lunes, 4 de febrero de 2013

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‘La mayor proeza internacionalista de Cuba’

Introducción a ‘Cuba y Angola: Luchando por la libertad de África y la nuestra’

(especial)

A continuación presentamos la introducción de Mary-Alice Waters a Cuba y Angola: Luchando por la libertad de Africa y la nuestra.  

El nuevo libro de Pathfinder contiene discursos de Fidel Castro, Raúl Castro y Nelson Mandela; entrevistas con los generales cubanos Armando Choy, Gustavo Chui, Moisés Sío Wong y Luis Alfonso Zayas; relatos de los revolucionarios cubanos Gerardo Hernández, Fernando González y René González; y un reportaje del autor colombiano Gabriel García Márquez.  

Waters, miembro del Comité Nacional del Partido Socialista de los Trabajadores, es la editora del libro.  

Copyright © 2013 por Pathfinder Press. Se reproduce con autorización.  

POR MARY-ALICE WATERS 

Los internacionalistas cubanos hicieron una -contribución a la independencia, la libertad y la justicia en África que no tiene paralelo, por los principios y el desinterés que la caracterizan.

 

NELSON MANDELA

Matanzas, Cuba, julio de 1991

 

En los nuevos e inesperados desafíos, siempre -podremos evocar la epopeya de Angola con gratitud, porque sin Angola no seríamos tan fuertes como somos hoy.

 

RAÚL CASTRO

La Habana, Cuba, mayo de 1991

 

Entre 1975 y 1991, unos 425 mil cubanos prestaron servicio como voluntarios en Angola en respuesta a la solicitud del gobierno de ese país, que recién había conquistado su libertad de Portugal después de casi cinco décadas de brutal explotación y dominio colonial. La misión: ayudar a defender a Angola frente a lo que resultó ser 13 años de agresiones militares, incluidas dos invasiones de mayor alcance, de las fuerzas armadas del régimen sudafricano del apartheid y sus aliados africanos e imperialistas.

 

Lo que estaba en juego era enorme.

 

En abril de 1974, la dictadura fascista en Portugal, en el poder por cinco décadas y profundamente caduca, fue derrocada en un golpe militar que desató un poderoso ascenso revolucionario de trabajadores y agricultores portugueses. Se estremeció la confianza de las clases gobernantes capitalistas en Europa.

 

En abril de 1975, el imperialismo norteamericano fue literalmente expulsado de Indochina. El mundo entero observó —con júbilo o con horror, dependiendo de su perspectiva de clase— cómo los helicópteros se apresuraban a rescatar a miles de desesperados funcionarios norteamericanos y sus lacayos vietnamitas del techo de la embajada de Washington en lo que se acababa de convertir en Ciudad Ho Chi Minh.

 

Se venían profundizando las luchas antiimperialistas de carácter más y más popular en Irán, Granada, Nicaragua y otros países de Centroamérica.

 

La necesidad de no perder el control de África austral iba subiendo en el orden de prioridades de las potencias imperialistas. Por muchos años habían maniobrado para rescatar lo que fuera posible mientras se derrumbaba el imperio portugués. Al acercarse el día de la independencia de Angola en noviembre de 1975, aceleraron sus intentos de instalar lo que esperaban sería un régimen títere sumiso en el más grande y más rico de los antiguos territorios africanos de Portugal. Para Pretoria —alentada y abastecida solapadamente por Washington— estaba en el tapete el futuro de toda África austral, incluso la supervivencia del propio régimen del apartheid.

 

La primera invasión de envergadura de Angola por las tropas sudafricanas empezó en octubre de 1975 cuando columnas blindadas cruzaron la frontera desde lo que era de hecho su colonia de África Sudoccidental (Namibia) y se extendieron hacia el norte. Simultáneamente, una ofensiva militar se desplazó hacia el sur desde Zaire (Congo). La dictadura proimperialista de Mobutu en ese país esperaba anexar a Cabinda, provincia angolana rica en petróleo, y tomarse cualquier otro territorio que pudiera. El objetivo era ocupar la capital, Luanda, antes del 11 de noviembre para impedir la instalación de un gobierno encabezado por el Movimiento Popular de Liberación de Angola (MPLA), el más fuerte de los movimientos independentistas y el que gozaba de la base popular más amplia.

