martes, 11 de octubre de 2011

Ernesto Che doctor Guevara Sanidad curar al enemigo Higiene social subdesarrollo

De: UNI Melaneo Maden Betancourt [mailto:cceac@cubaniquel.moa.minbas.cu]

M. Sc. Melaneo Maden Betancourt

          Coordinador y relaciones

          comunitarias del Centro Cultural de

          Educación Ambiental Comunitario de CUBANIQUEL.

          Carretera Moa-Sagua, Km. 1 1/2, Moa, Holguín, Cuba, TEL. (53) (024) 60 2156, 60 8283 Fax. (53)(024) 60 2201

 

'' Mi oficio es contar todo lo bello, encender el entusiasmo por todo lo noble, admirar y hacer admirar todo lo grande''.

 

                                                                                                                                       José Martí Pérez.


De: ECG Bertha Fuentes Breff
Enviado el: Martes, 11 de Octubre de 2011 02:54 p.m.

ERNESTO CHE GUEVARA Y LA MEDICINA


DISCURSO DEL DR. ERNESTO GUEVARA EN SU VISITA AL COLEGIO MÉDICO NACIONAL...
LA ORGANIZACIÓN SANITARIA DE LA GUERRILLA...
LA ESCUELA DE ENTRENAMIENTO DEL GUERRILLERO Y LA SANIDAD...
LA TAREA DE CURAR COMO MÉDICO DE LA GUERRILLA...
EL DILEMA DE SER MÉDICO O SOLDADO DE LA GUERRILLA...
EL DEBER MÉDICO DE CURAR SOLDADOS ENEMIGOS...
EL MÉDICO GUERRILLERO, AUNQUE SOLDADO, SIEMPRE MÉDICO...
LA IMPORTANCIA DE NO FALSEAR LOS DATOS DE MORTALIDAD ENEMIGA...
CUIDAR HERIDOS COMO TAREA DEL MÉDICO EN LA FASE NÓMADA DE LA GUERRILLA...
CONTINUIDAD HISTÓRICA DE LA CIENCIA...
LA TÉCNICA AL SERVICIO DE LA SOCIEDAD SOCIALISTA...
LA LETRINA SÍMBOLO DE LA HIGIENE SOCIAL DEL SUBDESARROLLO...
SOBRE NÚMERO DE EJEMPLARES DE UNA PUBLICACIÓN MÉDICA...
EL MÉDICO REVOLUCIONARIO...

DISCURSO DEL DR. ERNESTO GUEVARA EN SU VISITA AL COLEGIO MÉDICO NACIONAL.  

13 de enero de1959.

La verdad es que no traigo ningún discurso escondido, como el que se aparece con el discursito bajo el brazo, declinando el inmerecido honor de ser designado para hablar por no estar preparado, etc. Yo vine aquí a cumplir con mis deberes un poco olvidados de médico, a presentar mis saludos nada más. Sinceramente estoy un poco desacostumbrado, mejor dicho, estoy totalmente desacostumbrado a ocupar la presidencia o el estrado de una reunión de profesionales y creo que si hubiera seguido mi vida por los cauces de la ciencia nunca hubiera llegado aquí. De modo de que todavía los espadones tienen su beligerancia en América, ya que he podido rápidamente llegar aquí a este estrado y decir algunas palabras.

Considero, ya para decir algo, que no hay que maravillarse de ninguna manera que un extranjero o de afuera, como dijo el doctor Velasco, venga a luchar por Cuba, porque precisamente en Cuba vivió Martí, y habló y enseñó Martí, cuya aspiración máxima era hacer de toda América una sola. Yo les confieso que nunca me sentí extranjero, ni en Cuba ni en cualquiera de todos los países que he recorrido, he tenido una vida un poco aventurera. Me he sentido guatemalteco en Guatemala, mexicano en México, peruano en Perú, como me siento hoy cubano en Cuba y naturalmente como me siento argentino aquí y en todos los lados, ese es el estrato de mi personalidad, no puedo olvidar el mate y el asado. Lo único es que yo creo, que ya que estamos aquí podemos hablar de algo más importante todavía, del aporte necesario de la clase médica a nuestra revolución, no de lo que ya daba, lo que ya ha dado es reconocido por todo el mundo, quizás haya sido de todas las profesiones la que más aporte de sangre, más aporte de hombres ha dado a la revolución, no recuerdo ninguna de nuestras columnas que no contara con los servicios de algún médico y a veces con más de un médico.

En la marcha de la invasión siempre consideraba que uno de los héroes era un colega nuestro, el Dr. De la O, nuestro compañero Fernández también vino, pero no lo considero un héroe, porque no me considero un héroe yo, ya que por su juventud podía serlo, de la O es un individuo de muchos años y un poco fuera de forma, tuvo que hacer una marcha en condiciones sumamente difíciles. Es decir, en el panorama, este trágico por que hemos pasado, la clase médica ha hecho su aporte beligerante, pudiéramos decir. Yo considero como médico que siempre me han preocupado las cuestiones sociales, que ahora llega el momento de hacer aportes substanciales para cambiar radicalmente los sistemas de salubridad imperantes en Cuba, como en todas las naciones.

En este andar que hacía, un poco curioso por todos los países de América, he visto desgraciadamente que una de las cosas que estaban más atrasadas era la sanidad, y es nuestra experiencia de la Sierra Maestra que no hay sanidad. Muchos muchachos me decían a mí en México, que Cuba era algo diferente, que Cuba no era un país como México, donde realmente la sanidad fuera de la Capital es cero, pero yo me he podido dar cuenta de que en muchos lados de Cuba también la sanidad es completamente desconocida, nuestro reducto en la Sierra Maestra en mayor grado que ningún otro lado de Cuba, la falta de toda organización sanitaria, como el analfabetismo que es casi total. La Sierra Maestra es un lugar de Cuba que parecía sacado de Cuba, venido de otro lado, después he visto que en las ciudades y he visto incluso en el campo, en las zonas agrícolas más ricas, que tenían un panorama completamente diferente.

Yo creo que lo que hay que hacer ahora en estos días de triunfo y de paz, es prepararse a luchar honestamente y ardientemente para que toda la sanidad cubana dé un paso adelante importante, para llegar rápidamente a poder hacer todos los dispensarios y los servicios en esas zonas y también para modernizar muchos otros. Hemos tenido oportunidad de pasar todavía por centros de investigaciones y por muchos servicios aquí en la capital, pero me doy cuenta que todavía hay mucho que hacer y me tomo el atrevimiento de iniciar la crítica aquí, justamente porque me considero cubano y creo que no sólo tengo el derecho sino el deber de llamar la atención cada vez que encuentre que algo no está bien.

Yo creo que ahora es el momento de empezar a pensar seriamente, yo lo estaba comentando hace un momento con los compañeros, el Dr. Del Valle y el Dr. Rodríguez, sobre los nuevos derroteros que tiene que tomar la medicina en Cuba, ya que hemos hecho una revolución que quizás sea absolutamente histórica y marque un nuevo paso en el desarrollo de la lucha de los pueblos de América por su liberación, debemos completarlas también en todas las ramas y llevar valientemente la medicina social y llegar hasta donde sea posible.

Desde ya, no voy a sentar pautas, nada más que dar ese toque de atención sobre el punto, porque no tengo ninguna preparación para ello y además, me toca ahora también pedir disculpas por meterme en camisas de once varas y hablar de cosas que no debía tocar, en todo caso yo aquí debía hablar de temas de guerrillas, que sí los conozco bien porque los he aprendido y no de temas médicos, pero como he sido invitado por el Colegio Médico y se me dio la oportunidad de decir estas palabras, pues quería llamar la atención de todos los compañeros sobre este particular.

