‘La mayor proeza internacionalista de Cuba’
Introducción a ‘Cuba y Angola: Luchando por la libertad de
África y la nuestra’
(especial)
A continuación presentamos la introducción de Mary-Alice
Waters a Cuba y Angola: Luchando por la libertad de Africa y la nuestra.
El nuevo libro de Pathfinder contiene discursos de Fidel
Castro, Raúl Castro y Nelson Mandela; entrevistas con los generales cubanos
Armando Choy, Gustavo Chui, Moisés Sío Wong y Luis Alfonso Zayas; relatos de
los revolucionarios cubanos Gerardo Hernández, Fernando González y René
González; y un reportaje del autor colombiano Gabriel García Márquez.
Waters, miembro del Comité Nacional del Partido
Socialista de los Trabajadores, es la editora del libro.
Copyright © 2013 por Pathfinder Press. Se reproduce con
autorización.
POR MARY-ALICE WATERS
Los internacionalistas cubanos hicieron una -contribución
a la independencia, la libertad y la justicia en África que no tiene paralelo,
por los principios y el desinterés que la caracterizan.
NELSON MANDELA
Matanzas, Cuba, julio de 1991
En los nuevos e inesperados desafíos, siempre -podremos
evocar la epopeya de Angola con gratitud, porque sin Angola no seríamos tan
fuertes como somos hoy.
RAÚL CASTRO
La Habana, Cuba, mayo de 1991
Entre 1975 y 1991, unos 425 mil cubanos prestaron
servicio como voluntarios en Angola en respuesta a la solicitud del gobierno de
ese país, que recién había conquistado su libertad de Portugal después de casi
cinco décadas de brutal explotación y dominio colonial. La misión: ayudar a
defender a Angola frente a lo que resultó ser 13 años de agresiones militares,
incluidas dos invasiones de mayor alcance, de las fuerzas armadas del régimen
sudafricano del apartheid y sus aliados africanos e imperialistas.
Lo que estaba en juego era enorme.
En abril de 1974, la dictadura fascista en Portugal, en
el poder por cinco décadas y profundamente caduca, fue derrocada en un golpe
militar que desató un poderoso ascenso revolucionario de trabajadores y
agricultores portugueses. Se estremeció la confianza de las clases gobernantes
capitalistas en Europa.
En abril de 1975, el imperialismo norteamericano fue
literalmente expulsado de Indochina. El mundo entero observó —con júbilo o con
horror, dependiendo de su perspectiva de clase— cómo los helicópteros se
apresuraban a rescatar a miles de desesperados funcionarios norteamericanos y
sus lacayos vietnamitas del techo de la embajada de Washington en lo que se
acababa de convertir en Ciudad Ho Chi Minh.
Se venían profundizando las luchas antiimperialistas de
carácter más y más popular en Irán, Granada, Nicaragua y otros países de
Centroamérica.
La necesidad de no perder el control de África austral
iba subiendo en el orden de prioridades de las potencias imperialistas. Por
muchos años habían maniobrado para rescatar lo que fuera posible mientras se
derrumbaba el imperio portugués. Al acercarse el día de la independencia de
Angola en noviembre de 1975, aceleraron sus intentos de instalar lo que
esperaban sería un régimen títere sumiso en el más grande y más rico de los
antiguos territorios africanos de Portugal. Para Pretoria —alentada y
abastecida solapadamente por Washington— estaba en el tapete el futuro de toda
África austral, incluso la supervivencia del propio régimen del apartheid.
La primera invasión de envergadura de Angola por las
tropas sudafricanas empezó en octubre de 1975 cuando columnas blindadas
cruzaron la frontera desde lo que era de hecho su colonia de África
Sudoccidental (Namibia) y se extendieron hacia el norte. Simultáneamente, una
ofensiva militar se desplazó hacia el sur desde Zaire (Congo). La dictadura
proimperialista de Mobutu en ese país esperaba anexar a Cabinda, provincia
angolana rica en petróleo, y tomarse cualquier otro territorio que pudiera. El
objetivo era ocupar la capital, Luanda, antes del 11 de noviembre para impedir
la instalación de un gobierno encabezado por el Movimiento Popular de
Liberación de Angola (MPLA), el más fuerte de los movimientos independentistas
y el que gozaba de la base popular más amplia.
Solo la intervención de última hora de unos 650
voluntarios internacionalistas cubanos, en respuesta a la urgente solicitud de
ayuda del gobierno provisional de Angola, impidió que se realizaran los
objetivos sudafricanos. Menos de cinco meses después, con 36 mil voluntarios
cubanos ya en el terreno, las fuerzas militares del régimen sudafricano del
apartheid y de la dictadura zairense habían sido expulsadas de Angola. Pero aún
no se habían dado por vencidos.