 

Solo la intervención de última hora de unos 650 voluntarios internacionalistas cubanos, en respuesta a la urgente solicitud de ayuda del gobierno provisional de Angola, impidió que se realizaran los objetivos sudafricanos. Menos de cinco meses después, con 36 mil voluntarios cubanos ya en el terreno, las fuerzas militares del régimen sudafricano del apartheid y de la dictadura zairense habían sido expulsadas de Angola. Pero aún no se habían dado por vencidos.

 

A esto le siguió más de una década de lo que eufemísticamente se denominó una “guerra de baja intensidad” contra el gobierno angolano. Después, a fines de 1987, tropas sudafricanas comenzaron su segunda invasión de envergadura, que culminó con la aplastante derrota de las fuerzas militares de Pretoria en marzo de 1988 en la ahora célebre batalla de Cuito Cuanavale.

 

Como dijera Nelson Mandela, dirigente de la lucha sudafricana contra el apartheid, ante el mundo tres años más tarde, “¡Cuito Cuanavale marca un hito en la historia de la lucha por la liberación de África austral… es un punto álgido en la lucha por librar al continente y a nuestro país del azote del apartheid!”

 

Esa victoria decisiva no solo aseguró la soberanía de Angola. También le permitió al pueblo de Namibia lograr su independencia del dominio del apartheid sudafricano y dio un poderoso impulso a la creciente lucha revolucionaria de masas contra el dominio supremacista blanco en Sudáfrica misma. Menos de dos años después de la victoria en Cuito Cuanavale, Nelson Mandela, preso por más de 27 años, estaba en libertad. Cuatro años más tarde, el régimen del apartheid ya había desaparecido, y Nelson Mandela era presidente de Sudáfrica.

 

En las páginas a continuación, esta historia la narran quienes la vivieron y la hicieron.

 

 

 

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No obstante, la contribución que hicieron centenares de miles de cubanos internacionalistas, tanto militares como civiles, a las luchas independentistas en África austral no era un “favor” a otros. También estaba en juego la Revolución Cubana, la fuerza de su núcleo proletario. Como dijo Raúl Castro, ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, al pueblo cubano en mayo de 1991 cuando recibía al último contingente de voluntarios que regresaba a casa, “Si nuestro pueblo se conoce mejor a sí mismo, si conocemos mucho mejor de qué somos capaces todos nosotros, los veteranos y los pinos nuevos, nuestra juventud, ¡es también gracias a Angola!

 

Entre estos jóvenes cuya vida se transformó mientras luchaban hombro a hombro con el pueblo de Angola estaban tres cubanos, aún menores de 30 años, cuyos nombres hoy son conocidos en todo el mundo: Gerardo Hernández, Fernando González y René González. Son tres de los cinco cubanos que, unos años después de sus experiencias en Angola, se ofrecieron como voluntarios para otra tarea internacionalista, esta vez en Estados Unidos. Su misión: vigilar las actividades de organizaciones contrarrevolucionarias cubanoamericanas que operaban impunes desde bases en Estados Unidos, grupos que se organizan para realizar acciones violentas contra partidarios de la revolución en Cuba, Estados Unidos, Puerto Rico y otros países, y cuyas acciones siempre contienen la amenaza de precipitar un enfrentamiento entre Washington y Cuba. Arrestados por el FBI en 1998 en un caso fabricado y acusados de más de 30 cargos, los Cinco Cubanos han estado presos en Estados Unidos más de 14 años.

 

Como escribe Fernando González en su relato publicado en estas páginas, lo que aprendió en Angola son lecciones a las que ha recurrido desde entonces, “incluso aquí para enfrentar las circunstancias de la prisión prolongada”.

 

 

 

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Las batallas finales y decisivas que más de 50 mil voluntarios cubanos libraron en Angola en 1988 coincidieron con lo que llegó a conocerse en Cuba como el proceso de rectificación, y le dieron un impulso. Esto fue uno de los capítulos más importantes en la historia de la revolución.

 

En abril de 1986, en un discurso pronunciado en ocasión del 25 aniversario de la victoria en Playa Girón, donde fue aplastada la invasión organizada por Washington en la Bahía de Cochinos, el presidente cubano Fidel Castro anunció la decisión de la dirección de iniciar una profunda corrección de la trayectoria de la revolución. Lo comparó a un barco que cambia el rumbo de su brújula para emprender un trayecto diferente. Por más de una década, al aplicarse políticas asociadas con un Sistema de Dirección y Planificación de la Economía copiado de la Unión Soviética, se habían ido debilitando las iniciativas proletarias y los esfuerzos colectivos de los trabajadores y agricultores cubanos.

