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AL BEATIFICAR AL POLACO, BENEDICTO XVI SE PREMIABA A SÍ MISMO
Juan Pablo II fue beatificado rompiendo todos los récords
Karol Wojtyla, más conocido como Juan Pablo II, es beato desde el 1 de
mayo. Benedicto XVI, lo proclamó en tiempo récord. La Iglesia
católica quiere con estos gestos recuperar credibilidad y fieles en
tiempos de crisis.
EMILIO MARÍN
El 1 de mayo no sólo fue el día que Barack Obama presenció en vivo y
en directo la ordenada muerte de Bin Laden en Pakistán. También en esa
jornada el papa Joseph Ratzinger, alias Benedicto XVI, proclamó en la
plaza de San Pedro la beatificación del polaco Karol Wojtyla, más
conocido como Juan Pablo II.
Aunque ambos sucesos no estuvieron ligados por ninguna causa visible
ni racional, el presidente de Perú, Alan García, declaró que la muerte
del terrorista saudita era el primer milagro de Juan Pablo II.
Aunque desafortunada, esa declaración puede servir como un índice
acerca de la completa subjetividad con que la Iglesia valora los
llamados milagros. Y cómo los utiliza políticamente, como en este
caso, donde necesitaba beatificar al polaco y allanar, en el menor
tiempo posible, su futura canonización.
Benedicto XVI escuchó el 8 de abril de 2005, en el funeral de su
antecesor, el clamor de la multitud de “santo súbito”. Esa gente lo
quería santo en un santiamén, valga la redundancia. Aún batiendo todos
los récords y pasando por sobre los procedimientos para el particular,
eso demoraría un cierto tiempo. Y los asistentes al funeral sabían lo
que querían y lo querían inmediatamente.
Habría sido un escándalo. Y el papa Ratzinger, siendo el primer
interesado en esa vía rápida (fast track), sabía que no podía hacerlo
ipso facto. No se demoró casi nada, porque tres meses después autorizó
la apertura del trámite vaticano para la beatificación. Eso y la
instantaneidad fue prácticamente lo mismo. Usualmente transcurren diez
o más años desde la muerte de una persona, por lo general religiosa,
para que se otorgue luz verde al inicio del expediente. Fue casi un
santo súbito.
Pese a tanta prontitud hubo en un momento una piedrita en el camino.
¿Acaso en Roma tomaban nota de las posiciones reaccionarias del
polaco, opuesto por el vértice incluso al uso del preservativo para
evitar el SIDA? ¿O quejas por la ayuda que brindó durante sus casi 27
años de papado a los curas y obispos pedófilos que arruinaron la vida
a miles de personas en el mundo? Ni una cosa ni la otra. La pausa tuvo
que ver con que dos médicos de la Iglesia no se ponían de acuerdo en
el primer milagro adjudicado a Wojtyla. Uno estaba de acuerdo en que
había curado en forma instantánea, completa y duradera del Mal de
Parkinson a Marie Simon-Pierre, monja francesa. Otro colega dudaba.
Posiblemente este galeno se habrá preguntado cómo pudo Juan Pablo II
curar del Parkinson a la religiosa si él mismo padecía esa enfermedad
y no pudo superarla. Como la Iglesia tiene razones que la ciencia no
entiende, y viceversa, al final el dudoso dio su consentimiento y
sanseacabó, la beatificación ganó velocidad y llegó a término.
En su homilía del 1 de mayo, Benedicto XVI le atribuyó al muerto un
milagro mayor, como fue la caída del socialismo. Exageraba. Ese
sistema cayó en una parte del mundo –en otro sigue gozando de buena
salud- por errores propios y las campañas adversas de los imperios de
Ronald Reagan y Margaret Thatcher, y la CIA, con los que Juan Pablo II
tanto colaboró para la debacle de Polonia y Europa del Este. ¿Acaso
esa parte del mundo ahora está mejor?
Los pederastas
El extenso volumen “Su Santidad”, del italiano Marco Politi y el
estadounidense Carl Berstein, documenta esa alianza política entre el
Vaticano y las potencias capitalistas que trabajaban para el fracaso
del socialismo. Hubo apoyo papal al sindicato Solidaridad del
reaccionario Lech Walesa y toda una planificación política y
financiera para que tal fracaso ocurriera. El libro cuenta las
reuniones del Papa con el subjefe de la CIA, general Vernon Walters,
como parte de esas campañas de desestabilización.
El resultado de esa victoria es que los pueblos cooptados por el
capitalismo han sufrido un neoliberalismo extremo, desocupación y
crisis económicas muy profundas. Wadowice, localidad natal de Wojtyla,
podrá tener en estos días una ampliación de mil metros en su museo
sobre el personaje. Pero Polonia hoy es una semicolonia y socio menor
de la OTAN, donde Washington emplaza baterías de misiles y alerta
temprana como parte de su puja con Rusia.
