Encuentros con Che Guevara
04/10/2007
ESPIA SOVIETICO RELATA SOBRE SUS ENTREVISTAS
En ocasión del décimocuarto aniversario de la muerte de Che Guevara,el 8 de octubre, en la prensa rusa han aparecido muchas páginas dedicadas a su figura, incluido ya entre los protagonistas notables del movimiento revolucionario socialista en el siglo pasado. Nikolai Leónov, historiador, publicista y antiguo agente secreto soviético narra alguno de sus encuentros con el Che.
Esto ocurrió en junio de 1956 en México, donde un grupo de revolucionarios cubanos, bajo la dirección de Fidel Castro preparaban la expedición del "Granma" hacia Cuba. Entonces, yo trabajaba como traductor en la embajada soviética en México, y decidí visitar a mi amigo Raúl Castro con quien cruzamos el Atlántico a bordo del buque italiano "Andrea Gritti", entre mayo y junio de 1953.
Ese día, Raúl estaba indispuesto, y junto a su lecho, había un desconocido narrando chistes que hacían reír al enfermo, ese cuentista era el Che.
Tras presentarnos, Raúl bromeó que el Che no había venido a combatir con humor su enfermedad, sino que se había enterado de la llegada desde Cuba un paquete con cigarros y esperaba su parte. Entre risas, Raúl, sacó de bajo de la cama el paquete con los cigarros, entregó un puñado al Ché y ojos brillaron de gozo.
Por aquellos años, la mayor parte de América Latina estaba dominada de regímenes militares dictatoriales que defendían los intereses de los monopolios estadounidenses y sus clanes oligarcas. México era la única isla de democracia en el continente y hacia allí llegaban los emigrantes tras cada intento fallido de derrocar a gobiernos marionetas pronorteamericanos.
Durante nuestra primera charla, el Che me pidió que le consiguiese las mejores obras de la literatura soviética, "Así se forjó el acero", de Nikolai Ostrovski, "Chapáev", de Dimitri Fúrmanov, y "La Novela de un hombre de verdad", de Borís Polevoy. Le prometí al Che que cumpliría su pedido y le entregué una de mis tarjetas para que pudiera buscarme en la embajada. Una semana más tarde, el recepcionista de la embajada me pidió acudir a la sala para visitantes donde me esperaba el Che, le entregué los libros y lo noté ausente. Me dio a entender que él y sus compañeros tendrían por delante experiencias peligrosas. Nos despedimos, como resultó durante un plazo de tres años y medio.
Una semana después de ese encuentro, la prensa mexicana informó de que bajo presiones del dictador cubano Fulgencio Batista, la policía federal había efectuado arrestos y allanamientos entre emigrantes cubanos. Uno de los periódicos mencionó que en la vivienda de Che Guevara fue encontrada una tarjeta de visita perteneciente a un funcionario de la embajada soviética. Contra los cubanos llovieron acusaciones de sus contactos con Moscú, y el embajador soviético me acusó de contactos "desautorizados" con representantes dudosos entre los círculos de emigrantes. Me ordenaron regresar a la Patria, por cuento había violado la norma que establecía no dejar ningún indicio sobre los contactos con la emigración.
Partimos casi al mismo tiempo, los expedicionarios a bordo del Granma" comandados por Fidel desembarcaron en las costas de Cuba en noviembre de 1956, y yo llegué a Moscú, con recomendaciones desfavorables y una prohibición para trabajar en la cancillería.
Mi segundo encuentro con el Che ocurrió en febrero de 1960 en Cuba, durante una visita oficial del primer viceprimer ministro del Consejo de Ministros de la URSS, Anastasio Mikoyán y yo, miembro de la delegación en calidad de traductor del ministro. Con recomendaciones mías, el Gobierno soviético escogió los regalos para el Che, dos pistolas y municiones. Nos encontramos en una modesta vivienda para oficiales en la población militar Colombia, donde residía el Che. Recuerdo la curiosidad casi infantil con el que Che examinaba las armas, mientras me atiborraba de preguntas sobre la URSS, asuntos personales y la postura de Moscú con la revolución cubana.