A esto le siguió más de una década de lo que
eufemísticamente se denominó una “guerra de baja intensidad” contra el gobierno
angolano. Después, a fines de 1987, tropas sudafricanas comenzaron su segunda
invasión de envergadura, que culminó con la aplastante derrota de las fuerzas
militares de Pretoria en marzo de 1988 en la ahora célebre batalla de Cuito
Cuanavale.
Como dijera Nelson Mandela, dirigente de la lucha
sudafricana contra el apartheid, ante el mundo tres años más tarde, “¡Cuito
Cuanavale marca un hito en la historia de la lucha por la liberación de África
austral… es un punto álgido en la lucha por librar al continente y a nuestro
país del azote del apartheid!”
Esa victoria decisiva no solo aseguró la soberanía de
Angola. También le permitió al pueblo de Namibia lograr su independencia del
dominio del apartheid sudafricano y dio un poderoso impulso a la creciente
lucha revolucionaria de masas contra el dominio supremacista blanco en
Sudáfrica misma. Menos de dos años después de la victoria en Cuito Cuanavale,
Nelson Mandela, preso por más de 27 años, estaba en libertad. Cuatro años más
tarde, el régimen del apartheid ya había desaparecido, y Nelson Mandela era
presidente de Sudáfrica.
En las páginas a continuación, esta historia la narran
quienes la vivieron y la hicieron.
*****
No obstante, la contribución que hicieron centenares de
miles de cubanos internacionalistas, tanto militares como civiles, a las luchas
independentistas en África austral no era un “favor” a otros. También estaba en
juego la Revolución Cubana, la fuerza de su núcleo proletario. Como dijo Raúl
Castro, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, al pueblo cubano en
mayo de 1991 cuando recibía al último contingente de voluntarios que regresaba
a casa, “Si nuestro pueblo se conoce mejor a sí mismo, si conocemos mucho mejor
de qué somos capaces todos nosotros, los veteranos y los pinos nuevos, nuestra
juventud, ¡es también gracias a Angola!
Entre estos jóvenes cuya vida se transformó mientras
luchaban hombro a hombro con el pueblo de Angola estaban tres cubanos, aún
menores de 30 años, cuyos nombres hoy son conocidos en todo el mundo: Gerardo
Hernández, Fernando González y René González. Son tres de los cinco cubanos
que, unos años después de sus experiencias en Angola, se ofrecieron como
voluntarios para otra tarea internacionalista, esta vez en Estados Unidos. Su
misión: vigilar las actividades de organizaciones contrarrevolucionarias
cubanoamericanas que operaban impunes desde bases en Estados Unidos, grupos que
se organizan para realizar acciones violentas contra partidarios de la
revolución en Cuba, Estados Unidos, Puerto Rico y otros países, y cuyas
acciones siempre contienen la amenaza de precipitar un enfrentamiento entre
Washington y Cuba. Arrestados por el FBI en 1998 en un caso fabricado y
acusados de más de 30 cargos, los Cinco Cubanos han estado presos en Estados
Unidos más de 14 años.
Como escribe Fernando González en su relato publicado en
estas páginas, lo que aprendió en Angola son lecciones a las que ha recurrido
desde entonces, “incluso aquí para enfrentar las circunstancias de la prisión
prolongada”.
*****
Las batallas finales y decisivas que más de 50 mil
voluntarios cubanos libraron en Angola en 1988 coincidieron con lo que llegó a
conocerse en Cuba como el proceso de rectificación, y le dieron un impulso.
Esto fue uno de los capítulos más importantes en la historia de la revolución.
En abril de 1986, en un discurso pronunciado en ocasión
del 25 aniversario de la victoria en Playa Girón, donde fue aplastada la
invasión organizada por Washington en la Bahía de Cochinos, el presidente
cubano Fidel Castro anunció la decisión de la dirección de iniciar una profunda
corrección de la trayectoria de la revolución. Lo comparó a un barco que cambia
el rumbo de su brújula para emprender un trayecto diferente. Por más de una
década, al aplicarse políticas asociadas con un Sistema de Dirección y
Planificación de la Economía copiado de la Unión Soviética, se habían ido
debilitando las iniciativas proletarias y los esfuerzos colectivos de los
trabajadores y agricultores cubanos.