Tribuna Médica de Cuba 20/18 Enero-junio de 1959

LA ORGANIZACIÓN SANITARIA DE LA GUERRILLA.  

Uno de los graves problemas que confronta el guerrillero es su indefensión frente a todos los accidentes de la vida que lleva y sobre todo frente a las heridas y enfermedades, muy frecuentes en la guerra de guerrillas. El médico cumple en la guerrilla una función de extraordinaria importancia, no sólo la estricta de salvar vidas, en que muchas veces su intervención científica no cuenta, dados los mínimos recursos de que está dotado, sino también en la tarea de respaldar moralmente al enfermo y de hacerle sentir que junto a él hay una persona dedicada con todos sus esfuerzos a aminorar sus males y la seguridad de que esa persona va a permanecer al lado del herido o enfermo hasta que se cure o pase el peligro.

La organización de los hospitales depende mucho del momento histórico de las guerrillas. Se pueden dar tres tipos fundamentales de organizaciones hospitalarias que corresponden a las formas de vida.

En este desarrollo histórico tenemos una primera fase nómada. En ella el médico, si es que lo hay, viaja constantemente con sus compañeros, es un hombre más, tendrá muy probablemente que hacer todas las otras funciones del guerrillero, incluso la de pelear, y tendrá sobre sí la fatigosa y a veces desesperante tarea de tratar casos en los cuales se puede salvar una vida con un tratamiento adecuado y no existen los medios para ello. Es la etapa en que el médico tiene más influencia sobre la tropa, más importancia en su moral. En este momento del desarrollo de las guerrillas el médico alcanza a plenitud su característica de verdadero sacerdote que parece llevar para los hombres, en su mochila desprovista, el consuelo necesario. Es incalculable lo que significa para el que está sufriendo, una simple aspirina, dada por la mano amiga de quien siente y hace suyos los sufrimientos. Por eso, el médico de la primera época debe ser una persona totalmente identificada con los ideales de la revolución, pues su prédica prenderá en la tropa con mucho más vigor que la dada por cualquier otro miembro de ella.

En el curso de los acontecimientos normales de la guerra de guerrilla, se pasa a otra etapa que podríamos llamar "seminómada". En este momento hay campamentos, frecuentados por lo menos, por la tropa guerrillera; casas amigas de entera confianza donde se pueden guardar objetos e incluso dejar heridos y la tendencia cada vez más marcada de la tropa a sedentarizarse. En este momento la tarea del médico es menos fatigosa, puede tener un equipo quirúrgico de extrema urgencia en su mochila y tener otro más vasto, para operaciones más calmas, en alguna casa amiga. Pueden dejarse los enfermos y heridos al cuidado de los campesinos que, amorosamente, prestarán su auxilio y contar con un mayor número de medicinas guardadas en lugares convenientes, las que deben estar perfectamente catalogadas, o lo mejor catalogadas posible, dentro de las circunstancias en que se vive. En esta misma etapa seminómada, si llega a haber lugares absolutamente inaccesibles, se pueden establecer hospitales o casa-hospitales donde vayan los heridos y enfermos a reponerse.

En la tercera etapa, cuando ya hay zonas inconquistables para el enemigo, es cuando se estructura de verdad una organización hospitalaria. En su etapa más perfecta dentro de las posibilidades, puede constar de tres centros de diferentes categorías. Al nivel de la línea de combate, debe haber un médico, el combatiente, el más querido por la tropa, el hombre de batalla, cuyos conocimientos no tienen que ser demasiado profundos; y digo esto porque la labor en aquellos momentos es más que todo de alivio y de preparación del enfermo o herido y la real tarea médica se hará en hospitales más profundamente situados. No debe sacrificarse a un cirujano de calidad en las líneas de fuego.

Cuando un hombre cae en la primera línea, algunos camilleros sanitarios, si es posible, dada la organización de la guerrilla, lo llevarán al primer puesto, si no fuera así, los compañeros mismos se encargarán de este trabajo. El transporte de heridos en las zonas escabrosas es uno de los acontecimientos más delicados y uno de los percances más infortunados por el que pueda pasar un soldado. Quizá sea más duro el transporte de cualquier herido, por los sufrimientos mismos del enfermo y para la capacidad de sacrificio de la tropa, que el mismo hecho de la herida, por grave que ella sea. El transporte se puede hacer de muchas formas, de acuerdo con las características del terreno, pero en sitios escabrosos y arbolados, que son los ideales para lucha de guerrillas, hay que caminar de uno en fondo; en esta forma, lo ideal es transportarlo en una larga pértiga, usada como travesaño, colocado el herido en una hamaca que cuelgue de ella.

Los hombres, turnándose, llevan el peso, uno adelante y otro atrás, pero rápidamente deben dejar el paso a dos compañeros más, pues los sufrimientos en los hombros son muy grandes y poco a poco se va desgastando el individuo, contando además conque lleva un peso muy considerable y delicado.

Cuando el soldado herido, pasa ese primer hospital, va ya con la información de lo que se le ha hecho, a un segundo centro, donde hay cirujanos y especialistas, dentro de las posibilidades de la tropa, en el cual se le hacen todas las operaciones de mayor envergadura que se estime sean convenientes para salvar la vida o asegurar el estado del individuo. Este es el segundo escalón. Después, ya en el plano de tercer escalón, se constituyen hospitales con las mejores comodidades posibles para investigar directamente en las zonas afectadas las causas y los efectos del mal que pueda acosar a los habitantes de la zona. Estos hospitales del tercer grupo, ya correspondientes a una vida sedentaria, no solamente son centros de restablecimiento y de operaciones de no mucha urgencia, sino además establecimientos en conexión con la población civil, en la que ejercen su función orientadora los higienistas. Deben fundarse también dispensarios que permitan una adecuada vigilancia individual. Los hospitales de este tercer grupo podrán tener, de acuerdo con la capacidad de abastecimiento de la organización civil una serie de comodidades que permitan incluso el diagnóstico por laboratorio y la radiografía.

Otros individuos útiles son los ayudantes del médico, estos, en general, son jóvenes con alguna vocación y algunos conocimientos, con bastante fortaleza física, que no tienen armas, algunos porque su vocación es esa y la mayoría de las veces porque no hay suficiente número de ellas para todos los brazos que quieran empuñarlas. Estos ayudantes serán los encargados de llevar la mayoría de los medicamentos, alguna camilla o hamaca, de ser posible, dependiendo estos de las circunstancias; tendrán que atender a los heridos en cualquier combate que se produzca.

Las medicinas necesarias deben obtenerse a través de contactos con organizaciones de sanidad que estén en la retaguardia del enemigo, aún cuando en algunos casos se pueden conseguir incluso de la organización de la Cruz Roja Internacional, pero no se debe contar con esta posibilidad, y menos en los primeros momentos de lucha. Hay que organizar un aparato que permita traer rápidamente el medicamento necesario en caso de peligro e ir abasteciendo a todos los hospitales de lo necesario para su trabajo, tanto militar como civil. Además, deben hacerse contactos con médicos de las localidades cercanas, capaces de intervenir algunos heridos que no estén al alcance de la capacidad o de los medios con que cuenta el de la guerrilla.