 

Fidel resumió el error con mucha perspicacia años después, en noviembre de 2005, cuando dijo a un público de jóvenes dirigentes de la revolución que “entre los muchos errores que hemos cometido todos, el más importante era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo. Parecía ciencia sabida, tan sabida como el sistema eléctrico concebido por algunos que se consideraban expertos en sistemas eléctricos. [Pensábamos que] cuando decían, ‘Esta es la fórmula’, este es el que sabe”.

 

Al desarrollarse el proceso de rectificación, la estimulación de la iniciativa e imaginación del pueblo trabajador cubano nuevamente se convirtió en la fuerza motriz de la revolución, combatiendo el peso económico, social y político de lo que se había convertido en una capa administrativa más y más inflada y relativamente privilegiada en los centrales, las fábricas, los ministerios, las oficinas y las organizaciones de masas.

 

Se aumentó en un 40 por ciento los salarios de los trabajadores agrícolas, entre los menos remunerados del país. Las instalaciones especiales —clínicas, tiendas, restaurantes y centros recreativos— que el Ministerio del Interior había establecido para sus empleados fueron puestas a disposición general de la población. Se redujo el acceso privilegiado a autos estatales, raciones de gasolina y presupuestos de hospitalidad.

 

En centros de trabajo por todo el país se crearon microbrigadas voluntarias a tiempo completo que incorporaron a decenas de miles de trabajadores. Así se movilizó, prácticamente de la noche a la mañana, una fuerza laboral motivada para ayudar a lograr las prioridades sociales más apremiantes: viviendas, círculos infantiles, clínicas, escuelas, instalaciones de recreación y mucho más. Contingentes de la construcción —unidades voluntarias más grandes donde la remuneración, los horarios y las reglas laborales eran decididos e implementados por los mismos trabajadores— asumieron la construcción de carreteras, represas, hospitales, aeropuertos y otros importantes proyectos de infraestructura.

 

El trabajo voluntario —el elemento central de la acción proletaria en los primeros años de la revolución, el cual “se refugió en las actividades de la defensa” durante lo que Fidel en 1987 denominó “ese período bochornoso” en la construcción del socialismo— renació “como el ave fénix”. A medida que las microbrigadas adquirieron el carácter de un movimiento social de masas, fue perdiendo terreno “el criterio burocrático, el criterio tecnocrático de que el trabajo voluntario no era cosa fundamental ni esencial”.

 

Esta era la trayectoria revolucionaria que iba avanzando en Cuba cuando se libraron las grandes batallas finales de la guerra de Angola. Era el espíritu que caracterizaba a los 40 mil voluntarios cubanos en el frente sur en Angola quienes, junto a sus compañeros de armas angolanos y namibios, avanzaron combatiendo hacia el este y el sur en los primeros meses de 1988, construyendo en 70 días una pista aérea en una posición de avanzada, mientras levantaban el cerco de Cuito Cuanavale, despejaban campos y caminos minados y tomaban control del aire.

 

Se había acabado. El régimen del apartheid se vio forzado a retirarse de Namibia así como de Angola y a pedir la paz.

 

 

 

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La victoria que representó Cuito Cuanavale, junto con la trayectoria proletaria que se fue profundizando en Cuba misma, también le permitió a la revolución hacer frente a uno de los momentos más amargos que había atravesado en 30 años, y a salir fortalecida.

 

En junio y julio de 1989 el alto mando militar descubrió pruebas de que el general de división Arnaldo Ochoa, Héroe de la República de Cuba y jefe de la misión angolana en 1987–88, había estado supervisando ventas de azúcar en el mercado negro de Angola así como contrabando menor de diamantes y marfil, al tiempo que se jugaba la vida de miles de combatientes cubanos y angolanos en Cuito Cuanavale.

 

Según lo expresó Fidel con una claridad intransigente, “Cuando se está escribiendo por un lado la página más gloriosa, por otra se está escribiendo la más bochornosa, y la está escribiendo en parte importante quien está de jefe de la misión militar cubana en aquel país”.

 

El editorial del diario Granma donde se anunció el arresto de Ochoa aclaró tajantemente que era al general de división Leopoldo Cintra Frías, y no a Ochoa, a quien se le había asignado la jefatura del frente sur “a fin de asegurar ciento por ciento el éxito de las operaciones de nuestras tropas en Angola”. Era ahí donde “se concentró el grueso del personal, los tanques, la artillería, los medios antiaéreos y la aviación de combate cubanos”. Ochoa, señaló el editorial, “se ocupó fundamentalmente de otras tareas de la misión militar cubana”, tareas alejadas de “los acontecimientos militares”.