Fidel resumió el error con mucha perspicacia años
después, en noviembre de 2005, cuando dijo a un público de jóvenes dirigentes
de la revolución que “entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más
importante era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de
cómo se construye el socialismo. Parecía ciencia sabida, tan sabida como el
sistema eléctrico concebido por algunos que se consideraban expertos en
sistemas eléctricos. [Pensábamos que] cuando decían, ‘Esta es la fórmula’, este
es el que sabe”.
Al desarrollarse el proceso de rectificación, la
estimulación de la iniciativa e imaginación del pueblo trabajador cubano
nuevamente se convirtió en la fuerza motriz de la revolución, combatiendo el
peso económico, social y político de lo que se había convertido en una capa administrativa
más y más inflada y relativamente privilegiada en los centrales, las fábricas,
los ministerios, las oficinas y las organizaciones de masas.
Se aumentó en un 40 por ciento los salarios de los
trabajadores agrícolas, entre los menos remunerados del país. Las instalaciones
especiales —clínicas, tiendas, restaurantes y centros recreativos— que el
Ministerio del Interior había establecido para sus empleados fueron puestas a
disposición general de la población. Se redujo el acceso privilegiado a autos
estatales, raciones de gasolina y presupuestos de hospitalidad.
En centros de trabajo por todo el país se crearon
microbrigadas voluntarias a tiempo completo que incorporaron a decenas de miles
de trabajadores. Así se movilizó, prácticamente de la noche a la mañana, una
fuerza laboral motivada para ayudar a lograr las prioridades sociales más
apremiantes: viviendas, círculos infantiles, clínicas, escuelas, instalaciones
de recreación y mucho más. Contingentes de la construcción —unidades voluntarias
más grandes donde la remuneración, los horarios y las reglas laborales eran
decididos e implementados por los mismos trabajadores— asumieron la
construcción de carreteras, represas, hospitales, aeropuertos y otros
importantes proyectos de infraestructura.
El trabajo voluntario —el elemento central de la acción
proletaria en los primeros años de la revolución, el cual “se refugió en las
actividades de la defensa” durante lo que Fidel en 1987 denominó “ese período
bochornoso” en la construcción del socialismo— renació “como el ave fénix”. A
medida que las microbrigadas adquirieron el carácter de un movimiento social de
masas, fue perdiendo terreno “el criterio burocrático, el criterio tecnocrático
de que el trabajo voluntario no era cosa fundamental ni esencial”.
Esta era la trayectoria revolucionaria que iba avanzando
en Cuba cuando se libraron las grandes batallas finales de la guerra de Angola.
Era el espíritu que caracterizaba a los 40 mil voluntarios cubanos en el frente
sur en Angola quienes, junto a sus compañeros de armas angolanos y namibios,
avanzaron combatiendo hacia el este y el sur en los primeros meses de 1988,
construyendo en 70 días una pista aérea en una posición de avanzada, mientras
levantaban el cerco de Cuito Cuanavale, despejaban campos y caminos minados y
tomaban control del aire.
Se había acabado. El régimen del apartheid se vio forzado
a retirarse de Namibia así como de Angola y a pedir la paz.
*****
La victoria que representó Cuito Cuanavale, junto con la
trayectoria proletaria que se fue profundizando en Cuba misma, también le
permitió a la revolución hacer frente a uno de los momentos más amargos que
había atravesado en 30 años, y a salir fortalecida.
En junio y julio de 1989 el alto mando militar descubrió
pruebas de que el general de división Arnaldo Ochoa, Héroe de la República de
Cuba y jefe de la misión angolana en 1987–88, había estado supervisando ventas
de azúcar en el mercado negro de Angola así como contrabando menor de diamantes
y marfil, al tiempo que se jugaba la vida de miles de combatientes cubanos y
angolanos en Cuito Cuanavale.
Según lo expresó Fidel con una claridad intransigente,
“Cuando se está escribiendo por un lado la página más gloriosa, por otra se
está escribiendo la más bochornosa, y la está escribiendo en parte importante
quien está de jefe de la misión militar cubana en aquel país”.
El editorial del diario Granma donde se anunció el
arresto de Ochoa aclaró tajantemente que era al general de división Leopoldo
Cintra Frías, y no a Ochoa, a quien se le había asignado la jefatura del frente
sur “a fin de asegurar ciento por ciento el éxito de las operaciones de
nuestras tropas en Angola”. Era ahí donde “se concentró el grueso del personal,
los tanques, la artillería, los medios antiaéreos y la aviación de combate
cubanos”. Ochoa, señaló el editorial, “se ocupó fundamentalmente de otras
tareas de la misión militar cubana”, tareas alejadas de “los acontecimientos
militares”.