Los médicos necesarios para este tipo de guerra son de varias características; el médico combatiente, el compañero de sus hombres, es el tipo de primer momento y sus funciones van finalizando a medida que se va complejizando la acción de la guerrilla y se van estructurando una serie de organismos anexos. Los cirujanos generales, son la mejor adquisición para un ejército de estas características. Si se contara con un anestesista sería mejor, aun cuando casi todas las operaciones sean realizadas más con anestesia gasificada con la base de "largactil" y pentotal sódico, mucho más fácil de administrar y también de conseguir y conservar. Además de los cirujanos generales, son muy útiles los ortopédicos, pues hay cantidad de fracturas provocadas por accidentes en la zona y, también, muy frecuentemente, por balas en los miembros, que producen este tipo de herida. El clínico cumple su función dentro de la masa campesina, pues en general las enfermedades de los ejércitos guerrilleros son de muy fácil diagnóstico, al alcance de cualquiera, y lo más difícil es la corrección de las mismas que se producen por carencias nutricionales.

En una etapa mucho más avanzada puede incluso haber laboratoristas, si hubiera buenos hospitales, para hacer ya una tarea completa. Se deben hacer llamados a todos los sectores profesionales cuyos servicios se necesiten, y es muy fácil que respondan a este llamado y vengan a prestar su concurso. Se necesitan profesionales de todas clases, los cirujanos son muy útiles y los dentistas también. Debe llamarse a los dentistas explicando que se incorporen con aparatos de campaña sencillos y un torno, también de campaña, con el que pueden trabajar y hacer prácticamente todos los arreglos necesarios.

La Guerra de Guerrillas
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. Pp. 109-113

LA ESCUELA DE ENTRENAMIENTO DEL GUERRILLERO Y LA SANIDAD.  

El entrenamiento del soldado libertador, en lo fundamental, es la propia vida de la guerrilla y no puede existir un jefe que no haya aprendido en el ejercicio diario de las armas su difícil oficio.

Deben hacerse ejercicios físicos, fundamentalmente de dos tipos: una gimnasia ágil con enseñanza para la guerra tipo comando, agilidad en el ataque y la retirada, y marchas violentas, extenuantes, que vayan endureciendo al recluta para esta existencia. Realizar, sobre todo, vida al aire libre. Sufrir todas las inclemencias del tiempo en un estrecho contacto con la naturaleza, como se hace en guerrilla.

Debe tener la escuela su pequeña organización de sanidad, con un médico o enfermero, de acuerdo con las posibilidades, que brinde a los reclutas la mejor atención posible.

La Guerra de Guerrillas
Ernesto Che'' Guevara. Obras. 1957-1967
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. Pp. 121 y 122

LA TAREA DE CURAR COMO MÉDICO DE LA GUERRILLA.  

Señales desacostumbradas empezaron a ocurrir a medio día, cuando los aviones Biber y otros tipos de avionetas del ejército y de particulares empezaron a rondar por las cercanías. Algunos de nuestro grupo, tranquilamente, cortaban caña mientras pasaban los aviones sin pensar en lo visibles que eran dadas la baja altura y poca velocidad a que volaban los aparatos enemigos. Mi tarea en aquella época, como médico de la tropa, era curar las llagas de los pies heridos. Creo recordar mi última cura en aquel día. Se llamaba aquel compañero Humberto Lamotte y esa era su última jornada. Está en mi memoria la figura cansada y angustiada llevando en la mano los zapatos que no podía ponerse mientras se dirigía del botiquín de campaña hasta su puesto.

Allí vi al gran compañero Raúl Suárez, con su dedo pulgar destrozado por una bala y Faustino Pérez vendándoselo junto a un tronco.

Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. Pp. 198 y 200

EL DILEMA DE SER MÉDICO O SOLDADO DE LA GUERRILLA.  

Quizás esa fue la primera vez que tuve planteado prácticamente ante mí el dilema de mi dedicación a la medicina o a mi deber de soldado revolucionario. Tenía delante una mochila llena de medicamentos y una caja de balas, las dos eran mucho peso para transportarlas juntas; tomé la caja de balas, dejando la mochila para cruzar el claro que me separaba de las cañas. Recuerdo perfectamente a Faustino Pérez, de rodillas en la guardarraya, disparando su pistola ametralladora.

Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
Ernesto «Che» Guevara. Obras.1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. P. 199.

EL DEBER MÉDICO DE CURAR SOLDADOS ENEMIGOS.  

Llegamos hasta el batey donde tomamos prisionero a los dos soldados que habían escapado a mi ametralladora y también al médico y su asistente. Con el médico, un hombre canoso y reposado cuyo destino posterior no conozco -no sé si actualmente estará integrado a la Revolución- sucedió un caso curioso: mis conocimientos de medicina nunca fueron demasiado grandes; la cantidad de heridos que estaban llegando era enorme y mi vocación en ese momento no era la de dedicarme a la sanidad; sin embargo, cuando fui a entregarle los heridos al médico militar, me preguntó cuántos años tenía y acto seguido, cuándo me había recibido. Le expliqué que hacía algunos años y entonces me dijo francamente: "Mira, chico, hazte cargo de todo esto, porque yo me acabo de recibir y tengo muy poca experiencia". El hombre, entre su inexperiencia y el temor lógico de la situación, al verse prisionero se había olvidado hasta la última palabra de medicina. Desde aquel momento tuve que cambiar una vez más el fusil por mi uniforme de médico que, en realidad, era un lavado de manos.

Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana.. 1970. Tomo I. Pp. 267-268

EL MÉDICO GUERRILLERO, AUNQUE SOLDADO, SIEMPRE MÉDICO.  

El reencuentro con la profesión médica tuvo para mí algunos momentos muy emocionantes. El primer herido que atendí, dada su gravedad, fue el compañero Cilleros. Una bala había partido su brazo derecho y, tras de atravesar el pulmón, aparentemente se había incrustado en la columna, privándolo del movimiento en las dos piernas. Su estado era gravísimo y apenas si me fue posible darle algún calmante y ceñirle apretadamente el tórax para que respirara mejor. Tratamos de salvarlo en la única forma posible en esos momentos; llevándonos los catorce soldados prisioneros con nosotros y dejando a dos heridos: Leal y Cilleros, en poder del enemigo y con la garantía del honor del médico del puesto. Cuando se lo comuniqué a Cilleros, diciéndole las palabras reconfortantes de rigor, me saludó con una sonrisa triste que podía decir más que todas las palabras en ese momento y que expresaba su convicción de que todo había acabado. Lo sabíamos también y estuve tentado en aquel momento de depositar en su frente un beso de despedida pero, en mi más que en nadie, significaba la sentencia de muerte para el compañero y el deber me indicaba que no debía amargar más sus últimos momentos con la confirmación de algo de lo que él ya tenía casi absoluta certeza. Me despedí, lo más cariñosamente que pude y con enorme dolor, de los dos combatientes que quedaban en manos del enemigo. Ellos clamaban que preferían morir en nuestras tropas, pero teníamos nosotros también el deber de luchar hasta el último momento por sus vidas. Allí quedaron, hermanados con los 19 heridos del ejército batistiano a quienes también se había atendido con todo el rigor científico de que éramos capaces. Nuestros dos compañeros fueron atendidos decentemente por el ejército enemigo, pero uno de ellos, Cilleros, no llegó siquiera a Santiago. El otro sobrevivió a la herida, pasó prisionero en Isla de Pinos todo el resto de la guerra y hoy todavía lleva huellas indelebles de aquel episodio importante de nuestra guerra revolucionaria.

Cargando en uno de los camiones de Babún la mayor cantidad posible de artículos de todo tipo, sobre todo medicinas, salimos los últimos, rumbo a nuestras guaridas de la montaña donde llegamos todavía a tiempo para atender a los heridos y despedir a los caídos, que fueron enterrados junto a un recodo del camino. Se preveía que la persecución iba a ser muy grande y se resolvió que la tropa capaz de caminar debía poner distancia entre este lugar y los guardias mientras que los heridos quedarían a mi cargo y Enrique López se encargaría de suministrarme el transporte, el escondrijo y algunos ayudantes para trasladar los heridos y todos los contactos para poder recibir medicinas y curarlos en la forma debida.

Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. Pp. 270-271

LA IMPORTANCIA DE NO FALSEAR LOS DATOS DE MORTALIDAD ENEMIGA.  

Por curiosidad estadística tomé nota de todos los enemigos muertos por los narradores durante el curso del combate y resultaban más que el grupo completo que se nos había opuesto, la fantasía de cada uno había adornado sus hazañas. Con ésta y otras experiencias similares, aprendimos claramente que los datos deben ser avalados por varias personas; incluso, en nuestra exageración, exigíamos prendas de cada soldado caído para considerarlo realmente como una baja del enemigo, ya que la preocupación por la verdad fue siempre tema central de las informaciones del Ejército Rebelde y se trataba de infundir en los compañeros el respeto profundo por ella y el sentido de lo necesario que era anteponerla a cualquier ventaja transitoria.

Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. P. 272.

CUIDAR HERIDOS COMO TAREA DEL MÉDICO EN LA FASE NÓMADA DE LA GUERRILLA.  

Al día siguiente del combate de Uvero, desde el amanecer los aviones patrullaban el aire. Agotados los saludos despidiendo a la columna que seguía su marcha, nos dedicábamos a borrar las huellas de nuestra entrada al monte. Estábamos sólo a unos cien metros de un camino de camiones y esperamos la llegada de Enrique López, que debía encargarse de ayudarnos a la búsqueda de nuestro escondite y el traslado hacia él.

Los heridos eran Almeida y Pena, que no podían caminar, Quike Escalona, en la misma situación, Manals, a quien recomendaba que no caminara por su herida en el pulmón, Manuel Acuña, Hermes Leyva y Maceo: estos tres, con posibilidades de marchar por sus propios medios. Para defenderlos, curarlos y trasladarlos, estábamos Vilo Acuña, Sinecio Torres, el práctico, Joel Iglesias, Alejandro Oñate y yo. Bien adentrada la mañana vino un informante a decirnos que Enrique López no podía auxiliarnos porque tenía una niña enferma y había tenido que salir para Santiago, quedó en mandarnos algunos voluntarios para ayudar, pero hasta el día de hoy los estamos esperando.

La situación era difícil, pues, Quike Escalona tenía sus heridas infectadas y no podía precisar la gravedad de la de Manals. Exploramos los caminos vecinos sin encontrar soldados enemigos y resolvimos trasladarlos a un bohío que estaba a tres o cuatro kilómetros donde había una buena cantidad de pollos y que estaba abandonado por su dueño.

En este primer día dos obreros de los aserríos nos ayudaron en la fatigosa tarea de llevar los heridos en hamacas. Al amanecer del día siguiente, después de comer abundantemente y liquidar una buena ración de pollos, salimos rápidamente del lugar, pues habíamos permanecido un día completo después del ataque, prácticamente en el mismo sitio, cercano a carreteras por donde podían llegar los soldados enemigos, precisamente el lugar donde estábamos era el fin de uno de esos caminos hechos por la compañía de Babún con fines de exploración forestal. Con nuestra poca gente disponible iniciamos una jornada corta, pero muy difícil; consistía en bajar hasta el fondo del arroyo llamado Del Indio y subir por un estrecho sendero hasta un vara en tierra donde vivía un campesino llamado Israel con su señora y un cuñado. Fue realmente penoso el trasladar los compañeros por zonas tan abruptas, pero lo hicimos, aquella gente nos entregó hasta la cama de matrimonio para que durmieran allí los heridos.

Habíamos dejado escondidas en el lugar del primer campamento una porción de armas en mal estado que no podíamos trasladar y gran variedad de implementos, constituyendo un botín de guerra de menor categoría que íbamos dejando en nuestro camino a medida que aumentaba el peso de los heridos. Siempre quedaban en algún bohío rastros de nuestra permanencia en forma de algún objeto olvidado; por eso, como teníamos tiempo, resolvimos repasar bien el lugar anterior para borrar toda huella, ya que dependía precisamente de eso nuestra seguridad; simultáneamente Sinecio, el práctico, partió para buscar algunos conocidos que tenía en esa zona de Peladero.

Al poco tiempo Acuña y Joel Iglesias me avisaron que habían escuchado voces extrañas en la otra ladera. Realmente pensamos que había llegado la hora de combatir en circunstancias muy difíciles, pues nuestra obligación era defender hasta la muerte la carga preciosa de heridos que nos habían encomendado, avanzamos tratando de que el encuentro se pordujera lo más lejos del bohío, unas huellas de pies descalzos en el sendero, lo que nos pareció muy extraño, indicaban que los intrusos habían pasado por el mismo camino. Acercándonos cautelosamente escuchamos una conversación en tono desaprensivo en la que intervenían varios sujetos, montando mi ametralladora Thompson y contando con la ayuda de Vilo y Joel avanzamos sorprendiendo a los conversadores; resultaron ser los prisioneros de Uvero que Fidel había liberado y que venían caminando, buscando simplemente la salida. Algunos de ellos, venían descalzos, un cabo viejo, casi desmayado, con una voz asmática manifestó su admiración por nosotros y nuestros conocimientos del monte. Venían sin guía y con sólo un salvoconducto firmado por Fidel; aprovechando la impresión que les había hecho la forma en que los habíamos sorprendido una vez más, los conminamos a no entrar al monte por nada.

Hombres de ciudad, no estaban acostumbrados a verse frente a las penas del monte y no sabían vencerlas. Salimos al claro de la casa donde habíamos comido los pollos y les mostramos el camino para alcanzar la costa, pero no sin antes precisarles una vez más que del monte hacia dentro éramos los dueños y que nuestra patrulla -porque nosotros aparecíamos como una simple patrulla- se encargaría inmediatamente de avisar a las fuerzas del sector de alguna presencia extraña. Pese a todo, lo prudente era movilizarse lo antes posible.

Esa noche la pasamos en el acogedor bohío, pero al amanecer nos trasladamos al monte y mandamos a los dueños de la casa a buscar gallinas para los heridos; todo el día nos pasamos esperando el regreso del matrimonio, pero éstos no volvieron. Tiempo después, nos enteramos que precisamente habían sido hechos prisioneros en la casita y, además, que al día siguiente a nuestra partida los soldados enemigos los utilizaron como guía y pasaron por donde había estado nuestro campamento el día anterior.

Nosotros conservábamos una buena vigilancia y no nos hubiera sorprendido nadie, pero el resultado de una batalla en esas condiciones era muy difícil de prever. Cerca del anochecer llegó Sinecio con tres voluntarios, uno viejo llamado Feliciano y dos que luego serían combatientes del Ejército Rebelde, Banderas, muerto con el grado de teniente en los combates del Jigüe e Israel Pardo, el mayor de una larga familia de luchadores, que actualmente tiene el grado de capitán. Estos compañeros nos ayudaron a trasladar rápidamente los heridos a un bohío del otro lado de la zona de peligro, mientras Sinecio y yo, hasta prácticamente entrada la noche, esperábamos la llegada del matrimonio con los víveres, naturalmente que no podían llegar ya que estaban prisioneros y nosotros, recelosos de alguna traición, resolvimos que de la nueva casa debíamos salir también temprano. La comida fue muy frugal y consistió en algunas viandas extraídas de las cercanías del bohío. El día siguiente, al sexto mes del desembarco del Granma, empezamos también temprano la jornada; las marchas eran fatigosas e increíblemente cortas para una persona avezada a las caminatas en las montañas, nuestra capacidad de transporte solamente alcanzaba para un herido puesto que, en las condiciones difíciles del monte, hay que llevar los heridos en hamacas colgadas de un tronco fuerte que literalmente destroza los hombros de los porteadores, que tienen que turnarse cada 10 ó 15 minutos, de tal manera que se necesita de 6 a 8 hombres para llevar un herido en estas condiciones. Acompañando a Almeida que iba medio arrastrándose, medio apoyándose, fuimos caminando muy lentamente, prácticamente de palo en palo hasta que Israel hizo un atajo en el monte y vinieron los porteadores para trasladarlo.