 

Según reveló muy pronto la investigación que se iba ampliando, las operaciones ilegales en pequeña escala en Angola eran las menores de las infracciones que había cometido Ochoa. Él también había estado supervisando las actividades de uno de sus ayudantes, a quien Ochoa le había autorizado reunirse con Pablo Escobar del cártel de drogas de Medellín y otros narcotraficantes con el fin de explorar las opciones para operaciones de narcotráfico que utilizaran rutas aéreas y marítimas cubanas y posibles laboratorios de cocaína en África. La motivación, según Ochoa, era su deseo de recaudar dinero —grandes sumas: 4 mil millones de dólares fue la cifra que dio— que permitiera comprar equipo bélico para Angola y Cuba y acelerar el desarrollo de la industria turística en Cuba.

 

Ochoa y sus subalternos fueron sometidos a consejo de guerra y ejecutados, junto a dos oficiales de alto rango del Ministerio del Interior que, según reveló la investigación, ya estaban involucrados en sus propias operaciones de narcotráfico, además de facilitar los proyectos de Ochoa.

 

Fue un momento traumático en Cuba.

 

El general de división Enrique Carreras expresó elocuentemente la indignación popular unos años más tarde cuando comentó en una entrevista, “Imagínense, manchar el uniforme por dinero, para salir de un problema económico. Eso es lo que Ochoa hizo. ¡Y eso en un ejército tan honorable como el Ejército Rebelde! Si tenemos que morir de hambre, moriremos de hambre, pero sin manchar por lo que el pueblo ha peleado tanto, y por tantos años. No vamos a manchar aquello por lo que tantos han caído a través de estos años… Por eso fue que luchamos por el socialismo: para eliminar todos esos males”.

 

Extensos extractos de los procedimientos del Tribunal de Honor militar, del testimonio del consejo de guerra y de la revisión de las sentencias de muerte por el Consejo de Estado se publicaron en el diario Granma, se transmitieron por televisión y radio y fueron seguidos muy de cerca por millones de cubanos. Al final de lo que llegó a conocerse en Cuba como Causa No. 1 en 1989, hubo un amplio acuerdo —aunque distaba mucho de ser unánime— entre el pueblo trabajador en Cuba sobre la justicia de las sentencias, y su necesidad.

 

“¿Quién podría volver a creer en la revolución?”, preguntó Fidel, “si realmente no se aplican para faltas tan graves las penas más severas que establecen las leyes del país?”

 

“¿Quién volvería a hablar de rectificación?”

 

En una reunión celebrada el 9 de julio, el Consejo de Estado revisó y después ratificó las sentencias de Ochoa y los otros tres. Al concluir sus palabras, Raúl Castro les recordó a los presentes que, como comandante de la misión militar en Angola, Ochoa había firmado las sentencias de muerte de tres jóvenes soldados cubanos que habían sido declarados culpables de violar y asesinar a mujeres angolanas. Como ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, Raúl había sido responsable de ratificar estas órdenes, y lo hizo.

 

“Mi mano entonces no tembló”, dijo Raúl, “porque fue justa la decisión. Hoy tampoco me temblará cuando firme la sentencia que pide el tribunal para los cuatro casos que se nos han traído a esta reunión del Consejo de Estado. También las madres de esos tres jóvenes pudieron haber pedido clemencia. Si no cumplimos la sentencia, tendríamos que irles a pedir perdón”.

 

 

 

*****

 

Ya cuando las últimas unidades de voluntarios internacionalistas regresaron de Angola en 1991, Cuba enfrentaba la mayor crisis política y económica de su historia. A la implosión del régimen burocratizado en la Unión Soviética le acompañó la abrupta pérdida del 85 por ciento del comercio exterior de Cuba. Al evaporarse prácticamente todos los productos importados, se desplomó la producción agropecuaria e industrial. Fue, dijo Fidel, “como si un día no aparece el sol”.

 

Al profundizarse la crisis, los enemigos de Cuba, ciegamente convencidos de sus propios mitos del menguante apoyo a la revolución, nuevamente pronosticaban (esperaban ver) su inminente desaparición. Y efectivamente, ningún otro gobierno en el mundo podría haber sobrevivido a esta crisis. Pero Cuba nunca había sido una versión tropical de lo que había llegado a ser la Unión Soviética, o lo que siempre habían sido los países de Europa Oriental. En términos de clase, era su negación política y moral. Y la confianza del pueblo trabajador de Cuba en sí mismo y en su gobierno, su confianza “de qué somos capaces”, usando las palabras de Raúl, se debió en gran medida a las conquistas plasmadas en la misión internacionalista angolana y el proceso de rectificación.