Según reveló muy pronto la investigación que se iba
ampliando, las operaciones ilegales en pequeña escala en Angola eran las
menores de las infracciones que había cometido Ochoa. Él también había estado
supervisando las actividades de uno de sus ayudantes, a quien Ochoa le había
autorizado reunirse con Pablo Escobar del cártel de drogas de Medellín y otros
narcotraficantes con el fin de explorar las opciones para operaciones de
narcotráfico que utilizaran rutas aéreas y marítimas cubanas y posibles
laboratorios de cocaína en África. La motivación, según Ochoa, era su deseo de
recaudar dinero —grandes sumas: 4 mil millones de dólares fue la cifra que dio—
que permitiera comprar equipo bélico para Angola y Cuba y acelerar el
desarrollo de la industria turística en Cuba.
Ochoa y sus subalternos fueron sometidos a consejo de
guerra y ejecutados, junto a dos oficiales de alto rango del Ministerio del
Interior que, según reveló la investigación, ya estaban involucrados en sus
propias operaciones de narcotráfico, además de facilitar los proyectos de
Ochoa.
Fue un momento traumático en Cuba.
El general de división Enrique Carreras expresó
elocuentemente la indignación popular unos años más tarde cuando comentó en una
entrevista, “Imagínense, manchar el uniforme por dinero, para salir de un
problema económico. Eso es lo que Ochoa hizo. ¡Y eso en un ejército tan
honorable como el Ejército Rebelde! Si tenemos que morir de hambre, moriremos
de hambre, pero sin manchar por lo que el pueblo ha peleado tanto, y por tantos
años. No vamos a manchar aquello por lo que tantos han caído a través de estos
años… Por eso fue que luchamos por el socialismo: para eliminar todos esos
males”.
Extensos extractos de los procedimientos del Tribunal de
Honor militar, del testimonio del consejo de guerra y de la revisión de las
sentencias de muerte por el Consejo de Estado se publicaron en el diario
Granma, se transmitieron por televisión y radio y fueron seguidos muy de cerca
por millones de cubanos. Al final de lo que llegó a conocerse en Cuba como
Causa No. 1 en 1989, hubo un amplio acuerdo —aunque distaba mucho de ser
unánime— entre el pueblo trabajador en Cuba sobre la justicia de las
sentencias, y su necesidad.
“¿Quién podría volver a creer en la revolución?”,
preguntó Fidel, “si realmente no se aplican para faltas tan graves las penas
más severas que establecen las leyes del país?”
“¿Quién volvería a hablar de rectificación?”
En una reunión celebrada el 9 de julio, el Consejo de
Estado revisó y después ratificó las sentencias de Ochoa y los otros tres. Al
concluir sus palabras, Raúl Castro les recordó a los presentes que, como
comandante de la misión militar en Angola, Ochoa había firmado las sentencias
de muerte de tres jóvenes soldados cubanos que habían sido declarados culpables
de violar y asesinar a mujeres angolanas. Como ministro de las Fuerzas Armadas
Revolucionarias, Raúl había sido responsable de ratificar estas órdenes, y lo
hizo.
“Mi mano entonces no tembló”, dijo Raúl, “porque fue
justa la decisión. Hoy tampoco me temblará cuando firme la sentencia que pide
el tribunal para los cuatro casos que se nos han traído a esta reunión del
Consejo de Estado. También las madres de esos tres jóvenes pudieron haber
pedido clemencia. Si no cumplimos la sentencia, tendríamos que irles a pedir
perdón”.
*****
Ya cuando las últimas unidades de voluntarios
internacionalistas regresaron de Angola en 1991, Cuba enfrentaba la mayor
crisis política y económica de su historia. A la implosión del régimen
burocratizado en la Unión Soviética le acompañó la abrupta pérdida del 85 por
ciento del comercio exterior de Cuba. Al evaporarse prácticamente todos los
productos importados, se desplomó la producción agropecuaria e industrial. Fue,
dijo Fidel, “como si un día no aparece el sol”.
Al profundizarse la crisis, los enemigos de Cuba,
ciegamente convencidos de sus propios mitos del menguante apoyo a la
revolución, nuevamente pronosticaban (esperaban ver) su inminente desaparición.