Después, un aguacero tremendo nos impidió llegar a la casa de los Pardo, pero al fin lo hicimos, cerca del anochecer. El pequeño espacio de una legua, 4 kilómetros de camino, había sido recorrido en 12 horas, es decir, a razón de 3 horas por kilómetro.

En aquellos momentos Sinecio Torres era el hombre providencial de la pequeña tropa, conocía los caminos y los hombres de la zona y nos ayudaba en todo. Fue él, el que dos días después sacó a Manals para que se dirigiera a Santiago a curarse; estábamos también preparando las condiciones para que se trasladara Quike Escalona que tenía sus heridas infectadas. Llegaban noticias contradictorias en estos días, a veces informaban que Celia Sánchez estaba presa, otras que había sido muerta. También circularon rumores de que una patrulla del ejército había tomado preso a Hermes Cardero, un compañero nuestro. Nosotros no sabíamos si creer o no noticias que a veces eran espeluznantes, pues Celia, por ejemplo, constituía nuestro único contacto conocido y seguro. Su detención significaba el aislamiento para nosotros; afortunadamente no resultó cierto lo de Celia aunque sí lo de Hermes Cardero que salvó milagrosamente la vida pasando por las mazmorras de la tiranía.

Pasajes de la Guerra Revolucionaria.
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo I. Pp. 273-276.

CONTINUIDAD HISTÓRICA DE LA CIENCIA.  

Nuestra posición cuando se nos pregunta si somos marxistas o no, es la que tendría un físico al que se le preguntara si es "newtoniano", o un biólogo si es "pasteuriano".

Hay verdades tan evidentes, tan incorporadas al conocimiento de los pueblos que ya es inútil discutirlas. Se debe ser "marxista" con la misma naturalidad con que se es "newtoniano" en física, o "pasteuriano" en biología, considerando que si nuevos hechos determinan nuevos conceptos, no se quitará nunca su parte de verdad a aquéllos otros que hayan pasado. Tal es el caso, por ejemplo, de la relatividad "einsteniana" o de la teoría de los "quantas" de Planck con respecto a los descubrimientos de Newton, sin embargo, eso no quita absolutamente nada de su grandeza al sabio inglés. Gracias a Newton es que pudo avanzar la física hasta lograr los nuevos conceptos del espacio. El sabio inglés es el escalón necesario para ello.

Discurso en el acto de despedida de las Brigadas Internacionales
de Trabajo Voluntario el 30 de septiembre de 1960.
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo II. P. 93

LA TÉCNICA AL SERVICIO DE LA SOCIEDAD SOCIALISTA.  

Pero ustedes, estudiantes del mundo, no olviden nunca que detrás de cada técnica hay alguien que la empuña, y que ese alguien es una sociedad, y que con esa sociedad se está, o se está contra ella. Y que en el mundo hay los que piensan que la explotación es buena, y los que piensan que la explotación es mala y que hay que acabar con ella. Y que, aún cuando no se hable de política en ningún lado, el hombre político no puede renunciar a esa situación inmanente a su condición de ser humano. Y que la técnica es un arma, y que quien sienta que el mundo no es perfecto como debiera ser, debe luchar porque el arma de la técnica sea puesta al servicio de la sociedad, y por eso rescatar antes a la sociedad para que toda la técnica sirva a la mayor cantidad posible de seres humanos, y para que podamos construir la sociedad del futuro, désele el nombre que se quiera. Esa sociedad con la que nosotros soñamos, y a la que nosotros llamamos, como le ha llamado el fundador del socialismo científico, "el comunismo".

Discurso resumen en el Primer Encuentro Internacional de Profesores
y Estudiantes de Arquitectura el 29 de septiembre de 1963
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo II. Pp. 228-229

LA LETRINA SÍMBOLO DE LA HIGIENE SOCIAL DEL SUBDESARROLLO.  

Me da la impresión de que se está pensando en hacer la letrina como una cosa fundamental. Eso mejora las condiciones sociales del pobre indio, del pobre negro, del pobre individuo que yace en una condición subhumana; "vamos a hacerle letrina y entonces, después que le hagamos letrinas, y después que su educación le haya permitido mantenerla limpia, entonces podrá gozar de los beneficios de la producción". Porque es de hacer notar, señores delegados, que el tema de la industrialización no figura en el análisis de los señores técnicos.

Para los señores técnicos, planificar es planificar la letrina. Lo demás, ¡quién sabe cuándo se hará! Si me permite el señor Presidente, lamentaré profundamente, en nombre de la delegación cubana, haber perdido los servicios de un técnico tan eficiente como el que dirigió este primer grupo, el Dr. Felipe Pazos. Con su inteligencia y su capacidad de trabajo, y nuestra actividad revolucionaria, en dos años Cuba sería el paraíso de la letrina, aun cuando no tuviéramos ni una de las 250 fábricas que estamos empezando a construir, aun cuando no hubiéramos hecho Reforma Agraria.

Discurso como delegado de Cuba ante el Consejo Interamericano Económico
y Social (CIES) el 8 de agosto de 1961, celebrado en Punta del Este. Uruguay
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967

 

SOBRE NÚMERO DE EJEMPLARES DE UNA PUBLICACIÓN MÉDICA  

26 de mayo de 1964

Acuso recibo de la Revista. Aunque tengo muy poco tiempo, me parecen muy interesantes los temas y trataré de darles una leída

Tengo otra curiosidad: ¿Cómo pueden imprimirse 6,300 ejemplares de una revista especializada, cuando ni siquiera hay esa cantidad de médicos en Cuba? Me salta una duda que lleva a mi ánimo a los umbrales de una sicosis neuro-económica: ¿Estarán las ratas usando las revistas para profundizar sus conocimientos psiquiátricos o templar sus estómagos; o tal vez cada enfermo tenga en su cabecera un tomo de la publicación? En todo caso hay 3,000 ejemplares de más en el número de la tirada; te ruego que pienses sobre esto. En serio, la revista está buena, la tirada es intolerable. Créemelo porque los locos dicen siempre la verdad. Revolucionariamente.

Carta enviada al Dr. Eduardo B. Ordaz Ducungé
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967.
Casa de las Américas. La Habana. 1970. Tomo II. P. 688

EL MÉDICO REVOLUCIONARIO  

Compañeros:

Este acto sencillo, uno más entre los centenares de actos con que el pueblo cubano festeja día a día su libertad y el avance de todas sus leyes revolucionarias, el avance por el camino de la independencia total, es, sin embargo, interesante para mí.

Casi todo el mundo sabe que inicié mi carrera como médico, hace ya algunos años. Y cuando me inicié como médico, cuando empecé a estudiar medicina, la mayoría de los conceptos que hoy tengo como revolucionario estaban ausentes en el almacén de mis ideales.

