Cuando el mito regresaba a casa
La viuda del Che recuerda en un libro la aspereza de la vida íntima con el guerrillero y cómo antepuso sus ideales a la familia
MAURICIO VICENT - La Habana - 13/05/2007
Después de 40 años de silencio autoimpuesto, Aleida March, la viuda de Ernesto Che Guevara, ha escrito un libro de memorias íntimas que revela el lado más desconocido de un mito revolucionario que ha marcado, y sigue marcando todavía, a varias generaciones. Evocación es un acercamiento humano a la figura del Che por la mujer que estuvo a su lado durante ocho años y con quien tuvo cuatro hijos, un testimonio excepcional de la persona que más sabe de las satisfacciones y sinsabores de convivir con un héroe guerrillero para el que la revolución y su propio destino fue siempre lo primero.
"El Che volvía tarde a casa, a las tres o cuatro de la madrugada, a veces a las seis. Dormía sólo cinco o seis horas diarias. ¡Imagínese! ¡Estaba construyendo una nueva sociedad! ¡No podía dedicarse al hogar y a la casa!", dice, sin reproches, Aleida March (Manicaragua, 1936), en vísperas de la presentación del libro, que se realizó ayer en Italia.
La viuda del Che ha puesto a disposición de EL PAÍS capítulos relevantes de la obra antes de su edición en España. Evocación incluye cartas, reflexiones, postales, poemas y otros documentos de Guevara que se publican por primera vez y que forman parte de su correspondencia privada. Al leerlos, se entiende mejor la psicología de un hombre que fue inflexible consigo mismo y antepuso sus sueños políticos a su propia vida, así como los esfuerzos que hizo Aleida junto a él para construir un verdadero hogar.
Cuenta que llevaban sólo 10 días de casados cuando, el 12 de junio de 1959, el Che salió de gira por los países del Pacto de Bandung. Era un viaje largo, de tres meses, y por ello le pidió que la llevara como su secretaria, lo que realmente era en Cuba. "Fue el momento en que comencé a conocerlo con mayor profundidad, cuando me argumentó que además de secretaria era su esposa y que se vería como un privilegio, porque los otros no podían hacerse acompañar de sus compañeras". Aleida no oculta el dolor que sintió en aquel momento: "Antes de despedirnos fuimos a ver a Fidel a su casa y éste también trató de convencerlo de que me llevara, pero no aceptó. Comenzó mi llanto, un llanto que siempre me reprochó".
Éstas y otras anécdotas similares no las escribe Aleida desde el reproche de esposa, sino desde el amor y la relación que tuvo con él como compañera de armas y de revolución, pero aun así son reveladoras.
El nacimiento de la primera hija de ambos, Aleida Guevara March, el 24 de noviembre de 1960, cogió al Che en una "misión" por el campo socialista, durante la cual firmó los primeros convenios comerciales de Cuba con esos países. El Che quería que fuese niño y había elegido hasta el nombre con Aleida. Se llamaría Camilo, en honor de su compañero de lucha y amigo Camilo Cienfuegos. "En tono jocoso y con su ironía habitual, me envió un telegrama en el que decía que si era niña la tirara por el balcón", escribe. Estando en Shanghai supo del nacimiento de la niña y le envió una postal, ahora publicada por primera vez. Le dice: "Tú siempre empeñada en hacerme quedar mal. Bueno, de todas maneras un beso a cada una y recuerda: a lo hecho pecho. Abrazos. Che".
Sin referirse a ello directamente, Aleida desmiente en Evocación que la partida de Cuba de su esposo se debiera a discrepancias con Fidel Castro, como han dicho varios de sus biógrafos.
Se publica la carta que envió a Armando Hart desde Tanzania en 1965, meses antes de comenzar su aventura boliviana. En ella propone la introducción en la isla de un nuevo plan de estudios sobre filosofía, debido a las dificultades que él mismo acababa de pasar para estudiar esta materia. "En Cuba no hay nada publicado, si excluimos los ladrillos soviéticos que tienen el inconveniente de no dejarte pensar; ya el partido lo hizo por ti y tú debes digerir. Como método, es lo más antimarxista, pero, además suelen ser muy malos", dice el Che; su voz es la de alguien comprometido, que no ha tirado la toalla.