Y efectivamente, ningún otro gobierno en el mundo podría haber sobrevivido a
esta crisis. Pero Cuba nunca había sido una versión tropical de lo que había
llegado a ser la Unión Soviética, o lo que siempre habían sido los países de
Europa Oriental. En términos de clase, era su negación política y moral. Y la
confianza del pueblo trabajador de Cuba en sí mismo y en su gobierno, su
confianza “de qué somos capaces”, usando las palabras de Raúl, se debió en gran
medida a las conquistas plasmadas en la misión internacionalista angolana y el
proceso de rectificación.
Los 50 mil cubanos que prestaron servicio como
voluntarios en Angola en 1988 para asegurar la aplastante derrota del ejército
del apartheid en la batalla de Cuito Cuanavale habrían equivalido en esa época,
en términos de población, a que Estados Unidos desplazara a 1.2 millones de
soldados en un teatro de operaciones. Es solo una medida de la inmensidad del
compromiso internacionalista que hicieron los hombres y mujeres de la
Revolución Cubana. No obstante, para las nuevas generaciones de revolucionarios
y trabajadores conscientes y combativos alrededor del mundo, todo esto es
prácticamente una historia oculta.
En Cuba se ha publicado un pequeño número de testimonios,
escritos por los que combatieron en uno u otro frente durante los casi 16 años
que duró la misión. Prácticamente ninguno ha sido traducido o publicado fuera
de Cuba. Es más, aún no existe un relato completo, aunque puede que eso cambie
con la publicación, proyectada para septiembre de 2013, de Visions of Freedom:
Havana, Washington, and Pretoria in Southern Africa, 1976–1991 (Visiones de
libertad: La Habana, Washington y Pretoria en África austral, 1976–1991) por
Piero Gleijeses, autor del excelente estudio Misiones en conflicto: La Habana,
Washington y África, 1959–76, que abarca los primeros meses de la misión.
Cuba y Angola: Luchando por la libertad de África y la
nuestra se propone hacer un peq ueño aporte a llenar ese hueco y a estimular a
los protagonistas de lo que Fidel llamó “la más grande proeza internacionalista
que ha realizado Cuba” a que den a conocer esa historia.
Los lectores encontrarán la fuerza del libro en las
múltiples perspectivas que ofrece sobre muchos de los mismos sucesos.
A través de los discursos de Fidel Castro, comandante en
jefe de la misión internacionalista en Angola y dirigente histórico de la
Revolución Cubana, y de los de Raúl Castro, entonces ministro de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Cuba, adquirimos la más amplia perspectiva política,
estratégica y militar. Por qué la dirección cubana tomó las decisiones que tomó
en coyunturas importantes. Cómo fueron implementadas y dirigidas estas
decisiones. Y las consecuencias para la revolución y sus relaciones con otras
potencias mundiales y las fuerzas de liberación nacional en África, América
Latina y otras partes del mundo.
Nelson Mandela, dirigente histórico de la lucha para
eliminar el azote del apartheid de su país, de su continente y del mundo,
explica el inaudito carácter político de las acciones cubanas en África, su
peso y el papel que ocupan en la historia mundial.
Armando Choy, Gustavo Chui, Moisés Sío Wong y Alfonso
Zayas, cuatro combatientes históricos de la lucha para derrocar a la dictadura
de Batista, nos ofrecen la perspectiva de cuatro generales de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Cuba. Cada uno de ellos estuvo entre los
experimentados oficiales de primera fila, dirigiendo en diferentes capacidades
en los campos de batalla de Angola y en Cuba.
En los relatos de Gerardo Hernández, Fernando González y
René González vemos la misión internacionalista angolana según la vivieron las
generaciones más jóvenes de revolucionarios en esos momentos: cómo se vieron
moldeados por esa experiencia de combate y transformados de por vida.
Y en “Operación Carlota” Gabriel García Márquez, uno de
los más grandes autores latino-americanos contemporáneos, documenta el inicio
de la campaña de Angola y sus primeras grandes victorias. A través de su óptica
podemos ver el impacto que estos sucesos tuvieron en la voluntad combativa del
pueblo trabajador cubano: desde los nuevos acentos de su música hasta los
nuevos bríos en su andar y sus sonrisas más anchas.
Cuba y Angola: Luchando por la libertad de África y la
nuestra está dedicada a los hombres y mujeres de Cuba que escribieron este
capítulo épico en la historia de su revolución, y a los que entonces estaban
demasiado jóvenes para participar, quienes aprenderán de esta historia y
aprenderán unos de otros al ir marchando a las batallas de clases cuyas
primeras bengalas ya arden.
enero de 2013
Vol. 77/No. 4
4 de febrero de 2013
--
- INFOCUBA
+ Comité Internacional por la Libertad de los Cinco
Cubanos
paul evrard