Quería triunfar, como quiere triunfar todo el mundo; soñaba con ser un investigador famoso, soñaba con trabajar infatigablemente para conseguir algo que podía estar, en definitiva, puesto a disposición de la humanidad, pero que en aquel momento era un triunfo personal. Era, como todos somos, un hijo del medio.

Después de recibido, por circunstancias especiales y quizá también por mi carácter, empecé a viajar por América y la conocí entera. Salvo Haití y Santo Domingo, todos los demás países de América han sido, en alguna manera, visitados por mí. Y por las condiciones en que viajé, primero como estudiante y después como médico, empecé a entrar en estrecho contacto con la miseria, con el hambre, con las enfermedades, con la incapacidad de curar a un hijo por la falta de medios, con el embrutecimiento que provocan el hambre y el castigo continuo, hasta hacer que para un padre perder a un hijo sea un accidente sin importancia, como sucede muchas veces en las clases golpeadas de nuestra patria americana. Y empecé a ver que había cosas que, en aquel momento, me parecieron casi tan importantes como ser un investigador famoso o como hacer algún aporte substancial a la ciencia médica: y era ayudar a esa gente. Pero yo seguía siendo, como siempre lo seguimos siendo todos, hijo del medio, y quería ayudar a esa gente con mi esfuerzo personal. Ya había viajado mucho -estaba, en aquellos momentos, en Guatemala, la Guatemala de Arbenz- y había empezado a hacer unas notas para normar la conducta del médico revolucionario. Empezaba a investigar qué cosa era lo que necesitaba para ser un médico revolucionario. Sin embargo, vino la agresión, la agresión que desatara la United Fruit, el Departamento de Estado, Foster Dulles -en realidad es lo mismo-, y el títere que habían puesto, que se llamaba Castillo Armas -¡se llamaba!- La agresión tuvo éxito, dado que aquel pueblo todavía no había alcanzado el grado de madurez que tiene hoy el pueblo cubano, y un buen día, como tantos, tomé el camino del exilio, o por lo menos tomé el camino de la fuga de Guatemala, ya que no era esa mi patria

Entonces, me di cuenta de una cosa fundamental: para ser médico revolucionario o para ser revolucionario, lo primero que hay que tener es revolución. De nada sirve el esfuerzo aislado, el esfuerzo individual, la pureza de ideales, el afán de sacrificar toda una vida al más noble de los ideales, si ese esfuerzo se hace solo, solitario en algún rincón de América, luchando contra los gobiernos adversos y las condiciones sociales que no permiten avanzar. Para hacer revolución se necesita esto que hay en Cuba: que todo un pueblo se movilice y que aprenda, con el uso de las armas y el ejercicio de la unidad combatiente, lo que vale un arma y lo que vale la unidad del pueblo´. Y entonces ya estamos situados, sí, en el núcleo del problema que hoy tenemos por delante. Ya entonces tenemos el derecho y hasta el deber de ser, por sobre todas las cosas, un médico revolucionario, es decir, un hombre que utiliza los conocimientos técnicos de su profesión al servicio de la Revolución y del pueblo. Y entonces se vuelven a plantear los interrogantes anteriores. ¿Cómo hacer, efectivamente, un trabajo de bienestar social, cómo hacer para compaginar el esfuerzo individual con las necesidades de la sociedad? Y hay que hacer, nuevamente, un recuento de la vida de cada uno de nosotros, de lo que se hizo y se pensó como médico o en cualquier otra función de la salud pública, antes de la Revolución. Y hacerlo con profundo afán crítico, para llegar entonces a la conclusión de que casi todo lo que pensábamos y sentíamos en aquella época ya pasada, debe archivarse y debe crearse un nuevo tipo humano. Y si cada uno es el arquitecto propio de ese nuevo tipo humano, mucho más fácil será para todos el crearlo y el que sea el exponente de la nueva Cuba. Es bueno que a ustedes, los presentes, los habitantes de La Habana, se les recalque esta idea: la de que en Cuba se está creando un nuevo tipo humano, que no se puede apreciar exactamente en la capital, pero que se ve en cada rincón del país. Los que de ustedes hayan ido el 26 de julio a la Sierra Maestra, habrán visto dos cosas absolutamente desconocidas: un ejército con el pico y la pala, un ejército que tiene por orgullo máximo desfilar en las fiestas patrióticas en la provincia de Oriente, con su pico y su pala en ristre, mientras los compañeros milicianos desfilan con sus fusiles. Pero habrán visto también algo aún más importante: habrán visto unos niños cuya constitución física haría pensar que tienen ocho o nueve años, y que, sin embargo, casi todos ellos cuentan con trece o catorce. Son los más auténticos hijos de la Sierra Maestra, los más auténticos hijos del hambre y de la miseria en todas sus formas; son las criaturas de la desnutrición.

En esta pequeña Cuba, de cuatro o cinco canales de televisión, de centenares de estaciones de radio, con todos los adelantos de la ciencia moderna, cuando esos niños llegaron de noche por primera vez a la escuela y vieron los focos de la luz eléctrica, exclamaron que las estrellas estaban muy bajas esa noche. Y esos niños, que alguno de ustedes habrán visto, están aprendiendo en las escuelas colectivas, desde las primeras letras hasta un oficio, hasta la dificilísima ciencia de ser revolucionarios.

Esos son los nuevos tipos humanos que están naciendo en Cuba. Están naciendo en un lugar aislado, en puntos distantes de la Sierra Maestra y también en las cooperativas y en los centros de trabajo. Y todo eso tiene mucho que ver con el tema de nuestra charla de hoy, con la integración del médico, o de cualquier otro trabajador de la medicina, dentro del movimiento revolucionario, porque esa tarea, la tarea de educar y alimentar a los niños, la tarea de educar al ejército, la tarea de repartir las tierras de sus antiguos amos absentistas, entre quienes sudaban todos los días, sobre esa misma tierra, sin recoger su fruto, es la más grande obra de medicina social que se ha hecho en Cuba. El principio en que debe basarse el atacar las enfermedades, es crear un cuerpo robusto, pero no crear un cuerpo robusto con el trabajo artístico de un médico sobre un organismo débil, sino crear un cuerpo robusto con el trabajo de toda la colectividad, sobre toda esa colectividad social. Y la medicina tendrá que convertirse un día, entonces, en una ciencia que sirva para prevenir las enfermedades, que sirva para orientar a todo el público hacia sus deberes médicos, y que solamente deba intervenir en casos de extrema urgencia, para realizar alguna intervención quirúrgica, o algo que escapa a las características de esa nueva sociedad que estamos creando. El trabajo que está encomendado hoy al Ministerio de Salubridad, a todos los organismos de ese tipo, es el organizar la salud pública de tal manera que sirva para dar asistencia al mayor número posible de personas, y sirva para prevenir todo lo previsible en cuanto a enfermedades, y para orientar al pueblo.

