REFLEXIONES SOBRE EL 8N
Por Juan José Oppizzi
Deliberadamente
repito esa nomenclatura, 8n, con que se ha popularizado la manifestación
opositora al gobierno de Cristina Fernández del 8 de noviembre de 2012, aunque
lo primero que salta a los ojos es la idéntica modalidad de sintaxis adoptada
para nombrar a aquel 11s, el día en que sucedió el controvertido caos de las
torres gemelas y del Pentágono, llamado por el gobierno de Estados Unidos
“atentado”. Este 8n fue, obviamente, sin sangre (o, al menos, con pocas gotas,
vertidas por las caras de algunos periodistas agredidos), pero en esencia tan
sospechoso como aquel conjunto yanqui de hechos. No voy a molestarme en
analizar otro aspecto de la multitudinaria marcha: su organización a cargo de
la empresa multimedios Clarín, con la ayuda de sectores de la derecha, como
Francisco De Narváez, Mauricio Macri, el neonazi Alejandro Biondini y el ex
mandamás de la SIDE de Menem, Juan Bautista Yofre. Sí podría comenzar señalando
un hecho inédito en la historia argentina: que una manifestación opositora a un
gobierno haya contado con el micrófono del canal estatal abierto a sus
declaraciones. Eso ocurrió, y quienes quisieron pudieron arrimarse a decir lo
que pensaban con absoluta libertad. La periodista Cynthia García, de la
Televisión Pública, haciendo gala del ejercicio pleno de lo que es el verdadero
periodismo, entabló un diálogo con la gente que golpeaba cacerolas, que gritaba
consignas y que exhibía carteles. La diversidad de estos dos últimos
instrumentos de expresión (las consignas y los carteles) hablaba de una mixtura
no muy clara de propósitos o, más bien, de una falta de unidad argumental quizá
estimulada por los armadores del acto. Esa variedad sirvió para que los medios
regenteados por Clarín pudieran seleccionar lo que mejor les convino a la hora
de hacer un balance ideal. Alguien que
sólo hubiera visto la parte de los testimonios recortados por los voceros del
poderoso multimedio, podría convencerse de que el conjunto de ciudadanos que
anduvieron por la Plaza de la República, en Buenos Aires, coreaba los mejores,
más prudentes, más lógicos y más constructivos lemas del orbe. Sin embargo, el
panorama completo resultó bastante poco amable; no menos de seis periodistas de
diferentes canales, publicaciones y agencias informativas (incluido uno del
propio Clarín) fueron insultados, golpeados y perseguidos. Muchas consignas
chillaban agravios, imágenes homicidas y alusiones macabras para con varios
integrantes del gobierno, en especial la Presidenta Cristina Fernández. Y lo
que más me llamó la atención fue el contenido de los diálogos con Cynthia
García de numerosos asistentes a la manifestación; ella preguntaba y
repreguntaba para buscar los fundamentos de cada concepto vertido a micrófono
libre. En incontables oportunidades quedó al descubierto la falta de razones
valederas, de información elemental, y la sobra de odio. Los argumentos
predominantes eran la imposibilidad de comprar dólares y una feroz condena a la
Asignación Universal por Hijo; todo eso en el marco de una supuesta asfixia
dictatorial, en la que la ausencia de libertad era coreada por la mayoría. El
interesantísimo trabajo de Cynthia García fue volviéndosele cada vez más
difícil; en cámaras era ostensible cómo se la insultaba, se la manoseaba, se hacía
ruido y se gritaba a fin de perturbar el libre desarrollo del diálogo que ella
tenía con los asistentes a quienes se les ponía micrófono. Al final, la
situación de patoterismo fue insostenible y la periodista buscó refugio en el
móvil de la emisora, en donde continuó siendo hostilizada. Fue insólito que al
día siguiente Beatriz Sarlo (¿qué le pasa a esa mujer?) dijera que la labor de
García había sido como la de una maestra tomando examen. De eso se trataba,
precisamente: del libre examen de una situación. Si los asistentes a una marcha
en contra de un gobierno no saben cuáles son los fundamentos de su protesta,
si, cuando se les repregunta, no tienen argumentos para apoyar su posición,
entonces debemos pensar –como piensan muchos, yo incluido– que gran parte de
los que fueron a la Plaza de la República –y a cientos de otros lugares del
país– se limitaron a gritar el libreto machacado en los últimos años por los
medios del grupo Clarín. Abona esta tesis un amplio material documental, que
muestra claramente cómo las consignas enunciadas a diario por la televisión
propiedad del señor Magneto afloraron de manera casi textual en las bocas que
protestaban.
