades de atenuar
la lluvia de golpes de le caían de todos lados, mostró a un médico su
penosa invalidez. El profesional (uno de los muchos presentes en el
lugar) tras comprobar la prótesis, recomendó a los guardias: "A este
péguenle menos porque es rengo".

Las condiciones higiénicas de Sierra Chica eran desesperantes. Las
goteras obligaban a pasar en vela las noches de lluvia y, lloviera o
no, cumplían la misma labor de las chinches, las pulgas y otras
alimañas. Al principio teníamos tres recreos tres veces por semana
(martes, jueves y domingos) durante 45 minutos (siempre que no
lloviese, que no hubiese niebla, que el pabellón no estuviese
castigado...) Había que caminar continuamente, en grupos no mayores de
tres personas. Las conversaciones entre grupos estaban prohibidas.
Desde 1977 los recreos pasaron a ser diarios, con excepción de los
días de visita.

En febrero de 1977 fui sobreseído por el Juez Federal de La Rioja,
Roberto Catalán, quien dispuso mi "libertad inmediata". Jamás fue
efectivizada pese a los reiterados anuncios oficiales acerca de la
independencia del Poder Judicial. La verdad verdadera es que los
resultados judiciales en la Argentina solo se cumplen cuando coinciden
con las condenas ya dictadas por los interrogadores militares. Uno de
ellos me lo dijo con absoluta sinceridad, en el transcurso de una
"sesión" de interrogatorio. "Para nosotros los jueces son
preservativos" (en realidad, ni siquiera dijo "preservativos").

Regreso a La Rioja
En septiembre de 1977 me trasladan nuevamente a La Rioja en
condiciones similares a las del viaje de ida. Los golpes fueron menos,
pero no las vejaciones. Por ejmplo, se los conducía de un lado a otro
agarrándonos por el pelo (como siempre, estábamos vendados, pero sin
capucha). Durante once horas no fue posible orinar (ni si quiera
orinarse encima, porque para ese caso se nos amenazaba con
brutalidades añadidas).

Apenas llegados (éramos 8) fuimos encerrados en calabozos de castigo,
permaneciendo allí durante trece interminables meses en condiciones
tan precarias que arrancaron lágrimas a un funcionario de Cruz Roja
con 15 años de experiencia en esta clase de maldades. Permanecíamos en
la celda (a oscuras y sin servicios sanitarios) las veinticuatro horas
de cada día, con excepción de los poquísimos minutos necesarios para
una sumarísima higiene.

La incomunicación era absoluta: no sólo no teníamos visitas ni se nos
permitían cartas sino que tampoco podíamos hablar entre nosotros.
Cuando nos llevaban al baño lo hacían con un toallón tapándonos la
cabeza mientras todos los demás prisioneros debían permanecer en el
suelo de sus celdas "y con los ojos cerrados".

Por supuesto no se nos permitía tener elementos de escritura ni
material de lectura. Alguien pidió la Biblia y le dieron una paliza
monumental. El hambre, siempre, el frío (en invierno) y el calor (en
verano), en este caso con el acompañamiento de insectos nauseabundos
y/ o venenosos, se combinaban con los malos tratos para ir
deteriorándonos implacablemente.

En julio de 1978, cuando se cumplían 9 meses de reclusión total, una
delegación de la Cruz Roja hizo una visita al penal. Por esa razón el
día anterior fuimos encapuchados y maniatados y conducidos, uno por
uno, a una habitación donde personal militar (o que merecía serlo) nos
advirtió que si le contábamos a "los suizos" las condiciones de
nuestro encarcelamiento no iban a tener más remedio que matarnos. "No
olviden - dijeron- que ellos vienen y se van, pero nosotros nos
quedamos". El día de la visita nos afeitamos, bañamos y cambiamos de
ropa. También se asearon los calabozos y se interrumpieron las
torturas. Bendita sea la Cruz Roja Internacional.

Un dato para los buscadores de dignidad: a pesar de la brutal
intimidación, todos los presos entrevistados (once de doce)
denunciaron prolijamente aquella infamia. De todo ello se tomó nota y
pasó a los archivos de la institución.

Interrogatorios y torturas
Los interrogatorios tenían lugar en cualquier hora del día o de la
noche y estaban a cargo de personal militar y policial. Habitualmente
el interrogado era amarrado, desnudo, a una cama de metal. Allí se le
aporreaba o picaneaba durante períodos variables: desde 45 minutos (la
sesión "mínima") hasta varios días. En una oportunidad un compañero
(que continúa preso y por ello es preciso guardar su identidad) fue
torturado durante cinco días consecutivos sin dejar ni por un solo
minuto la cama de los suplicios.