Pero para esta tarea de organización, como para todas las tareas revolucionarias, se necesita, fundamentalmente, el individuo. La Revolución no es, como pretenden algunos una estandarizadora de la voluntad colectiva, de la iniciativa colectiva, sino todo lo contrario, es una liberadora de la capacidad individual del hombre. Lo que sí es la Revolución es, al mismo tiempo, orientadora de esa capacidad. Y nuestra tarea de hoy es orientar la capacidad creadora de todos los profesionales de la medicina hacia las tareas de la medicina social. Estamos al final de una era, y no aquí en Cuba. Por más que se diga lo contrario, y que algunos esperanzados lo piensen, las formas del capitalismo que hemos conocido, y en las cuales nos hemos criado, y bajo las cuales hemos sufrido, están siendo derrotadas en todo el mundo. Los monopolios están en derrota, la ciencia colectiva se anota, día a día, nuevos y más importantes triunfos. Y nosotros hemos tenido, en América, el orgullo y el sacrificado deber de ser la vanguardia de un movimiento de liberación que se ha iniciado hace tiempo en los otros continentes sometidos del África y de Asia. Y ese cambio social tan profundo, demanda también cambios muy profundos en la contextura mental de las gentes. El individualismo como tal, como acción única de una persona colocada sola en un medio social, debe desaparecer en Cuba. El individualismo debe ser, en el día de mañana, el aprovechamiento cabal de todo el individuo en beneficio absoluto de una colectividad. Pero aún cuando esto se entienda hoy, aún cuando se comprendan estas cosas que estoy diciendo, y aún cuando todo el mundo esté dispuesto a pensar un poco en el presente, en el pasado y en lo que debe ser el futuro, para cambiar de manera de pensar hay que sufrir profundos cambios interiores, y asistir a profundos cambios exteriores, sobre todo sociales. Y esos cambios exteriores se están dando en Cuba todos los días. Una forma de aprender a conocer esta Revolución, de aprender a conocer las fuerzas que tiene el pueblo guardadas en sí, que tanto tiempo han estado dormidas, es visitar toda Cuba, visitar las cooperativas y todos los centros de trabajo que se están creando. Y una forma de llegar hasta la parte medular de la cuestión médica es no sólo conocer, no sólo visitar, a las gentes que forman esas cooperativas y esos centros de trabajo, sino también averiguar allí cuáles son las enfermedades que tienen, cuáles son todos sus padecimientos, cuáles han sido sus miserias durante años y, hereditariamente, durante siglos de represión y de sumisión total. El médico, el trabajador médico, debe ir entonces al centro de su nuevo trabajo, que es el hombre dentro de la masa, el hombre dentro de la colectividad. Siempre, pase lo que pase en el mundo, el médico, por estar tan cerca del paciente, por conocer tanto de lo más profundo de su psiquis, por ser la representación de quien se acerca al dolor y lo mitiga, tiene una labor muy importante, de mucha responsabilidad en el trato social Hace un tiempo, pocos meses, sucedió aquí en La Habana que un grupo de estudiantes ya recibidos, de médicos recién recibidos, no querían ir al campo, y exigían ciertas retribuciones para ir. Y desde el punto de vista del pasado es lo más lógico que así ocurra, por lo menos, me parece a mí, que lo entiendo perfectamente. Simplemente me parece estar frente al recuerdo de lo que era y de lo que pensaba, hace unos cuantos años. Es otra vez el gladiador que se rebela, el luchador solitario que quiere asegurar un mejor porvenir, unas mejores condiciones, y hace valer entonces la necesidad que se tiene de él.

Pero ¿qué ocurriría si en vez de ser estos nuevos muchachos, cuyas familias pudieron pagarles en su mayoría unos cuantos años de estudio, los que acabaran sus carreras, si en vez de ellos, fueran doscientos o trescientos campesinos, los que hubieran surgido, digamos por arte de magia, de las aulas universitarias Hubiera sucedido, simplemente, que esos campesinos hubieran corrido, inmediatamente, y con todo entusiasmo, a socorrer a sus hermanos; que hubieran pedido los puestos de más responsabilidad y de más trabajo, para demostrar así que los años de estudio que se les dio no fueron dados en vano. Hubiera sucedido lo que sucederá dentro de seis o siete años, cuando los nuevos estudiantes, hijos de la clase obrera y de la clase campesina, reciban sus títulos de profesionales de cualquier tipo. Pero no debemos mirar con fatalismo el futuro, y dividir al hombre en hijos de la clase obrera o campesina y contrarrevolucionarios, porque es simplista y porque no es cierto, y porque no hay nada que eduque más a un hombre honrado que el vivir dentro de una revolución. Porque ninguno de nosotros, ninguno del grupo primero que llegó en el Granma, que se asentó en la Sierra Maestra, y que aprendió a respetar al campesino y al obrero conviviendo con él, tuvo un pasado de obrero o de campesino. Naturalmente que hubo quien tenía que trabajar, que había conocido ciertas necesidades en su infancia, pero el hambre, eso que se llama hambre de verdad, eso no lo había conocido ninguno de nosotros, y empezó a conocerlo, transitoriamente, durante los dos largos años de la Sierra Maestra. Y entonces, muchas cosas se hicieron muy claras. Nosotros, que al principio castigábamos duramente a quien tocaba aunque fuera un juego de algún campesino rico, o incluso de algún terrateniente, llevamos unas diez mil reses a la Sierra, y les dijimos a los campesinos, simplemente: "come". Y los campesinos, por primera vez en años, y algunos por primera vez en su vida, comieron carne de res. Y el respeto que teníamos por la sacrosanta propiedad de esas diez mil reses, se perdió en el curso de la lucha armada, y comprendimos perfectamente que vale, pero millones de veces más la vida de un solo ser humano, que todas las propiedades del hombre más rico de la tierra. Y lo aprendimos nosotros, lo aprendimos nosotros, allí, nosotros que no éramos hijos de la clase obrera ni de la clase campesina. ¿Y por qué nosotros vamos a decir ahora a los cuatro vientos, que éramos los privilegiados, y que el resto de las personas en Cuba no pueden aprenderlo también? Sí pueden aprenderlo, pero, además, la Revolución hoy exige que se aprenda, exige que se comprenda bien que mucho más importante que una retribución buena, es el orgullo de servir al prójimo, que mucho más definitivo, mucho más perenne que todo el oro que se pueda acumular, es la gratitud de un pueblo. Y cada médico, en el círculo de su acción, puede y debe acumular este preciado tesoro, que es el de la gratitud del pueblo. Debemos, entonces, empezar a borrar nuestros viejos conceptos, y empezar a acercarnos cada vez más, y cada vez más críticamente al pueblo. No como nos acercábamos antes, porque todos ustedes dirán: "No. Yo soy amigo del pueblo. A mi me gusta mucho conversar con los obreros y los campesinos, y voy los domingos a tal lado a ver tal cosa". Todo el mundo lo ha hecho. Pero lo ha hecho practicando la caridad, y lo que nosotros tenemos que practicar hoy, es la solidaridad. No debemos acercarnos al pueblo a decir: "Aquí estamos. Venimos a darte la caridad de nuestra presencia, a enseñarte con nuestra ciencia, a demostrarte tus errores, tu incultura, tu falta de conocimientos elementales". Debemos ir con afán investigativo, y con espíritu humilde, a aprender en la gran fuente de sabiduría que es el pueblo. Muchas veces nos daremos cuenta de lo equivocados que estábamos en conceptos que de tan sabidos, eran parte nuestra y automática de nuestros conocimientos. Muchas veces debemos cambiar todos nuestros conceptos, no solamente los conceptos generales, los conceptos sociales o filosóficos, sino también, a veces, los conceptos médicos. Y veremos que no siempre las enfermedades se tratan como se trata una enfermedad en un hospital, en una gran ciudad; veremos, entonces, cómo el médico tiene que ser también agricultor, y cómo aprender a sembrar nuevos alimentos, y sembrar con su ejemplo, el afán de consumir nuevos alimentos, de diversificar esta estructura alimenticia cubana, tan pequeña, tan pobre, en uno de los países agrícolamente, potencialmente también, más ricos de la tierra. Veremos, entonces, cómo tendremos que ser en esas circunstancias, un poco pedagogos, a veces un mucho pedagogos; cómo tendremos que ser políticos también; cómo lo primero que tendremos que hacer no es ir a brindar nuestra sabiduría, sino ir a demostrar que vamos a aprender, con el pueblo, que vamos a realizar esa grande y bella experiencia común, que es construir una nueva Cuba. Ya se han dado muchos pasos, y hay una distancia que no se puede medir en la forma convencional, entre aquel primero de enero de 1959 y hoy. Hace mucho que la mayoría del pueblo entendió que aquí no solamente había caído un dictador, sino entendió, también, que había caído un sistema. Viene entonces, ahora, la parte en que el pueblo debe aprender que sobre las ruinas de un sistema desmoronado, hay que construir el nuevo sistema que haga la felicidad absoluta del pueblo.