No quiero
pasar por alto la validez de muchísimas otras voces en la marcha del 8n,
reclamantes por la inseguridad, por la inflación y por diversos problemas que
son reales y que generan una motivación innegable. Lo que lamento es que las
buenas intenciones de estos ciudadanos sean empañadas por las especulaciones de
sectores ajenos a esa finalidad, y que no haya una línea divisoria que los
separe, un repudio que aísle la petición garantizada por las normas
constitucionales de las arteras maniobras conspirativas.
Otro aspecto a
señalar es la ausencia pública de las entidades organizadoras del acto. Eso
respondió, obviamente, al propósito de mostrar el hecho como una cosa apolítica.
En las redes sociales abundaba el misterio, la recomendación de “transmitir con
copia oculta”, la supuesta existencia de una “autoconvocatoria” (aunque dos
meses antes los “autoconvocados” revelaran “profundos debates”, sin decir en
qué círculo íntimo, para elegir el lugar central de la marcha). Pero el
anonimato es de doble filo: su impunidad cobarde no contribuye a su propio fin;
al no poder concretarse en un factor a la luz del día, no puede afirmarse como
alternativa real para la sociedad, por más que se junten miles o millones de
personas en todas las plazas de la Argentina. Y ése es el aspecto más peligroso
que tuvo el movimiento del 8n: su marginalidad conceptual. “Que se vayan todos”,
“que renuncie el gobierno”, “no la queremos (a Cristina Fernández)”, son
generalidades que no tienen perspectiva ni coherencia, al menos dentro de lo
que fija la Constitución Nacional sobre las herramientas populares. Únicamente
fuera de ese marco, en el ámbito de la simplificación, en el delirio fascista
de una minoría resentida por el paso de la historia, encuentran espacio los
gritos de los energúmenos que se hicieron eco de aquella barbaridad emitida por
el hijo de Jorge Porcel y levantada por Cecilia Pando: “no fueron treinta mil;
faltaron treinta mil”. Esas atrocidades verbales (reflejo de las atrocidades
morales de sus autores y propaladores) invalidan las acusaciones contra
Cristina Fernández de “soberbia”, “autoritaria” o “ajena a la realidad”. ¿Hablan
de dictadura K los personeros de una derecha que fue brazo ejecutor o, cuanto
menos apoyo, del último régimen militar? ¿Qué destino les hubiese aguardado a
manifestantes contra Videla, Viola, Galtieri o Bignone, en el mismo tono de los
del 8n? ¿Cuánto hubieran durado en el aire transmisiones en directo de esas
hipotéticas (e imposibles) marchas? ¿No fue “autoritario” un Martínez de Hoz al
implementar un plan económico basado en el aplastamiento de la libertad y de
los derechos constitucionales?¿No fue “soberbio” un Cavallo (ídolo de los
sacerdotes del mercado) cuando estatizó (nos transfirió a todos los ciudadanos)
la deuda externa de un grupo de timberos económicos? ¿No fue “ajeno a la
realidad” un Galtieri cuando contaba el cuento de la victoria en una derrota de
Malvinas que estaba cantada antes de empezar la guerra? Muchos de los que en el
8n humearon de furia ¿qué hacían cuando el país humeaba de matanzas y de
bancarrota?
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