Cuando finalmente fue devuelto a su calabozo permaneció aún siete días
sin poder efectuar ninguna clase de movimiento. Conozco el caso de
primera mano porque yo fui el encargado de limpiar su celda de los
vómitos y excrecencias que se iban acumulando.

Pero la barbarie física, con no ser poca, era incomparable con la
crueldad intelectual de los verdugos. Un botón de muestra: cada vez
que concluía la "sesión" de tortura se le anunciaba solemnemente a la
víctima: "Dentro de cuatro días lo volveremos a traer. Tiene cuatro
días para pensar en lo que le conviene". Y el pobre diablo, en una
celda desnuda y triste, no tenía otra ocupación que la de contar cada
uno de los minutos que faltaban para que llegase el terrible cuarto
día en el que recomenzaría el daño terrible. (El médico militar a
cargo de salud de estos presos, capitán Leónidas Moliné, al tiempo que
se ocupaba de la recuperación de los torturados- con empeño y cierta
eficacia, hay que reconocerlo - solía ofrecernos medicamentos "para
recuperar la memoria").

La justicia (I)
Tras numerosas sesiones de malos tratos, en los primeros días de
noviembre fui conducido (encapuchado y maniatado, por supuesto) a la
zona de la cárcel donde solían tener lugar los interrogatorios. Fui
colocado de cara a una pared con la advertencia de que no debía
cambiar de posición (un guardia, además, me lo recordaba con su porra
de tanto en tanto). Así, cinco horas. Mis piernas cedieron, por fin, y
caí a tierra. Era lo que estaban esperando. Alguien dijo: "Este ya
está listo", y me condujeron en andas a un lugar interior. Me sentaron
en una silla y uno de los guardias que me quitó la capucha alzó un
costado de la venda, destapando la mitad de un ojo. Con el dedo señáló
una cruz al pie de una hoja escrita a máquina.
-Firme - dijo.
-¿Es una declaración? - Pregunté yo, siempre me he creído lo que me
enseñaron en Instrucción Pública.
-Cállese y firme.
-Pero si es una declaración tengo que leerla...
-Mire Paoletti: si quiere firmar, firme. Y sino lo llevamos otras
cinco horas afuera. Y si así tampoco la firma, se la firmó yo.
Firmé.

La justicia (II)
Seis días después de lo anteriormente narrado un guardia me entrega
ropas limpias y me conduce a las oficinas del penal (ubicadas a no más
de cincuenta metros de donde se practicaban los suplicios y donde
había firmado mi declaración espontánea). Allí me esperaba un joven de
buen aspecto vestido con un saco de Terciopelo bordó. Se presentó como
secretario del Juzgado Federal de La Rioja. Se produjo entonces el
siguiente diálogo:
-Terciopelo bordó: (mostrándome la hoja de papel escrita a máquina)
¿Esta es su firma?
-Yo: Si, la firma es mía. Pero ignoro absolutamente que está escrito
en ese papel.
-Terciopelo bordó: (haciendo una muestra de disgusto y contrariedad)
¿Pero la firma es suya o no?
-Yo: La firma sí. Lo demás, no.
-Terciopelo bordo: Los detalles no importan. En este acto de lo que se
trata es de que usted ratifique o rectifique su firma.
(Yo estoy de pie y el joven de saco de terciopelo bordó, sentado. No
me ha ofrecido una silla. Yo tengo, además, los brazos a la espalda
por expresa indicación del guardián, que está a unos pasos de
distancia con la mano derecha sobre su arma de reglamento, Puede oír,
y oye, todo lo que estamos hablando).

-Yo: Tenía entendido que el Señor Juez debe estar presente en este
tipo de actos.
-Terciopelo bordó (con nuevas expresiones de incomodidad): En realidd,
es así. Pero físicamente le es imposible...
-Yo: pero es preciso que el señor juez conozca las condiciones de
nuestra reclusión...
(Bajo la voz y comienzo a relatarle la pesadilla).
-Terciopelo bordó: ¿Cómo dice? ¡No lo oigo!
(Le señalo con la mirada el guardián, que también nos está mirando):
-Yo: Mi situación es de incomunicación absoluta. Ni siquiera tengo
idea de cuáles son mis derechos...
-Terciopelo bordó: Muy sencillo, usted puede ratificar o rectificar su
declaración.
-Yo: pero si la rectifico ¿qué garantías tengo de que no se me
"invitará" a firmar otra declaración idéntica esta misma noche?...
-Terciopelo bordó: Es que hay un problema de jurisdicciones. Usted
depende del Poder Ejecutivo, de manera que el Juzgado no tiene ninguna
participación en todo esto. Nosotros nos limitamos a venir aquí para
preguntarle si rectifica o ratifica su declaración.
-Yo (tratando de que el guardián no me oiga): Y si luego hay represalias?
-Terciopelo bordó: eso no depende de mi.
Yo: por eso precisamente quería hablar con el Señor Juez.
-Terciopelo bordó: Claro, claro. Pero ya le dije que el señor juez no
puede estar físicamente...
-Yo (desesperado, amargado y asustado): ¿Y de qué otro modo se puede
estar en algún lado sino es físicamente?
-Terciopelo bordó (mirando su reloj): Si va a tomar las cosas de esa
manera...

