domingo, 2 de octubre de 2011

Corazón circuncidado niños argentinos judios y cristianos

Toto alguna vez fue un niño y esto le ocurrió……..

 

                                  EL   CORAZONCITO   CIRCUNCIDADO                              

                                                                                                    por Eladio González  toto     10  mayo 1982

 

Corren presurosas las agujas, de los relojes de las casas en la calle Montevideo. Ya señalan como índices acusadores, la hora exacta del drama.   Saben que el año es el de 1950 y que dos niños en la vereda frente al mercado, entorpecen el paso de las sombras presurosas, anónimas y adultas que luego ingresan en la conocida parrilla. (Pippo)  Dobla la esquina la mujer, a la que el azar llevó allí, a través del laberinto de calles del centro.

 

Como la madrastra de Blanca Nieves, disfrazada de anciana, ella porta en vez de la envenenada fruta, un señuelo dañino.  Como por casualidad, descubre las cabecitas rubia y morocha juntas, y se detiene junto a esos cachorros de hombre, que ya fagocitan con ávidos ojos al cachorro juguetón, que tironea de la trailla de cuero.

 

¿Qué si lo quieren?,  Saltos alborozados, alegría cósmica, no hay diferencia entre las emociones de los dos niños.  Sí se diferencian, en la religión que profesan.  El rubio es judío, el morocho cristiano, los dos se quieren como hermanos, que no tienen en la realidad.    El morocho corre hacia su padre y detrás, a medio corazón palpitante de distancia, anhela el rubio. 

 

Que, ¡ mirá lo que tenemos ! Que, ¡ es para nosotros !. El cachorro, con ojos inundados de húmeda esperanza, asiente en silencio.  Tal vez, hubo una fracción de segundo en que lo bueno intento imponerse, pero, esa mano, masculina, trabajadora, grande, callosa, rectora, dura y rápida para castigar y mezquina para acariciar, tomó del pellejo al proyecto de mascota y enfiló hacia la conocida parrilla.   El verdugo y las tres víctimas se encontraron con el quinto personaje que completó la escena.  Era un mozo de la parrilla, que no dudó, como tampoco el padre del cristiano de que el lugar para el animal, estaba en casa del primero. 

 

Pero los dos inocentes, con las manos vacías, que les quemaban con la reciente tibieza del desaparecido animal, solo entendieron que su querido perrito, ese que les perteneció por cinco minutos, había desaparecido en el interior de ése local, en cuya profundidad una infernal parrilla humeante hacía presagiar un sombrío final para el cachorro.  Como a Judas, se les entregó la coima, en forma de un billete de valor ya olvidado.  Los adultos pagan indemnización al amor robado, pero olvidan que 30 años atrás fueron niños, y que no hay nada que pague el afecto perdido. 

 

El judío rubio pese a su supuesta disposición atávica por el comercio y la moneda, lloró igual que el cristiano morocho, juntos hicieron pedazos el billete de la vergüenza, con el que los adultos quisieron obliterar tristes recuerdos infantiles.  Los trocitos del billete, cayeron en la sucia agua, que corría junto al cordón de la vereda, y que se ensució aún más en ese momento.

 

El padre del morocho, consideró brillante la oportunidad para que el niño aprendiera las ventajas del intercambio comercial, no comprendió ese despilfarro de despecho y un par de dedos enormes arrastraron una orejita colorada y dolorida y dos impotentes manitas, que fueron obligadas a juntar uno por uno los pedazos del billete, que luego unieron para restaurar el valor, que antes despreciaron.

 

El Judío se me ha perdido en ésta ciudad de los Buenos Aires y lo estoy buscando. 

 

Ansioso lo busco, como a los trozos que necesito para armarme y que perdí en aquella, mi lejana niñez.  Han pasado 32 años desde ése día y ¡ cuanta cinta scotch llevo gastada para adherirme ! ... Papá.

 

                                                                                                                                                                                               El  hijo  cristiano y  morocho.