 

Los 50 mil cubanos que prestaron servicio como voluntarios en Angola en 1988 para asegurar la aplastante derrota del ejército del apartheid en la batalla de Cuito Cuanavale habrían equivalido en esa época, en términos de población, a que Estados Unidos desplazara a 1.2 millones de soldados en un teatro de operaciones. Es solo una medida de la inmensidad del compromiso internacionalista que hicieron los hombres y mujeres de la Revolución Cubana. No obstante, para las nuevas generaciones de revolucionarios y trabajadores conscientes y combativos alrededor del mundo, todo esto es prácticamente una historia oculta.

 

En Cuba se ha publicado un pequeño número de testimonios, escritos por los que combatieron en uno u otro frente durante los casi 16 años que duró la misión. Prácticamente ninguno ha sido traducido o publicado fuera de Cuba. Es más, aún no existe un relato completo, aunque puede que eso cambie con la publicación, proyectada para septiembre de 2013, de Visions of Freedom: Havana, Washington, and Pretoria in Southern Africa, 1976–1991 (Visiones de libertad: La Habana, Washington y Pretoria en África austral, 1976–1991) por Piero Gleijeses, autor del excelente estudio Misiones en conflicto: La Habana, Washington y África, 1959–76, que abarca los primeros meses de la misión.

 

Cuba y Angola: Luchando por la libertad de África y la nuestra se propone hacer un peq ueño aporte a llenar ese hueco y a estimular a los protagonistas de lo que Fidel llamó “la más grande proeza internacionalista que ha realizado Cuba” a que den a conocer esa historia.

 

Los lectores encontrarán la fuerza del libro en las múltiples perspectivas que ofrece sobre muchos de los mismos sucesos.

 

A través de los discursos de Fidel Castro, comandante en jefe de la misión internacionalista en Angola y dirigente histórico de la Revolución Cubana, y de los de Raúl Castro, entonces ministro de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba, adquirimos la más amplia perspectiva política, estratégica y militar. Por qué la dirección cubana tomó las decisiones que tomó en coyunturas importantes. Cómo fueron implementadas y dirigidas estas decisiones. Y las consecuencias para la revolución y sus relaciones con otras potencias mundiales y las fuerzas de liberación nacional en África, América Latina y otras partes del mundo.

 

Nelson Mandela, dirigente histórico de la lucha para eliminar el azote del apartheid de su país, de su continente y del mundo, explica el inaudito carácter político de las acciones cubanas en África, su peso y el papel que ocupan en la historia mundial.

 

Armando Choy, Gustavo Chui, Moisés Sío Wong y Alfonso Zayas, cuatro combatientes históricos de la lucha para derrocar a la dictadura de Batista, nos ofrecen la perspectiva de cuatro generales de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba. Cada uno de ellos estuvo entre los experimentados oficiales de primera fila, dirigiendo en diferentes capacidades en los campos de batalla de Angola y en Cuba.

 

En los relatos de Gerardo Hernández, Fernando González y René González vemos la misión internacionalista angolana según la vivieron las generaciones más jóvenes de revolucionarios en esos momentos: cómo se vieron moldeados por esa experiencia de combate y transformados de por vida.

 

Y en “Operación Carlota” Gabriel García Márquez, uno de los más grandes autores latino-americanos contemporáneos, documenta el inicio de la campaña de Angola y sus primeras grandes victorias. A través de su óptica podemos ver el impacto que estos sucesos tuvieron en la voluntad combativa del pueblo trabajador cubano: desde los nuevos acentos de su música hasta los nuevos bríos en su andar y sus sonrisas más anchas.

 

Cuba y Angola: Luchando por la libertad de África y la nuestra está dedicada a los hombres y mujeres de Cuba que escribieron este capítulo épico en la historia de su revolución, y a los que entonces estaban demasiado jóvenes para participar, quienes aprenderán de esta historia y aprenderán unos de otros al ir marchando a las batallas de clases cuyas primeras bengalas ya arden.

 

enero de 2013

 


 

 

Vol. 77/No. 4      4 de febrero de 2013

 

 

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