Yo recuerdo en los primeros meses del año pasado, que el compañero Guillén llegaba de la Argentina. Era el mismo gran poeta que es hoy, quizás sus libros fueran traducidos a algún idioma menos, porque todos los días gana nuevos lectores en todas las lenguas del mundo, pero era el mismo de hoy. Sin embargo, era difícil para Guillén leer sus poesías, que eran la poesía del pueblo, porque aquella era la primera época, la época de los prejuicios. Y nadie se ponía a pensar nunca que durante años y años, con insobornable dedicación, el poeta Guillén había puesto al servicio del pueblo y al servicio de la causa en la que él creía, todo su extraordinario don artístico. La gente veía en él, no la gloria de Cuba sino el representante de un partido político que era tabú. Pero todo aquello ha quedado en el olvido, ya hemos aprendido que no puede haber divisiones, por la forma de pensar, en cuanto a ciertas estructuras internas de nuestro país, y en lo que hay que ponerse de acuerdo es si tenemos o no un enemigo común, y si tratamos de alcanzar o no una meta común. Si no, todos lo sabemos, hemos llegado definitivamente al convencimiento de que hay un enemigo común. Nadie mira para un costado, para ver si hay alguien que lo pueda oír, algún otro, algún escucha de Embajada que pueda transmitir su opinión antes de emitir claramente una opinión contra los monopolios, antes de decir claramente: "nuestro enemigo, y el enemigo de la América entera, es el gobierno monopolista de los Estados Unidos de América". Si ya todo el mundo sabe que ése es el enemigo y ya empieza por saberse que quien lucha contra ese enemigo tiene algo de común con nosotros, viene entonces la segunda parte. Para aquí, para Cuba, ¿cuáles son nuestras metas? ¿Qué es lo que queremos?, ¿Queremos o no queremos la felicidad del pueblo?, ¿Luchamos o no por la liberación económica absoluta de Cuba?, ¿Luchamos o no, por ser un país libre entre los libres, sin pertenecer a ningún bloque guerrero, sin tener que consultar ante ninguna Embajada de ningún grande de la tierra cualquier medida interna o externa que se vaya a tomar aquí?. Si pensamos redistribuir la riqueza del que tiene demasiado para darle al que no tiene nada, si pensamos aquí hacer del trabajo creador una fuente dinámica, cotidiana, de todas nuestras alegrías, entonces ya tenemos metas a qué referirnos. Y todo el que tenga esas mismas metas es nuestro amigo. Si en el medio tiene otros conceptos, si pertenece a una u otra organización, ésas son discusiones menores. En los momentos de grandes peligros, en los momentos de grandes tensiones y de grandes creaciones, lo que cuenta son los grandes enemigos y las grandes metas. Si ya estamos de acuerdo. Si ya todos sabemos hacia dónde vamos, y pese a aquel a quien le va a pesar, entonces tenemos que iniciar nuestro trabajo. Y yo les decía que hay que empezar, para ser revolucionarios, por tener revolución. Ya la tenemos. Y hay que conocer también al pueblo sobre el cual se va a trabajar. Creo que todavía no nos conocemos bien, creo que en ese camino nos falta todavía andar un rato. Y si me preguntara cuáles son los vehículos para conocer al pueblo, además del vehículo de ir al interior, de conocer cooperativas, de vivir en las cooperativas, de trabajar en ellas -y no todo el mundo lo puede hacer, y hay muchos lugares donde la presencia de un trabajador de la medicina es importantísima-, en esos casos le diría yo que una de las grandes manifestaciones de la solidaridad del pueblo de Cuba son las Milicias Revolucionarias. Milicias que dan ahora al médico una nueva función y lo preparan para lo que de todas maneras hasta hace pocos días fue una triste y casi fatal realidad de Cuba, es decir, que íbamos a ser presa -o por lo menos, si no presa, víctimas- de un ataque armado de gran envergadura.

debo advertir entonces que el médico, en esa función de miliciano revolucionario, debe ser siempre un médico. No se debe cometer el error que cometimos nosotros en la Sierra, o quizá no fuera error, pero lo saben todos los compañeros médicos de aquella época: nos parecía un deshonor estar al pie de un herido o de un enfermo, y buscábamos cualquier forma posible de agarrar un fusil e ir a demostrar, en el frente de lucha, lo que uno debía hacer. Ahora las condiciones son diferentes, y los nuevos ejércitos que se formen para defender al país deben ser ejércitos con una técnica distinta, y el médico tendrá su importancia enorme dentro de esa técnica del nuevo ejército, debe seguir siendo médico, que es una de las tareas más bellas que hay, y más importantes en la guerra. Y no solamente el médico, sino también los enfermeros, los laboratoristas, todos los que se dediquen a esta profesión tan humana. Pero debemos todos, aún sabiendo que el peligro está latente, y aun preparándonos para repeler la agresión que todavía existe en el ambiente, debemos dejar de pensar en ello, porque si hacemos centro de nuestros afanes el prepararnos para la guerra, no podemos construir lo que queremos, no podremos dedicarnos al trabajo creador. Todo trabajo, todo capital que se invierta en prepararse para una acción guerrera, es trabajo perdido, es dinero perdido. Desgraciadamente hay que hacerlo, porque hay otros que se preparan, pero es -y lo digo con toda mi honestidad y mi orgullo de soldado- que el dinero que con más tristeza veo irse de las arcas del Banco Nacional es el que va a pagar algún arma de destrucción. Sin embargo, las milicias tienen una función en la paz, las milicias deben ser, en los centros poblados, el arma que unifique y que haga conocer al pueblo. Debe practicarse, como ya me contaban los compañeros que se practica en las milicias de los médicos, una solidaridad extrema. Se debe ir inmediatamente a solucionar los problemas de los necesitados de toda Cuba en todos los momentos de peligro, pero también es una oportunidad de conocerse, es una oportunidad de convivir, hermanados e igualados por un uniforme, con los hombres de todas las clases sociales de Cuba.

Si logramos nosotros, trabajadores de la medicina -y permítaseme que use de nuevo un título que hacía tiempo había olvidado-, si usamos todos esta nueva arma de solidaridad, si conocemos las metas, conocemos el enemigo, y si conocemos el rumbo por donde tenemos que caminar, nos falta solamente conocer la parte diaria del camino a realizar. Y esa parte no se la puede enseñar nadie, esa parte es el camino propio de cada individuo, es lo que todos los días hará, lo que recogerá en su experiencia individual y lo que dará de sí en el ejercicio de su profesión, dedicado al bienestar del pueblo.

Si ya tenemos todos los elementos para marchar hacia el futuro, recordemos aquella frase de Martí, que en este momento yo no estoy practicando pero que hay que practicar constantemente: "La mejor manera de decir es hacer", y marchemos entonces hacia el futuro de Cuba.

Discurso; del Comandante Ernesto Guevara
Ernesto «Che» Guevara. Obras. 1957-1967
Casa de Las Américas. La Habana. 1970. Tomo II. Pp. 70-80