Por suerte para el beato y su sucesor en el trono de Pedro, los
movimientos sociales, feministas, gays, progresistas y otros a nivel
mundial no tuvieron arte ni parte en la beatificación anunciada el 1
de mayo.
Es que para este amplio espectro Wojtyla no lo merecía, por su
oposición tenaz y brutal al matrimonio igualitario, la homosexualidad,
planificación familiar, fecundación asistida, métodos de
anticoncepción y los abortos, incluso los no punibles. Ni siquiera el
módico forrito se salvó de sus diatribas; estaba prohibido hasta para
personas de distinto sexo que padecieran la enfermedad del SIDA. Eso
era pecado, tanto como el divorcio, por lo que los divorciados no
tenían derecho a comulgar.
Tanta enemistad con la ciencia y la bondad humana se complementó con
la tolerancia amplia con los miembros de la Iglesia, incluso
cardenales, que eran comprobadamente pedófilos.
Wojtyla y Ratzinger fueron protectores de la pedofilia de su
institución. Es un fenómeno tan amplio que a la Iglesia de EE UU le
costó unos 2.000 millones de dólares en juicios de los afectados por
esos abusos sexuales de sacerdotes.
El diario Boston Globe descubrió que el arzobispo de Boston, cardenal
Bernard Law, había protegido a más de 80 curas pederastas durante
años. El cardenal fue trasladado en 2002 a Roma como titular de la
basílica de Santa María Maggiore. Cobra 12.000 dólares mensuales e
integra el Consejo Vaticano de la Congregación para los Obispos. El
papa rezaba y miraba para otro lado.
¿Cómo va a ser declarado santo el que protegió al padre Marcial Maciel
y a su orden, los Legionarios de Cristo?”, se preguntó el sacerdote
nicaragüense Ernesto Cardenal. Esa orden tenía un presupuesto de 650
millones de dólares con parte de los cuales compraba su impunidad en
Roma. Recién en 2006 se ordenó que Maciel se retirara a orar, en vez
de ponerlo en manos de la justicia mexicana. En cambio Cardenal fue
reprendido públicamente por el Papa en un viaje a Managua…
¿Qué dirá el Santo Padre…?
Los reproches a los sacerdotes tercermundistas fueron moneda corriente
y no sólo a Ernesto Cardenal, Miguel D´Escoto y Fernando Cardenal. El
último debió renunciar como ministro de Educación sandinista porque el
Vaticano se lo exigía. Escribió una Carta a los Amigos donde explicó:
“quien se negó rotundamente a conceder la excepción a los sacerdotes
de Nicaragua para seguir trabajando en el Gobierno Revolucionario fue
el Papa Juan Pablo Segundo. Me duele esta afirmación pero
cristianamente no puedo callarla” (Revista Envío, enero de 1985).
A otros teóricos de la Teología de la Liberación, como al brasileño
Leonardo Boff, los condenó al silencio. Con estas actitudes el
Vaticano relativizó su autocrítica light respecto a Galileo Galilei,
por quien hubo disculpas en 1992, por lo que hace 19 años que la
Iglesia admite formalmente que la Tierra gira alrededor del sol.
Aunque no fuera tan grave como eso, el diario del Vaticano recién en
2010 retiró su condena a Los Vétales, de que había en ellos un cierto
“mensaje misterioso y quizás satánico”. Habían pasado 40 años de la
separación de la banda de Liverpool.
¿Por qué tanta rapidez para ciertas beatificaciones y tanta lentitud
para otras tomas de posición sobre temas que tienen que ver con la
Iglesia?
La respuesta es política. Por eso Juan Pablo II es casi un santo
súbito, en una carrera meteórica que también recorrió José María
Escrivá de Balaguer, el fundador de la ultraderechista orden Opus
Deis. Este vasco profranquista y antisemita ya llegó al cielo como
santo. Ahora es San José de Escrivá y su retrato en un cuadro está en
la nave central de la catedral de San Salvador.
En cambio, no está allí el rostro del cardenal Oscar Arnulfo Romero,
asesinado en 1980 por el Ejército salvadoreño entrenado y armado por
el Pentágono y las grandes patronales salvadoreñas. Han pasado 31 años
y monseñor Romero, el obispo mártir, no es beato ni santo. Del
argentino Enrique Angelelli tampoco hay noticias vaticanas, apenas
algunas de orden judicial en La Rioja.
Esas luces verdes y rojas, para el avance de algunos y el freno de
otros, obedecen a motivos estrictamente políticos, sin que haya
razones de fe.
Hubo muchos crímenes de militantes populares en Latinoamérica sin que
el Vaticano se inmutara. Por eso la chilena Violeta Parra cantaba
“¿qué dirá el Santo Padre, que vive en Roma, que le están degollando a
su paloma?”.
Hablando de Chile, el ahora beato tuvo muy buenas relaciones con el
dictador Augusto Pinochet. Dos potencias anticomunistas se saludaban.