(Ahora es el guardián quien mira su reloj. Inmediatamente llega el
Capitán Goenaga, vestido de civil, y asoma la cabeza. También el mira
su reloj. Empiezo a sentir que estoy faltando gravemente a una regla
de la cortesía en materia de torturas).
-Terciopelo bordó: Parece que usted no quiere entender: nosotros nos
ocupamos exclusivamente...
-Yo: sí, ya lo sé, de los aspectos judiciales. Pero yo creía que el
hecho de que a un ser humano se le obligue a vivir como una rata podía
tener algo que ver con la Justicia.
-Terciopelo bordó: Es una cuestión de jurisdicciones.
-Yo (vencido casi con ganas de volver a la celda): ¿Puedo al menos
leer la declaración?
-Terciopelo bordó: (tras una duda de diez segundos): Mejor va a ser
que se la lea yo.
(La lee y se me pone la carne de gallina. En esa declaración me
declaro culpable hasta de la muerte de Gardel. Santo cielo).

Meses más tarde, cuando se me levantó la incomunicación, pude saber
que aquel joven se apellidaba Lanza Castelli y que poco después se
desvinculó del Juzgado.

La justicia (III)
El "show de las declaraciones" fue una constante. No hay una sola
declaración, en todo este tiempo, que haya sido firmada
voluntariamente. Se manipulaban, incluso, los testimonios de
confidentes y colaboradores (trampeando sus propias reglas de juego).

En el caso de La Rioja, basta un dato: desde el 24 de marzo de 1976
hasta fines de 1979 jamás se autorizó la entrada en la cárcel de un
abogado defensor. Más aún: en octubre de 1976 uno de los empleados del
Juzgado que viajó a Sierra Chica para tomar declaración indagatoria de
los presos políticos riojanos recluidos en esa cárcel... era un
gendarme que había participado de las sesiones de tortura. Esto fue
denunciado expresamente a principios de 1980, por el detenido Silvio
López, de nacionalidad paraguaya.

Por miedo, por adhesión ideológica de la dictadura, o simplemente por
venalidad (un juez federal gana quince veces el salario de un
trabajador medio) la justicia argentina no es independiente, excepto
honrosísimos casos aislados.

A La Plata
En octubre de 1978 fui trasladado a la cárcel de La Plata, la capital
de la provincia de Buenos Aires. El viaje duró ... 20 horas. Otra vez
los golpes y los insultos.

En La Plata mi reclusión fue la habitual. Eran especialmente temibles
sus calabozos de castigo, llamados "los chanchos". Allí se está
prácticamente desnudo y totalmente a oscuras. Solo hay un orificio en
el suelo que hace las veces de retrete. De ese mismo lugar hay que
extraer el agua para beber, aprovechando la descarga que se produce
una vez por día, cuando el celador aprieta un botón en el exterior. En
verano la sed es terrible. En invierno, la pulmonía. Un espanto.

La asistencia espiritual
Un militar es formado para ejercer la violencia. Aunque se exceda (y a
veces hasta la barbarie) es lo suyo, Un sacerdote, en cambio, es
formado para el amor y la solidaridad. Pero no.

Con muy pocas excepciones, los sacerdotes que ejercen en las cárceles
son los capellanes de las unidades militares del lugar. Solo a ellos
se les permite el ingreso en los penales y de ellos dependen los
reclusos, sobre todos los creyentes, para la asistencia espiritual.
Esta asistencia, sin embargo, siempre es escasa y mezquina y no pocas
veces está al servicio de la destrucción moral de los detenidos.

Los ejemplos son infinitos. Selecciono algunas, al azar:
-El de un capellán, en la cárcel de Córdoba, que ante las quejas de un
detenido que acababa de ser torturado y solicitaba su intervención
para evitar nuevos maltratos, le preguntó cuánto tiempo había sido
torturado. "Todo el día", respondió el preso. "¡Ah no! -exclamó
entonces el sacerdote-. Lo que se convino es que no más de tres
horas".