Los encuentros clandestinos de la pareja en Tanzania y Praga, poco después de la fracasada experiencia guerrillera del Congo, son momentos duros. En enero de 1966, al llegar a Tanzania disfrazada y después de un viaje con varias escalas, Aleida temblaba: "Llegué muy nerviosa, en un mar de dudas y con una incógnita mayor que la esfinge que había dejado atrás en El Cairo. Sin embargo, ese estado desapareció de inmediato, al darme cuenta de que era él, y que ya estábamos juntos de nuevo". A los cuatro meses, de nuevo luchó por reunirse en Praga con él, pese a las dudas del Che. Antes de encontrarse, Aleida recibió una carta de su esposo: "Dos letras. No es verdad que no quiera verte ni que huyera. (...) Vine para impulsar las cosas y ya se han impulsado algo; no creí bueno que vinieras porque podrían detectarte (checos o enemigos), porque se notaría nuevamente tu ausencia de Cuba, porque cuesta plata y porque me afloja las patas. Si Fidel quiere que vengas, que los pese él (los factores que pueden interesarle) y decida...".
En octubre de 1966, el último encuentro de Guevara con Aleida y sus hijos, en una casa de seguridad en La Habana antes de partir hacia Bolivia, fue especialmente amargo. El Che estaba "transformado ya en el viejo Ramón", calvo y con unas gruesas gafas y aparentaba tener unos 60 años. Quería despedirse de sus hijos. "Cuando llegaron los niños, les presenté a un uruguayo muy amigo de su papa que quería conocerlos. (...) Tanto para el Che como para mí fue un momento muy difícil, en particular para él en extremo doloroso, porque estar tan cerca de ellos y no podérselo decir, ni tratarlos como deseaba, lo ponía ante una de las pruebas más duras por las que había tenido que pasar".
De esa casa Guevara salió hacia el aeropuerto. Ella no lo vio nunca más, pero poco después de su partida recibió un poema que dejó escrito para ella: "Adiós, mi única, no tiembles ante el hambre de los lobos / ni en el frío estepario de la ausencia / del lado del corazón te llevo / y juntos seguiremos hasta que la ruta se esfume". Cuarenta años después de la muerte del Che en Bolivia y alentada por sus hijos, Aleida se ha decidido a contar secretos guardados celosamente; no son políticos ni pretenden cambiar la biografía del Che, pero descubren al mito en su intimidad.
Flechazo en la toma de Santa Clara
Aleida March tenía 24 años cuando conoció al Che en la sierra del Escambray, en noviembre de 1958. De origen campesino, era una activa militante clandestina del Movimiento 26 de julio y subió a la sierra con el encargo de llevar dinero a la guerrilla.
En aquel mes largo de combates surgió el idilio. Confiesa Aleida que el Che "no escogió el mejor momento" para declararse, el 2 de enero de 1959, mientras avanzaba la caravana guerrillera hacia La Habana: "Se sirvió de un momento en que nos encontrábamos solos, sentados en el vehículo. Me dijo que se había dado cuenta de que me quería el día que la tanqueta nos cayó atrás, cuando la toma de Santa Clara, y que había temido que me pasara algo". Y añade: "A aquella confesión inesperada, medio dormida como estaba, no le di la importancia que tenía".
Tras la boda, que se efectuó el 2 de junio, días después de que el Che obtuviera el divorcio de su primera esposa, la peruana Hilda Gadea -con quien tuvo una hija, Hildita-, el matrimonio vivió dos años en varias casas itinerantes, acompañados de colaboradores y soldados. En 1962, se mudaron a una casa en el barrio de Nuevo Vedado. Esa casa es hoy el Centro Che Guevara, dedicado a la divulgación del pensamiento del guerrillero.