La tercera y última ocasión que estuve con el Che Guevara fue en el otoño boreal de 1960 cuando me pidió que fuera su traductor durante su primera visita a Moscú.
Fidel le había encargado encontrar mercado para dos millones de toneladas de azúcar paralizadas en la isla por el bloqueo económico impuesto por Estados Unidos. Durante esa visita, el Che logró firmar un contrato sobre la venta de
1.200 000 toneladas de azúcar a la URSS, y las 800.000 toneladas restantes en contratos similares con otros países socialistas y China.
En aquella ocasión tuvimos más tiempo para conversar con más tranquilidad y confianza. El Che sugirió organizar una cena de amigos en atmósfera familiar, pero la mayoría de nosotros vivíamos en viviendas de inquilinato poco aptas para acoger invitados. Con gran dificultad encontramos un lugar más o menos decente, era un apartamento donde vivía Alexandr Alexéiev, conocido cercano del Che y que posteriormente sería embajador soviético en Cuba. Decidimos organizar una cena por lo alto y asombrar a nuestro huésped con platos rusos de lujo como caviar, salmón dorado, esturión ahumado y otros manjares. La gran desilusión ocurrió cuando el Che en la mesa explicó que no podía comer pescado porque le provocaba ataques de asma. Ya era tarde, las tiendas estaban cerradas, y afortunadamente nuestro pánico se evaporó cuando el Che autorizado por la anfitriona le dio un vistazo a la nevera. Encontró media barra de salchichón barato para acompañar el té y con gran deleite comenzó a comerlo, "no había probado nada más sabroso en todo el tiempo que llevo en la URSS" dijo.
A propósito, en Moscu fueron menos los ataques de asma que frecuentemente le atormentaban, el aire ruso más frío y seco que el del trópico influyó favorablemente en su salud, y también en su estado de ánimo porque todo el tiempo estuvo de muy buen humor.
En la mesa, la conversación versó sobre el papel de los líderes y la revolución, entonces dijo que todavía no podía afirmar si la revolución cubana resistiría las condiciones del bloqueo económico y la intervención impuestas por EEUU.
Afirmó que incluso ante el desenlace más trágico, no habría necesidad de buscarlo en las listas de refugiados políticos en las embajadas extranjeras.
Descubrí muchos rasgos desconocidos del carácter del Che. Ante los dirigentes soviéticos no manifestaba ningún indicio de veneración. La dignidad, nobleza, y discreción se manifestaban en esa persona con una armonía natural.
El 7 de noviembre de 1960, el Che fue invitado a presenciar un desfile en la Plaza Roja y en calidad de invitado del Ministerio de Comercio Exterior fue acomodado en una tribuna al lado del Mausoleo donde se encontraba la tribuna de honor.
De repente, se acercó un funcionario del aparato del Comité Central del Partido Comunista quien nos dijo que el líder soviético Nikita Jruschov invitaba al Che a subirse a la tribuna de honor. El Che rehusó porque consideraba que en el Mausoleo deben estar o los jefes de Gobierno o los líderes de los partidos comunistas hermanos, y el emisario con esa respuesta se marchó.
Minutos después regresó con una invitación más categórica, con visos de orden que el Che acató, aunque en su interior no estuvo de acuerdo.
Muy pronto después de ese encuentro viajé a México y seguí las actividades del Che por la prensa y las noticias de nuestros amigos comunes. Allí me sorprendió la información sobre su muerte en Bolivia. El corazón de muchas personas no quiso aceptar la trágica noticia. Yo estaba entre ellos. Era imposible admitir que la humanidad de nuevo quedó huérfana tras perder posiblemente, el más valioso, generoso y auténtico de sus hijos.
PEDRO CLAVIJO P