-El de ese sacerdote de la cárcel de Rawson que inició su homilía con
estas palabras: "Mis queridos asesinos...".

-El de otro sacerdote, en la cárcel de Coronda (Entre Ríos), que en su
primera visita al penal (donde los reclusos llevaban meses
incomunicados) se dedicó exclusivamente a recomendar, celda por celda,
que no se masturbasen.

-El padre Cacabello, de la cárcel de Caseros, que solía interrumpir el
rezo del Padrenuestro para saludar a los oficiales que venían a
inspeccionar el servicio religioso.

Pero hay un caso muy especial que conozco de forma directísima. El
protagonista es el RP Felipe Pelanda López, capellán del Batallón 141
de Ingenieros, de La Rioja. Este sacerdote nos visitó durante 13 meses
en nuestros calabozos sin tener una sola palabra de (sincero) aliento
o de (cristiana) piedad antes nuestros muchos pesares.

A un detenido que había sido brutalmente apaleado y se quejaba de
ello, este hombre -a quien Dios tendrá que amparar muy especialmente-
le respondió exasperado: "Y bueno, m´hijo, si no quiere que le peguen,
hable!".

En 1978 cuando vino la Cruz Roja a la cárcel (de cuyas visitas nos
enteramos, según ya expliqué, por la amenaza de muerte previa) le hice
saber que tenía un problema de conciencia. "se trata - le dije- de que
uno de los mandamientos prohíbe mentir. Lo que quiero saber es si mi
obligación como cristiano es decir siempre la verdad, sean cuales
fueren las consecuencias". Le esta preguntando, por supuesto, si debía
revelar o no a la Cruz Roja todos los horrores que estaban ocurriendo.
"Bueno -respondió- es un caso espinoso. Pero me parece que si un
cristiano está en peligro de muerte puede perfectamente ser excusado
de un mandamiento".

Este mismo sacerdote entró en la Nochebuena de 1977 en mi calabozo en
sombras, me pidió extendiese una mano y con gesto furtivo puso en ella
un caramelo (exactamente uno) y dijo: "Para que te endulce la noche".
Del Cristo que estaba por nacer, ni palabra.

Estas anécdotas no representan, por supuesto, a la totalidad del clero
argentino. Pero la verdad es que lo que se vio por las cárceles
argentinas en todos estos años hace dudar seriamente acerca de las
virtudes de esa corporación.

La libertad
En noviembre de 1979 el gobierno de Canadá me concedió una visa de
refugiado político por la cual solicité autorización para salir del
país. El gobierno militar -que al parecer me había fijado una condena
de 4 años- la "concedió" (en realidad se trata de un derecho
constitucional) el 25 de febrero de 1980. Diez días después fui
trasladado a la Unidad Nº 1, conocida como Cárcel de Caseros, en
Buenos Aires, y el 19 de abril de ese mismo año se me permitió
embarcar en un avión de Canadian Pacific Airlines (bendita sea la
Canadian Pacific Airlines) en un vuelo de Toronto, poniendo fin a la
Gran Pesadilla.

Poco antes de abordar el avión fui llevado a un local de la policía
aeronáutica donde un oficial me advirtió que no debía hacer en el
exterior declaraciones sobre la situación de las cárceles argentinas
"porque usted tiene familiares aquí y podrían tener problemas". Ese
fue mi último contacto, por ahora, con la Dictadura que oprime mi
país.

André Malraux ha escrito que "la vida de un hombre no vale nada, pero
nada vale la vida de un hombre". Pues eso.

Fuente: DataRioja 23/ 03/ 2011
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Nota de SERPAL:   Mario Paoletti se radicó en Toledo, España, donde
dirige desde 1984 el Centro de Estudios Internacionales de la
Fundación Ortega y Gasset, universidad a la que acuden estudiantes de
todo el mundo. Su producción literaria abarca distintos géneros:
cuentos, novelas, poesía, y ensayos.

Su "Trilogía Argentina", obras de ficción narrativa, está integrada
por las novelas "Antes del Diluvio" ( Premio "Castilla La Mancha"
1988) , "A  Fuego Lento" , ( Premio Quinto Centenario", 1993 ) y "Mala
Junta", publicada en 1999. Uno de sus ensayos más conocidos es la
completa y amena biografía del uruguayo Mario Benedetti, "El
Aguafiestas", editada en 1995.  En 1999 publicó Borges Verbal, en
colaboración con Pilar Bravo.