lunes, 28 de marzo de 2011

Livingston acosa a la saturación estupidizante y consumista argentina

 

El Acoso.

Por Rodolfo Livingston. (*)

Hasta hace pocos años era posible cruzar el Río de la Plata en un barco, sobre cubierta, disfrutando del atardecer que incendiaba el horizonte. Soplaba un tibio viento con olor a río y después iban apareciendo estrellas sobre el telón gigante de la noche. No era poco para quienes nos hemos acostumbrado a vivir sin cielo, sin silencio y sin aromas.

 Hoy los barcos carecen de cubiertas  accesibles.

Viajamos atrapados en los asientos frente a un televisor obligatorio que nos informa sobre la amplia variedad de productos que deberíamos comprar en el shopping del barco, dos pisos más abajo. Un breve documento nos muestra el maravilloso paisaje del Gran Cañón del Colorado donde, probablemente, otros viajeros encerrados en algún moderno transporte, estén disfrutando de un documental sobre...el atardecer en el Río de la Plata. Aunque, en realidad, los yanquis no son tontos y sus transportes tienen seguramente menos televisores y más posibilidades de gozar con el paisaje. Los cholulos siempre copian mal .

Mientras tanto, en otros pisos del barco shopping, los nenes se entretienen con videos juegos, es decir, con lo mismo que estaba haciendo en su casa antes de embarcar. Pero cómo,  no le habían prometido los padres cruzar el río en un barco, por primera vez en su vida, ver la maniobra de amarrar ese gigante en el muelle? Nada de eso. Del videojuego pasarán a un pasillo-tubo y sin darse cuenta pisarán el Uruguay.

¿Solo eso es viajar? ¿No será posible conciliar la comodidad con la emoción de un viaje? Que hemos perdido y qué hemos ganado, casi sin darnos cuenta, con ese  "progreso"?  "A veces el progreso es reaccionario", dijo Ernesto Sábato.

Si el viaje es por avión y el vuelo se retrasa dos horas, será imposible encontrar algún rincón para entretener el cerebro con el libro que hemos llevado. Todo el aeropuerto, excepto los baños (hasta ahora...) está cubierto por televisores dispuestos cada cuatro metros uno de otro. Lo mismo ocurre en los bares, los subterráneos y aun los colectivos.

Permanentemente estamos sometidos a recibir información obligatoria.

En la calle debemos aceptar papelitos que nos entregan- lo cual es fastidioso- o rechazarlos, lo cual nos hace sentir groseros. Cualquiera sea la dirección hacia donde miremos, allí estará la propaganda. Durante el viaje a Mar del Plata en auto, el paisaje (paisaje :/pay sage /,paíssabio) ya no se ve; viajamos adentro de un tubo de carteles con órdenes para que compremos, fumemos o tomemos centenares de productos.

Al llegar a casa sonará el teléfono y voces amabilísimas nos ofrecerán tarjetas de crédito, celulares, enciclopedias, jubilaciones privadas y tumbas de lujo con vista al parque y precios que  "usted no puede dejar de aprovechar".  "Pague ahora, muérase después" La información chatarra satura la computadora y casi no deja espacio disponible en el cerebro. Un guardabosque de Canadá alimenta la estufa de su casa durante todo el año con los mailing que recibe de todo el mundo (ahora se avivó y los pide)

Si a todo eso le agregamos el fútbol por radio, televisión, en vivo, diferido, de Europa y de otras partes.... ¿qué porción de nuestro  "disco duro"  nos queda libre para pensar o para sentir, en calma? ¿Será necesario incorporar a las constituciones el derecho a que no nos informen durante algunos minutos al día? ¿Y si propusiéramos la creación de pequeñas cabinas - refugios cada 500 metros? Seguramente pronto aparecerían los espacios publicitarios : " ¡ Dos millones de personas por día verán ( o escucharán) su anuncio en las nuevas cabinas -refugios! "

El acoso sexual es peor, pero al menos está prohibido; en cambio, este, el acoso comercial, se llama marketing. Y se enseña en la universidad. (PE)

(*) Rodolfo Livingston (22-8-1931,arquitecto, profesor, dicta seminarios de post-grado, ligando siempre la arquitectura con la vida, eje principal de su pensamiento. Creador de la especialidad "Arquitectos de Familia", un sistema de diseño participativo que recibió los premios de "Best Practices", Estambul 1996 y "World Habitat Awards", Bruselas 2002. Durante la década de 1990 supervisó la aplicación del programa Arquitectos de la Comunidad en Cuba.

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